sábado, 4 de julio de 2015

MARÍA TERESA LEÓN GOYRI [16.462]


María Teresa León Goyri

María Teresa León Goyri (Logroño, 31 de octubre de 1903-Madrid, 13 de diciembre de 1988) fue una escritora española integrante de la Generación del 27.

María Teresa León, es autora de libros, guiones de cine, montajes de teatro, traductora en varios idiomas. Trató de extender la cultura por los pueblos, y ayudó, junto a Rafael Alberti, Rosa Chacel, Timoteo Pérez Rubio o Arturo Serrano Plaja y un sinnúmero de hombres y mujeres del pueblo -muchos de ellos anarquistas-, a poner a buen recaudo innumerables cuadros del tesoro artístico y más de 40.000 libros de incalculable valor, evitando su pérdida en la contienda nacional de 1936.

Se puede afirmar que María Teresa León fue una mujer comprometida con el conflictivo tiempo en que le tocó vivir, enfrentándose a críticas y trasnochadas costumbres.

Como escritora explora los géneros más variados: autobiografía (Memoria de la melancolía, considerada por muchos una obra clave del género); novela (Contra viento y marea, Juego limpio); relatos (Las peregrinaciones de Teresa, Fábulas del tiempo amargo); biografías noveladas (Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, Doña Jimena Díaz de Vivar, gran señora de todos los deberes), ensayo (La historia tiene la palabra)... , incluso teatro, campo en el que fue actriz, directora de escena, autora...

Hija del coronel del ejército Ángel León y de Oliva Goyri, prima de María Goyri (esposa de Ramón Menéndez Pidal). En su educación influyeron mucho sus tíos y sobre todo su tía María, que había sido una de las primeras mujeres españolas en obtener un doctorado en Filosofía y Letras; y que impartió clases en la Universidad española (Las primeras universitarias en España 1872-1910, Consuelo Flecha García). La infancia de María Teresa transcurrió entre Madrid, Barcelona y Burgos, ciudad ésta a la que volvería en varias ocasiones y a la que se sintió fuertemente ligada. Estudió en la Institución Libre de Enseñanza y se licenció en Filosofía y Letras. De este modo, María Teresa se educó en un ambiente culto, ilustrado, que la marcó y definió durante el resto de su vida.

María Teresa León tuvo dificultades por su interés en proseguir los estudios más allá de los estipulados catorce años. Así, tras sus primeros choques con sus compañeras a causa de sus lecturas poco edificantes, fue expulsada del Colegio de Monjas, entre otras rebeldías, según afirmaba ella misma, por empeñarse en hacer el bachillerato: había sido expulsada suavemente del Colegio Sagrado Corazón de Leganitos, de Madrid, porque se empeñaba en hacer el bachillerato, porque lloraba a destiempo, porque leía libros prohibidos...

Contrajo matrimonio siendo muy joven, en 1920 (con 17 años), con Gonzalo de Sebastián Alfaro, con el quien tuvo dos hijos Gonzalo y Enrique. En esta época publicó artículos en el Diario de Burgos bajo el seudónimo Isabel Inghirami, heroína de Gabriele D'Annunzio, y posteriormente con su propio nombre. En 1928, realizó un viaje a la Argentina, y al año siguiente publicó sus primeras obras: Cuentos para soñar y La bella del mal amor. En 1929 conoce a Rafael Alberti y rompe su matrimonio, para marcharse con el poeta a Mallorca. En 1932 se casan por lo civil. Una de las primeras colaboraciones de Alberti para María Teresa León son las ilustraciones para su tercer libro, una colección de cuentos llamada Rosa Fría. Es en este momento cuando la Junta para la Ampliación de Estudios pensionó a María Teresa León para estudiar el movimiento teatral europeo y comenzaron a viajar por Berlín, la Unión Soviética, Dinamarca, Noruega, Bélgica y Holanda; por lo que comienzan su periplo europeo. Estas experiencia le permitieron contar con un tema para sus escritos, que fue ampliado posteriormente con una docena de artículos, publicados en El Heraldo de Madrid en 1933. Participa en la fundación, junto con Rafael Alberti, de la revista Octubre, en la que publicará su obra Huelga en el puerto (1933).

En 1934 la pareja volvió a la Unión Soviética donde asistieron al Primer Congreso de Escritores Soviéticos, conociendo a Máximo Gorki y André Malraux. Tuvieron una gran actividad política y social al estallido de la Revolución de Asturias de 1934, viajando a los Estados Unidos, para recaudar fondos para los obreros damnificados.

El golpe de Estado que da inicio a la Guerra Civil les coge en Ibiza, de donde logran escapar en aventurera peripecia. Vuelven a instalarse en Madrid en plena guerra y María Teresa pasa a ejercer el cargo de secretaria de la Alianza de Escritores Antifascistas. Fundan la revista El Mono Azul. Sus vivencias en el Madrid bélico serán reflejadas más tarde con gran intensidad en dos novelas: Contra viento y marea y Juego limpio, ésta última de gran carga dramática, cruda e intensa, con importantes notas autobiográficas en la que narra el día a día de un grupo de actores. María Teresa fue subdirectora del Consejo Central del Teatro, y puso en pie, ya como autora, ya como actriz o como directora, importantes empresas teatrales en la España republicana.

Participó en la confección del Romancero de la Guerra Civil dedicado a Federico García Lorca, así como en la Junta de Defensa del Tesoro Artístico Nacional, llevando a cabo una intensa actividad de animación cultural y literaria en los frentes de batalla, y tratando de salvar el patrimonio nacional, como el tesoro sacro de Toledo y el traslado de los fondos pictóricos del Museo del Prado y de El Escorial a Valencia (junto con otros intelectuales, artistas y literarios de la Generación del 27 como Rosa Chacel y su marido Timoteo Pérez Rubio). Estos Monumentos fueron bombardeados por la Legión Cóndor enviada por Adolf Hitler al servicio del golpista Francisco Franco en un afán de achacar la destrucción del patrimonio a la II República Española y cuyas consecuencias nefastas en la guerra civil española son de sobra conocidas. Rafael Alberti su marido escribió al respecto una obra intitulada "Noche de guerra en el Museo del Prado".

También participó en el II Congreso de Escritores Revolucionarios en 1937, celebrado en Madrid y Valencia. Durante la contienda su trabajo se centró en el teatro, desempeñando el cargo de subdirectora del Consejo Central del Teatro, promoviendo distintas iniciativas en este campo, siendo responsable de "El Teatro de Arte y Propaganda" y posteriormente de "Las Guerrillas del Teatro" en el Ejército del Centro (Bando republicano) puso en marcha diversas empresas teatrales. Trabajó tanto como dramaturga, como directora de escena e incluso esporádicamente colaboró como actriz; fue co-directora de Los Títeres de cachiporra de Federico García Lorca y La cacatúa verde, de Arthur Schnitzler; también dirigió La tragedia optimista, del autor ruso Vsevolod Vichnievsky y también realizó, la dirección y participación como actriz en la versión de Numancia, de la que se encargó el propio Alberti. Igualmente dirigió y participó en una obra de Alberti: Cantata de los héroes y la fraternidad de los pueblos. Otras de sus aportaciones al mundo del teatro es la fundación de "El Cine, Teatro, Club de la Alianza de Intelectuales Antifascistas".

Pero con el final de la guerra y la derrota republicana tuvo que exiliarse, en un primer momento a Orán, a Francia, luego a Argentina e incluso a Italia. Vivieron en París hasta finales de 1940, realizando traducciones para la radio francesa Paris-Mondial y trabajando como locutores para las emisiones de América Latina.

En Argentina residieron durante veintitrés años, naciendo allí su hija Aitana. Es en Argentina, según algunos autores (Estébanez), donde adquiere la madurez de su prosa, como culmen de una evolución que se inicia con los primeros cuentos de corte tradicional en los años veinte, pasando por una etapa vanguardista tras conocer a Alberti, y sigue con un realismo socialista a partir de la República. sus padres llegaron a Buenos Aires el 2 de marzo de 1940, a bordo del Mendoza que había zarpado de Marsella, y junto a ella partieron a Roma 23 años después, el 28 de mayo de 1963, donde establecieron su residencia en Roma (es aquí donde se perfila su obra Memoria de la melancolía). Es en ese momento cuando el matrimonio Alberti inicia nuevamente viajes a Europa y realizan su primer viaje a China, tras el cual escribe en 1958 junto a Rafael Alberti, Sonríe China. 

Con la llegada de la democracia, Rafael Alberti y María Teresa León vuelven a España el 27 de abril de 1977,16 pero ella no disfrutará mucho de la nueva etapa española. Aquejada del mal de Alzheimer, es ingresada en un sanatorio de las cercanías de Madrid en el que morirá el 13 de diciembre de 1988.

Reconocimiento de su obra y labor

En el año 2003, se celebró el centenario del nacimiento de la escritora, y a los 15 años de su muerte por el mal de Alzheimer, instituciones de Burgos (donde pasó su adolescencia y juventud), organizaron en el Círculo de Bellas Artes, de Madrid, la exposición María Teresa León. Memoria de un compromiso; en ella figuran textos inéditos sobre Federico García Lorca, Lope de Vega, Ramón Menéndez Pidal. Puede considerarse esta exposición como memoria y recuperación de la personalidad literaria de la escritora de la generación del 27, oscurecida por su larga vinculación con el poeta Rafael Alberti.19

Obra literaria

Teatro

Huelga en el puerto; 1933, Teatro
Misericordia; Teatro
La tragedia optimista; 1937, Teatro
La libertad en el tejado; 1989, Teatro

Novela

Contra viento y marea; AIAPE, Buenos Aires, 1941, Novela
El gran amor de Gustavo Adolfo Bécquer; Losada S.A., Editorial, Buenos Aires, 1946, Novela
Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid campeador; Peuser, Buenos Aires, 1954, Novela
Juego limpio; Goyanarte, Buenos Aires, 1959, Novela
Doña Jimena Díaz de Vivar, gran señora de todos los deberes; Losada S.A., Editorial, Buenos Aires, 1960, Novela
Menesteos, marinero de abril; Era, México, 1965, Novela
Cervantes. El soldado que nos enseñó a hablar; Altalena, Madrid, 1978, Novela

Cuentos

Cuentos para soñar; Hijos de Santiago Rodríguez, Burgos, 1928, Cuentos
La bella del mal de amor; Hijos de Santiago Rodríguez, Burgos, 1930, Cuentos
Rosa-Fría, patinadora de la luna; Espasa Calpe, Madrid, 1934, Cuentos
Cuentos de la España actual; Dialéctica, México, 1935, Cuentos
Una estrella roja; Ayuda, Madrid, 1937, Cuentos
Morirás lejos; Americalee, Buenos Aires, 1942, Cuentos
Las peregrinaciones de Teresa; Botella al mar, Buenos Aires, 1950, Cuentos
Fábulas del tiempo amargo; Alejandro Finisterre, México, 1962, Cuentos

Ensayo

Crónica General de la Guerra Civil; Alianza de Intelectuales Antifranquistas, Madrid, 1939, Ensayo.
La historia tiene la palabra; Patronato Hispano-Argentino de Cultura, Buenos Aires, 1944, Ensayo

Guiones cinematográficos

Los ojos más bellos del mundo; 1943, Guion de cine
La dama duende; 1945, Guion de cine.

Otros

Nuestro hogar de cada día; Compañía Fabril Editora, Buenos Aires, 1958
Sonríe China; Jacobo Munick, Buenos Aires, 1958, Miscelánea
Memoria de la melancolía; Losada S.A., Editorial, Buenos Aires, 1970, Biografía

Su última obra fue la biografía novelada de Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar, un poema en prosa en cuyo texto encontramos las múltiples aventuras y desventuras de Cervantes, un hombre que sufrió, como María Teresa, la dolorosa pena del destierro



“¡Oh, libertad humana! ¿Dónde duermes? ¿Te conoce alguien? Otra vez están los frailes rescatando. ¡Qué poco dinero para tanta gente! Y fray Jorge del Olivar se queda en rehén para que manden más ducados de España. ¡Oh, libertad humana! ¿Dónde has hecho nido que nadie en Argel puede tenerte?”


***

“¿Dulcinea? ¿Dulcinea? ¿Quién podía ser Dulcinea? Cada lector del libro famoso puso un nombre distinto a Dulcinea, y hubo muchas, tantas como el amor da, y Dulcinea fue para los españoles como una lámpara a la que se recurre en la noche oscura para recibir de la vida el valor de seguirla viviendo.” 



***


“Muchos caminos había conocido el alcabalero de Felipe II, tantos como desdichas. Pero hay un momento en la vida de los hombres que las desdichas parecen dormir, y Miguel de Cervantes aprovechó su sueño para trocarlas en burlas y gracias, escritas por su pluma tan animosa siempre.”



***


“Nos aficionamos a gente que se debe morir y a cosas que se van a quedar. Yo no quedaré, pero cuando yo no recuerde, recordad vosotros (...) Recordad que mi mano derecha se abrió siempre. Recordad que no era fácil el diálogo ni la paciencia y que todo se venció hasta los límites y más allá. Cuando penséis en mis pecados, tenéis que sentir la misma piedad que yo por los vuestros. Cuando yo todo lo olvide y cante como mi abuela con la última luz de la memoria, perdonadme vosotros, los que os agarrásteis  a mi vestido con vuestras manitas tan pequeñas"  

Memoria de la melancolía.:(pág. 303).




MANDELLO
María Teresa León, Rafael Alberti y su hija Aitana, en La Gallarda, Punta del Este (Uruguay), hacia 1948



En el cementerio de Majadahonda (Madrid) hay una tumba que ayer, 25 años después, se cubrió de flores reales o soñadas. En la lápida hay un nombre, María Teresa León, y un verso, primero y último de un poema de Rafael Alberti, «Hoy, amor, tenemos veinte años». Mientras vivió, él fue su marido. Fue un amor apasionado de esos que causan escándalo a los bienpensantes. María Teresa León (Logroño, 31 de octubre 1910-Madrid, 13 de diciembre 1988) se casó por vez primera con Gonzalo de Sebastián Alfaro. La novia tenía 17 años y parecía destinada a una existencia cómoda y sosegada en un hogar en el que, como aquel en el que ella nació y creció, regían las normas de la alta burguesía. Pero su destino no era ese o, al menos, ella lo cambió.

Cuando en 1930 conoció en Madrid a Rafael Alberti era ya una mujer separada desde 1928 y con dos hijos, Gonzalo y Enrique, a los que tardaría años en volver a ver. Sobre el fracaso de su matrimonio escribió en «Memoria de la melancolía» que «la separación no vino de la muchacha. Él temblaba en el pasillo de la casa pidiendo perdón». Hasta el final de su vida estuvo enamorada del autor de «Sobre los ángeles». Así lo prueba el recuerdo de su sobrina, Teresa Alberti, que la cuidó durante las sombras del Alzheimer y comenta que Rafael fue la última palabra que pronunció. Más aún, cuando el olvido aún no se había apoderado de ella, escribió que si, según Petrarca, amar es convertirse en la persona amada, ella era Rafael Alberti. Pero la historia de ambos no fue solo la de una pasión amorosa, sino la del compromiso político: se afiliaron al Partido Comunista y participaron activamente en la Guerra Civil española.

¿Quién podría haber adivinado que una muchacha que dejó escrito que en su familia todas las mujeres habían sido de derechas se entregaría con fe ciega al PCE? Sin embargo, el partido al que se entregó con un afán total le negó, cuando regresó a España en 1977, cualquier tipo de homenaje. Ahora reconoce su olvido y ha editado «La memoria dispersa», con prólogo de su hija Aitana Alberti, que recoge textos entre los que hay inéditos. Lástima que ya se cumplan diez años de las palabras de Arias: «La vi en una soledad inmensa».

Amor por España

Para admirar su belleza bastan sus fotografías. Para saber de su amor por España basta leerla. Su padre, Ángel León Lores, era coronel del Ejército, y en cierta ocasión escuchó de Alfonso XIII que, «si todos mis coroneles fueran como tu hija, ¡menudo ejército tendría!». Su madre, Oliva Goyri de la Llera –también padeció Alzheimer– era hermana de María, esposa de Ramón Menéndez Pidal, una de las primeras mujeres que logró en España un doctorado en Filosofía y Letras. En este hogar mantuvo un estrecho contacto con la cultura que fructificó en una carrera literaria desgraciadamente poco conocida en España, donde ni siquiera se ha publicado toda su obra. Novelas, biografías, cuentos, piezas de teatro, guiones de radio, artículos, merecen mejor suerte de la que han disfrutado. Su primer texto apareció en 1924 en el «Diario de Burgos», con el seudónimo de Isabel Inghirami, la heroína de D’Annunzio. La defensa de la cultura y la mujer coparon sus palabras.

El 18 de julio de 1936, los Alberti estaban en Ibiza y en sus montes pasaron escondidos veinte noches, llegando a rumorearse en Madrid que habían sido fusilados. En la capital madrileña se instalan en el Palacio de los Marqueses de Heredia Spínola, donde ya estaba la Alianza de Escritores Antifascistas. María Teresa no cesaba en su ardor guerrero, pero no establecía diferencias «entre vivir y escribir». No fue solo la miliciana de pistola al cinto, sino la mujer que llevó al frente obras de teatro y fue directora del Teatro de la Zarzuela, llamado de Arte y Propaganda, donde estrenó, entre otras, la «Numancia» de Cervantes. Su firma está estampada junto a la de Sánchez Cantón, subdirector del Museo del Prado, para permitir la salida de la pinacoteca de las obras de arte. Perdida la guerra, el matrimonio pasa a Orán, de allí a Marsella y, finalmente, Paris.

Exilio

En 1940, parten hacia Hispanoamérica, residiendo 23 años en Buenos Aires. En 1963, Roma. Al fin, en 1977, España. Durante el exilio, la escritora se entrega a figuras muy españolas: el Cid, doña Jimena, Bécquer y Cervantes, de quienes escribió sendas biografías. En la distancia se vio como alguien que lleva en su mano derecha dos lágrimas que ningún viento podía secar y que se llamaban España.

María Teresa León no pudo ser enterrada en el cementerio civil de Madrid, ya que la huelga general del 14 de diciembre de 1988, impidió el traslado de su cuerpo a Madrid. Su cabeza reposa en el almohadón que cobijó a Aitana en su cuna.




CARTAS | MARÍA TERESA LEÓN-RAFAEL ALBERTI 


“Rafael ¡Vida! se me caen las alas al estar sola” 

Se la conoce como la eterna compañera de uno de los grandes poetas del siglo XX. “Surgió ante mí, rubia, hermosa, sólida y levantada”, escribió Rafael Alberti, su segundo marido. Sin embargo, y como tantas veces ha sucedido con la vida y la obra de grandes mujeres, María Teresa León sólo ha recibido olvido. Fértil escritora, activista política, fue una formidable embajadora de las letras españolas. Uno de sus hijos, Gonzalo de Sebastián León, fruto de su primer matrimonio, rescata su memoria en un libro donde recrea su vida y su relación con Alberti. Una convivencia plagada de emoción, como ilustra su correspondencia. 
por Antonio Lucas


Tuvo el genio preciso, la elegancia de la discreción, el buen gusto de saber ocupar las sombras para que fuera él, Rafael Alberti, el que acogiese todas las luces. Pero María Teresa León fue más, mucho más, que la compañera fiel del gran poeta. Fue el motor de un binomio sin el que Alberti hubiera sido, quizá, menos Alberti. Ayuda infatigable, cómplice, alentadora, inteligente, intuitiva... Esto fue María Teresa (Logroño, 1903-Madrid, 1988), hija de Ángel León, coronel del Ejército, y Oliva Goyri; sobrina de Ramón Menéndez Pidal y María Goyri, primera mujer en España que obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras. 

Vivió en la infancia bajo el auspicio de una familia propensa a las teorías educativas de la Institución Libre de Enseñanza, en un clima de cierta libertad que rompía los rígidos corsés ideológicos y doctrinales de la España de entonces. Se licenció en Filosofía y Letras, como su tía. Para entonces, María Teresa León ya iba afirmando una personalidad propia y pionera en la que pesaban las ideas de una nueva corriente de pensamiento. 

Pero hubo dos mujeres en una misma vida. Dos seres de una rara capacidad complementaria. Primero fue María Teresa, la madre, la incipiente agitadora de la causa feminista, la mujer con fiebres de libertad que se movía firme en un mundo macho. Aquélla que se casó a los 17 años, en 1920, con Gonzalo de Sebastián y tuvo dos hijos: Gonzalo y Enrique. Aquélla era una mujer apasionada, aunque sin desmesuras; con arrojo, pero aún sin la valentía de desafiar al destino. Afilaba ya su rebeldía genética, su extraña sed de libertad. 

Por esos días colaboraba en el Diario de Burgos con una serie de artículos, firmados bajo el pseudónimo de Isabel Inghirami, donde su defensa de los derechos de la mujer y sus textos reivindicativos en favor de la cultura le empezaban a dar fama. Una actividad vivísima entre conferencias, artículos y lecturas hizo que pronto destacara entre aquel grupo de intelectuales de muy distintas generaciones que protestaban airadamente contra la dictadura de Primo de Rivera. Y al mismo paso acelerado que crecía su mundo de ideas nuevas –sus dos primeras novelas ya estaban publicadas: Cuentos para soñar y La bella del mal amor– se despeñaba su matrimonio, hasta que en i928, la separación de su marido provocó que ella se trasladara a Madrid, teniendo que dejar atrás a sus hijos –por entonces la custodia recaía indefectiblemente en los esposos–. Pasaron 20 años hasta que Gonzalo, el mayor, fuese en su busca a Buenos Aires, allá por los años 50. Una mañana de bruma y después de i6 días de viaje a bordo de un buque renqueante, el Presidente Perón, en la solemnidad del muelle le esperaba su madre, junto a Alberti y Gonzalo Losada, el excelente amigo, el intuitivo editor. 

Recuperaba a uno de los suyos, un trozo del mosaico de la vida, amputado por la separación y el exilio. Lo cuenta su hijo Gonzalo en el libro inminente con el que venga el olvido que la Historia ha vertido sobre su madre, Recuerdo de María Teresa León: “En esos días de íntimo entendimiento nos fuimos acercando, y atrás quedaron las dudas y las suspicacias que aún retenía en la cabeza. Supe, después de esos ratos de amable charla, cuánto me quisiste y cómo me extrañaste a lo largo de los 20 años de nuestro desencuentro. Ahora comprendo la gran necesidad que tenías de encontrarte con Enrique y conmigo, los hijos que nunca olvidaste. (...) Años después, cuando te fuiste a vivir a Roma, me pareció que la vida nos separaba de nuevo y esa vez sería para siempre. Pero no fue así. Al contrario, a través del océano se estrecharon aún más los lazos que nos unían. Tenías razón cuando, en Memoria de la desmemoria, escribiste: ‘Y ahora nadie me separará de mi hijo Gonzalo’”. 

El recuerdo de su primer marido, sin embargo, quedó difuminado, aunque llega hasta hoy a través de la memoria prodigiosa de José (Pepín) Bello, íntimo amigo de Lorca, Dalí, Buñuel y Alberti: “Durante los años de posguerra que pasé en Burgos al frente de un negocio familiar que fracasó tiempo después, la persona con quien tuve un trato más cercano fue con Gonzalo de Sebastián. Entonces se había enrolado en el Ejército. Eran unos años de gran dureza. Aquel hombre bebía sin demasiada mesura y me confesó que, aún entonces, seguía enamorado de ella”. 

Pero decíamos de las dos vidas de esta misma dama de acción. La segunda parte de su existencia se prolongará ya hasta la muerte. Y será siempre junto a Rafael Alberti. Ella era la amante, la cómplice, la compañera, el oasis, la lámpara, el mar. Se encontraron en 1929. Él tenía entonces 27 años y ella, uno menos. Lo recuerda el poeta en uno de los volúmenes de sus memorias, La arboleda perdida: “Surgió ante mí, rubia, hermosa, sólida y levantada, como la ola que un mar imprevista me arrojara de un golpe contra el pecho”. Tal fue el latigazo, el voltaje de aquella presencia en el poeta, que atravesaba entonces una fuerte crisis de la que surgió uno de sus libros más celebrados y surrealizantes, Sobre los ángeles. Tras el impacto de aquel descubrimiento mutuo, comienza un nuevo estadio vital en ambos creadores que se prolongó a lo largo de 40 años. De las primeras colaboraciones literarias que surgieron entre Alberti y María Teresa destacan las ilustraciones que éste realizó para el tercer libro de la escritora, Rosa fría. 



EN EQUIPO. Fue en 1932 cuando decidieron casarse por lo civil y a partir de ahí se sucede una convivencia fascinante, repleta de viajes (Alemania, Bélgica, Holanda, la Unión Soviética...), fundación de revistas, como Octubre, compromiso político y defensa de la cultura. Para entonces, ambos conformaban un insólito equipo. Ella permitió que el poeta se dedicara de lleno a sus asuntos. En más de una ocasión, dijo: “Yo no habría trabajado tanto sin la presencia estimulante y protectora de María Teresa”. Diríamos que fue esa permanente presencia necesaria para Alberti. Los aspectos domésticos pasaban indefectibles por ella, desde las facturas a las citas. Así desde los años felices de la juventud creadora al fascinante y durísimo periplo que ambos iniciaron tras el estallido de la Guerra Civil, combatida de tantos modos y, también, desde la Alianza de Escritores Antifascistas, de la que María Teresa fue cofundadora y secretaria, y donde creó la revista El Mono Azul. 

La actividad entonces era desmesurada. Y ahí estaba María Teresa León, como una “libertad guiando al pueblo”, enredada también en la Junta de Defensa y Protección del Tesoro Artístico Nacional, a través de la que consiguieron salvar de las bombas el tesoro sacro de Toledo y tantos de los fondos pictóricos del Museo del Prado. El teatro, a la vez, seguía entre sus entusiasmos primeros. Textos, dirección, montajes, incluso cine. Nada escapaba a su voraz curiosidad. La derrota republicana obligó a la pareja a un exilio de 40 años que les llevó desde Orán a París, de Buenos Aires a Roma, siempre ella a la sombra fulgente del poeta, necesaria sombra, tan protagonista en lo íntimo, en lo sustancial, como atestiguan las cartas que ahora reúne su hijo Gonzalo. Aquella vida errante no fue ni noble, ni buena, ni sagrada, aunque en 1941, ya en el destierro bonaerense, nació su única hija: Aitana Alberti León, hoy residente en Cuba. 

María Teresa fue acopiando recuerdos, acumulando viajes, forjando su carácter duro de mujer segura, con las ideas a flor de rayo, siempre activa. Y los dejó caer en su libro de memorias, de tan miscelánea vitalidad: Memoria de la melancolía. Hay que querellarse con la Historia por su olvido. Salvar su figura es el ansia de Gonzalo de Sebastián León. Ella quedó anegada en el cieno de las sombras. Sin embargo, su obra está ahí, y también está en la posibilidad de que el poeta pudiese desarrollar la suya con la extensión y la riqueza de formas que abarca. 

Regresaron a España en 1977. Fue el 27 de abril. Ella llegaba con la memoria desvencijada por una enfermedad hereditaria. Los recuerdos no eran recuerdos, sino una niebla espesa y acuciante. Permaneció años ingresada en un sanatorio. Hasta su muerte, el 13 de diciembre de i988. Unos pocos amigos, y Rafael, le dieron sepultura. En Madrid, dicen, la temperatura aquel día estuvo bajo cero. Murió María Teresa León, militante de la gloria de las letras. Murió como un fantasma de sí misma, sin pasado, sin presente, sin futuro en su memoria, pasto de la melancolía de la nada. Y dejó escrito: “Siento que me hice del roce de tanta gente: de la monjita, de la amiga de buen gusto, del tío abuelo casi emparedado, del chico de los pájaros, del beso, de la caricia, del insulto, del amigo que nos advirtió, del que callado apretó los dientes y sentimos la mordedura... Todos, todos. Somos lo que nos han hecho, lentamente, al correr tantos años. Cuando estamos definitivamente seguros de ser nosotros, nos morimos”. 



Remitente: Rafael Alberti 

Totoral, martes, junio 1940. “(...) Si tardas demasiado en venir, tendré que escribir una nueva serie de poemas eróticos. Escríbeme y cuéntame todo. Aprovecha bien los minutos de Buenos Aires, y ten en cuenta que un poeta soltero, solo en el campo, tendrá que salir el día menos pensado por esos montes, buscando un Axel cualquiera que satisfaga su delhézquica pasión. ¡Para qué más detalles! Después de esto, mil besos y abrazos, Rafael” Totoral, miércoles, junio 1940. “(...) Busca, como puedas, alguna colaboración que nos dé 50 ó 100 pesos al mes, contrata las conferencias y vente a vivir a este rincón, que con los i.000 pesos que tenemos ahorrados y algo que recibamos de México, podremos aguantar el temporal, que creo no tardará mucho en resolverse. Las noticias de Europa siguen siendo pésimas para los aliados. Si los Estados Unidos y Rusia no entran a favor de ellos, los veo muy requetemal (...)” Totoral, domingo, junio 1940. “(...)Después que termine esta carta voy a comenzar a escribir. Quiero intentar, si me es posible, la distribución del trabajo: por la mañana, si estoy en luz, poemas; por la tarde “Trébol florido” y, después de cenar, las nuevas conferencias (...)” Por el río Paraná. “Queridísimas niñas: Es horrible viajar solo y más en un barco tan bonito y por un río como éste. He dormido muy bien, con bastante cansancio, acordándome mucho de las dos. Me desperté a las cinco pensando en la ovejita de Aitana. Se me achica el corazón cuando pienso en ella y la veo reírse. ¡Qué maravilla! Quisiera sólo escribir para ella en este viaje (...)” 



Remitente: María Teresa León 

(Sin fechar). “(...) Rafael ¡Vida! se me caen las alas al estar sola. No sé. Al despertarme me doy cuenta de lo mal que se respira cuando se tiene todo el aire para uno solo. He hablado con María Carmen. Losada cena con nosotros. María Carmen ha alquilado un estudio muy bonito. Ahora salimos de nuevo para cobrar 60 pesos de “Sur”. Volveré muy pronto. Me duelen los zapatos con el asfalto. Esta es la ciudad más inhumana del mundo. Me gritan que es tarde. Te escribo a buchitos. Bésame. Te llevaré un perro o dos, todos los libros y nos quedaremos en nuestro escondrijo como dos viejas vizcachas incompatibles con los tranvías y el teléfono. Rafael ¡amor! Te beso. Un poquito desplumadita ya, pero sí tu Paloma” 9 noche. “(...) creo que me voy a ir el sábado. Me harta Buenos Aires. Todo es incómodo, desesperado. Si salgo a la calle, tengo que tomar taxis porque soy una miedosa y me da miedo caerme y no sé ir a los sitios. Ayer, domingo, me quedé en casa. Busqué los libros. Las maletas azules estan rotísimas, ¡bastante duraron! Llevaré los libros en un cajón. No hablo nada más que de irme. Se ríen de mí. Totoral me parece un lago precioso. La piel de los hombres está hecha para sentir otra piel si no no se duerme y se tiene la mitad de la sangre. No creas que tenemos amigos, sino apariencias de amigos, sombras. Lo único que tiene sangre y huesos es nuestro amor, nuestra costumbre (...)” Lunes 10. “(...) Trabaja horrores, amor precioso, nuestra salvación próxima está en los sauces y los álamos de tu poesía (...)” 



Remitente: Rafael Alberti 

Cracovia, 1 diciembre, 1950. “(...) ¿Y Aitana? Le mandé postales. No puedo vivir sin ella, Dios mío. Todo esto, que está muy bien, sin vosotras no tengo ojos para verlo. Te pondré siempre telegramas diciéndote el tiempo que estaré en cada sitio. Me da pena que te gastes el dinero en telegrafiarme. Prefiero que os vayáis a Punta del Este. Veo sí, que apenas tenéis dinero. Di a Losada, por Dios, que os ayude, que me pague algún próximo libro, las acciones, lo que sea (...)” Praga, 9 diciembre, 1950. “(...) De este viaje saco la consecuencia siguiente: no puedo vivir sin ti, sin Aitana. Me muero de pena y de tristeza. Todo sería distinto, todo lo hubiera sido. Son muchos años juntos día y noche. Ahora sé cuánto te quiero. Te escribiría cartas que nunca te he escrito y te diría cosas que ya casi no me atrevo. Eres lo único grande que ha habido y hay en mi vida. Te quiero, al parecer, sin grandes efusiones. Pero no es cierto. Paso, a veces, tormentas de las que nunca hablo. Te hubiera, a veces, querido de otro modo, deseado de otra manera. No me atrevo a decirte, a nombrarte muchas cosas. Puede ser que nunca te las diga. Empezamos –horror– a ser casi viejos. ¿Viejos? Quiero que te cuides mucho y estés otra vez fuerte. Tenemos vida todavía (...)” 



Remitente: María Teresa León 

La Gallarda, 27 sin ti. “Querido mío: Me mandan tus cartas a esta soledad tan grande y yo lloro y quisiera volar a buscarte. Ya sé que se han concluido los viajes de placer. El único que queda en la tierra es el de quererte de la noche al día. Y jamás nos separaremos. Yo he vivido sola la angustia cuando entraron los chinos en Corea. Hasta te puse un telegrama a Praga a través de Kunosi, pero Kunosi me dijo que no debía inquietarte. Esto es lo que he hecho, y también sufrir. Cuando llegues intercambiaremos nuestras angustias y las tiraremos al mar (...)” Milán, 4 noviembre, 1963. “Gonzalo, hijo: Estamos en Italia, todo lo de París resultó bien. Van a traducir varios libros y volvemos en diciembre para dar varias conferencias. Enrique –ya os dije– encontró su coche y está muy contento. Aquí llueve. Dentro de unos días saldremos para Roma. Aitana no se queda en París, viene mañana. Es casi seguro que vivamos en Roma en vez de vivir en Milán. Yo no me encuentro muy bien y dicen que el clima tan húmedo y frío hace daño. Siento en los oídos una ‘música extraña’. Viene cuando me tumbo. No me duelen, ‘me suenan’, oigo sonidos. ¿Qué será? (...)” 



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