martes, 23 de diciembre de 2014

ALEJANDRINA BENÍTEZ DE GAUTIER [14.292] Poeta de Puerto Rico


Alejandrina Benítez de Gautier

Alejandrina Benítez de Gautier (Mayagüez, Puerto Rico, 1819-1879) fue una poeta puertorriqueña.

Perdió a sus padres y se quedó a cargo de su tía, la poetisa María Bibiana Benítez. Se casó con Rodulfo Gautier el 12 de abril de 1848, en Caguas, Puerto Rico y tuvieron un hijo José Gautier Benítez, que fue un reputado poeta. Se mudó con su esposo a su granja en Caguas y se involucraron en el negocio del comercio de esclavos. En 1857, su esposo murió y la viuda se trasladó de nuevo a San Juan con su tía.

Colaboró con el Aguinaldo Puertorriqueño, publicación de 1843 de jóvenes literatos. Escribió un poema llamado La Patria del Genio dedicado a José Campeche, por el que le dieron 100 pesos en la «Sociedad Económica Amigos del País».

Murió en 1879 con 60 años.

Honores

Eponimina

Puerto Rico ha honrado su memoria dedicándole varias escuelas e incluso hay una en Brooklyn que ha recibido su nombre.

Obra

Sus obras más conocidas son:

Al Cable Submarino en Puerto Rico
A La Estatua de Colón en Cárdenas
A Cuba





A mis amigos

Consuelo de mis horas de amargura 
tú de mi soledad la compañera. 
Benigna estrella de la noche oscura 
que enlutó de mi vida la carrera, 
tú que lloras mi triste desventura 
y murmuras mi súplica postrera 
inspiradora fiel del alma mía 
¡hija del cielo, divinal poesía!

Desciende a mi rogar, tu excelsa lumbre 
radie en mi frente fúlgido destello 
y disipe la inmensa pesadumbre 
que a mi existir impone duro sello. 
No de la inercia en la fatal costumbre 
el sentimiento pierda de lo bello. 
Ven a inflamar mi yerta fantasía 
¡hija del cielo, divina] poesía!

Del numen de los grandes, venerado 
del que inspira a los grandes trovadores 
del numen de la patria idolatrado 
quiero tan sólo las fragantes flores 
que aún de la tumba en el reposo helado 
será la patria siempre mis amores 
como eres tú encanto y mi alegría 
¡hija del cielo, divinal poesía!

Vuelve a mis manos la amorosa lira 
en que lloré perdidas ilusiones 
hoy más que nunca el corazón me inspira 
y me deslumbra mágicas visiones. 
Oigo un sonoro acento que respira 
de atractivo sentir, bellas creaciones 
y aspira entusiasmada tu ambrosía 
¡hija del cielo, divinal poesía!

Cuánto tiempo pasó, que en cielo triste 
conté las horas de mi amarga vida 
tú mi refugio, mi consuelo fuiste 
y la llama creadora ya perdida 
en piélago de llanto me volviste 
por tu aliento sagrado fue encendida 
no ya cual antes, dulce y placentera 
más siempre para mí libre y sincera.

Libre, sí, que jamás el necio alarde 
de la lisonja se humilló a mi frente 
que torpe adula el que nació cobarde 
o tiene de riquezas sed ardiente. 
Mi alma entusiasta ante la gloria arde 
adora la virtud blanda y clemente 
y de amistad al fuego sacrosanto 
entona puro y delicioso canto.

Por eso al veros, blandas fantasías 
vuelven a reanimar mi pensamiento, 
pasan radiantes los serenos días 
si los anima vuestro grato acento 
y al escuchar las dulces armonías 
que encomendáis a la región del viento 
en simpático acento arrebatada 
uno mi voz a vuestra voz amada.

Ella os dice que siempre y por doquiera 
en invisible comunión reunidas 
almas que pertenecen a una misma esfera 
aunque estén por la suerte divididas 
se encontrarán al fin de su carrera 
unas triunfantes, otras desvalidas.






El cable submarino

Volvedme el arpa que en mejores días 
Corporizó mis gratas impresiones, 
y huyan por siempre pálidas, sombrías, 
de la inercia, fatídicas visiones.

¡Volvedme el arpa: y vuele el pensamiento 
tras la estela divina que lo encanta. 
Brote libre el sublime sentimiento 
que murmura en mi seno, canta, canta!

Jamás en los arcanos del destino 
vi tan bella, magnífica primeza: 
ya no eres Patria, ilota peregrino, 
tu vida intelectual desde hoy empieza.

Ondina de los mares de occidente, 
desplega el manto que bordó Pomona. 
Levanta al cielo tu virgínea frente, 
ciñe de palmas eternal corona.

Y saluda al progreso que en tu arena 
posó su egregia, su creadora planta, 
que de Morse el invento te encadena 
al siglo, que a los siglos adelanta.

Ya no eres tú la virgen solitaria 
de agreste monte en áspero recodo, 
eres de un porvenir depositaria, 
parte viviente de un inmenso todo.

Las ciencias y las artes en tu seno 
Ansían ya deponer rica simiente, 
el comercio y la industria campo ameno 
dar a tu ociosa juventud valiente.

Corre en pos de los triunfos generosos 
que conquista inmortal el pensamiento, 
no hay en el mundo timbres más gloriosos 
que los timbres insignes del talento.

Cubre del tiempo el polvo aborrecido 
de los héroes invictos la victoria, 
y no pasa los lindes del olvido 
del monarca mayor la humana gloria.

Pero aquellos que grandes consagraron 
a lo útil, a lo bello su existencia, 
el olvido y la muerte dominaron 
en alas de su excelsa inteligencia.

Aún sueña el alma en éxtasis divino 
ver ondear las banderas españolas, 
y contempla asombrada al Gran Marino 
que hizo surgir un mundo de olas.

Aún escucha anhelante mi deseo 
entre el rumor de muchedumbre aleve, 
cual repite impasible Galileo: 
“Es la tierra no más la que se mueve.”

Y miro al inmortal americano 
levantar a los cielos su cabeza 
y señalar al rayo con su mano 
oscura tumba a su fatal grandeza.

Y en transporte de amor y de entusiasmo 
sigo de Guttenberg el movimiento, 
que rompe para siempre el frío marasmo 
que la ignorancia impuso al pensamiento.

Y veo radiante cual luz febea 
vertiendo aroma, encanto y armonía, 
esos reyes divinos de la idea, 
los hijos del amor y la poesía.

Verdi, Mozart, y Calderón y el Tasso, 
de los siglos magníficas estrellas. 
vosotros no tendréis jamás ocaso, 
no borrará la muerte vuestras huellas.

Ni la vuestra, pintores inspirados, 
que atesoráis gigantes concepciones: 
no mueren los que fueron señalados 
para copiar de Dios bellas creaciones.

Y tú, Morse, que mundos encadenas 
con vínculos de amor y movimiento, 
que las leyes de Dios rápido llenas 
y agrandas el humano pensamiento:

¡tú vivirás en tanto que profundo 
circule el mar al universo entero: 
has grabado tu nombre en todo el mundo 
y eres entre los grandes el primero!






Buscando a Dios

Dó se oculta  ese Ser omnipotente
que rige de los mundos la armonía?
Le busca en todo con ardor mi mente;
Le busca en todo ansiosa el alma mía:

Le busca en el bramar de la tormenta;
del Océano en las olas encrespadas;
de la tarde en la luz amarillenta;
del torrente en las aguas desatadas:

Le busca al relucir un bello día;
de la luna en los rayos tembladores;
del viento en  la silvestre melodía;
y en el perfume de las puras flores:

Le busca entre las dudas horrorosas,
que agitan sin cesar mi pensamiento:
 ¡en mis noches de insomnio dolorosas
le llamo con profundo desaliento!

Lloré y gemí: mi voz enronquecida
en los ecos del templo resonaba;
¡ pero el Autor eterno de la vida
Sola conmigo misma me dejaba!

Recorrí  delirante las llanuras;
a la cumbre, subí de alta montaña; 
y allí, imploré al Señor de las alturas:
al que consuela siempre y nunca engaña.

¡Sólo vi el huracán!, raudo,  iracundo,
bajar el rayo en giros turbulentos;
en sus ejes temblar medrosa el mundo
y en combate infernal los elementos.

Perdióse  el cielo entre la bruma oscura
que encapotaba al tenebroso día;
llegó la negra noche y su pavura
dobló del huracán la furia impía.

Y, de ese caos en el horror sublime,
medité,  con el ánimo sereno,
cuando parece que la tierra gime
al retumbar lejano el sordo trueno.

Y fresca, sonrosada y apacible
cual doncella de puro pensamiento,
salió la Aurora, y me encontró impasible
como estuve impasible al recio viento:

Que era más fuerte el delirar insano,
que atormentaba el pensamiento mío;
¡del alma, que a su Dios buscaba en vano,
más profundo y cruel el desvarió!

Si te imploré, Señor, a cada instante;
si no negué piedad al mal ajeno:
si en perdonar agravios fuí constante,
¿por qué en mi cáliz encontré veneno?

¿Por qué falto el encanto de mi vida?
¿Por qué en tinieblas densas me dejaste?
¿Por qué tan crudamente he sido herida?
¡Por qué, por qué, mi Dios, me abandonaste!

Cuando tu Sol se eleva en el oriente;
cuando toca al cenit su carro de oro;
cuando en el mar esconde se alma frente,
en soledad profunda triste lloro;

naturaleza ofrece a mi mirada
de su libro inmortal las bellas hojas;
con su grandeza mido, exasperada,
de mi dolor las míseras congojas;

comparo de ese mar la inmensa fuerza;
de eso mundos el mágico concierto
y de esos astros la eternal belleza
con este corazón mustio y desierto:

Y te imploro, Señor, en mi demencia,
¡por qué mi fe se pierde en un abismo,
al contemplar tan pobre la existencia
del Ser que hiciste a imagen  de ti mismo!

Descienda sobre mí tu sacro aliento;
sienta que existe el Dios a quien adoro:
Ven y rige mi propio pensamiento;
ven y recibe mi angustioso lloro.

Este amargo y continuo pensamiento
va secando las fuentes de mi vida:
¡El que no tiene paz, ni halla contento,
es planta por los vientos combatida!

Sólo que puede ampararla el Infinito;
El que es de amor eterno manantial;
¡Dios de bondad, escucha  Tú mi grito,
Ábreme ya tu seno paternal!

Ya te siento venir… rasgóse el velo,
que puso  a mi razón hado enemigo…
Ya te siento venir… se abrió tu cielo:
¡Señor del universo, te bendigo!







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