miércoles, 20 de marzo de 2013

JOSÉ LÓPEZ SILVA [9496]



José López Silva
José López Silva (Madrid, 1861 - Buenos Aires, 1925), dramaturgo español.

De formación autodidacta, estudió con los escolapios de San Fernando, en pleno barrio madrileño de Lavapiés, del que extrajo material abundante para el género en el que se especializó: la zarzuela chica. se dio a conocer en las páginas de Madrid Cómico, y escribió algunos poemarios de carácter popular y costumbrista, como Chulaperías (1898), De rompe y rasga (1898) y La musa del arroyo (1911), labor en que recibió el respaldo de Vicente Blasco Ibáñez. Empezó a colaborar con Carlos Fernández-Shaw en 1896 con Las bravías, adaptación de La fierecilla domada de Shakespeare, y al año siguiente repetían colaboración con una obra de ambientación más castiza, La revoltosa, estrenada en el Teatro Apolo con un éxito clamoroso. La partitura corrió a cargo de Ruperto Chapí y fueron principales intérpretes Isabel Bru y Emilio Mesejo en los papeles de Mari Pepa y Felipe. En la composición de este genial sainete se han detectado huellas varias del teatro clásico español y dieciochesco, en especial de Agustín Moreto, así como de La verbena de la Paloma.
López Silva y Fernández Shaw mantuvieron su colaboración en piezas posteriores como La chavala (1898), Los buenos mozos (1899), y El alma del pueblo (1905). López Silva colaboró, además, con José Jackson Veyán, Sinesio Delgado, Julio Pellicer y Carlos Arniches. Con este último escribió, entre otros sainetes y revistas, Los descamisados (1893), El coche correo (1896) y El amo de la calle (1910). A partir de 1915, en que el género chico empezó a decaer en el gusto del público, López Silva se convirtió en empresario teatral y llegó a realizar varias giras por países de Hispanoamérica como Argentina, donde le sorprendió la muerte.




Sátira
                                                     
                                A todos y a ninguno
mis advertencias tocan...
Madrid, Febrero, diez. Querido Pepe:
Desde la hermosa vega de Granada,
donde tranquilo y venturoso vives
alejado del mundo y de sus farsas;
desde ese rinconcito delicioso
que el Darro y el Genil miman y bañan;
¿qué hay -me preguntas- del Madrid querido
que nuestros sueños juveniles guarda?
¡De ese pueblo sin par, todo nobleza!
¡De esa hermosa Babel, rica y simpática,
emporio del valor y la hidalguía
y cuna del ingenio y de la gracia!
¡Madrid!... ¡Ay, Pepe amigo, de qué modo
se muda con la ausencia y con las canas,
y qué bien se discurre desde lejos
y la propia ventura cómo engaña!...
Al recuerdo de goces inefables,
tristemente me dices en tu carta:
¡Dichoso tú que en los Madriles vives!
¡Dichoso tú que con gañanes tratas,
y no ves superhombres a la vela
de sexo amorfo y de cabeza vana!
¡Dichoso tú, que ajeno a las miserias
de una generación enclenque y sádica,
das en ese rincón paradisiaco
salud al cuerpo y regocijo al alma!
Ya no es este el Madrid cuyo recuerdo
de tu memoria en lo profundo guardas;
es un poblacho histérico y podrido,
reflejo fiel de nuestra pobre España;
vivero de Alfaraches y Manguelas,
plantel de entretenidas y de randas,
feria de apostasías y cohechos,
corte del organillo y la navaja,
donde hay por cada gallo cien capones,
por cada par de acero treinta vainas
y por cada Quijote veinte Sanchos,
que truecan el discurso por la panza.
Donde vuelves la vista sólo encuentras
vanidad, osadía o ignorancia,
literatos que escriben con ganzúa,
Aristarcos suspensos en Gramática,
doncelletes de tente mientras cobro,
gobernantes de cirio y de sotana
y necios que al influjo de este ambiente
de ruindad, de miseria y de farándula,
por lucir un cintajo en la levita,
juegan con el honor a la rebata.
¡Sí, noble amigo, ya ni sombra queda
del famoso Madrid con que soñaras!
¡Ya todo se ha cambiado, y tan deprisa
corre a su fin nuestra gloriosa raza,
que mientras Marte postergado duerme
por sus respetos Afrodita acampa!
...........................................................
De sobra sé que mi franqueza ruda
de justo enojo encenderá tu cara,
pero, aun a pique de causarte daño,
ya dispuesto a decir las cosas claras,
no he de callar, por más que con el dedo
silencio impongas a mi pluma osada.
¡Yo diré la verdad, pese a quien pese!
¡Yo diré la verdad, caiga el que caiga,
que la verdad la decretó el de Arriba
y a mí me gusta hacer lo que Dios manda!
¿Pues qué -preguntarás- tan fácilmente
de un pueblo grande se perdió la savia?
¿Qué fue de su vigor? ¿Dónde se oculta
la indómita fiereza castellana?
¿Dónde están los varones esforzados,
de pechos fuertes y de sangre hidalga,
que al conjuro del santo patriotismo
dieron a su nación riqueza y fama?
¿Se acabó en este suelo la vergüenza?
¿Ya de nuestro poder no queda nada?
¿Es que ya se ha perdido para siempre
la idea del honor en nuestra casta?
¡No, pobre viejo, no! Fuera injusticia
culpar a todos de las mismas faltas,
que aunque perdió su brillo de otros tiempos
aún no se ha puesto el sol en nuestra España,
¡Mas cambiaron las cosas de tal suerte
y han sufrido los hombres tal mudanza,
que en Oscar Wilde se trocó Tenorio
y ya es Gomorra lo que fue Numancia!
Los que antes combatían ahora rezan;
lo que era sangre ayer es hoy horchata;
hombrea la mujer y el hombre toma
sus andares, sus modas y sus gracias;
aquellos que de noche y sin testigos
dirimían sus cuentas a estocadas,
ahora, llevando a prevención el médico,
a punta de asador la piel se arañan;
heredó el antipático automóvil
al potro cordobés de sangre brava,
y se trocó en estómago el cerebro,
y el reluciente arnés en corsé-faja;
al gallardo torneo siguió el polo;
al duro acero sucedió la alpaca,
y las fuertes cabezas que otros días
soportaron el yelmo y la celada,
neuróticas hogaño se doblegan
al peso ruin del canotier de paja.
Tras un pendón glorioso nuestros padres
se dejaron hacienda, vida y alma,
y hoy, tras otros pendones bien distintos
nuestra salud y nuestro honor se arrastran.
Honestas las mujeres de otros tiempos,
sus divinos encantos ocultaban,
y a la simple sospecha de lo oculto
el sexo del varón se despertaba;
hoy lucen orgullosas por la calle
redondeces y curvas soberanas,
¡y triunfa la virtud y duerme el sexo!,
¡gime el amor y la vergüenza clama!...
...........................................................
¿Quién busca ya valor en este pueblo
del ¡pasa, pollo!, y del ¡detente, bala!,
si hoy los hombres de empuje se congregan
pidiendo guerra en actitud que espanta,
y al toque de atención de un cornetilla
pierden lo que hay debajo de la espalda?
¿Cómo pedir cultura, si al que intenta
flotar sobre el nivel de la morralla
el rencor y la envidia le agarrotan
y tiran de él hasta romperle el alma?
¿Quién habla de adelanto en esta tierra
de nenúfares, glaucos y beatas,
si se compran los libros por adarmes
y se vende el coldcrem por toneladas?
Ya, perdido el respeto a lo pasado,
nuestra flamante juventud dorada
llama congrios a Lope y a Moreto
y a su costa se nutre y se regala.
Ya del arte viril, fuerte y robusto,
triunfa el arte de talco y sobrefalda;
lo vano se entroniza; se nos mete
el virus de Pantoja en las entrañas,
y así, por la pendiente del abismo
rodando va nuestra querida España,
hasta que Dios omnipotente quiera
que en un alborear de vida sana
surja un hombre de espíritu valiente
que la sepa decir: ¡Álzate y anda!
Mas por si este deseo de ventura
malogra por fin y no hay quien haga
un obrero manual de cada fraile
y un presidio mayor de cada tasca,
sigue dichoso en el rincón florido
de la espléndida vega de Granada
y deja que al recuerdo de otros días,
trémulo el labio de vergüenza y rabia
llore su pena tu mejor amigo,
que te envía un abrazo, Juan Carranza.




El triunfo de la virtud
                                                   
   -Te advierto que como sigas
hablando de esa manera
ya hemos acabao.
                              -De modo
que no pue tener ideas
nadie más que tú, ¿no es eso?
-Según y conforme sean.
Tú me dices, supongamos,
que Villaverde tie fuerza
celebral, cuando le salga,
pa curarnos la peseta
(que es lo mismo que decir
que los galápagos vuelan),
y yo, que lo oigo, te pego
dos patás en cualesquiera
de tus regiones, no sólo
por la emisión de la idea,
sino por bruto; pues bueno,
lo mismo te hago si llegas
a tocarme la conduta
de esa mujer. La Indalecia
pue que tenga, si me apuras,
tal u cual costumbre fea,
porque no hay en este mundo
ninguna cosa perfeta.
(Y al decir cosa, se entiende
que me refiero a las hembras.)
Pero es tanto lo que vale
moralmente, y como quiera
que la examines, que al hombre
que hoy día cargue con ella
le toca el gordo.
                           -Respeto
tu opinión u lo que sea,
que al fin es tuya y merece
pensarse; pero dispensa
que te refute: ya sabes
que hay algunos que se dejan
decir por ahí que si han hecho
u han dejao de hacer.
                                   -¡De lengua!
-No sé.
              -¡Parece mentira
que un hombre que anda en faena
con el otro seso cuasi
desde que soltó la teta,
se deje llevar de cuatro
fantasiosos! La Indalecia,
¿sabes tú cuál es la falta
que tie? Pues que te alimenta
las ilusiones y luego
se le olvida cuando llega
la coyuntura, lo cual
reconozco que molesta,
sobre too cuando uno sabe
que ha trabajao a conciencia;
pero de eso a lo que digan
quince o veinte sinvergüenzas
porque han sacao los pies fríos
y caliente la cabeza,
digo que me se figura
que hay bastante diferiencia.
En fin: pídele noticias
al Menflis de las Peñuelas,
que fue el primero que tuvo
la suerte de conocerla;
pregúntale por sus cosas
al nieto del Pocayema,
que se la tomó en traspaso
poco después al Malluendas,
y últimamente, consulta
con el Ninchi y el Apenca,
que la han tratao al unísono
y son dos personas serias,
y si a pesar de que toos
han ido con mala idea,
como es natural, hay uno
que vierte cualquier especia
lesiva pa la muchacha,
dejo que me corten ésta.
Yo la he tratao por encima
na más; la verdaz es esa,
sin embargo de las muchas
burradas que me aglomeran;
pero tengo, como sabes,
treinta y cinco primaveras
consecutivas y gracias
a Dios me sobra esperencia
pa echar el fallo y decirte
la que es mala y la que es buena.
-Ya lo sé.
                 -Porque lo sabes,
me hace ya la vinagreta
ver lo pesao que te pones
en esto. ¿De qué manera
se conoce a las personas,
por reservadas que sean?
¡Obrando!, ¿no estás conmigo?
-Sí.
        -Pues da la concidencia
de que yo la he visto obrar
seis meses, y de que pueda
darte un consejo y decirte:
«Si a ti te gusta por fuera
la chica, y ves que su envase
(por el sitio que se vea
buenamente) no tie macas,
desconchaos, ni cosas de esas,
cásate, que su interior
yo lo abono donde quiera
que haga falta. ¿Tú qué buscas
en la mujer cuando llevas
intención de darla el dulce
nombre de esposa? Que tenga
buenas formas, es decir,
educación y maneras
delicadas, y de paso
diafanidaz u limpieza
en su historia; claro que esto
pue pedirse cuando sea
faztible, porque no están
los tiempos pa desigencias
redículas, ni tú debes
por tu edaz y tu esperencia
dar a ciertos requisitos
otro valor que el que tengan.
¿No es así? Pues, acetando
mi criterio, la Indalecia
vale por muchos estilos
pa hacer feliz a cualquiera,
y si hay alguien que lo dude
y quiere hacer una apuesta,
me juego los intestinos
contra dos o tres pesetas».
Eso es too lo que tenía
que decirte; tú lo piensas
y haces lo que te se antoje
y obras como te parezca,
porque a mí, como comprendes,
por más de que la defienda,
últimamente me sale
too por una friolera,
que las cosas de este mundo,
por importantes que sean,
las he tomao cuasi siempre
como el difunto Pucheta.
-¿Me permites que te diga
dos frases?
                   -Di las que quieras.
-Bueno pues oye, Sindulfo:
confieso que a la Indalecia,
mirada físicamente,
no hay en Castilla la Nueva
dos señoras que la mojen
el pabellón de la oreja.
-¡Ni que se traigan sus cosas!
-¡Ni que agiten las caderas
con más verdaz!
                           -¡Ni que lleven,
por mucha gracia que tengan,
diseminadas las carnes
con tanto gusto como ella!
-A mí me tiene hecho un pingo.
-Como que es una sujeta
que cuando entorna los ojos
y dice ¡vaya canela!,
boca abajo, porque no hay
más remedio que quererla.
-Sí que es guapa.
                             ¡Superábit!
Y más noble que una perra.
-¿Y trabajadora?
                           -Lo hace
too, por complicao que sea.
-Pues así da gusto, chico.
-Y además, como ella sepa
que hay una necesidaz
a su lao, ten la evidencia
de que se queda en pelota
na más que por socorrerla;
pero sin que Dios se entere
nunca, que la verdadera
virtuz está en dar las cosas,
pero darlas con reserva.
-Ties razón.
                     -Por eso mismo
no se debe hablar a ciegas,
como tú, de la conduta
de una señora.
                       -Dispensa.
-Y es que cuatro rencorosos
te han rellenao la cabeza
de caluznias indecentes
y de chismes de taberna,
y tú te has dejao llevar
como un chico de la escuela.
-¡Ya ves! Pues si no tropiezo
con una persona seria
que me aclara los sentidos,
me hago la cusca por sécula,
porque yo pensaba hablarla
de mi asunto con franqueza,
pero me han dicho unas cosas
que azaran a cualisquiera.
-Pues ya te habrás convencido.
-¡Natural!
                 -Y ahora, ¿qué piensas
hacer?
            -Buscarla enseguida
pa cerrar trato con ella,
no ocurra que por descuido
me cojan la delantera
y me quede de verano.
-Bien hecho.
                      -¡No que se juega!
¿Tú sabes en dónde vive?
-En la calle de la Greda,
número setenta y cinco,
principal de la derecha,
la tienes de ama de cría.
-Pues mañana voy a verla,
y si quiere nos casamos
pa darles en la cabeza
a tos esos que la ponen
que no hay por donde cogerla.
-Oye: pues mira una cosa
que puede que sos convenga.
-¿Cuál?
            -Que como estoy de huéspede,
por causa de que la Aurelia
se ha empeñao en cambiar de aguas
a fin de ver si la prueba,
si cuando tomes el cuarto
ves que sobra alguna pieza
y quieres, pues me la arquilas,
yo te pago lo que sea
y así tienes quien te ayude.
-Bueno.
             -¿Te gusta la idea?
-Sí.
       -Pues hecho.
                             -Muchas gracias.
-¡Qué gracias ni qué lentejas!
Los buenos amigos son
pa circustancias como esta.








Taurina
                                                   
   -Oye tú: ¿mañana irás?
-¿Ande?
               -A los toros.
                                    -¡Corriendo!
¿Pa qué? ¿Pa gastarme un ojo
y olvidar lo poco bueno
que sabe uno? ¡Cualquier día
me cogen a mí los perros
con ese cartel! ¡Me voy
a Carabanchel primero!
-Pues yo he tomao dos mesetas
pa Antolín y pa mí.
                                 -¡Bueno,
que sos divertáis! Por parte
de Antolín está bien hecho,
porque ese, como es novato,
pue que aprenda.
                            -¡Ya lo creo!
¡Quisieras tú compararte
con él!
           -¿Con el Virutero?
-Sí, señor.
-¡Vamos, no digas
barbaridades! Durmiendo,
si me pongo, sé yo más
de toros que ese despierto.
-¡Adiós, Fuentes!
                             -No te digo
que Fuentes ni el Algabeño,
ni otros dos o tres, me tengan
pelusa, pero toos esos
y Corchaos y Camiseros
que andan por ahí degollando
caracoles sin respeto...,
¡ni pa sonarme el catarro!
-Bueno; pero ¿tú qué has hecho?
Porque oyéndote parece
que ha resucitao Frascuelo.
-¿Que qué he hecho yo? Pues tomarme
muchas cornás lo primero,
por mi arrojo (y aquí está
la que traje de Alaejos
en el glutio), y lo segundo
hacer que se corte el pelo
mucha gente.
                      -No sabía
que te has metido a barbero,
Basiliso.
               -¡Bueno, mira,
u se habla u no se habla en serio!
-No te enfades.
                         -¿Se ha ocupao
la Prensa de el Virutero,
desde que tomó el oficio,
ni pa malo ni pa bueno?
-¡Hombre, no sé!
                              ¡Pero sabes
que La Voz de Almadenejos
ha publicao mi retrato
de busto, marcando el quiebro
y con orla!
                   -Lo que digo
es que ese ha pisao más ruedos
que tú.
            -¡De pleita!
                                -¡Y de toos!
-¡¡Por aquí!!
                      -¡Tampoco creo
que te haiga yo dao motivo
pa que contestes con eso!
-¡Hombre, por Dios, si es que sacas
un pedazo de torrezno
que no sabe colocarse
las chanclas y estás poniéndolo
de comparación! Que vengas
y me digas, por ejemplo,
que desde que me he casao
le he tomao asco a los cuernos
y que ves que no me arrimo
como endenantes, de acuerdo,
porque la familia tira
y hay que cuidar del puchero;
pero el negarme que tenga
condiciones pa el toreo
son ganas de molestar
porque sí. ¡Ni más ni menos!
Después de too, que yo sepa
más que muchos no tie mérito,
mirándolo bien. Carcula:
mi padre, que esté en el cielo,
fue mono; mi pobre abuela
fue novia de el Buñolero
de recién casá, y mi madre
toreó bastante tiempo
cuando soltera. De modo
que lo he mamao. Súmale a esto
que al echar yo los molares
ya estaba en el Matadero,
y que tiraba el cachete
de ballestilla, y me creo
muy natural que yo entienda
más que él, cincuenta por ciento.
-¡Claro!
              -Sobre too hay un modo
muy bonito pa saberlo,
ya que te sonríes. Mira:
nos jugamos algo bueno,
porque pa una cosa así
lo robo si no lo tengo;
nos vamos al Don Jacinto;
se abre un pebliscito de esos
de moda, y se le pregunta
a la afición: «De estos diestros,
¿cuál tie más arte y es más
tu el Modorro chico?» ¡A ver
si en el público hay ni medio
que diga que él! Y si lo hay
pago la apuesta y me pelo.
-¿Pa qué? ¡Tú ganas!
                                   -¡Qué duda
coge de que sí!
                         -¡Por eso
toreas tanto!
                    -El que yo
me dedique a vender juegos
de cacerolas, por causa
de mi enemistaz con Niembro,
no quie decir que yo tenga
que envidiarle a el Virutero.
Y últimamente, que él haga
lo que yo hice en Fuente el fresno
con un Biencinto, y entonces
que presuma.
                      -No recuerdo.
¿Qué hicistes?
                       ¡Quedarme solo!
-¿Quién, tú?
                     -Sí, señor; ¡mi cuerpo!
-¿Y cómo fue?
                         -Pues jugándome
a cara o cruz el pellejo.
-¡Qué bárbaro!
                          -¡Entodavía
me paece que le estoy viendo!
Era un torazo retinto,
de treinta arrobas lo menos
y con dos velas que no
cabían por el chiquero
de grandes. Mira: salir;
prencipiar el primer tercio,
moverse la res y entrarles
la zangarriana a los diestros,
fue too uno. Con que yo entonces
pongo en la arena el moquero,
clavo encima los dos pieses,
me estiro a lo don Tancredo,
se arranca, le voy a dar
la salida..., y por un pelo
talmente me echó por alto
y no pude dar el quiebro,
¡que si no!...
                     -¡Chico, qué lástima!
-¡Suponte tú! Pero bueno;
¡allí verías tú aplausos,
y puros de a quince céntimos,
y pestiños, y acerolas
y el desmagren! Por supuesto,
que ahora entra lo más bonito.
-¿Sí?
          -Viene el segundo tercio
y empiezan toos: -¡El Modorro!
Y yo, que estaba queriendo,
agarro un par de las cortas,
pido una silla, me siento,
cito, después de cruzar
las piernas... ¡y no te quiero
decir el par que le pongo
si no se mete por medio
el Zanoria, que es más bruto
que un candao! Lo cual que luego,
en el otro tercio...
                              -Sí;
que salió el Catorce tercio
pa que no te asesinaran
los aficionaos del pueblo.
-¿Quién te lo ha dicho?
                                       -El Escorza,
que fue de banderillero
contigo, y que aún tie las quimosis
de las pedrás que le dieron.
-¡Palabra de honor?
                                -Palabra.
No hace ni ocho días.
                                   -Bueno;
¿ves tú? Pues a ese le pongo
los morros como un pimiento
de que le coja.
                         -¡Cuidao,
no te pierdas!
                            -¡Vas a verlo!
-¿Pero por qué?
                           -Porque el hombre
que no le guarda el secreto
a un amigo, cuando sabe
que le ha pasao algo feo,
es un guarro y se le da
con el puño en el celebro.
¡Y ese le anda dando vueltas
a la autosia ya hace tiempo!
¡Mialas!
               -¡Pero no te irrites
de ese modo!
                       -¡Si estoy ciego
y sé que hasta que le zumbe
no me se calman los nervios!
¡Alárgame esas lecheras!
-¡Oye!
            -¡Dame esos pucheros!
-¿Ande vas?
                      -¡¡Quita!!
                                       -¡Pero oye!...
-¡¡A seis pesetas el juego
de cacerolas!! ¡Cacillos
y orinales!
                  -¡Vaya un genio!



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