miércoles, 16 de marzo de 2011

3434.- VERÓNICA VICTORIA ROMERO REYES



VERÓNICA VICTORIA ROMERO REYES
Nace en Granada en 1979. Con diecisiete años gana el primer premio de Poesía en el Certamen literario Castillejo-Benigno Vaquero de Granada. Se traslada a la ciudad de Málaga donde cursa la licenciatura en Periodismo. Posteriormente se doctora en Comunicación. Volviendo a Granada orienta su formación hacia la docencia.
Obtiene el Certificado de Aptitud Pedagógica en 2007 en la especialidad de Lengua y Literatura. Actualmente, por motivos profesionales, reside en Barcelona. Miembro de la RIET desde 2010. Miembro de la REMES desde 2010. Socia del Ateneo Blasco Ibáñez de Valencia.
Colabora con diversas revistas literarias. Entre ellas “Absenta”, “Lecturas de Bolsillo”, “Canal Literatura” y “Opinión de la Gente”.

POESÍA
Sin alas (1995).
Duele (1996).
Magma (1997).
Llagas (1998).
Maldito silencio (1999).
Diez Rezos (1999).
Estrofas, poemas estróficos y no estróficos (2000).
De amistad y otros timbrazos en la puerta (2000).
Ave ladrona (2001).
Alma mía (2002).
Universo (2003).
Zenobia (2004).
Némesis (2004).
Mi gritito de batalla (2005).
Herida (2006).
La victoria de los ángeles (2006).
A maximis ad minima (2007).
Verbia et proverbia (2007).
Tecla y compañía (2008).
Verbum vincet (2008).
Fénix (2009).
Libre el verso, hueca el alma (2009).
Octosílabos agnósticos, endecasílabos escépticos (2009).
Epitafio (2009).
El quicio de un sueño (2010).
Estupifacta (2010).
Pensar enferma (2010).
El alma en ti (2010).
Amor omnia vincit (2010).
Mi único poema incompleto (2010).
Tuya. Cómplice (2010).
La agonía tuya (2010).
NARRATIVA
Epistolario muerto (2004).
Ella (2006).
Pergaminos de vena (2009).





VICTIS HONOR (2010)

Cuán pobre y deleznable el valor humano
cuando puño de hijo con ira se eleva
para agredir a una madre o un hermano.

Es obra vana quebrar una espalda con tarea
cuando no se recogen más que alacenas
huecas y vacías en palpables y sucias plateas.

Da igual afanarse en instruir nobleza
en el alma, cuando el necio desoye
con desdén el cariño, el alma con pereza.

Da igual pensar que el portador de la lacra
será admirado en gentíos y turbas varias
mientras el bondadoso es inútil memoria sacra.

Da igual creerlo o no, pero el amor es distinto
y no por ello, menos intenso en llamarada
ni menos cierto en el desvelo que procura
cuando el alma sábese única y enamorada.

Da igual enseñar a quien no quiere aprender,
pues nunca conocerá más que su ignorancia
y responderá con insolencia al recto saber.

La Vida en sí misma no es motivación
sino un motivo que se escapa a la canción
de quienes andan con pie roto y trabazón.

Da igual que estemos solos en compañía,
que el pajarito trine o el perro ladre,
que no exista amor que la Muerte extinga,
ni manos más abiertas que las de madre.

Da igual que el Cielo se desplome
o que la aurora decida no volver,
da igual ser una destrozada marioneta
en el guiñol sanguinario del poder.

Da igual soñar, vivir un cuento,
caminar sin ganas y volver a crecer,
da igual cascar la nuez de la ilusión
si nadie queda para el fruto recoger.

Da igual el dolido camino ajeno
si vendas haces crecer en tus ojos,
si mordaza lames con miedo pleno.

Da igual que se quiebre el nido
dejando crías sin alas a su suerte,
tendrán plumaje corto y tullido
y serán abocadas a su muerte.

Da igual hablar sandez o en serio,
confiar versos y líricos desmayos
en cuartillas con música y misterio.
¿Da igual que el alma lata con rayos?

Da igual.
Porque a nadie le importa.

(AA.VV., “Selección de poemas, diez autores”, 2010).






No merece poema.

“En sangre y en tesoro, la amargura
de los días se paga
imperceptiblemente.
En gotas no se cuenta, ni en monedas.
En palabras tampoco.
La fábula difícil de mis días
no merece poema”.
(Juan Antonio González Iglesias).


Qué pena no haber legitimado mi promesa en un beso
ni haber dicho “hasta luego” en lugar de “adiós”.
Qué pena no ser en él lo que él – puro y cristal- es en mí
y no ser el verbo de la oración que no se pronuncia.
No se hace canto, no se hace eterna…

Qué pena no ser el bautizo de alma y sí el sacramento renovado.
Qué pena no haber enjugado aquella última lágrima,
no haber visto aquella alma partir a Cielos desconocidos
ni escuchar mi nombre a bramidos en esa hora de esa noche.

Qué pena las distancias, los reproches, las nostalgias
y las melancolías que mecen las hipnosis menos cicatrizadas.
Qué pena no saber si tú te pierdes en mil acordes de recuerdo
cuando yo lloro buscando los detalles más desgajados de mi memoria.

Qué pena descubrir un nuevo sol cuando el secreto tú no lo compartes,
qué pena respirar un aire que no es mío cuando tú no lo respiras,
qué pena buscarte en las mejillas que secan mis llantos de ojera cansada
y en los brazos que me calientan las tiriteras de ti cada día por cumplir.

Despertar es una batalla, siempre perdida, nueva llaga
y marcada cicatriz, renovado suplicio para encontrar lo perdido.
profanar lo sagrado, sacralizar lo vacuo e inane y despojarme de superstición.


No merece poema el trote inadecuado de niña que no sabe dónde va
aunque resista el vencimiento de las tierras que le dan cobijo,
ni la ilusión pasajera de la mujer inocente que se piensa corazón
en un pecho ajeno incrustado que ama y canta y cuida y adora
cuando duda es la aguja del reloj marchito de cada tiento y cada hora.

Qué pena no merecer de poema ni lance ni canto
ni ajusticiar un nudo con una sextilla de doble sentido.
Qué pena latirse, secamente, y sin estridencia alguna,
para saberse pulsación una vez más de un esporádico latido.

Sin ruta, con mancha y sin sentido.







Cuando muera

Cuando muera, yo sé que más pronto que tarde,
pero ignorando la mano que me llevare a ese portal,
encomiendo mi última voluntad al portador de la sangre
que en mis venas, de iguales apellidos, también arde.

Más orquesta que una caja cerrada yo no quiero
ni velatorio de lágrimas en mi última laguna.
Flores las justas y acuérdense que nunca me gustó
arrancar la vida de una flor para adornar lidia alguna.

Las rosas blancas siempre para mi madre reservé
y nunca su elección fue casualidad bajo mi ojo:
Inmaculada y eterna Ella en su camino, jamás osé
manchar siquiera su recuerdo con mi pasión de rojo.

No me lloren ni digan que fui buena,
tampoco aseguren que quedo en paz,
sólo yo sé de mi calvario y mi pena
y de tantos días que me costó caminar.

Plañideras no consientan en mi entierro
ni gachones que lleguen a lucirse vean mi cara.
Cuiden de mi perra y de mi perro
esa noche. No les digan que me fui sin ellos.

Pueden recordarme ahondando en mis escritos,
no me crean sola o abandonada al hacerlo,
¡No me gustaron de hipocresía los teatritos
ni aquellos que el culo vinieron a lamerlo!

Todo lo que dejo aquí es menos de lo esperado.
Y mi Boscán será mi hermano, jamás lo he dudado,
todos mis versos y palabras yo los cedo a su cuidado.

Quémenme. Tanto dolor sólo el fuego puede matarlo.
He de caminar, muerta, primero el Infierno
para después, purificada, el verso en Ella, atarlo.

Digan en mi despedida que tuve un invierno
de alma desde que mi madre partió con premura
y que sólo me mantenía erguida en mi averno
el despiste perpetuo de mi hermano y su ternura.

Cuando me digan “hasta luego”, adornen con melodía.
Si el reencuentro se da con “mi inmortal”, y así lo espero,
no encontrarán mejores acordes que los de esta sinfonía.

Y no lloren, en esta justa todos caemos
y nunca devota de vida me confesé.
Lo importante, que nos llevaremos,
es el gran amor que, aun herido de muerte, os regalé.

Porque a todos os quise, a mi manera,
y de todos algo grande en mi alma guardé.
Y ahora, que me aguarda nueva vereda,
porto en el espíritu vuestro querer.

No me lloréis,
el amor inmortal es.

Y yo,
ante todo,
os amé.








Más que abierta, viva

Hoy la herida más que abierta está viva
y en los dedos traba ignoracia para que obvie
la métrica y su cuidado. En su reino ¡Qué altiva!

No me gustó jamás el protocolo anticuado
con el que afinan tontas trompetas de alabanza
ni placer me supuso el alarde continuado
cuando ahora trócase en amiga lanza.

En el cielo siempre satélite el mismo
que da cobijo a los enamorados de un día.
¡Oh amor fatuo que no puedes seguir el ritmo
de un solsticio de amor en cercana lejanía!

Ya sé por qué portamos este estigma,
la herida abierta es sólo la cubierta
del brazo verdugo que la vuelve un enigma.

Mas me supongo yo,
perdonen mi evasiva,
que si la herida se abre,
la sangre fluye… viva.

¡Y en eso ando! Fregando borbotones
que han manchado mi suelo,
enormemente, con carmesines goterones.

Dudo si mi vena vendar o mi suelo pulir.
¿Es más relevante crecer que sobrevivir?

En verdad qué tristeza que me ahoga.
Busco consulo en anónimas voces.
¿Es hora de buscarme ya la soga
o permito que me sigan dando coces?









Yo, que no entiendo

Yo, que no entiendo más que lo que veo y compruebo,
que no oigo más que aquello que acude a mis oídos,
que no hablo sandeces sin sentido y padezco mutismo de rumores,
que cargo su silencio en mi lomo ya vencido,
yo, verduga de verdugos, tengo el plumaje decidido.

Y, ojo, ni es de cordero la vestidura
ni en nidos de cisnes se alzan mis vuelos.

He de ver los avernos subir al cielo
y las alturas quejumbrosas en el suelo.

Porque yo, que no entiendo, veo.
Y, ante todo, siento.








Manifiesto arcaico

En mi lenguaje, tan inhóspito en ocasiones,
una mentira aclamada es una porfía,
un recital de versos son declamaciones
y una nostalgia de pasto ajeno es algarabía.

En mi verso, tan retorcido y detractado,
abunda la metáfora sentenciosa,
el ritmo acentuado de reojo pesado
y la oculta verdad escandalosa.

Todo lo digo con forma mas con disimulo,
no concibo triángulos en lo angosto,
y, aunque el pudor oculta la debilidad,
cierto es que, con poca solera, yo reculo.

Tanto me afané en disfrazar mi daño
que, sin darme cuenta, y en hora equivocada,
hice de mi pasar en la vida un cuento extraño
donde no me siento más que bestia amansada.

Una calle es un pasaje
y un corazón es un mundo.

¿Un cambio? Yo digo viraje.
De Calderón, hija bastarda de Segismundo.

Anquilosada en el clásico,
discípula de Góngora.

Culterana.

¿Pedante? ¡Por supuesto!

Porque la lengua es carne de amor.
Y en el amor, nunca puede haber desgana.









Vengo a decir

Vengo a decir que me encontraba
buscándote
o esperándote.
Sólo por conocer a quién amaba.

No recuerdo la canción.
Y sí la llantera.

No recuerdo la noche.
Y sí su tiritera.

Vengo a decir que fue difícil espuela
tu añoranza,
tu evocación.
Sólo por dar hiato a quien, hoy, me cela.

No recuerdo la cabalgada.
Y sí la montura.

No recuerdo la carrera.
Y sí su hendidura.

Vengo a decir que fue distante sino
anhelarte,
presentirte.
Sólo mistificar de tu enjuague mi destino.

No recuerdo la brújula.
Y sí el camino.

No recuerdo el horizonte.
Y sí un norte confundido.

Vengo a decir que fue intuición
tu talle erguido,
o tu postura.
Sólo ser letra de mi ambición.

No recuerdo el poema.
Y sí la cadencia.

No recuerdo la estrofa.
Y sí tu ausencia.

Y vengo a decirte, aún a riesgo
de descubrir mi talón tan protegido,
que eres cisma y sempiterno sesgo
donde cayó, frágil, el futuro invertido.

Y, loca de ternura, en tal manera,
vengo a decir que, siendo mansedumbre,
eres la bestia y eres la fiera
donde calmo mi tosca raidumbre.

Si descubrir afanes
es mi propia traición,
vengo a decirte,
tranquilamente,
que eres acento,
hiato y sinéresis
en mi preclara pretensión.

No hay mal que tú no sanes
ni estribillo que no acompases.
Sin ti todo fue mera ficción
y sentires fueron ademanes.

Y ya que quemé una treintena
recreándome en tu hallazgo,
déjame ser la lágrima en tu pena
y la obra de arte en tu mecenazgo.

Como yo, poco labio te habló
de alma, de vida o de sus teoremas.
Ningún espíritu mi amor halló
en poco o mucho que tú no temas.

Y ahora, despojada de armadura,
vengo a decirte,
quizá arcaicamente,
que lista o tonta,
alegre o triste,
no soy más reflejo
que aquello
que ya tú viste...

Si poco, lo siento.
Si justo, me alegro.
Si mucho, mi ego resiento.

¿Cuándo coloreaste de blanco un océano negro?

Vengo a decir que no recuerdo el dónde.
Y sí el momento.

Vengo a decir que no recuerdo el cómo.
Y sí su sentimiento.

Y vengo a decirte que tu beso
en mi labio enhebrado
no fue bálsamo y sí el bautizo
de una infiel de eterno amor confeso.
¡Enajenado!

Porque sin ti las cicatrices nunca llegaron
y las heridas, en mi dermis, fueron siempre
salva de sangre que mi luna jamás aclamaron.

Y ahora, que eres sagrario de mi vena,
no hay ni un sollozo, ni una tristeza
y no me rinde ninguna estrella,
en relojes de nocturnidad,
al abismo de lágrima o de pena.

Vengo a decirte, con claro descaro,
que acaparas minutos y horas,
que descubre el enigma raro
el navío que en mis peñascos escoras,
que eres la savia y no el alimento
donde almibaro el salitre de mi lamento.

Vengo a decirte, el alma en vilo,
que eres el aire que yo respiro.

En conclusión,
vengo a decirte y decirme
que no conozco más vida
que la de, en tu vida, yo, morirme...


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