viernes, 8 de abril de 2016

FABIOLA MORALES GASCA [18.394]


Fabiola Morales Gasca

Puebla. México
Licenciada en Informática por el Instituto Tecnológico de Puebla, egresada de la Maestría de Computación en la Facultad de Ciencias de la Computación BUAP. Desde hace cuatro años aprende el oficio de Escritura en talleres literarios en la Casa del Escritor y en la Escuela de escritores. Terminó el Diplomado en creación Literaria en la SOGEM-IMACP de Puebla.Ha tenido como maestros a importantes escritores mexicanos como Beatriz Meyer, Álvaro Solís, Mario Bojórquez, Gerardo Oviedo, José Luis Zarate, Enrique Pimentel, Néstor Vázquez, René Avilés Fabila, Eve Gil, entre otros. Ha publicado en suplementos literarios de la ciudad y en algunos blogs a nivel nacional como El Búho, Amaranto Arizona y el Sol de México. Es una lectora voraz y escritora incansable.

En noviembre del 2014 publicó su primer libro de poesía denominado “Para tardes de Lluvia y de Nostalgia” bajo el sello de Rodrigo Porrúa Editores. Los poemas de su libro, como la sinopsis nos menciona, son una seducción hacia el mundo intangible de la nostalgia y los recuerdos.

En “Para tardes de Lluvia y de Nostalgia” La profundidad de la tristeza es el principal misterio a descubrir en las líneas que destilan nostalgia por el amor, el tiempo y los sueños que se han extraviado en algún cajón olvidado de la mente y del alma. En su libro, la nostalgia es la principal provocación para todos los sentidos. Pero la autora empieza este año con proyectos nuevos, así que deja a un lado la nostalgia y descubre en este 2015 una nueva fase en su escritura con tintes que van desde lo erótico hasta lo político. Se proyecta con más fuerza y experiencia en sus letras y su voz; razón por la cual actualmente está trabajando en nuevos proyectos que van desde la poesía, cuento y novela.



Limpieza

Le venimos comprando su colchón viejo, roto,
que ya no le sirva,
con el olor de sus amores,
con el dolor del desencanto,
con el crujido del  adiós.

No se preocupe, no lo cargue,
ya cargo con el dolor, la desesperación,
el sueño roto, el mal de amor
y otras cosas peores.

Háganos una seña
y hasta su puerta vamos,
le compramos también todo el fierro viejo,
lo que ya no le sirva.

Nos llevamos todo,
tomamos los malos recuerdos,
los tragos amargos, las fotos de días felices
y las ilusiones en vano.

Nos llevamos todo lo que le estorba
en el patio del corazón
y hasta su sombra, si quiere,
nos llevamos, sólo háganos una seña
y hasta la puerta  de su decepción allá vamos.





BOLA DE CRISTAL

Por FABIOLA MORALES GASCA 


En un principio, el mundo se condensaba en una gran bola de nieve. Todo era blanco. Energía y materia fluían felizmente en un vaivén que hacía girar a la bola de nieve en un éxtasis de comunión perfecta. Pero como todo lo perfecto algún día se tiene que romper, la bola de nieve que contenía al mundo blanco se deshizo para dar paso a la más exquisita combinación de colores y vidas, que jamás se ha visto. Rojo, azul y amarillo, mutaron para dar forma a nuevos mundos en donde los colores daban vida a seres que habitaban en esos nuevos mundos; no comprendían que pertenecían a un orden superior y algunos de ellos, cuando volteaban a ver el trozo de bóveda celeste, que les correspondía en ese espacio infinito, se preguntaban ―a veces calladamente, a veces en voz alta― si había vida en las estrellas lejanas. 

En esos mundos, entre tanta gente, en medio de la sierra y del canto de miles de grillos y cigarras; un niño de siete u ocho años, desde el patio de su humilde casa con paredes de madera y láminas viejas como techo, contemplaba las estrellas. Es Noche Buena, pero apenas si lo recuerda; se lo mencionaron desde la semana pasada en la iglesia, a la cual asiste cada domingo ―está a dos kilómetros de distancia, a él eso no le molesta, al contrario lo anima―. Da cada paso con alegría, sabe que llegando a la parroquia en sus manos tendrá uno de los pocos libros, que ha conocido en su vida. Grande, grueso, con letras tan bellas al inicio de cada capítulo. La Biblia―le dice el sacristán― contiene la palabra de Dios, el Ser creador del universo. El niño no parece entender bien esto, pero, lo que le parece maravilloso es que la palabra sea guardada. Imagina la cantidad de historias que los libros encierran. En los sagrados textos, algunos relatos se los ha contado el sacristán: un jardín y una expulsión, un diluvio y muchos animales; una guerra y un muro que cae al sonar unas trompetas, hombres que caminan por el desierto; muros con inscripciones, extrañas promesas a través de generación en generación, ángeles que bajan, un rey que nace en la pobreza con una gran estrella. ¿Acaso un rey puede conocer la pobreza? Si esto puede estar encerrado en ese libro, qué no contendrán los demás libros ¿Se puede obtener todo el conocimiento a través de ellos? ¿Y si ahora que termine de aprender a leer, lee todos esos libros? Ya está cansado de ver en sus manos pedazos de libros y todos esos recortes de revistas viejas. 

¡Ah…! si en sus manos tuviera un libro para él, ¡sólo para él! como aquellos libros viejos de la biblioteca de su escuela. Sueña, sueña en miles de historias que nunca en su cabeza terminarán. Hoy es Noche Buena, apenas si se acuerda. En el cielo tupido de diamantes alcanza a ver una estrella fugaz perdiéndose entre la sombra de la cordillera, pide un deseo, recuerda que aquel Rey que nació en la pobreza traía a su propia estrella. Pide fervientemente un deseo. 

Pierde toda su concentración, al grito de mamá― ¡Hijo, ven a cenar! ―y abre los ojos. Entra en su casa y un plato de frijoles negros está servido a un lado de las tortillas tibias envueltas en manta. Después, duerme sobre una cobija vieja y un pedazo de madera. El frío cala. Es Noche Buena y apenas si lo recuerda. Un Rey eligió nacer en la pobreza. Mañana es seguro que el libro que deseó no lo tendrá en las manos. Pero mañana, que es Navidad, el sacristán le prestará como siempre después de la misa, la Biblia.


En un principio, el mundo se condensaba en una bola de nieve. Todo era blanco. Energía y materia fluían en una comunión perfecta, eterna. Hasta que un niño agitó la bola de cristal.




Minificciones, Fabiola Morales Gasca


Corrector

Al escritor le gustaba hacer novelas eróticas y detestables. Su pluma tenía la virtud de ser incansable sobre las hojas blancas.  Su corrector lo censuraba, pero como es sabido por todos, lo prohibido atrae más.  Así que no le quedaba otro remedio que corregir. Después de las revisiones, rezaba cincuenta rosarios y treinta padres nuestros. Al depravado escritor un día se le acabó la tinta y empezó a escribir con su propia sangre, las novelas fueron entonces blancas, puras, llevaban a la santidad con sólo leer las primeras páginas.
Su corrector asombrado aún más ante el nuevo estilo, realizó varios cambios, así después de corregir cada novela terminaba haciendo las mejores orgías que jamás ese pueblo conoció.



Interestelar

El sexo se le escurría entre las manos, lo olfateaba, lo veía entre sombras, lo escuchaba susurrar. Era un constante latir en sus venas. Un día recostado sobre su cama, cerró los ojos, exploró su propio cuerpo y sintió todos los murmullos de amor y todos los orgasmos de mundo.  Se desvaneció en el gemido más estremecedor y se corrió hasta volverse el semen más volátil.  Desde el aire, como un polvo de estrella fugaz, comprobó con eficacia, que el universo es un apareamiento, una incesante cópula que nunca acaba.






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