sábado, 16 de abril de 2016

FRANCISCA ROJO [18.456]


FRANCISCA ROJO

Nació en la ciudad de San Luis, Argentina, aunque siempre residió en Villa Mercedes, el 11 de julio de 1947 y falleció el 15 de Abril de 2016. 

Su relación con la escritura comienza hace unos pocos años cuando se decide a participar del Taller Literario para Adultos Mayores que, entonces, dictaba Patricio Torne en la Secretaría de Extensión Universitaria en la F.I.C.E.S. de la U.N.S.L.

Editorial deacá publicó sus poemas en el libro Mirando una luna roja.

Actualmente formaba parte del Taller Literario que coordina Patricio Torne.



Escribe Patricio Emilio Torne en su facebook: 

Este año la muerte se ha empecinado con la poesía. Hoy se llevó a Francisca Rojo, ese duende que desde hace mucho venía llenándonos el alma de ternura. Ella nos atravesó con su magia y fue querible hasta lo indecible. Comenzó a escribir después de los 50 años, vino a mi Taller y nunca se fue de ese lugar que era su refugio. Integraba el Grupo de Producción de Textos. Su poemas eran tan breves como profundos. Unos pocos textos suyos fueron editados por “Editorial deacá” en el libro que, junto a Darío Miranda y Juan Luna, se llamó “Mirando una luna roja”, muchos otros quedaron dispersos en carpetas y archivos, pero la mayoría están en el corazón de los que la tuvimos cerca. Es imposible no estar triste, muy triste.




Demasiado claro el horizonte 
para distraer la mirada 
y atrapar filamentos de vida.
Llamará a la puerta de la distancia 
enriquecida y maloliente 
sin dejar de ser motivo para cerrar 
caminos y atrapar lo que no se conoce:
el asombro de lisos cabellos verdes 
para una cabeza dorada
en pleno desafío.




Entre las manos el recuerdo. 
En la lista las hojas 
dando vueltas. 
La lluvia 
cantando su sonido. 
Amarro lágrimas y acudo 
a la espera. 
Incierto es el camino, leve la niebla, 
rosa el suspiro y la voz cansada.
Lo hablado es lo bello, 
lo conocido. Se mantiene 
la amistad 
de la armonía.




Hay tinieblas 
que cubren el oro.
El rincón es más azulado 
que de costumbre y
atesora el ritual 
de la vida.
La inocencia en el portal 
se guarda.
Entre el cielo y yo 
¿qué?




Mansedumbre en el blanco 
de los dedos rayados.

Sola, con la rapidez en el desequilibrio
de la melena, dejó ver la belleza
de su cuello de jirafa.
Quiso la claridad, y así se quedó, inmóvil hacia el norte
a ciegas.

En cuadros reluce el esplendor de su brillo,
con el que no quiere competir.

Es difícil el hacer de artista en este lugar.





En lo circular, yace el opaco segundo
de los acontecimientos de risa.
Brotan semillas negras
de pensamientos austeros.

En la lejanía, el canario 
despierta con su canto, las líneas oblicuas
que dejarán marcas
para quien quiera descifrarlas 





Son maravillas 
del decir ausente,
de la agonía sin retorno
de cascabeles.
La mansedumbre jubilar 
deja en reposo el juego
de miradas amarillas,
de ojos cuadriculados.
No es la lucidez celestina
sino el decir armonioso
en noches incipiente
bajo el agua espesa.





Son las marcas sin nivel de las sierras.
Es más sobria la belleza de los monos
gimiendo de amor los atrevidos.
Juntos allí, ojos mirones. Agua murmurando
a quien contar la situación.
Si lo bello es sentir, a quién le importa.
Flores y plantas siguen su producción
bajo la sombra paciente.
Algo de construcción. Habitaciones que no dejan 
puertas entornadas. Pero los ojos quieren ver
sus camas con pensamientos ingenuos.
Por algo he venido
con la curiosidad a cuesta,
y una inquietud salvaje que recorre,
sin saber de qué color es el misterio.




Has marchado tarde
en búsqueda de árboles tiernos,
donde las mariposas con sus aleteos,
dejan lo visual en constante parpadeo. Como
un recital.
Ambiciosa pienso y dejo en libertad lo de entonces.
La naturaleza, que de nada se priva, está alerta
en los cambios. Siempre se guarda
experiencias en tiempo, hora y lugar
en los ecos del ayer.




Agüita fresca es la que renace cada día en la espera
de lo real. En lo que anuncia para aniversario
equivocado de la abuela, quien después de hacerlos bailar
a todos dice: “¿Dónde hay un fuego
encendido para mantener vivos los pensamientos?”
Audaz como pocas,
voy donde relucen las piedras
que el sol marchita
cuando niega la mirada.
Sin dejar de estar viva,
la quietud en lo inesperado
en tiempo de decisiones.




He de mirar con ojos nuevos
aquel cruce del canal con agua
por su crujiente puente.
Ruidos de latas que estremecen.
La ciudad y la distancia son
las que sorprenden.
El negocio de venta de prendas de vestir
es divertido, cuando el que quiere 
lo que quiere no le es conveniente.
Cuestiones santas es el rocío si es el que acompaña
con su transparencia sin igual. Se mira, se toca, se disuelve
a la hora exacta que deja de ser lágrima.
Todo se parece en el existir y en el amor.




No he marcado los caminos, pero a Ud. le encargo
“cuide a mi amigo, que se abrigue la barriga
que es donde guarda el frío”.
Serán largas las horas sin luz,
Que cuando decida volver de mi muerte,
él no me reconocerá, aunque me siente
en la mecedora, junto a la planta de alcanfor.
A mi ruido de arrastrar los pies
le pondré música que no es su preferida.
Pero le brillarán los ojos.






El tiempo doloroso
cautivó la herencia de lo real.
Dejó ver lo más importante,
escribió sin letras,
le supo leer el alma.
Le hizo conocer la luz del día.
El crepúsculo se negó a volver.




Viajé en forma común,
salté por el incendio, bailé la jota.
Volé como mariposa tras el asombro.
El vaivén de mi cuerpo 
quedó incierto.




En tus bosques de arena líquida *
pintas hojas sembradas al viento azul.
Arena que buscas dónde trepar,
no olvides que el bosque está a tus pies. Las huellas irán
hablando por su herida.
Pero en los bordes dejen escrito “me fui”

*Coral Bracho




En estas horas de luz
puede elegir las verduras que por su brillo hablan.
Junto al que las acaricia para filetearlas
con suavidad de artesano, para que cuando reciba su amor, 
estén en la mesa.
Con fiel reflejo de armonía,
con el mejor arreglo floral
sin ser perfumadas.
La iluminación le preocupa,
dejó cerradas las ventanas.




Con temible habilidad pude ocultar
esta fascinación de amor por quien no puede hablar.
Su inmóvil cuerpo, sin vida, me deja indefensa.
No de amor, sino delante del derrumbe
de la habitación.
Quienes vienen en mi ayuda
me roban el secreto, y sólo
las lágrimas me contestan.
Es así.




Con mente fresca, hacia la salida,
a cielo abierto. Jugando
la mirada con el espejismo.
Se acerca la sombra, no la de las nubes,
sino del engaño de una estela
estremecedora
de un paraguas.




En la noche oscura
se me rompió la carne de las manos.
Con qué voy a sacudir la guitarra
para ganarme unos pesos?
Ojalá cantara como los pájaros
en el sauce.
Una mujer –la del gitano- se acerca.
Al verme arruga la frente
y dice “sólo a los locos
les pasa todo esto”.




No sabe donde ir buscando
consuelo de lo que ya no tiene.
Vistió sus pies con patas de rana.
Oyó el canto lastimero.
Una estela blanca lo iluminó.
Fue el momento ideal para desaparecer.




Los locos aman
La distancia del infinito.
No existe el nombre 
al tiempo ausente.
Se refleja en el agua
el llanto burlón, sonríe.
Navegan en el pensamiento
las figuras de los ojos
sin pestañas.
Volvió el color más ligero
sin amanecer.





Aunque solamente lo que hacía era suspirar
en ese viaje en el que nadie hablaba a mi alrededor,
pude observar las desventuras
de quien se rompió un diente, y quiso dejarlo
en la llanura.
Será para que el que pase en otro tren
pueda reconocerlo por su brillo.
Nada es más triste que no poder trasladar
el aire fresco allí existente.





*Tantas veces creí ver la muerte que hoy
ya es una realidad.
Sin olvidar en este instante
que la voluntad, cuando se enajena,
siempre tiene sus resultados.
De buscar, me enamoré de Cristian en especial.
Ya mis piernas se despiden de los pajonales
que las acarician .
Voy a dejarles mis quejidos y los versos del rosario
para que en compañía de los que no tienen alma
comiencen a entonarlos.
Al carruaje, lo dejarán a la sombra
O lejos de sus ojos?

*Texto inspirado en el cuento “La intrusa” de J.L. Borges





Guardo en el hueco redondo
la brisa de la soledad.
Espero en el silencio.
Canta el viento y silba tan sólo para el oído
de las hormigas.
Si conocés el verde de algún paraíso
marcá la aurora tras los días de ausencia.
La experiencia está siempre
presente
sin conocer el camino.





No puedo alejarme de la naturaleza.
De ella soy parte.
Esperar una voz sin que ella exista. La escucho.
El rosado esplendor del amanecer
deja sin abrigo los pensamientos.
Veo volar a cuanto pájaro se le ocurre
echar una mirada, y le respondo con la mía.
Me alegro. Alguien allí
me ha descubierto.
Comparto el perfume de la audacia verde
de enrejados hilos tiernos.





Asoma a lo largo de la marca,
bajo el agua que no habla. Sólo marcha.
el crepúsculo azul que alguien espera.
No deja detalles del encuentro. Pero si
el señero de la que no quiere entender
de aquella visita inesperada.
Ha visto en el mapa un barco lejano
que puesto en escena
deposita sus ideas de lo que quiere contar.
La curiosa hostilidad 
de los que no quieren morir.





Cuídate pequeña que la vida es larga
para equivocaciones.
No dejes tu cuerpo a gentiles
que de huesitos estará llena
tu panza.

Subí las escaleras,
pinté mis labios, llamé 
con ruidos de la tos a los ojos mirones,
pero sólo los perros
me contestaron llorando.
No era momento oportuno
para dejar la inocencia. Quería ser atrevida
en los hechos, no con palabras.
Los años arrugaron la ilusión.








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