viernes, 29 de enero de 2016

DIEGO PORTILLO TINOCO [18.040] Poeta de Perú


Diego Portillo Tinoco

Nació en Lima (Perú) en 1994. Actualmente está culminando sus estudios de psicología en la universidad Antonio Ruiz de Montoya (Lima). Ha colaborado en diversos movimientos juveniles de formación para el desarrollo, desarrollando talleres de liderazgo, acompañamiento personal y organización de eventos con adolescentes. Ha trabajado en proyectos culturales en la gerencia de cultura de Lima, acompañando a niños, niñas y adolescentes en visitas y talleres a lugares de patrimonio cultural material como los museos y las huacas. Actualmente trabaja en GRADE (Grupo de análisis para el desarrollo) colaborando en diversas investigaciones sociales acerca de pobreza, educación y violencia en el Perú. 

Ha participado en recitales poéticos como: “Versos desbocados” (2015) organizado por el colectivo Durazno sangrando y “Todas nuestras voces” organizado por el colectivo Signos en rotación. Ha dirigido talleres de poesía colectiva en el evento “La trueka” organizado por el colectivo la 231 intercambio de saberes - Mashara itinerante. Ha publicado algunos poemas en la revista “Desmesuras” del colectivo Desmesuras. Actualmente se encuentra trabajando en su primer poemario para ser publicado muy pronto.



Poemas


1.

Soy la ausencia
de ruido
(que paraliza las hojas).

Soy una
grieta en el
tiempo 
(que nos hace falta).

De los árboles
soy la
savia bruta 
(que cura la herida).

Y muero de día.
Y muero de noche.

Y de las horas
soy un rayo de luz
y de la nada, (soy nada)
y de esa nada, (una sombra).




2.

Pido una noche bien sencilla, una noche muy pequeña para mí. (Pido espinas que culpen mis manos y silencios efímeros que me hablen en su quietud. Desiertos que sequen canciones. No han visto mis manos, son de tierra y musgo, no han visto mi frente pausada y amplia, caliente, como un toro que espera la muerte del sol. Pido distancia para aliviarme de los años y quiero amanecer pronto). Cuando despierto temprano, de frío, mato mi raíz, estoy pequeño conmigo, diminuto, me pongo la risa en la boca y seco mi sudor. 

Estreno letras abrazadas a otras, vocales ebrias, es mi día y estoy silbándome, rondándome, cercándome, inmovilizándome, disfrazándome, amándome, deshaciéndome, derramándome, desnudándome, olvidándome que estoy solo, profundamente solo. (Cae la noche y su sombra, y las festejo. No me he cuidado del placer perverso, he atiborrado la panza, el corazón y los sesos de alcohol). 

Y dios se me muere pronto.



3.

Más allá de esta puerta
mi infancia jugaba a ser un halcón,
al compás de una cometa,
con alas de fuego
y un pico de fusil.
Si pensaba en otra cosa
fue porque estuve en otro lado,
quizá encima del camino,
quizá a tu lado.
Unía las hojas caídas del árbol
para verlas embellecer,
guardarlas en un morral
y llevarlas a dormir.
Más allá de esta puerta
miraba el cielo
como una costumbre arraigada,
con mentes de otros tiempos en mi mente.
Corría saltando los surcos 
de la tierra, enterrado
volvía a casa por los besos
de los labios gruesos de mi madre.
Miraba su cara de dolor, sudosa,
y sus manos de algodón. 
Más allá de esta puerta
mi infancia envejecía
jugaba a crecer, a volver a ver,
los rojos eran verdes
los verdes amarillos
los amigos eran héroes y magos.
Poco a poco fui creciendo
encontrando cada mañana
nuevos misterios sin arreglar la cama
viejas ideas que se esfumaban
el paco y su mochila, se fueron igual.
Las largas carreteras empezaban a inquietarme
las gentes caramelos no querían comprar
perdía el dinero, la infancia me perdía
yo también pude gritar mi nombre
a las nubes que absorbían el día. 
En las confesiones callaba
el sacerdote apestaba en mi puerta.
Era hermoso reír, 
que el viento te sople la cara
que la comida esté caliente
y escapar un rato 
más allá de esta puerta.


4.

Yo te he visto antes
sé que te he visto antes
y me sobraba tiempo para verte
y era feliz y ajeno,
y agonizante y desierto
era el campo,
en el que te vi
caminando, y eras
bella y callada,
y sujetabas un árbol
y de esas manos brotaban hojas
y mirabas con los ojos avergonzados
mi soledad,
te mirabas a ti misma
(Empezaste a lloriquear).
Sé que me has visto antes
aunque no sepas reconocerlo
y yo seguía con mi viaje
y tú querías viajar
como palomitas de papel volamos
sin hallar cielo claro
ni razón, ni conjuro
ni maldices, ni malrespondo.
(Era un vuelo eternamente fugaz)
Sobre cordilleras
comenzamos a caer
con la luz de una mañana triste
y con las alas rotas
te escondiste en una sombra
y yo estaba enajenado y violento
esperando verte salir
y no salías,
y yo tenía que continuar viajando
y no salías,
y eras bella y callada.


5.

El centro
de tu cuerpo,
es el mar, fiesta
para los peces.
En el centro 
de tu cuerpo,
respira el sol.
La luna cansada,
al amanecer,
reposa su brillo
y duerme.
Es el centro 
de tu cuerpo
donde me sumerjo
paseo en tu arrecife
(renazco). 


6.

Intento despertar.
(5:00 pm)  
Creo haber dormido
2 o 3 horas, me da igual.

Una granada me estalla 
en la cabeza
mi cuerpo indiferente
mis ojos se van a otro lado
mis tobillos se quejan
el sudor caliente de mi rostro se mete
entre mis labios y…

Recuerdo haber soñado:
(Que te ibas
con tus necesidades
tus fríos, tus vientos, tus
duelos. Me regalabas tu espalda
baja, el espacio que dejaba la blusa
en tu espalda baja.
Revisabas tus cuentas
marcabas tus billetes, anotabas
aforismos en tu agenda, te adueñabas
del mundo y te ibas…
con tus manos de cuervo, tu risa
de cuervo y tu cara de cuervo).

Recuerdo haber soñado:
(Que te ibas
debatiendo el todo contra todo
y luego haberme dicho
que odias que duerma por la tarde
por 2 o 3 horas, que no te da igual).
(Recuerdo haber soñado que te contaba)

Abro mis ojos con dificultad, como
si abriera una estampa que
pegaste en la pared hace unos años y,
fumas, a la orilla de la cama,
cada vez más bella, cada vez más
puta, cada vez más frágil, cada vez más dueña del mundo.

Alcanzo a mover mi cuerpo,
secarme el sudor, y veo tu corazón

Te das vuelta y preguntas: ¿Qué soñabas?
Te miro y digo: No recuerdo. 


7.

Rojo como el cielo 
Áspero como algodón
Impaciente tertulia, aparatosa caída, el amor nos cobija sin saber qué es, después de los despueses, solo amor y un poco más. 
Y se acaba, aparatosa caída, ruedan palabras de felpa, fríos de algún lado, quién sabe dónde. 
El fuego aún nos quema, nos estalla el corazón, se penetran los oídos y las almas si escuchamos a un flaco decir que nadie puede vivir vivir sin amor. 
¿Y quién pudiera realmente?
Si intentamos hacerlo y hablamos de su falta, de los días que no brillan, se nos cobija el corazón, todos corremos heridos, apagamos el televisor y si alguien nos pregunta decimos que nos quedamos aquí, que más allá no hay nada. 
Rojo como el cielo
Blanco como las sombras
Verde como el mar
Azul como la tierra
Oímos pasos de quien llega jamás, a todos se nos ha ido alguien y alguien ha llegado a acompañar, entonces me pregunto cuántas veces me he ido y cuántas veces vengo yo o es que acaso sólo estoy en el mismo lugar y más allá no hay nada.



(PERSONAJES IMPROPIOS)

CASTILLOS EN EL CIELO

Pancho tú fuiste quien construyó castillos en el cielo
y castillos
en la arena.
Nos dijiste que cualquiera escribe un poema,
y que un poema no es cualquier cosa,
y que nadie es suficientemente cualquiera,
cualquiera que haya sido su razón
para escribir,
bajo cualquier circunstancia,
como para no hacerlo.
Entonces nos invitabas a pasar
y todos (canillitas, desgraciados)
compartíamos en la comodidad de tu castillo
panes, coca colas, y años más tarde
puchos y ron malo.

También tú fuiste
quien colgó las zapatillas en los cables de luz.
(¡Ridículo!) Te gritaban las malas lenguas (como les decías),
y yo reía: eran las mejores zapatillas que tenías
y ya no podías usarlas.
Pancho estúpido. 
fuera de mi alcance, Pancho eras
un leopardo que se rasgaba los ojos con los algarrobos,
un manatí en una pecera y nosotros,
tus críos fuera de ella.
Un oso cansado.
Dicen que, en tus buenos tiempos,
fuiste cíclope y dios, fuiste
brillo, trueno, relámpago.
Otros dicen que siempre fuiste
como cualquiera, azotando bandidos
follando con mujeres, malas tardes y tragos.
Yo sabía que fuiste tú quién nos 
dio un castillo.

Todavía te esperamos Pancho,
vives en nosotros como entre luces tenues,
con tu cabello blanco ahora, tu cara agrietada ahora,
como un viejo barco de madera en una esquina de la sala,
como todo lo que espera, 
como todo lo que espera.

Tus ojos que sangraban, ya no verán mi poema.
Tus oídos que gritaban, ya no escucharán mi poema.
Tus asquerosas manos (como les decías) no arrugarán 
mi poema de papel ni mis venas
ni tu llanto. 



UNA PÁRVULA PUTA EN CASA DEL OLVIDO 

AD se encuentra en Cajamarca, como en Buenos Aires, como en Cantabria, como en Saposoa. En los fríos nevados, en la caliente ceja de selva y hasta en la vereda donde juegan los niños con sus perros y más niños. AD quisiera no estar allí, o al menos no tan sola. Retoza con las vacas, los borregos y las gallinas. No se apabulla con la lluvia pero se ha cansado de matarse el lomo de hacer nada (como ella dice). No se hace fuerte y vivaz por pura casualidad, ha tenido que descubrir sus manos podridas de soledad, infestadas de hierro y catre. Ha sumergido el trasero en la banqueta de la reina perdida del festín. Ha consumido los conciertos de álgebra y geometría en el escusado de un buen corazón. Y el excusado de su marido ha muerto cada día como el día primero. Ella ha escrito complicado, alegórico, extraño.
Se siente temerosa
(concienzuda quizá).
Se siente párvula.
(en una cárcel).
Y nunca será. 
Los viejos de sus viejos no dicen nada porque se han desconcentrado y han perdido los ojos durante el ataque de buitres rojos en una tarde cansina. Se chamuscó el arroz, se han marchado las horas azules, se recalentó el foco de la sala superior. La ventana de filo triple ha perdido el color. Ella sale a la puerta, pero se detiene, conoce la calle, conoce el incesante aroma de rosas de la Huaca, que están allí porque deben estar. Las rosas y la huaca esperando respuestas del tiempo. 
Sus críos piden a gritos la mama que trae paz a su llanto. Esos críos de mejillas infladas, rosas y entrecortadas. Ellos pueden ver que las calles están vacías, que no pueden salir, que la pelota está sucia y el maldito hueco que provocó el clavo en un mercado terminará por dejarla sin aire uno de estos días. Mas no pueden ver los cadáveres putrefactos detrás de las puertas, y tampoco la mina de sueños que está al revés.
AD, fue la mujer de premios incoloros en la alcoba, de carnavales cerca al mar, y profeta de las calamidades del amor. AD ya no siente dolor. Su sangre se perdió en el río celta. A ella, necesaria en aquellos tiempos para mi sonrisa de felicidad, compañera de canto al lado del camino, ella la zona segura en casos de tormentas. Ella, la que era, ya no es la misma de antes. 
Yo le puse, música en el equipo.
La vida le puso, años a sus días.
El marido este, cantamañanas, le puso ají amarillo en la cama. 
Ella, la de antes, no lo sabe todo, y estoy seguro que se guarda cosas para aprenderlas en un par de años. 

(Triste puta le gritan desde adentro)



ABAJEÑA

Me bato a
duelo, con
la ira – gigante sin ojos –
Yo: siempre he sido el 
eco adentro de lo que deseo. 
Duermo sobre
las hojas que
reposan, flotando, silentes
sobre el lago 
y la lluvia álgida, 
cae sobre mí, con
espinas de dudas
que se clavan en mi lengua.
Yo: de pronto me reflejo
en el agua quieta, y empiezo 
a tallar, a tallar,
mi rostro
a tallar, a tallar,
a es-tallar mi cuerpo.
No me reconozco.
Soy ejército de madera,
mi corazón estera,
mi llanto 
muere en primavera. 
¿No entiendes?
Te contaré:
Cuando cruzaste esa puerta
aquel rubor en 
tus mejillas, se encendió, 
te levantaste el tupé 
sonreíste, alguien decía mi nombre,
eras tú, que jugaba entre
pairos y desvíos, con mi camino,
con mi propio desvío. 
Caminaste ciega, de la mano, 
de un tipo sin nombre, que prendía
un cigarrillo.
Lancé un incontrolable grito: 
- vente conmigo. 
No escuchaste.
No escuchas.
Abajeña, acaso,
mis letras son:
¿Baldón letrado?
¿Tundra oscura que se extiende?
Son acaso,
¿Perfidia de amor?
No, solo no escuchaste.
sureña, flor de príncipe,
ocaso morado, morada triste.
Y seguiste caminando ciega, de la mano, 
de un tipo sin nombre, que prendía
un cigarrillo.
Yo: ahora me bato
A duelo, con la ira
- gigante sin ojos - 
Y no me encuentro.
Y no te encuentro.
¿A dónde va mi ira? ¿A dó?







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