sábado, 23 de enero de 2016

ELÍAS GOROSTIAGA [17.993]


ELÍAS GOROSTIAGA

Elías Gorostiaga, pseudónimo literario de Elías Prieto Sáenz de Miera, (Valencia de don Juan, León. 1963), publicó a principios de los años ochenta el libro de poemas El castillo de aire, así como varias obras de teatro y “Tierra de invierno”, Playa de Ákaba, Barcelona 2015. 

Ha publicado la antología de relatos de viaje Nómadas editado por Playa de Ákaba (2013). En la misma editorial ha participado en los libros colectivos Nueva carta sobre el comercio de libros y Generación Subway Vol. I, ambos publicados en 2014. Actualmente escribe el libro de relatos Polvo en la frontera. 




Elías Gorostiaga, “Tierra de invierno”, Playa de Ákaba, Barcelona 2015. Prólogo de Luis Artigue.



X

No existe el tiempo en la memoria de estas tierras.
Son las mañanas la única vida de los hombres,
los únicos trabajos, el único cansancio, la única fiebre.

Nada es posible esperar bajo las nubes grises,
bajo la bóveda cerrada y sin luna,
blanca y luna.

Ningún cantar recorre las estepas,
ni los motores las vegas adormecidas.

Los recuerdos muerden tanto como el fuego,
más que cualquier afilada mandíbula.

Hoy los campos amanecen más pálidos.
Para la primera luz una bolsa de sol blanca
y el cadaver de un paisaje agotado, abandonado,
que grita la desesperada canción de cuna,
luna y blanca luna.





XV

Ten cuidado,
la flor de invierno es intensa y la luz fría
hiere como la picadura del espino.

Antes de que ella intuyera su muerte
yo vi escrita en sus ojos la tristeza.

Después vino un desconchón,
una grieta,
un crujido,
un cristal roto por el viento de marzo.
Y resistía el cuerpo sin queja,
sin sonido,
sólo en sus ojos la tristeza
verde y húmeda.

Endurecido por el hielo,
el cristal helado de mi pecho
no quería mirar,
ni ver,
ni oír,
pero mi madre herida por la flor de invierno
resistía con una nueva brecha
blanca,
invierno,
intensa
y triste.

Y sólo yo sabía de la herida del espino y del recuerdo.
Y la vi aquella tarde anochecida
mezclada con las sombras,
recordando deprisa.

Vi entonces que la muerte era larga
porque aun tenía el invierno más noches y más hielo.

Vi entonces que la muerte era dolorosa
como los antiguos caminos de arrieros.

Vi entonces al animal del recuerdo
arrastrándose y creciendo de una tinaja ladeada y vencida,
llena de niebla.
Vi entonces
pero callé,
como callan los hijos doloridos
para rumiar en mí el peso del recuerdo.







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