martes, 23 de febrero de 2016

FRANCISCO SQUEO ACUÑA [18.153]


Francisco Squeo Acuña

Francisco Vicente Squeo Acuña, el Sacronte, alias "duende de la albahaca" nació en la ciudad de La Rioja el 27 de octubre de 1938. Falleció en Buenos Aires, a causa de un trágico accidente, el 11 de abril de 2006.


Se recibió como mejor alumno en el colegio Joaquín V. González, promoción 1960. En ese mismo año codirigió el periódico Eco Estudiantil con Juan F. Deleonardi. En 1963 fue miembro fundador del núcleo de artes y letras Monoblock al Sur, Avellaneda, junto a Alfredo Carlino, Angélica Copetti y Walter Fumarola. Estudió abogacía en Córdoba y en La Plata, abandonando los estudios en 1964.
En ese año volvió a La Rioja y se quedó cuidando a su madre mientras realizaba la huerta de Santa Justina. 

Durante los años 1965 y 1968 dirigió el periódico literario
Arauco. Abandonó luego La Rioja y se instaló en Buenos Aires. Colaboró en la revista Macedonio dirigida por J. C. Martini Real y Alberto Vanasco.

El 17 de diciembre de 1969 ofrece su primer recital de poemas en el Teatro del Centro acompañado por el concertista de guitarra Rodolfo Fernández Brac. Realizó recitales en la mayoría de los centros culturales del país.
Trabajó en la editorial corregidor corrigiendo numerosos libros de autores nacionales y extranjeros.

En 1967 recibió el primer premio en el certamen nacional sobre Felipe Varela y Pozo de Vargas en la provincia de San Juan.

Su primer libro, Cantos Cisandinos (Editorial Rayuela,1972), fue presentado por Alberto Vanasco. Diente de león (Milton, 1988), fue presentado en el Viejo Almacén con un breve festival.

Squeo Acuña es un poeta errátil, hacedor de comidas, labriego y entendido en fitoterapia. Sus poemas figuran en numerosas antologías nacionales y del exterior.



Cuento del mishi

Tuve un gato
era negro
perteneció a mi padre
comía o saboreaba el pan con vino
al volver de sus andanzas
muchas veces lo vi feliz
como un manto de zorzales
Fue muerto a balazos
un día de carnaval
para festejo
de la gente de la calle trece
Según mi padre
su mínino pagó el pujllay
que se les seque el perejil, maldijo
a los apetecibles bandidos
Mi padre ya no tuvo otro gato
el pan con vino
se los daba a los gorriones
con ellos se fue un otoño
lo vi galopar por querer alcanzarlos
No sabía que por envidia en el barrio
a su gato lo llamaban fechor.



El huésped de fuego

Porque soy un ágil tarco que tira lilas en noviembre
voy gastando los vapores del cansancio
y la ilusión de los productos inefables.
He raspado la picardía con ojos estallantes
para perforar el miedo de la infancia
que gime con gritos de silencio.
Suspiro con el recuerdo de mis padres
y con su voz ligada en el viento
hago un desenvolvimiento de sorpresas.
Con ello, violento la aureola de los necesitados.
Voy poseyendo la velocidad del animal suicida,
una inteligencia colmada por ancestros
y la misma aventura para el vuelo.
Ante mi mujer me inclino en su pira
y en sus llamas me agilizo emocionado;
estoy pidiendo tener concurso de reino
en el valle de la imaginación

y el carnet para viajar por las heridas de mi pueblo.




CRÓNICA RIOJANA

En la tarde fuerte
del otoño, los sapos vienen
a enterrarse en mi espalda
y ofrecen su canción acuática
Al anochecer las serpientes
llegan a dormir en mis orejas
Una espiral de vidalas
abre la mañana, es la hora
en que me saco los ojos
y voy a la huerta, pongo mi gordo
corazón en la sartén del sol
y con tu nombre comienzo
a derretir el valor de la realidad.

(Diente de León, 1988)



MI MADRE Y MIGUEL HERNÁNDEZ

Mi madre y Miguel Hernández
están durmiendo en mis bolsillos de tierra.

Cuando hablo en fuerte ternura
ellos suben por mi áspero cuerpo
y rematan floreciendo albahaca.

Tomo su canto de aromas
y me voy a la huerta con maíces y escardillos;
allí los entierro,
porque seguramente saldrán en primavera
creciendo en chacritas
y apuntando en fusiles.

(Cantos cisandinos, 1971)



Colastine

Avatares correctos
la canción no sale
boinas azulinas tiñen la siesta

Mezclado en el estar apacible
de las ramas gruesas de un eucalipto
la soberana inicial de apuntar al cielo
la legítima esperanza personal
de creer que uno siente peligros
enroscados en el aire de la partida

La madrugada
se escapa suavemente
mientras el trago de cognac
enrosca a la heladita
que persiste en el barrio.







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