viernes, 27 de junio de 2014

BERNARDO CRUZ ADLER [12.069]


Bernardo Cruz Adler 

(Seudónimo de Benjamín Astudillo, Presbítero)

(Putaendo, CHILE  1904 – Valparaíso, 1957).  Sacerdote, profesor, historiador y escritor. Estudió en el Instituto Prat de San Felipe. En 1917 ingresó al Seminario Conciliar de Santiago. Fundó una imprenta en el Instituto Adbón Cifuentes de San Felipe donde era profesor.
Crítico literario, obtuvo el Premio Municipal de Santiago con su ensayo “Veinte poetas chilenos”. Se educó en el Instituto Arturo Prat, actual Instituto Abdón Cifuentes de San Felipe. En 1917 ingresó al Seminario Conciliar de los SS. Ángeles Custodios de Santiago, donde cursó desde 1° de Humanidades hasta 4° año de Teología en 1926, siendo un alumno destacado. El 25 de diciembre de 1926, en la Iglesia parroquial de Putaendo, se le confirió el Sacerdocio y celebró su primera misa. Fue un maestro ejemplar, educador de vocación.
Cultivó la poesía, el cuento, la novela, el ensayo, la crónica, el teatro y la difícil técnica de historiar.

Publicó las siguientes obras:

Nicodemo. 1940.
La Samaritana. 1941.
Nuestro idioma. 1944.
Trigo de rulo, novela semiautográfica, 1944.
Alma y forma. 1945.
El incienso y su sombra, versos. 1947.
Elegías blancas, versos. 1948
Veinte poetas chilenos, ensayo. 2 Vol. 1948
San Felipe de Aconcagua. 1950, 2 Vol. Segunda Edición 1996
Cántaro, poesía. 1955.



El incienso y su sombra
Autor: Bernardo Cruz
San Felipe, Chile: Impr. San Felipe, 1947


CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1948-01-25. AUTOR: MISAEL CORREA PASTENE
Este pequeño volumen (112 páginas), ha sido impreso en la Imprenta y Editorial San Felipe, en la ciudad de este nombre. Y bien impreso.

Contiene “poemas del Evangelio”.

El autor es de profesión eclesiástica; de afición poeta. Ha publicado varios libros, unos de escolios bíblicos y otros de expurgos literarios. De los primeros son “Nicodemo” (1940) y “La Samaritana” (1941); de lo segundo “Nuestro Idioma” (1944), “Alma y Forma” (1945) y tiene en prensa “Emaús”. Y estas poesías, el “Incienso y su Sombra”.

Antes he dado cuenta de “Alma y forma”, que es un agudo y comprensivo estudio de la idea poética y su expresión, a través de poetas modernos. Es un magnífico guía para estudiantes aficionados a las letras.

El “Incienso y su sombra” se compone como lo expresa el subtítulo “poemas del Evangelio” [sic].

La modestia y claridad de juicio del Sr. Cruz le llevan a reconocer una verdad, que no es absoluta. “Pretendía, dice en el prólogo, en el “Incienso y su sombra”, vestir lo que perdura con la sensibilidad viva, que es una rosa en fuga. Son versos efímeros. Lo sé de antemano”.

Casi siempre los versos son efímeros. Lo son los que sutilizan la impresión o el concepto; pasan por nuestros labios cerrados y nuestra imaginación abierta como una nubecilla que el viento empuja: dan una imagen, un panorama que va desvaneciéndose como luz de atardecer; dejan una impresión fugitiva como ella, una melancolía dulce o una imagen evanescente, que flota y ciega, si se mira al sol.

Pero hay versos que quedan en el recuerdo; son los que aciertan a expresar una realidad que los lectores entrevemos, un rasgo de ella que la caracteriza o pinta, con viveza, de hecho macizo o de experiencia universal, como un refrán, cifra y compendio de la sabiduría del mundo.

El Sr. Cruz es poeta, un magnífico poeta. Se abre como una granada y muestra su alma inflamada, pletórica de sangre vital; pero su imaginación es sutil y tan comprensiva que junta aspectos de cosas disímiles que tienen un nexo íntimo como toda la creación. Y aquí encuentro yo, además de su calidad de poeta, su sello de originalidad.

Pero, distingamos. Los poetas llamados modernistas (calificación genérica) hacen algo semejante, pero [hay] mucho fuera del cerco de la calidad palpable; usan lo que llamaría una poesía cósmica, si por ello entendemos un inextricable enredijo de elementos en camino de depuración, mixtión y apaciguamiento en formas definidas. Esta final palingenesia de la materia no ha llegado aún para ellos. Sancho Panzas sutiles y escurridizos pescan alguna presa en el caldo en ebullición y, ¡creen haber disfrutado por entero de las bodas de Camacho!

El Sr. Cruz no llega a este caos en fusión. Se contenta –y ahí su buen gusto disciplinado- con esas semejanzas perceptibles a ojos limpios y comprensivos.

Cuando, por ejemplo, explica a lo poeta el porqué de sus poemas, en la necesidad que siente de adorar a Dios con:



“Adoración de cuellos inclinados de cisnes,
incienso azul del agua en dulces espirales.
Incienso azul le digo porque mi alma absorbe,
por sus labios de brasa y en desvelado anhelo
la inmensa nebulosa, ese incienso del orbe,
que nunca acaba de deshilarse en el cielo”.



Y todos notamos la semejanza del cuello arqueado del cisne con la espiral del incienso que sube y la vaguedad de la Vía Láctea, como de nube de incienso en la altura y vastedad de la nave del templo.

He aquí otra fusión de aspectos perceptibles al lector: habla del milagro de Jesús al dar vista a un ciego.



“¡Cómo iba en ella entrando el universo
desde el camino a la dorada cima!
¡Cómo ardía de sol el panorama
en concierto de humos y de lomas:
allí el verde palmar, allí paloma
balanceando su amor el una rama!”



Ese “concierto de humos y de lomas” sin duda lo percibió el antes ciego, ahora vidente.

Cito al abrir páginas al azar. En la 55, por ejemplo, cuenta el milagro de la niña endemoniada que profiere inconsciente, blasfemias y obscenidades. Cuando Jesús dice a la madre atribulada y pedigüeña “hágase como lo deseas”, la enferma se recupera.



“Y después… en su frente un mirlo canta,
un aire de violetas la circunda
y el milagro la mece en sus rodillas”.



Nunca he oído cantar al mirlo, pero creo a quienes dicen que lo hace armoniosamente; y es sin duda armonioso como ese canto el aspecto de una frente bajo la cual bullen hermosos y limpios pensamientos.

Los poemas del Sr. Cruz son un canto en azul, si el color conjuga con el sonido. Él ve el azul del cielo, el azul del río, el de la nube, aun el de la azulenca podre de los ojos de un leproso. Le impresiona el rubio de los trigales, de los camellos taciturnos; el blanco del nardo, el verde de los campos; en suma, los colores vivos; y si quiere dar la sensación de oscuridad y luto, nos habla de ventanas cerradas. El hijo pródigo en su mocedad hogareña, tiene “pupilas de ventanas”; y la palabra de Jesús es “como sol bienamado que sonríe en la ventanita de un enfermo”.

Es el amor a la naturaleza y la delectación de su hermosura; el amor a la luz y sus irisaciones. E imagina los campos de Judea, sus higueras, sus trigales, sus sicomoros, sus lomajes vestidos de verde. Es el cantor de milagro bajo la luz.

Un poeta de verdad. Su gran conocimiento de la literatura clásica ha formado su gusto sin darle la herrumbre del tiempo, siente modernamente, como de medio, pero sin romper sus ligámenes con la tradición clásica que más que claridad de dicción es claridad de mentes.




Elegías blancas
Autor: Bernardo Cruz
San Felipe, Chile: Impr. San Felipe, 1948

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1948-06-20. AUTOR: ALONE
Conocíamos libros de versos fúnebres a la memoria de la amada muerta; también algunos, menos, a la madre; por primera vez nos llega uno dedicado al recuerdo de una hermana.

El señor Cruz, que perdió a la suya hace diez años, le consagra este libro con un epígrafe de Villaespesa:



“En tierra lejana
tengo yo una hermana…”



Y evoca a todas horas, en todo sitio, su figura. Especialmente, ante el mar:



“Cuando te hablo del mar, 
se me humedece
el corazón. La arena
suaviza mi palabra
con espumas de seda. 
Cuando te hablo del mar
la boca se me llena
de soledad sonora
de lavazas y leguas”.



La libertad de metáforas, mejor dicho, el libertinaje, el desenfreno metafórico de la poesía vanguardista contagia aun a poetas que, como el señor Cruz, no parecían expuestos a la pandemia. Y les lleva a crear imágenes tan raras, por no decir otra cosa, como esa lavaza bucal, eco tal vez de la espuma, que está bien en la playa, pero no entre los labios ni entre los dientes, donde sugiere algo diverso. Igual ocurre en “Otra vez junto al mar”, “Mar de ausencia”, “Río y jardín al mar”, “Insistencia en el mar”, etc. La delicadeza de sensibilidad que en muchos aspectos manifiesta el autor deberían librarlo de algunas caídas demasiado frecuentes.




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