lunes, 4 de marzo de 2013

GASTÓN GORI [9334]




Gastón Gori (Esperanza, 17 de noviembre de 1915 - Santa Fe, 17 de noviembre de 2004) fue un escritor argentino.

Nació bajo el nombre de Pedro Marangoni en la ciudad de Esperanza, provincia de Santa Fe. Estudió derecho y comenzó a ejercer como abogado, pero luego se dedicó activamente a la literatura. En sus ensayos estudió en detalle la problemática de la inmigración, y especialmente en La Forestal sobre la explotación maderera en los obrajes.

Obra

Anatole France - ensayo (1940)
Sobre la tierra ensangrentada - ensayo (1941)
Mientras llega la aurora - poemas (1942)
Vidas sin rumbo - cuentos (1943)
Y además era pecoso - cuentos (1945)
Se rinden los nardos - poemas (1946)
Intermezzo de las rosas - ensayo (1946)
Colonización suiza en argentina - ensayo histórico (1947)
El indio, el criollo y el gringo - estudios etnográficos (1947)
Colonización, estudio histórico y social - cuentos (1948)
El camino de las nutrias - cuentos (1949)
Ha pasado la nostalgia - ensayos (1950)
Vagos y mal entretenidos - ensayo (1951)
La pampa sin gaucho - ensayo (1952)
Familias colonizadoras de san carlos - historia (1954)
La muerte de antonini - novela (1956)
El pan nuestro - ensayo (1958)
El desierto tiene dueño (1958)
Anibal Ponce - ensayo (1958)
Diario del colonizador Enrique Vollenweider - (1958)
Eduardo Wilde - ensayo (1962)
Inmigración y colonización en Argentina - ensayo (1964)
La Forestal, tragedia del quebracho colorado - ensayo (1965)
Esperanza, madre de colonias - ensayo (1969)
La narrativa en la región del Litoral - ensayo (1971)
La tierra ajena, drama de la juventud agraria - ensayo (1972)
Familias fundadoras de la colonia Esperanza - (1973)
Poemas en la tormenta (1975)
Palabras de refutación gozosa - relatos (1976)
Nicanor y las aguas furiosas - relatos (1976)
Pase señor fantasma - cuentos (1976)

Entre sus numerosas obras se encuentran bellos poemas:  "Bajo el naranjo" (1940), "Mientras llega la aurora" (1942), "Se rinden los nardos" (1946), "Poemas en la tormenta" (1975), "Palabras de refutación gozosa" (1976), "Canto a la ciudad" (1981), "Búsqueda de la alegría" (1986) y "Poemas de nacer y de vivir" (1995). Estas dos últimas obras también compiladas bajo el titulo "Una vez la poesía" (2000).




Volví un día
con muchos años
y más recuerdos
por el camino largo
que va a mi pueblo.

¡Mi espalda encorvada,
enjuto mi cuerpo,
arrugada la piel,
duros los miembros!...
¡Nunca me he visto
 tan cansado y tan viejo!...
A pasos lentos,
seguía la huella
del camino polvoriento.

 Detuve un instante
mis pies cansados
en mitad de la senda
que mudó el tiempo.

¿Qué busco, me dije,
en mi afán de regreso?...

 ¿Acaso el anhelo
que falta a mi vida
para seguir viviendo?...
¿Acaso un amigo,
acaso la novia
que dejé sonriendo?...
 ¿Acaso el rincón triste
de mi pueblo 
donde mis padres
nacieron?...

 ¿Acaso la sombra
del duraznero
donde jugaban
mis compañeros?...

 Nublados mis ojos
temblándome el pecho,
¡qué busco, dije,
 si nada quiero!...







Carta de Gastón Gori a Carlos Carlino:

Santa Fe, 1 de octubre de 1969

Querido Carlos:

Releí tu libro
“Abril se inclina hacia el oeste”;
tu libro triste, enfermo de la peste
que enferma al siglo;
enfermo de cemento, contaduría y ludibrio;
pleno de nostalgia por la vida y por la muerte.
¡Hermoso como un lirio!

En la calle, soldados con fusiles y cañones
Inauguran un octubre de rencores.
Releí tu libro.
Un sol de primavera dora de luz a la ciudad,
se endulza el viento en el junquillo;
en la casilla duerme el perro
cabalgadura de mis hijos.

No sé si el hombre es algo horrible
o triste o víctima de error divino,
cuando tiene el pan y le sobra oro y vino.

Un octubre proletario de amargura,
Silencia el grito, arría la bandera pura.

Releí tu libro
de lágrima iluminada, apenas en los ojos;
de mirada hacia atrás en el tiempo
de vacas, trigales, dulces hinojos,
y de sangre querida;
de amada gente que vinieron por ellos y por otros,
por el cereal, por la oveja y por el potro.
El ensueño de dinero
se hizo libro de amor y versos en nosotros...

En la estación ferroviaria muere el sueño de distancias;
el ojo del soldado, vigila muertes en las balas.

Releí tu libro
sin actas de acusación precisas, necesarias
-Hermoso como un lirio que
dice, sin embargo, al filo de una muerte
con canto y sin olvido,
lo que ha de vivir para siempre:
cosas de amor, y fundamentos del hastío.

En las calles, no está muerta la luz de Mañana;
lo que es imposible que maten las balas.

Releí tu libro.
Comprendí que mi propia tristeza, no conocida,
puede ser la tuya, pasada en limpio,
hecha versos de entrañable ritmo.
Pero también, sentí la fuerza inmortal de los gringos,
la potencia rediviva del trabajo
robado en la vaca, y en la parva del trigo;
sentí esperanzas heroicas, el grito de Alcorta,
y el lagrimal vacío...

Un octubre de cascos vergonzosos
-los soldados no nos miran- es octubre en la patria mía.

Releí tu libro.
Te abrazo como hombre, te espero, como amigo,
en la esquina de campos y talleres
donde esperan obreros y campesinos.






LA ROSA BLANCA

He visto morir una rosa blanca;
caía
pétalo a pétalo como lágrimas;
la miraba irse en blancura
y recordaba
gota a gota de agua
sollozada.
¿Porqué?, pregunto ingenuamente
morirán las rosas?

¡Tan inocentes
y hermosas!

Miré cómo el viento
la destrozaba;
moría en el aire
en aire, la rosa blanca.

Dije: -Ayer nacida
y perfumada
hoy pétalo a pétalo
se deshoja en la muerte.
Sólo yo la miraba.

Oh, rosa inmaculada
esparcida muerta en la tierra,
blanca rosa del alma,
eras toda armonía
esplendorosa y vivías...

Pétalo a pétalo caías,
el viento los llevaba,
el triste viento
de la mañana.
Eso he visto.
Como hombre antiguo
yo su suspiraba.
La rosa era blanca.






Volví a la morera de mi infancia,
en mi pueblo viejo,
donde manantial de ranas
en el tiempo pasado
me parecía un mundo que cantaba







No tengo derecho de estar cansado,
ni de sentirme enfermo;
no soy dueño de morir
en un mundo viejo.







Amo el aire.  El aire no tiene dueño.
Limpio de especulación.
Lo respira el joven y el viejo,
la novia y el viudo: lo respira el hombre.
¡Nadie posee un latifundio de aire!
Amo el aire que es del hombre que lo respira,
de la flor abierta en su cubertura trasparente,
de la inocencia del niño,
inaugurador, a su vez, del mundo.






Diez peones a sueldo en la industria nueva
manejarán el estiércol.
Abonos harán calderas
para tierras de cultivos viejos.
¡Piedra libre a dólares
color verde podrido!

Un millón de kilos
tragarán las bocas calentadas.
Un millón de kilos de estiércol elaborado
para los pobres campos de hortelanos.
Todo eso es muy industrial;
pero bello, nada bello.

Vosotros mirad lo que vive y crece
hacia el aire puro,
mirad lo que florece.
Habrá sobre la tierra libre,
amor.

El extranjero y su dinero
no vivirán en la flor.









Señor gerente general:
¿qué sabe usted de la mariposa?
¿Qué sabe del río y la sombra armoniosa,
sutil del sauce, llorando sobre el agua?
¡Un cero en poesía señor gerente general
graduado en tanto por ciento mensual!
¿Qué sabe usted de la nube nacarada
del cielo sonrosado, y de regalar imágenes
a novia enamorada?
¿Vio al zorzal peleando a un toro
de oro?
¿Vio sonreír la flor
por amor?
¿Oyó llorar a la paloma
de dolor?
Venga señor gerente general:
¿Oyó hablar de la música sin pentágono
y de violines en el viento?
Límpiese el alma del dinero
de sus amos,
líbrese de la tontería de ser gerente general.
¡Un cero en poesía
un uno en vida hermosa
y el repudio del clavel
y los desaires de una rosa...
Deme la mano, señor, para otra cosa,
sin rencor.
Pero no me diga, por su mal,
que es gerente general
de la Unait Esteit Chemical: que es gerente, ¡y general!
de la ‘Argentine an Unait Esteit Chemical’...







¿Recuerdas aquel poema con azahares
cantando tu hermosura?
Hoy otra vez está cubierto
de sus salpicaduras...

Y en la noche, estrellada en primavera,
como entonces perfuman
los naranjos, y cae lluvia lenta
de flores y ternura.

Y todo es bello y suave como antaño:
mi amor que se inaugura
cada día creciendo a mi costado;
tu amor y tu dulzura.

En el aire el aroma renovado;
y estrellas en la altura:
y en mi fiel corazón ha florecido
tu nombre, y hasta el viento lo susurra.







                I

Siento a mi lado
al que no veo,
y ni sé su nombre;
lo siento cada día de ventura
y en las horas comunes para todos
de tragedia o pesares.

El mundo que camino
no es mío solamente
y siento al que trabaja
y que son mis hermanos los que sueñan.

No sé de soledad
de pequeños buscadores de honores
que abundan en dinero;
de ministros mediocres.    

Y amo la soledad
con ensueños que fluyen,
levantados de amor
vasto y universal.
Porque ardiente vivo
las miserias de todos,
de todos la hermosura,
quiero mi soledad
rica, diamante y flor.

¿Ves cuántos son los nuestros
de rosas combatientes,
cuánto esperan de luz?

Espero lo que muchos
están esperando,
y veo la columna
de los esperanzados
que marchan juntos
y vienen desde lejos.

Amo esta soledad en multitud,
en ella se refugia
corazón lastimado
con lastimaduras que otros sufrieron.

Si todos vivieran mi soledad
nadie se sentiría
cansado y solo.



                II.

No viene a mí la gente
buscadora de halagos;
sólo gente humilde
abre mi puerta y entra
como en su propia casa.

Son hombres campesinos,
-un pollo bajo el brazo-
son algunos humildes
sin dinero;
jóvenes estudiantes
-vacilan al hablar-
que no saben a veces
lo que quieren de mí,
ni cuánto los amo
pero saben del mundo
y de la libertad.

¿Me verían triunfar,
sin gritarme con rabia,
por la mano tendida
del terrateniente,
por la complicidad del opresor
que aborrezco?

Porque tendría vergüenza
de enriquecerme
con el sudor y el hambre
del que trabaja,
con el dolor del enfermo
o su muerte,
porque a nadie disputo
el pan,
y nadie me lo da gratuitamente,
no estoy solo.




                III.

Se sienta a mi lado
confiadamente blanco
una anciana,
un obrero, un cazador.
Porque nadie codicia algo de mí
no estoy solo.

Porque amo la soledad
fecunda y en silencio,
no hay ruidos de copas
en mi mesa,
ni risas celebratorias;
porque el ministro, amigo
de la infancia
pasa a mi lado sin verme,
no estoy solo.

Nada es fácil para mí,
tengo noches sin sueño
y días sin descanso.
Noches en el misterio
del vivir, y días viviendo
por mis ensueños.

Días de amor por la Patria
y de fe en su destino,
días de amor por países
donde el pueblo defiende
con sangre su libertad.

Si todos vivieran mi soledad,
nadie estaría solo.



                IV.

Pierdo la amistad querida
del poeta nuevo,
de la mujer escritora
que sueñan con el triunfo
de sus libros;
soy jurado estricto
que envejece en la justicia.

Pero no estoy solo,
están conmigo los que aman
la verdad aunque duela,
los que saber postergarse
en la flor de su vida
y maduran lentamente
en la vigilia;
los que saben cuánto cuesta
al corazón llegar a la belleza,
cuánto cree, cuánto duda
el hombre que ha escrito:
Este es el aire, el mar,
este es el fuego, la tierra
que nos originan.


                V.

Ve con los que están solos;
será el mundo
tránsito maravilloso.

Y en el día esclarecido
de la libertad humana
que llegará,
sabrás cuánto padecieron
por los otros.
Quizás entonces sepas
que vivieron solos.

Quizás ahora sepas
que nadie muere solo.


Por la dicha del hombre
amo la soledad
y no estoy solo.






Patria adentro


Aquí estoy, con dos campesinos.
Levanto mi frente al aire y nombro:
Pedroni y Carlino.


Uno, Pedroni, viene del fondo y memoria,
el otro, maduro como el trigo
en noviembre,
es presente argentino
caminando en asfalto porteño.
-¡Párece usted, señor, y mírelo!

Aquí estoy, con dos campesinos.
Uno cantó la epopeya
del barco, del mar, del amor y el olvido;
este es Pedroni,
el que una vez dijo
a hombre con metralleta y uniforme:
-que además era vecino de Esperanza-
-Tu arma es un peligro,
aquí todos somos mansos
se puede escapar un tiro...


El otro es Carlos Carlino,
una racha milagrosa
de inteligencia y lirismo,
un fruto amargo y dulce
a la vez, -desilusión y optimismo-
un fondo ardiente de rosa
y azul angustia de lino.
-¡Párate, hombre de la patria,
párate y míralo!

Aquí estoy con dos campesinos.

De uno tengo la imagen
desde que se ha ido,
junto al mar.

El otro está conmigo,
aquí, con su carta,
con su libro,
con su poema a Santos Vega,
con su vocación de Esquilo.

Siento pena por mi patria
-en su tiempo de olvido-
y recupero el tesón, la fuerza de los vivido,
y de lo que viviremos,
mientras recuerdo dos campesinos,
uno lejano
-que se ha ido-
otro floreciendo sus rosas:
Pedroni, Carlino. 







Canto de alegría

¡Viva! ¡Viva la inmensa mar del hombre
sobre el planeta, ocupándolo todo!
Ni una lágrima caiga
por los bosques abatidos;
ni una sola por todos los peces
en las redes.
¡Viva el hombre en el mundo,
dueño poderoso
del aire, de la tierra, del mar!

Si una rosa se abre en la noche,
está en su pulimento
el hombre y su pensamiento.

¡Viva el hombre que rompe los campos,
arranca, destroza, destruye, parte y siembra!
Nadie suspire por la heredad salvaje perdida;
cante y grite de alegría
por su nueva faz imaginada
y construida!



Disfrute el hombre jocoso
sus pocos miles de años en su habitación celeste
derivando en el espacio;
breve es el tiempo
de la luz,
infinita la sombra del universo.

Destruya, construya y goce
¡y viva el hombre sobre la Tierra!

2 comentarios:

  1. Gracias!!

    No encontré un sitio en la red tan lleno de poesía, de nuestro amado Gastón Gori, como este.

    Saludos,
    desde Santa Fe, Argentina.
    Carol

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  2. Carol, gracias por tus palabras
    un abrazo

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