lunes, 18 de mayo de 2015

IGNACIO ALVARADO VIDALES [16.008]


Ignacio Alvarado Vidales 

(Bogotá, Colombia 1946), mejor conocido como El poeta urbano, fue por una década director del Suplemento Literario de El Planeta, donde publicó a más de seiscientos nuevos vates de su tendencia metafórica. En 1977 la Universidad de Ciudad Jardín le concedió un Doctorado Gratuito, pero antes había recibido un medio centenar de condecoraciones y premios entre los que figuran el Baraibar Jaramillo, el Nacional, el Comentarista, el Periodismo, el Cuento, etc. Su obra ha sido traducida a numerosas lenguas africano- polinesias y es muy comprado en rumano, búlgaro, estonio y letonio. Algunos de sus libros son: Repaso del agua (1973), Astro de empeñados (1975), Los cleptómanos fúnebres (1977), La botica del ser alado (1995) y Peña de omitidos (1988). Hace una década vive en un avión varado.


Plegaria al patrón del titubeo

Más que convicción, dame un bagaje de vacilaciones.
Ellas son mi báscula, mi tributario, mi marea.
Venga a nos el Feudo de lo Dudoso.
Conserva en vilo mis exactitudes,
imaginadas, difuntas y enterradas
en los aparatos de la dejadez. Transpórtame
por las sílices inestables,
sírveme un almuerzo con mollete de la capitulación,
dame a catar el termal de la afonía.
No hay dolos ni sablazos:
no soy Maqroll el Avivato
estoy lesionado y soy mi enfermero.
Sean las convicciones alcázares de nieve
a los que alguien sitia con efusión.
Amo de la vacilación, si vivieras,
atiende la jaculatoria del heterodoxo.





Los casamientos de favila

A esta hora el país
desliza la jerga de sus afluentes
por arenales de sombra.
Yo lo escucho tarareando,
abriendo miles de agujeros
en los establecimientos,
en las poblaciones,
en las plantaciones.
Oigo a la varitera
meciendo la lluvia como si fuera un enano
en su canora azafate, cimbrando angarillas.
Oigo una patria que se hincha entre los juncos
y apegos vedados que se fugan
por las lumbreras de la confusión.
Va cayendo la noche en chamizos y malocas,
en las moradas de antiséptico junto al piélago.
Si pretenden saberlo, lo único que no oigo
es la onda de los eclipsados,
sus horrendas merluzas con el decorador que sabemos
y el atabal del meollo midiendo sus sigilos.




Mi descuido es monarca

A la memoria de la viuda de todos.
Héctor Abab Rojas

Como a todo el mundo a mí también me pega el espejo.
Pero cuando salgo a la calle me hago el loco y le mamo gallo.
Me voy al espectador y mis colegas hablan de la gente que se ha muerto.
Hoy mataron un montón. Claro que me duele, pero me hago el loco
y les mamo gallo.
Nadie me quiere decir quién es el zar del olvido, ni donde vive,
ni con quien fornica.
Pero lo cierto es que anda con pies de plomo porque debe mucha plata.
Yo les mamo gallo y galopo como caballo viejo contra la flatulencia.
Mi descuido es monarca. Los días son puras orgías baratas
si tenemos en cuenta las matazones que hace don Berna y Mancuso,
pero yo les mamo gallo. A mí lo que me importa es beber mi guarito,
y que me sacan cada ocho días en cualquier parte de la prensa,
hablada o escrita, no importa, pero que me saquen.
Y yo les mamo gallo.





Milonga de los perdidos

La soprano
se mete el micrófono a la boca
mientras la muerte
le toma del pelo
apagándole los bafles.

Un boxeador negro
golpea un costal con arena
mientras la muerte
tira la toalla encima del cuadrilátero.

El panadero
saca el pandebono del horno
mientras la muerte se hornea a sí misma.

Otra cantante
esta vez viejona
silva algodones
mientras la muerte les hecha yodo
y azul de metileno.

Si ustedes hubieran visto el guayabo
que tenía ayer.
Yo vi la pelona tocando una trompeta
en el balconcito de mi apartamento
de cuarenta metros
de La Soledad.




Metáfora, espejismo y cantante

Para Edgardo Dobry

Alfonsa Lorenzo
le dio a Alonso Quijano
una flor pero nada recibió a cambio.
El señor de los prototipos
fue derrotado por la mala cara
en ambos casos el ganancioso es otro.
El señor de la vidriera blanca
avasalla a don mácula
pero quien sale ganando es el tiempo
y no el espectador.
La mula se le llena a uno de cucarachas
y uno cree que todo es cierto.
Los libros que leía Rubayata
estaban llenos de plata,
de tiquetes de avión.
de cuentas de cobro del ministerio,
de tramposos y godos como él.
Pero mi mamá era amiga de un
cura y yo de un peluquero
que eran más lechales de gallo
que el propio Gabriel Eligio, mi amigo
de La Buitrera.
Por eso Alfonsa se quedó en la casa.
Sin bragas, como siempre.











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