lunes, 18 de enero de 2016

JESÚS CÁNOVAS MARTÍNEZ [17.942]


Jesús Cánovas Martínez

Nacido en Hellín (Albacete) en 1956. Estudió en la Universidad Complutense de Madrid en donde se licenció en Filosofía Pura. Profesor de Filosofía, ha ejercido la docencia en centros de Ronda (Málaga), Águilas y Murcia. Ha participado en numerosas actividades literarias, tertulias, recitales, presentaciones y conferencias. Cofundador de los grupos literarios “Ateneo aguileño de las artes y las letras”, Águilas, y de “Espartaria de poesía”, Lorca. Pertenece a la asociación Taller de arte gramático, Murcia.

Su poemario "OTRA VEZ LA LUZ, PALOMAS", es el libro ganador del decimonoveno Premio nacional de Poesía AURELIO GUIRAO, en el año 2015,  en el que la Sierpe y el Laúd colabora desde su inicio, publicando desde el 2010, el poemario ganador en su colección de libros ACANTO.

Ha publicado A la desnuda vida creciente de la nada, 1989; Kyrie eleison, 1994; Estridularia, 1999; La luz Herida, 1999; Fanal de la aventura, 2000; Transluminaciones y presencias, 2005, todas ellas poesía; y Dulcísimas hebras de oro, 2009, relatos. Además ha aparecido en una veintena de antologías de poesía y en otros títulos colectivos de poesía y narrativa.

Sus poemas, relatos, reseñas y ensayos han sido publicados en otra veintena de revistas, regionales, nacionales e internacionales, destacando entre ellas la revista de creación literaria Baquiana.



Del libro Kyrie Eleison

FONDO DE VOCES

¿Cuál es tu Dragón?

Ante fáciles días,
en juego
te ofreceré
las copas de mi muerte.

El misterio es mi miedo
y la inocencia en la medida
escueta del dolor.
Arden mis ojos
y mi vida y mis labios
en címbalos y límites
que no quiero.
Aprietan mi razón
ritmo y naufragio
de olvido,
hasta el justo
poder de tus ojos
en azul,
definitivamente.

Con sueño,
dame tu mano,
potestad del aire.
Ante el mar de perros,
red
última del cazador,
noche de peste funesta
en la que alzas
voces
y cáliz en fondo
de cruces y espejos.

Duermo penumbras
del silencio,
sediento camino ciego
en los ámbitos y columnas
que no soslayo.
Acto en defunción
de ojos.
Me pierdo.
Copa, callejón
sin dónde,
inextinguible y radical,
que aduerme
ilusión de cosas en murmullo.

Beata quietud
profunda enluta
atisbo
y descontento.
Doblaré la rodilla
en súplica,
y pediré en tinieblas,
porque consume la muerte
mis caricias
y afán.

En lo que dejas
arden mis ojos
fondo de voces.

Del libro Kyrie Eleison


ARREBOL SONORO

Ignoto Tú,
Dios Póstumo
que vive.

Extática costumbre
de contemplar
tu ironía de hondura
divina y misterio
incomprensible de mi sed.
Como foso me ciega
el vacío urgente
de tu presencia en las cosas,
limita mi tiempo,
trocea mi risa
—¡mi alma extinta!—,
ante el horizonte inmóvil
donde baten tus horas.

De los caminos sin rostro
y quietos de tu boca
dejo el olvido
en la promesa
sedienta
del rastrojo que me abruma
y me asusta
sorprendido
ante tu muerte,
permanencia vieja
del dolor fácilmente
prendido a los ojos.
Sabes que no sé
y que no comprendo
tan tortuoso ejemplo
en tu presencia invicta
o terrible
si no fueras hombre.
Humano sentir
proclamo.

Tu soledad es la mía.
Son templo y dominio
de velada luz
de tópicos ante la nube
exacta en la hora,
inmensa
y silenciosa
que me ha de cesar.
Azota insistente
necesidad de la muerte
para tu gloria.
Ven, pero no me abrases,
perdido afán
sin límites
en la mirada triste
y desprendida
del viejo roble amigo
del sagrado bosque hendido,
¡Marana Tha!,
en arrebol sonoro.

(Kyrie Eleison. Ed. Betania)




Del libro “La luz herida”.


EMILIO SAURA, ASTRÓLOGO

Asiste al convite de las rosas
del viejo zoco el sabio presintiendo
un presto y tácito orden de los tiempos,
del mundo las fragancias silenciosas.

Su mano y su ojo fruncen simetrías
en la memoria ubicua donde sellan
estremecidas álgebras de estrellas
el ritmo de las noches y los días.

El gravitar insomne de las horas
del orbe especular de los reflejos
alza en su aroma,
                                  gusta en su copa

el vacilante y trágico secreto
de innumerables sílabas que cifran
la hondura del Amor y su misterio.

Del libro “La luz herida”.



DÍA DE DIFUNTOS
                  
A mi padre, muerto

“Sais-tu ce qu´est l´mystére?
            UN SOURIRE JAILLI DU FOND DE L´ÂME  -C´EST UN MYSTÉRE”

                        Gitta Mallasz,  Dialogues avec l´Ange

Horizontal, perpetuo,
inaccesible a las muertes cotidianas.

Riguroso orden de silencio,
el azul, nítido, arriba.

Aquí,
los cipreses en punta
trenzan hileras correctísimas,
señalando, sus largos dedos,
indelebles, mariposas ágiles
                                            y muertas
o, altos y risueños, pájaros
en sombra que esparcen
su patencia al filo
histrión de tu sueño.

Ligera trama
de una tristeza,
la conciencia ligera.
Rotos los puentes
te quedas,
adusto soplo.

Suenan hojas secas
en este Otoño tardío;
la araña hila su trampa.

Tú y yo, padre, al borde
mismo de las cosas
-el hastío-,
diálogos de Amor y encuentro,
ahora.
                        
Del libro “La luz herida”.



GORRIÓN EN LA VENTANA

¿Qué nuevas músicas me traes tú, dime, gorrión
colgado del alero de mi ventana?
¿Por qué pías? ¿Acaso me llamas?

¿Qué mira tu cabecita
Tan levemente airada?
…Tu cabecita, esa que giras,
rotas y giras y giras y rotas volteando
inquieto tras mi ventana.

Tras el cristal que nos separa,
de mi despacho en la mesa
te he mirado.
Y al contemplar tu plumaje
austero y bello,
al contemplarte tan cálido, inocente
trozo gris del cielo,
he sentido por ti, lástima.
Lástima por ti o por mí, tú, augur inquieto de la mañana,
heraldo libre de los aires y los campos.

Los ojos por un momento se me han nublado, no sé cómo.

Así he esparcido unas miguitas de pan.
Pero ya no estabas.
          
Del libro “La luz herida”.




Del libro “Transluminaciones y Presencias”

QUIJOTE LLEGA AL PALACIO DE LOS DUQUES

I

Llegaron ese par de tontos, Quijote y Sancho, su escudero
ramplón y prosaico
—aunque fiel a la promesa
de una isla llamada Barataria—,
al palacio de los duques, al suntuoso palacio
de los duques donde se festeja el sarao licencioso
cada noche,
sea o no vigilia Pascual.
Ya se sabe: vivimos en un mundo excesivamente serio
al que le falta la risa, le falta
el poder terapéutico de la risa.
(Ríete de tu tristeza: cierto sentido de las proporciones
alcanzarás, tan necesario.)
Mas esto, la cantinela y el aviso, lo sabe muy bien el duque
—estudió en las universidades de Salamanca y Oxford—,
lo sabe la duquesa y hasta lo sabe
la corte de depredadores fáciles
que anidan a sus expensas.

Les falta la risa. Les falta la risa.


II

Pronto las bromas se suceden
y se repiten con descaro.
Sufren los dos, caballero y escudero,
retóricas de pleonasmos y metonimias.
Si la simultaneidad se desarrolla en el tiempo,
algo tenue hay que escapa a las leyes del azar
y que se elige.
                          Ellos escogieron la prueba ridícula,
el ridículo espectáculo bochornoso:
el caballo Clavileño, para arrebatar el cielo,
los gatos lloviendo del tejado, en amorosa aventura,
y por último, el portentoso viaje de Sancho
a la isla llamada Barataria
y su gobierno, colmo de su anhelo.

Tinieblas espesas cubren su razón
pero Quijote ensaya la sabia conseja: los asuntos mundanos
no escapan a la férula de quien,
vencido de la realidad del mundo,
al fin correcto intenciones enmienda.
Buena copa exuberante
la Sabiduría precisa.
     
                                     Mas en compañía de duques
los capítulos se dilatan tediosos,
la monótona retahíla insulsa,
y tenemos la impresión de haber entrado en otro tiempo
extraño al tiempo de la vida.
Agotadas las retóricas figuras queda la otra,
la del caballero, la figura triste como un garabato,
la triste figura del caballero, como un garabato,
una sombra apenas que se desliza
por los álamos serenos de la noche.


III

No compensa comer en tallada mesa
cuando la que se añora es otra mesa,
otro el festín que se desea.
Aquí está Quijote, rodeado: a un lado,
el inocente bufón de Sancho; al otro,
la malicia del duque irreverente
y el resabio, por si fuera poco, intransigente
del sobrio eclesiástico,
“destos que gobiernan las casas de los príncipes”.

                                                                               El eximio
Cide Hamate Benengeli
en el capítulo veintiocho de la segunda parte explica
para aquél que sus oídos tiende:
“cuando el valiente huye,
la superchería está descubierta”.
           Mas no huye Quijote;
 nunca.

Próceres de este mundo con frecuencia olvidan
que de lo alto suspendida está la marioneta,
como sartal las perlas todas enhebradas,
por lo que es feliz el rey
cuando muere a manos de su torre.
Si donde abunda la carroña
buscador de la verdad se oculta,
lector suave y desocupado aprecia
la discreción del tranquilo amigo.
Al despertar del sabio
no sorprende lo inaudito:
que las montañas fueran otra vez montañas
y los ríos de nuevo ríos.


IV

Orillado en la tarde silenciosa
su espíritu es cálido en la brisa,
y su aliento inmóvil y sereno,
pues Dulcinea nutre de su pecho.


Arriba, altos juegos de las nubes.

Del libro “Transluminaciones y Presencias”



JUAN DE ARGUIJO, HOMENAJE

I

La fortuna con esmero amasada por el padre
útil sólo es de trabajo,
pues gallarda la figura, sutil el ingenio,
el tráfago mercantil elude, las gradas de Sevilla.
Los complicados asuntos financieros
no son para el que suspende sus labios de las musas
y opone al mercar ladino
el afortunado don de la palabra, su tersa indiferencia,
y más le tienta el certamen de las rosas, el lance literario.

Como Llavero Mayor de la Alhóndiga
–por ganancia evento en suma que le vale
para el futuro copiosos enemigos–,
con estrépito fracasa.
Que la versátil fortuna rueda y es mudable
común es de acuerdo, tópico y harto evidente:
no son eternos los hombres ni los cargos,
la fama y el dinero al punto allegado
se desploman la ladera abajo.
Pero aún el padre vive,
las tierras de ultramar siguen siendo ricas,
luctuosos dividendos se ingresan y el oro llueve a latigazos.

Ni le importa ni le tienta la política
–que distiende la sonrisa solapada
en el discreto adosado como amigo–,
tampoco el poder, la vana sombra efímera que el aire avienta,
y del amor los senderos
custodia la amable doña Sebastiana
dulces en su corazón:
son mitológicas damas las que Don Juan corteja,
el tierno verso cargado
de equilibrio excelso y bello, de armonía.
Otra fortuna él persigue, que decanta sin reservas:
“la de poetas y músicos y decidores”.

Para la fiesta ataviado y la galanura,
muerto el padre, en la casa recibe la tertulia;
se le antoja poco el gasto excesivo
y gasta de lo que tiene aún más,
los sancionadores ojos que pondrían freno a tal dislate
ya no existen, leve tierra los acoge.
Cómicos Don Juan contrata, festejos organiza
–Sevilla de gala ciertamente se ha vestido–,
y en los poéticos certámenes miembro indispensable
se lanza a una carrera donde el peculio recibido
peligrosamente merma y decrece: dilapida y gasta,
y aun socorre jesuíticas empresas
a la caridad en orden para con el débil, el enfermo, el desvalido.

A este despilfarro vano coto con el consejo
intentan poner algunos, que la bondad a veces
tiene premio; vano asunto:
vacilante en un mar duro, embravecido,
abatido cae al fin por hambrientos lobos.


II

Le vemos en la Profesa Casa
como huésped no molesto de la Compañía,
donde medita y pasea por el patio ameno.
Opaco estorbo del mundo no suponen los bienes,
ni el tumulto arrebatado le molesta
al son bueno de las aguas que cantan dulcemente,
entre setos de verdura, a la sombra del magnolio;
la codicia le es aún más ajena,
ajeno él al ordinario enredo de los apuntes y las cuentas,
a ceniza reducida tal espina,
la lujuria y el oro, el miedo y el odio mismo.
Los caros amigos le han dejado solo
en esta hora al parecer donde el silencio pesa
y se agradece el amigo brazo, una charla amiga,
un gesto circunstancial o siquiera
el tan preciado moral apoyo; no importa.
Ante la paz en el claustro que se respira,
de los antiguos al lado tan sonoros vates,
no hay precio alguno ni quita al sesgo de la balanza
unos gramos que enriquezcan o lastimen tal dispendio.
Su alma sosiega y enaltece
de su corazón adentro el templo ardido,
y son Ícaros o Dafnes, Apolos,
Orfeos, Didos o Venus,
los que transitan en suave calma
por la hoja en blanco, que en breve apunte anota
con su grave mano, templa y cumple poema.

Interior de su morada
ilumina llama viva:
de sí mismo adentro busca para hallar afuera
lo que en gracia y don convierte.
Don Juan, señor Veinticuatro de Sevilla,
pule el soneto, tañe la vihuela.

Del libro Transluminaciones y presencias.





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