miércoles, 22 de octubre de 2014

MARÍA ELENA HERNÁNDEZ CABALLERO [13.793]


María Elena Hernández Caballero 

Nació en La Habana, en 1967. Sus libros de poesía publicados son "Donde se dice que el mundo es una esfera que Dios hace girar sobre un pingüino ebrio", con el que obtiene el Premio David de poesía, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 1987, Elogio de la sal (Santiago, Cuarto Propio, 1996) Electroshock-Palabras (Argentina, 2001), La rama se parte (Ediciones Torremozas, S.L., Madrid, 2013) y la novela Libro de la derrota (Argentina, 2010).




Todos los dioses

        Todo sea hecho como está escrito  
                   Y todo se cumplirá.  
                   B. Pasternak 

Rolando Lopez Dirube: Los combatientes
Todo sea dicho en tu nombre.  
Ha invadido los últimos recintos.  
Los ángles rabiosos se apresuran,  
llevan su carne al matadero. Pasan  
entre las arqueadas piernas de los dioses. 

Todo se ha cumplido.  
Antes del alba  
un cuerpo saldrá a flote.  
Ya nada los conmueve.  
Ni su propia miseria.  




David

A causa de tus enemigos construiste la  
  fortaleza.  
Fuera de tus dominios nada parece vibrar.  
Sabemos que el pez respira porque se agita  
     bajo su rigidez.  
El ave porque en el aire dejó su aliento.  
La cebra, el caballo, porque hemos visto  
     frescas huellas en el camino.  
Y ahora que tu cabeza está más muerta que  
    estas ciudades ruinosas  
    qué hacer con sus muros?  
El tiempo es sobre ti la vaguedad de un ala. 

 Del libro: Donde se dice que el mundo es una esfera que Dios hace bailar sobre un pinguino ebrio (1987)  




Punto muerto

 Yo no recuerdo a mis maestros delante del pizarrón;  
 se detuvieron allá en mi pañoleta con un dolor agudo,  
                                         nunca soporté  
 los lunes rayados por un lápiz.  
 Y mientras, los amigos, querían meterse en mis dibujos,  
 encontrarse en el camaleón que rápido cruzó la ventana  
       alborotándonos los ojos y las manos.  
 Y ese verde en apretado horizonte  
                nos invitaba a dar un paseo.  
 En verdad, no nos alcanzaba la primera juventud;  
 (el hombre vive un pedazo en la Tierra y el otro,  
 a gran altura)  
 Pero los maestros, qué sabían de nubes y nubes,  
                                       tanta Botánica  
   y eran ciegos al árbol que afuera desparramaba  
                     sus frutos;  
                                       tanta Literatura  
 y eran sordos al griterío que producen los que sueñan.  
 Yo no perdono a los maestros detenidos  
                   allí,  
 delante del pizarrón.  





 Canto de Obbatala

 "El cielo es inmenso, pero no crece yerba..."  
 ¿Dónde pues, sembraron la calabaza  
 antes que el cielo y la tierra fueran dos mitades?  
 llegaron los orishas de una cuerda tensada  
 en el espacio cósmico? 

 El mundo hizo un gesto (sólo quien eleve la mano  
 es un animal terrible).Y salimos de cualquier lugar.  
 Los bien recibidos...  
 Y bebimos la savia de los cañaverales.  
 Y corrimos en la selva como un venado con el destino roto. 

 Todo cuerpo es perverso. Astutos,  
 yo hago rodar mis dieciséis tambores.  
 Soy quien silencia, quien los bendice.  
 Quien devuelve la paz a los guerreros vencidos.  
 Quien suprime y castiga.  
 Quien ama.  
 Soy la cabeza principal de Ocha. 

 Escuchen pues. Cuando ya estaba la calabaza  
 ¿quién la partió en dos mitades? 

 De la antología: Un grupo avanza silencioso, 1994  





 Abismos 

 Que no tenga un río para fijar mis días.  
 Una vela o una claridad.  
 Estoy paralítica y no tengo preguntas.  
 No baja del mar a los abismos  
 quien de su abismo vive.  
 Y aunque a veces cargada penetre  
 y deje mi estela como una pregunta  
 para responderme no tengo espejos.  
 Narciso sin manos para romper el agua.  





 Mapa turístico del país

                                          "Esta es la tierra más fermosa  
                                          que ojos humanos vieron". 

 ¿Tienes sed? Extraña lengua la tuya.  
 Vámonos de excursión qué importa.  
 El camino es largo y no duele. ¿Tus zapatos?  
 ¿La ruta? La marcarán los mapas. 

 Más tarde pedirás la argolla  
 y tirarás de ti como de una res. 

 Los extravié qué importa no los necesitaba.  
 Silencio, ¿quieres unirte al silencio?  
 Tu oquedad es vacía árida y sangro por la nariz.  
 Silencio, ¿quieres sangrar en silencio? 

 No abonarás los sucios ni cortarás las yerbas.  
 Ni los frutos ácidos de la tierra más fermosa.  





 Año nuevo

 En el corazón de Rusia  
 sobre la nieve pisoteada  
 Anna Ajmátova no escribe  
 cuenta  
 los álamos derribados por la barbarie.  
 Yo  
 escribo en términos abstractos  
 la pérdida de las navidades  
 la vacuidad del humo.  
 También en el dolor los extremos se tocan. 





 Viajero 

 El que se marcha levanta el cuello del abrigo.  
 El que inmóvil, el que impasible espera,  
 no comprende los signos que en la tierra traza.  
 Los días anula con una mano:  
 Adiós lejana aventura de la carne oh lejano tiempo.  
 Levanta el cuello del abrigo y ese roce lo borra todo.  
 Todo desaparece bajo la mirada ágil de los que tienen prisa.  
 Ningún mensaje, ninguna carta entregues.  
 Olvidará los teléfonos, trastocará las direcciones.  
 No con amor ni odio te nombrarán si es que te nombran.  
 Un roce suave del abrigo lo borra todo.  
 Pero el que nunca parte un doble exilio guarda.  
 Nostálgico de sí y de los otros.  Sin mapas ni equipaje.  
    El viajero es él. 

 De: Elogio de la sal, Santiago de Chile, 1996  





Caminando con Soren Kierkegaard al fondo 

Como un perro camina usted, Sr. Kierkegaard.  
Mordiéndose la cola en círculospequños  
va detrás de mí del baño a la cocina  
con sarna con rabia.  
Su hocico, su pelo me olfatean.  
Y mientras tejo para su hocico una red. Es decir, una fe,  
Cristos, sombras de madera por entre la maraña caen.  
Se arrastra a tientas y sin ley.  
Ora eclipsadoora desollado aullando por la pared.  
Espulgándose con mis lápices, mi cuchara.  
Ya está bien, levántese.  
con sus propios dientes muérdase de una vez.  
inyéctes.  
Y olvidará usted, Sr. Kierkegaard.  
Cristos,  
huesos de madera por entre la maraña caen.  
Yo era feliz,  
con desasosiego iba mi sombra. 

Inédito. Especial para La Habana Elegante 
  



Cioran decae

'Nadie le regale un llamado/ ni una vindicación./ Ahorcaría con el cable del teléfono./ No quiere ir al doctor./ Rechaza toda alucinación/ curativa.'

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Niega todo de manera obsesiva. 
Incluso a Europa 
niega lo que es de Europa.
A Rusia lo que es de Rusia. 
Y a Rumania 
todo posible tratamiento 
contra el horror.
Decae 
luego de haber fundado un imperio 
de inquietud y de duda. 
Nació cansado. 
Aún así saltó del útero 
al propio campo de exterminio. 
Lejos de la madre y de la patria 
con otro colega suyo 
bebió leche de burra. 
(Todavía nos odia por eso.)
Nadie le regale un llamado 
ni una vindicación. 
Ahorcaría con el cable del teléfono.
No quiere ir al doctor. 
Rechaza toda alucinación 
curativa. 
El imperio del no
le quitó el sueño. 
Y ahora decae. 
Es un estoico 
provocador. 
Es un rebelde.
Un bárbaro.

La rama se parte (Ediciones Torremozas, S.L., Madrid, 2013)





DÍAS DE MERCADO

De algún modo yo entro en la multitud como en mi casa. 
De algún modo tenemos el mismo rostro, 
la misma ansiedad, la misma mesa.
A nadie preguntaría qué árbol tumbó anoche.
A nadie distraería con mi comercio de palabras.

La gente se acomoda bajo los letreros lumínicos. 
Ya no sabe qué vender, si el cansancio 
o las horas que aún le quedan para exhibirse. 
Una mujer barre el excremento de la ciudad 
y el vendedor de martillos no se atreve. 
(Si les taparan los ojos todo seguiría igual).

Esta tarde me compraría un San Lázaro 
y me lo pondría en el pecho.
Hasta los perros me compraría.
Como la palabra el agua no llega a mi boca 
y mi sed no sirve para reparar los muelles.

La multitud y yo tenemos la misma madre:
siempre buscando a Dios en los depósitos vacíos.





CONMIGO VIENE LA LLUVIA

"Una serie de documentos muestra la relación de la escritora Christa Wolf con la policía de la antigua R.D.A."


Me llamo Christa Wolf.
Margarete si llueve o anochece.
Pero dondequiera que voy
conmigo viene la lluvia.
Salpica mis zapatos hechos a la medida de Margarete. 
Margarete salta por los jardines y azoteas.
Se pierde a veces en la inmensidad de una calle. 
La lluvia salpica su vestido.
Pregonara de la Stasi
alquiló un cuerpo,
un impermeable
y una nube contra la sequía.
Agorera de las cuatro estaciones
pidió también una pala
y un perro prestados
para morder o enterrarse si fuera necesario. 
De vez en cuando escampa.
Entonces Margarete se sorprende 
y cruza la avenida 
con un libro bajo el brazo 
que tenga en la solapa su verdadero nombre. 
(Todos los libros llevan su nombre en la solapa) 
Y no piensa en la geometría 
con que una gota cae 
si en el asfalto no queda ni una huella. 
Los amigos vendrán qué tal la lluvia Christa. 
Ella colgará su impermeable, 
su sombrilla mojada
y los invitará a pasar luego con su mejor sonrisa.





SEÑALES

 Los oceanógrafos descubren que las aguas están muertas 
y yo me río sola.
Y yo me río sola con mi cabeza llena de barcos.
Del otro lado del muelle hay infinitas banderas esperándome 
infinitas ciudades infinitos puertos.
Tiro mi lengua- anzuelo y la abro como un mapa.
Conozco todos los idiomas. Aun puedo orientar a los peces. 
Pero los peces huyen.

Los oceanógrafos se ríen solos
y yo digo que están muertas las aguas.





LETANÍA DEL SUEÑO

De alguna guerra o enfermedad aberrante todos íbamos a morir.
Tarareando un himno cavando un túnel bajo tierra asfixiados.

Avancé en la fila por la parte de afuera.
Rayé la ventanilla con la esperanza de mostrar las uñas. 
- ¿Ha tenido usted lepra?

Anduve a medio vestir allá por los años 40/
tenía la boca pestilente/ y me perseguía mi 
madre con un cuchillo de mesa/ los misiles 
bombardeaban la calle/ yo acarreaba agua para 
quitarme la mugre/ y aparecer sonriendo en los 
diarios/ alguna vez me crucé con Ana Frank/ 
puedo jurar que lloraba/ y que pedía ayuda/ 
y yo qué podía a medio vestir/ si no había 
tiempo/ y en los ratos libres hacía de extra/ 
en una película de amor de los años 30/ y 
amaba al director/ y a la primera actriz/ y 
también lloraba/ y el día siguiente me veía 
siempre con telarañas en los ojos/.

No debería marcar esta ciudad en los mapas.
Ni en las esquinas sacudirme el polvo de los autos.
Todos íbamos a morir, no a pedalear por las mismas calles.
Con el mismo cansancio de quien nunca estuvo en otra parte.

Pedaleo/ con la certeza del desconocido que
a nadie debe/ pero esta ciudad al final me derrota/
ya había derrotado al deportista/ y al cartero/ 
y derrotó al amigo/ y al vecino que me descubrió 
un día/ y ahora pinta mis brazos/ abiertos a los cuatro 
vientos/ mi cuerpo bamboleándose/ atravesado por 
una vara/ con un cristo orinando en el centro/ y algunos 
pájaros encima/.

De alguna guerra o enfermedad aberrante todos íbamos a morir.
Afuera llueve.
Alguien raspa el cristal con la esperanza de mostrarme las uñas.


de Elogio de la sal (Santiago, Cuarto Propio, 1996)





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