lunes, 3 de febrero de 2014

GERARDO VALENCIA [10.880]


Gerardo Valencia 

(1911-1994) perteneció a la generación de poetas de Piedra y Cielo, lectores fervorosos de Juan Ramón Jiménez y los hermanos Machado; de los poetas de la generación del 27, especialmente de García Lorca, Luis Cernuda y Gerardo Diego. Todavía le rendían tributo a Rubén Darío; pero exasperados con un estancamiento prolongado de la poesía nacional, se iniciaron en la lectura asidua y rigurosa de Rainer Maria Rilke y T. S. Eliot. Junto con Jorge Rojas, Tomás Vargas Osorio, Eduardo Carranza, Aurelio Arturo, Arturo Camacho Ramírez, el poeta Gerardo Valencia publicó sus primeros versos en los Cuadernos de Piedra y Cielo, que aparecieron entre 1939 y 1940.
Formó parte de las generaciones intelectuales que pudieron vivir animadas tertulias en los cafés capitalinos y tuvieron que ver, sobre todo Gerardo Valencia, con los primeros días de la radio cultural en Colombia.
Entre los piedracielistas, el poeta Valencia fue el menos ostentoso, el más silencioso y modesto. David Mejía Velilla lo llamó acertadamente "poeta esencial de su generación" y prefiero agregar que fue poeta trascendente, algo ensimismado en su poesía, que pareció ser una prolongada y sistemática introversión interrumpida solamente por su poemario titulado El libro de las ciudades, donde por fin sale a buscar respuestas caminando por el mundo.
En un país donde suelen heredarse la práctica política y la práctica poética, el poeta Gerardo Valencia no escapó de la rutina de pertenecer a la aristocracia letrada payanesa que, a comienzos de este siglo, vivía más de los honores relativos del apellido que de la riqueza acumulada. El mismo poeta lo advirtió en su breve autobiografía: "Mi familia, no obstante pertenecer a una alta clase social, era muy pobre". Tampoco escapó a los nombramientos inocuos pero necesarios de las embajadas o a puestos públicos medianos. Escasamente se le recuerda por su poesía, pero un descuido crítico mayor es que no se le reconozca ni valore su obra de dramaturgo. Y si su poesía apenas ha conocido comentarios ocasionales, su dramaturgia no ha inspirado más allá de la reseña breve en alguna de las poquísimas historias de nuestra vida teatral.

Para Valencia, la poesía era una labor trascendente; con razón hubo prolongados silencios sin publicación alguna; con razón su primer libro, El ángel desalado (1939), fue publicado más por la animosidad de sus amigos que por convencimiento propio, y su segundo libro, Un gran silencio, apareció casi treinta años después.
La selección de poemas que preparó el Instituto Caro y Cuervo es muy breve y está precedida de un estudio de la lingüista Cecilia Hernández de Mendoza (1915). El libro servirá para demostrar que la poesía de Gerardo Valencia merece mayor atención y eso implica la preparación de una ambiciosa y juiciosa edición crítica que incluya tanto su poesía como sus piezas teatrales y sus aportes a otros géneros. Este libro escueto, parcial e incompleto quedará como pequeño homenaje, porque apenas puede recoger algunos versos representativos de cada uno de los poemarios que alcanzó a publicar en vida el poeta payanés.





En la poesía del colombiano Gerardo Valencia (1911-1994), miembro del grupo poético Piedra y Cielo, la sencillez de la belleza armoniza con la profundidad vital.

POESÍA

Amigo, no desdeñes
la humilde poesía,
que en tallo más débil
hay una flor erguida
y en las alas más tenues
puede volar la vida.

Amigo, no destruyas
la oculta poesía,
que en la hierba que pisas
está brillando el día
y en los árboles secos
hay un arpa escondida.

Amigo, no te empeñes
en la palabra esquiva,
que el vocablo más dulce
puede ser la mentira
y en la voz del silencio
está la poesía.

Amigo, no lamentes
la ausente poesía,
que ella está en la añoranza
de la ilusión perdida
y es nueva en la ternura
del amor que se olvida.

Amigo, no te embriagues
de falsa poesía,
que es el agua sencilla
para la sed bebida
y en la luz de un instante
puede estar la alegría.

Amigo, busca siempre
la muda poesía,
la que no tiene forma
para verter su esencia
y que sin tú saberlo
en ti mismo se anida.

El sueño de las formas, 1981.





CORAZÓN

Ya el corazón el hábito declina
del loco amor que fue su desventura,
y gozando la paz de su ternura
un nuevo amor alzándose adivina

Con leve paso el alma se encamina
por jardines de luz, a la ventura:
y siente, corazón, que la dulzura
sobre la tierra matinal germina.

Qué largo fue su triste desvarío
y que vana la angustia que en la mente
prendiste, corazón ajeno y mío.

Hoy, con pulso de estrella se te siente
correr la sangre por el ancho río,
corazón que en ti tiene su vertiente.





DE:   La ciudad que fue amada


Estoy frente a los cerros
mirando a un hombre joven
que asciende como un ángel
que ha perdido las alas.

Estoy frente a los cerros
mirando a u n hombre viejo
que desciende con botas de cansancio.

Estoy frente a los cerros
mirando uno mujer que llora
y otra que ríe.

La tarde es un espejo
que mira hacia la tierra.

Y estoy exactamente
donde termina el horizonte.

Más abajo se extiende la ciudad que fue amada:
la que medía por alma sus pocos habitantes,
la que tenía balcones y calles empinadas.
mirlas silenciosas.

La ciudad de poemas, de libros y canciones,
donde se oía en las plazas
el paso de las horas
y había un murmullo suave
en todos los recintos, de las conversaciones.
Ciudad en donde el campo se adentraba en las casas
con sus árboles frescos, sus frutos familiares,
sus abejas, sus aves, sus geranios, sus rosas.
Las gentes, lentamente, por las calles pasaban;
la amistad era un campo sin muros,
limitada por el fulgor de las estrellas.
El amor era amable y el dolor era dulce,
Y había un deseo de patria construida con mármoles.






Hoy la ciudad amada se extiende inmensa, informe.
Tiene no se cuantos miles o millones de cuerpos.
Los mármoles soñados se hicieron en cemento.

Paredes infranqueable separan los amigos
y la máquinas rompen la armonía de la noche.
Ya las aves se venden como la mercancía
empacadas en jaulas para adornar las casas.
Y el campo se simula haciéndose una tumba
entre dos losas frías.

Estoy frente a los cerros:
ha terminado el joven
de subir y se pierde
vestido por la noche.
Ha terminado el viejo de bajar.
¡La lejana estridencia de la ciudad se empina!
Ciega un faro mis ojos
y sobre mis oídos se clava como un dardo
el grito inarmonioso de una roja bocina.






La ciudad se ha entrado entre las casas
la traemos con su cansado asfalto en nuestros pasos;
en chirridos, en pitos y algazaras
que se enredan al muro de los sueños.
La vivimos al pie de los hogares
en un caleidoscopio de torsos y sudores,
de miradas dispersas, de piernas presurosas
que se cruzan y brillan y se opacan
como otras tantas llamas que recorren la mente.
La sufrimos en las voces absurdas que cruzan el espacio
para caer al pie de las almohadas;
en las tontas imágenes que llegan
para sacarnos fuera de nuestra intimidad.
En la música misma, aprisionada,
que gira y suena y gira como la algarabía de la ciudad.
Si, la ciudad se ha entrado entre las casas
Y el silencio no calla, sino que grita y llora
Y a veces canta en nuestra soledad.







Y en este barrio hay multitud de objetos desechados:
zapatos en las calles, cucharas rotas,
pedazos de retratos de mujeres hermosas,
y hay mozuelos enclenques detenidos
sobre su propio cuerpo;
Y jóvenes que corren a la muerte.
Viejos sentados al pie de su miseria;
Mujeres, tal vez bellas, desgreñadas,
Y mujeres encinta que recorren las calles.
Y hay una enorme angustia
que sube por los vasos de los bares,
que da contra los techos adornados de mil moscas azules,
que revienta en la piel de los tambores
y llora en las guitarras eléctricas.






Desolación

Nada, Alguien dice mi nombre:
¿pero es para mí a quien llaman?
Yo quisiera gritarlo:
¡he perdido las alas!
No me llaméis ya más.
No me saquéis del fondo de la noche
donde lloro un cadáver de luz.
El hombre, ángel sin alas,
apenas logra el ímpetu divino del deseo.
Solo. Solo en ser grande;
y humano, ¿tan desoladamente humano?.







Poema inútil

Ahora que estoy solo
y nada me impide
que todo me llegue a mí,
solo y pequeño
siente que puedo amar sin ser amado.

Entender que estoy muerto estando vivo
y que es igual el despertar y el sueño.
Lo que estime lo más grande es lo pequeño :
la poesía, palabras y palabras,
la música, sonidos y sonidos
y el color un engaño.

Y se que más allá del pensamiento,
muy más allá del mundo y del sentido
la música, el color, la poesía
existen ya sin forma.

Y sin embargo
yo me quiero expresar :
palabrería
ingenuo afán de crear,
cuando yo mismo
solo quiero salirme de la forma
para ser yo, sin nombre, sin sentidos,
ser, simplemente ser
porque jamás he sido.





Razón de Amor

Si tan completamente la he perdido
que nada puede retornarla, acaso
vuelva a sentir la huella de su paso
al detenerse el corazón herido.

Porque si bajo el párpado caído
que hace a la luz artificial ocaso
la puedo ver y al corazón traspaso
su imagen rescatada del olvido,

Tal vez en medio del silencio oscuro
su música retorne, a semejanza
del sonido en las noches inseguro.

Que nadie en medio de la vida alcanza
a derribar el empinada muro
que separa al amor de su esperanza.







Un Gran silencio

Después, un gran silencio. Nada.
El agua corre sin mojar. Se calla.
El viento no murmura ni grita. Pasa.
No se oye el corazón en el silencio.

Cuando las aves vuelan, no vuelan, se deslizan.
La poesía se expresa con palabras vacías.
Ni Beethoven ni Mozart han existido nunca.

¿Y el amor ? ¿En dónde está el amor ?
Busco en vano un recuerdo del recuerdo.
Indago en las alturas. Nada.
Los astros se han callado.
Miro a la tierra. Nada
Los gusanos se mueven sin rumor en las tumbas.

Sin embargo los ojos están viendo.
Percibo los olores. Tacto.
Pasa el sabor sobre mi lengua.
Pero hay un gran silencio.

¿Es la presencia de Dios o su vacío?





Desasosiego

A veces los poemas
mis poemas
golpean en mi cerebro
y los aparto
antes de que lleguen a mi corazón.
Porque ¿con qué palabras,
con que ritmos
podría decir las luces vacilantes
que rompen las tinieblas
en donde mora la razón?

Destellos de vivencias escondidas,
rostros borrados por la muerte,
cantos de alegría
vagan por los caminos de la sangre
sin encontrar reposo.

Y aunque una luz
de pronto me ilumina
al tropezar con el vocablo exacto
que buscaba mi voz,
muere sin expresión en el silencio,
pues todas las palabras
se me borran
antes de que lleguen al corazón.









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