domingo, 3 de enero de 2016

ATENEA CRUZ [17.849]


Atenea Cruz 

Atenea Cruz Nació en Durango en 1984. Estudió la Licenciatura en Letras en la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ha publicado los libros de cuentos Crónicas de la desolación (2002), y La Soledad es una puta (2005), así como los poemarios Diarios de una mujer de ojos grises (2009), Suite de las fieras (2012, Premio Beatriz Quiñones) y Apuntes al reverso de papeles diversos (2015). Es Premio de Cuento María Elvira Bermúdez 2002 y fue becaria del PECDA (Durango) y PECDAZ (Zacatecas) en narrativa y poesía. Ha colaborado en revistas como: “Tierra Adentro”, “Crítica”, “Frontal” y “Vice”.




La maravillosa fórmula del doctor Funes

No es tan complicado.

Vivir
no es tan malo cuando se está incompleto.

Todo está en adaptarse.

Todo radica
en esperar a la muerte.
Y actuar
como si no importara lucir como un engendro
como si no doliera esta carencia
como si las miradas no gritaran de risa.

Como si, en realidad,
nunca hubiera pasado.



Tregua


Dicen

que algún día
tu cuerpo me será lejano,
mientras tanto,
en este universo,
tu partida
es
hambre que no acaba.
Llaga pudriéndose.

Mientras tanto,

me acuesto cada noche
con la mano en el sexo,
recordándote,
esperando
que pasen veinte años
o el tiempo necesario
hasta que no tenga que decir tu nombre
para ponerme
de
pie.



Vagabundo


Tengo miedo.


Afuera está la nada.

No quiero despertar
veinte años después
con el cuerpo pudriéndose.

Eso es el miedo:

haber salido del útero
y no regresar jamás.



Destino


No percibo el origen de ésta carencia.

Sólo me consumo hora
                           tras
                           hora
necesitándote.

Sé que no soy
esa carne
que necesitas que te envuelva
para sentirte lleno.
Que nadie me arrancó de tu costado.

Y sin embargo

mis costillas se agitan al escuchar tu nombre.

Brotaste de la inmensidad del destino

de un capricho estadístico;
acaso de mí misma.

Y estás aquí. Ahora.

Intento hacerme inmune al olor de tu pecho.

No lo consigo.


No consigo sacarte de mi boca

ni entender
para qué te encontré
justo en éste momento.


El buen arte de venerar objetos


Me confieso fetichista empedernida

acepto mi mala costumbre
de coleccionar la basura que me recuerda
                                                      tiempos mejores.

Almaceno estorbos

como mi juventud
amaneceres violetas
árboles sacados de raíz.

Atesoro
palabras que no fueron,
películas francesas
que dirijo y actúo.

Básicamente

todo lo que no apeste a soledad,
igual que yo.

Dirán de mí

que poseo un apego enfermizo
a insignificancias que engañen al vacío,
pedacitos de alientos que son de otros.

Tienen razón:

mi vida se reduce
a guardar lo que quede.
Aferrarme a las cosas
que me hacen recordar
que existí
en una vida.


Uno para Henry Chinasky


Él dijo:

“anoche
soñé que te metía la verga
pero
no pienses
que estoy dándote entrada
o que significa algo para mí”.

Sonreí.

Nunca fui más.

Su nombre todavía me dolía hasta la carne.
Cada vez que cogimos
me hizo creer en la posibilidad del cielo.
De un Dios.

Aún es mi única razón para existir.


Pero sólo dije:

“pene se oye menos vulgar”
y salí.


El canto de las ballenas asesinas III


Es verdad:

el canto de las ballenas corroe el alma.

Se oye incluso

las playas alejándose
de nuestras vidas.
Escucha a la soledad
acostada en nuestra banca del parque:
las grietas de la arena
tragan la angustia de no estar juntos
el miedo a no tenernos.

Dejamos de confiar.

Ahora
cada uno
debe arrastrar sus muertos sin ayuda.

No disimules
no sirven la fidelidad
ni la lástima,
no se trata de heroísmos.

Volvimos a ser dos extraños.


No digas nada.


Sólo escucha el canto de las ballenas.

Óyelas deslizarse bajo el agua.

No hables.

Entre nosotros
las palabras
ya no tienen utilidad

o sentido.


Suite del tiempo

I

De entre todos los vestidos posibles
elegí el del invierno:
la sonrisa escondida de los lobos
el gesto de la piedra sepultada en la nieve
la rabia inmemorial de los árboles arrojados al fuego.

Hice de la nostalgia mi raíz predilecta
sin más luz que el recuerdo de veranos pasados
con sus discretos dedos amarillos me aniquiló la tierra.

Yo sentí algo perdido
un hueco en todo el cuerpo
vasto y terrible
y una tarde, cuando miraba el cielo
supe que esa carencia
eran todos los pájaros del mundo.

De mi boca sin plumas, desde entonces
brotan estalactitas
carámbanos de hielo poblaron la garganta
la gruta que antes fuera
origen de palabras
de primaveras viejas y mejores.



II

La prueba contundente de que existe algún dios
es el otoño.
Dejémonos de iglesias erigidas sobre trapos sagrados
milagros que se visten de estatuas y de yeso
es el otoño, sin lugar a dudas,
la más perfecta manifestación de Dios.

Acaso un par de cosas sean tan crueles
como el ardor fingido que desnuda la rama
sin el reposo real de la ceniza.

Es propio de los dioses el humor más negro
atesorar belleza y decadencia en la misma urna
si fuera cierta su piedad remarcada
no imperaría esta caída libre y vergonzosa del tiempo
este ir y venir del aire hacia la tierra

sería gloriosa y rápida la muerte
abierto aún el lirio de los labios
sin cadenas de carne o de huesos.

No impedirían las hojas una silente fuga
no habría fruta podrida en las canastas
no existiría esta muerte pausada color ocre.



III

No es de fiar este marzo de sol resucitado:
algo hay de mustio en toda primavera
algo falso en el campo, intermitente lápida dormida.
Un mal augurio en el rosal hiberna
en el suspiro dócil con que cede al rocío.

Esta alegría de pájaros y manos
susurra entre el centeno una verdad negada:
fue el hambre y no los labios
el verdadero inicio de la fruta.

Absoluta montaña en Sísifo y sus dedos
todas las primaveras son engaño:
mausoleo circular de inhumana blancura
como la cal vertida sobre los perros muertos
para ocultar su aullido de la noche.




Frente al espejo...

Frente al espejo
la nueva cicatriz de la impaciencia
líneas horizontales surcan el rostro
capas de piel y grasa me aprisionan
matrioshka roja y blanca
más cansada la mujer
                                           dentro de la mujer.

No me pertenezco
los músculos han decidido mis pasos
mi cuerpo dicta descanso y hambre
hasta lo más sublime
es cortado de tajo
por sus ansias primarias
todo es satisfacerlo hasta la muerte.

Ésta que creo ser
asoma resignada por los ojos
y comprueba
que el cuerpo me posee

y no al contrario
como agrada pensar a los que piensan.





Amor no

Perdámonos
contra el tiempo y el polvo.
Sólo tu cuerpo, el mío
degollados.
Pensemos el sudor
como principio único del agua.

Ay
pero el amor
es tan pesado                   tan negro
no quiero ensuciar tus muslos con su rastro
ni que manche mis dientes
o me amargue la lengua.

Prefiero tus manos que abrasan mis lugares comunes.

Mejor el hambre de los perros nocturnos
la mutilación por los buitres del ansia
esta sangre que corre por las piernas.

No sobadas palabras
sino cuerpos.

El aliento a través de la tela
los pasillos
una puerta que se abre.
Elegir tu saliva.
Besar
en medio de la peste que es el miedo.
Adivinar tu carne
y esperar.
Esperar.

Desnudos de palabras.

No nos amemos como si fuera cierto.




La falsedad de Circe

Lo podemos decir:
todo ha terminado
los anhelos         la espera         los silencios.

Terminó como empieza:
por un beso
un punto suspensivo
palabras resolladas.

Este cuerpo se cierra
como ciertos insectos
previniendo la muerte.

Sólo me pesa
la carne que desconoce el fuego anterior a la podre
me pesa
este miedo debajo de la lengua
los pezones erectos, expectantes
la humedad en los labios desperdiciada
pesa
el lastre en las jaurías

marítimas del tacto*

y no saber amar de otra manera
sino desde el estómago y el hambre,
sino desde el tifón y los derrumbes.

* José Chapa





Canis lupus

Pero el llanto es un perro inmenso.
Federico García Lorca


Inconfundible, fuerte, el desamparo
deja una estela gris en las pupilas
un sudor en la nuca, pestilencia
hace brotar del bosque amor y fieras

escuché aquel octubre tras la puerta
cierto rumor dorado
una bestia dormía, quizá soñaba
un relámpago negro era su ojo
parecía mirar más allá de mi carne

cayeron de su hocico girasoles
adiviné su beso
transformé el corazón en una cueva
tapizada con fango
le dije "Ven"
entró

pero de madrugada
oteaba tras el vidrio
buscaba en su memoria
quién sabe cuáles bosques

me hice pasar por bestia
ofrendando mi vientre a su vigilia
éramos tan felices

cierta noche un aullido
cayeron las cadenas de sus dientes
en su hocico hambre y guerra

destazó mi entrepierna
mi cadera
mis muslos
abandonó la casa

no espero su regreso:
el amor
(lo sabemos)
es un depredador, no mascota faldera.




Trabalenguas

Triste como los tigres pega su lengua al suelo
se le traban las fauces.

Avergüenza sus garras cuando traga pastura.
Ya no ruge.
Camuflada recorre negros campos de trigo.

Toda fiera vencida es un rumiante.




Canción contenida (fragmento)

V

Somos cenizas y nieve
miente
quien se atreva a decir lo contrario.
Miente
quien crea en las puestas de sol
en algún dios silencioso
que todo lo contempla.

Somos cenizas y nieve.
Polvo y agua tristemente revueltos
tratando de ser
algo más que el sueño inquieto de agosto
algo más que sólo algo.

lo saben los que sonríen ante la sangre
lo saben los que esperan.
Lo sabrán los que duermen
los que oyen y postergan
los que gritan y aceptan
los que aceptan las manos.

Lo sabrá todo el mundo
aunque nadie lo diga
aunque nadie lo diga.
Aunque lo diga nadie.





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