jueves, 4 de septiembre de 2014

ULISES CÓRDOVA [13.175]


Ulises Córdova

(San Cristobal de las Casas, México   1970)
Psiquiatra de profesión, cursó el diplomado en literatura de la Escuela de Escritores del Espacio Cultural Jaime Sabines (Sogem, capítulo Chiapas). Dirigió la revista de literatura Puente entre Islas. Coautor del volumen colectivo Tiempo a contrapunto (UNAM/UNACH/Espacio Cultural Jaime Sabines, 1997). 

Autor de los libros de poesía Los abismos de la voz (1997), Tiro de gracia (Ediciones de El Animal, 2000), Dis fra-ces (Ediciones de El Animal, 2001), Espiral (Ediciones de El Animal, 2002) y La vuelta al mundo en 80 camas (Vitral Editores, 2010).  

Obtuvo el Premio Estatal de Poesía Rodulfo Figueroa 2003 con el libro Los invitados al festín de Tántalo (Coneculta-Chiapas, 2004). Becario del Fonca en el periodo 2005-2006.
Obtuvo el Premio Estatal de Poesía Rodulfo Figueroa 2003 con el libro Los invitados al festín de Tántalo (Coneculta-Chiapas, 2004). Becario del Fonca en el periodo 2005-2006.



Estética de la sangre indeleble

Tengo miedo de esas grandes palabras
que nos hacen tan desgraciados

James Joyce
Este poema va a salvar al mundo
—escribe
                     ¡pobre poeta!—
mientras todos los hombres
son el hombre que baja en la noche
al fondo del alma a remojar sus guerras
túnicas blancas manchadas de
sangre
           que no se cansará de hablar

El hombre esconde sus muertos bajo tierra
pero es la tierra quien habla
                                                   tarde o temprano
la inmola en piras
pero el fuego se dobla
                                        y lo delata
tira los muertos al río
y los huesos forman caligramas tristes
que los demonios de otros mundos
leen con profunda pena y cierto escalofrío

¡He aquí la Guerra!
el poeta ha traído la guerra y la ha encerrado
golpeado   aventado estos papeles
para que confiese
                           pero sólo sabe matar
y muda enloquecida y pestilente mira al hombre

Y el Hombre llora

Este poema va a salvar al mundo
—escribe el poeta—
y el hombre que son todos los hombres
en la belleza lava sus impuras manos

                                            pero siguen manchadas





C-4 Abdicación al principado

(Misiva del Príncipe de las Tinieblas a Satanás donde, de algún modo, explica que la razón verdadera por la cual abdica al Principado es una bruja hermosa.)

Yo, Evián, que te ofrendé en hierofanía,
almas caídas por mi yugo y lanza,
perfeccionando el gen de la venganza
y el del horror a tu alta epifanía.

Como una perra para la matanza
concebí y amamanté a la Guerra un día,
la entrené para el fin de la esperanza,
y ha superado nuestra fantasía.

Empero, hoy dejo el mal y sus tinieblas,
renuncio a toda magia, al don de nieblas:
no es por amor que abdico al Principado;

¡aclaro! ni me ha hecho Dios converso,
ni el bien me quita oficios de perverso:
demonio adentro, Ella es quien ha triunfado.





C-16 Diablo adentro

Qué demonios pues, de rojo y alas de este diablo, que arde
y late amor tan sucio y triste, y se levanta en llanto y seña
a solas, por las noches, casi mal y casi ogro, monstruo
destrozado en su canción de sombra, lumbre
atragantándose en silencio de dragón atormentado,
y lentísima luna de carga; derramado amor
que es agrio y fétido como el vómito
—para surf, buceo vil— de los borrachos,
vulgar, mezquino como la razón
donde se revuelcan los pretextos, los soldados. Y también los asesinos.

Qué demonios, que va rojo y bah alas de este diablo, palpitante
pobre diablo, cintilando miedos de astro tímido, escondido
entre líneas de este pecho tachonado con intentos y borrones
de ti, los garabatos de tu rostro en crepúsculo
drenado en las aurículas de este ángel caído y aleteante
en mí, rabioso, izquierdo como la revolución
entre costillas, pero enfurecido de sentirse
enfermo terminal mi amor que tose
                                              y a tientas camina, jorobado,
se acerca frankestein abriéndose de las suturas, este amor
que dispara adrenalina a la niña de tus ojos, huyendo como niña
por baños lúgubres y largos como esos bosques de los cuentos
de terror: amor de hotel otelo
y cena y cielo,
amor de celo, encelo y cama, pero amor, amor de(s)cierto.

Y diablo adentro,
                       enloquecido en el altar de la mitral
y el tálamo en demonio de rodillas recogiendo
las letras de tu nombre para armarse de tu voz
que reparar no puede las diabluras de este mal nacido,
ni sabe corregir estos latidos, presidiarios
en este corazón maldito como un ángel
al que miras como se mira al más repugnante
de los pederastas.

                      Qué demonios pues de feto vuelto loco
en el miocardio manicomio,
el de este amor que nace cada noche, amargo, como esos niños
que nacen inválidos y mueren,
mi amor deforme como la mola cancerígena, esperpento dando
un espectáculo circense, mi amor el peor de los engendros
imaginados sólo por la santa inquisición,
cómo pues, tendrá derecho —mi amor— a entrar con sus presencias
groseramente sucias a tu templo, con sus gotas negras
a manchar el blanco discurso de tu piel
y de tu historia, desenfocar la luz subliminal de tus ideas
y desordenar la transparencia de tus ratas.

Qué demonios de alas y de rojo en verbo impuro
que se atreve a ser en este amor que llega,
me viene del diablo más profundo,
del primate más antiguo y más salvaje, del peor de los infiernos
por todos tan temido, sacro amor y sin embargo ateo, dime,
cómo va a creer en dios si es diablo adentro el que lo aviva,
bestia en llamarada pero fuego malherido, incendio en epilepsia
pero fuego
                con un sueño en busca de tus manos
para despertar, sentir, enloquecer, del diablo adentro que lo agita,

qué ridículo este corazón que se afana en la limpieza,
de hábitat y encierro natural de su basura y desperdicios,
donde cree —pobre amor— que se hizo gente este veneno, mío;
pan este demonio, dentro;
qué demonios de ventrículo mal remendado
y remedado ventrílocuo que sangre oficia, y habla
desde un dolor que nunca da la cara
y no por pena,
sino por la pena de ser muy feliz y obscuro
como dios poeta; pero triste, sólo un pobre y triste diablo.





Circe

Cama 49


                        Más enemigo del amor y de la vida
                        es vuestro matrimonio (…)
                        Quédate Ulises: sé un cerdo.

                        Silvia Ugidos / España


Mi barca aprendió a relinchar.
La dejé pastando caracolas amarrada al tiempo,
mientras el tiempo crecía como un árbol de luz
que siente todo lo que pasa en este valle.

Ensillo mi barca dispuesto a un periplo en el bar.
La barra es dársena en la que sollozan de filosofía
los veleros, trajineras, algunos yates,
y hasta un carguero con las bodegas repletas
de cielo en polvo.

Mi barca relincha caracolas y medusas venenosas
que flotando se hacen nubes.
Pido al cantinero una Lágrima doble,
porque, como todo navegante,
me duele un amor en cada bar.
Y sin embargo, es éste el último dolor que me tomo solo.
Hoy tengo que marcharme a un lugar
lejano llamado María o Beatriz, Helena o Eloísa,
Penélope o Sofía:
                                   Mujer
en donde vive el mejor de todos
los que existo,
en donde hay grande extensiones de tierra cultivable,
minas de oro y plata, las mil expresiones del diamante
y un desfile interminable de preciosas piedras.
Pero donde también habita
el dios enfurecido que desea mi muerte,
las temibles quimeras,
los lestrigones que destrozarán mi barca,
y la hechicera, la hermosa hechicera

que tarde o temprano
va a convertir en cerdos
mis más caros y preciados sueños.

De La vuelta al mundo en 80 camas. Antología de poesía amorosa
(Vitral Editores, 2010)






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