sábado, 3 de octubre de 2015

TINA PASTOR IBAÑEZ [17.167]


TINA PASTOR IBAÑEZ

(Alicante, 1947-2013)
Vicenta Pastor Ibáñez fue profesora de Historia del Arte de la Universidad de Alicante y comisaria de numerosas exposiciones. Con tan solo veinte años comenzó a escribir poesía, si bien no publicó su primer libro de poemas “Laberinto de Tierra” hasta el año 1984. El Instituto Gil-Albert reeditó unos años más tarde, en 2009, este trabajo, después de que apareciera publicada su segunda creación “Laberinto de Luz” en el año 2007.




Y Tina Pastor se escapó del laberinto
 
Por JOSÉ LUIS FERRIS 

Tina Pastor ha muerto. Habrá que avisar a algunas flores, sobre todo a las que entienden de lealtad y ajustan su tiempo al estallido de las estaciones. También toca llamar a los amigos, a los que conocían la trasparencia de su belleza, de su voz, de su modo de escribir contra la gravedad del mundo.
Ella mismo lo dijo en versos y entrevistas, "la naturaleza es lo que importa, la condición humana y el fluir constante de lo celeste". O mejor todavía: "la esencialidad poética me acerca humanamente a esa raíz radiante que es lo divino, al misterio, en definitiva, de la vida y de la muerte".

Tina Pastor ha muerto, pero no. No para todo lo creado por sus dedos de nata, delgadísimos, por sus manos untadas de inteligencia. Ni siquiera su labor como profesora de Historia del Arte de la Universidad de Alicante, o como crítica, investigadora y estudiosa de la plástica contemporánea, de la pintura ilicitana de los siglos XIX y XX, como galerista o comisaria de exposiciones, se ha marchado por ninguna ventana. Todo queda ahí; esencialmente su tarea como directora al frente del Centro de Arte Contemporáneo Eusebio Sempere en tiempos azules e ilusionantes.

Corría el año 84, el de la profecía de Orwell y aquel libro en el que se denunciaban las dictaduras totalitarias a través de la odisea de Winston Smith en un Londres dominado por el Gran Hermano y el partido único. Más allá del trabajo cotidiano, del flujo de las cosas, Tina vivía con intensidad los cambios sociales, políticos y culturales del país. Estaba sumergida plenamente en un compromiso moral y poético que la reconciliaba más que nunca con la vida. Fue en aquel tiempo y en aquel contexto cuando escribió y publicó un libro titulado Laberinto de tierra. Llevaba el sello editorial del Instituto de Estudios Alicantinos y un prólogo del profesor José Carlos Rovira. Vicenta Pastor Ibáñez, tal y como firmaba aquel primer poemario, era una completa desconocida para los lectores de poesía, pero irrumpía en la escena local y nacional con un discurso condenado a sorprender, con unos versos asombrosamente libres, audaces, y con la suficiente dosis de impudor como para arrastrar al lector por una húmeda aventura de abrazos, cuerpos, arrebatos y sensualidades. Aquel libro nos llegaba a las manos con la fuerza y la originalidad de una voz racial, telúrica, físicamente unida a la materia, a la carne, a la plenitud del deseo y al rito del amor hecho praxis y hecho liturgia.

Tina Pastor iba entonces sobrada de energía lírica, de entusiasmo poético. Laberinto de tierra era un libro del yo, un libro cuya fuerza centrípeta remitía a un mismo y solo núcleo: el universo íntimo de la autora, de la poeta que fue, de aquella joven en la que vibraba permanentemente la vida. Cualquier emoción, cualquier experiencia evocada y revivida en el poema se anunciaba sujeta a una fuerza de gravedad que la atraía inexorablemente hacia ese centro del que surgía a borbotones la plenitud de existir, el deseo, el ansia o el hambre de estar entre las cosas; una energía absorbente hacia lo recóndito del yo, hacia ese núcleo o círculo profundo, secreto, intransferible, que imantaba cuanto elemento floreciese en el libro. 

La pregunta sería qué sucedió más tarde, qué fue de aquel arrebato lírico, de aquella marejada de cuerpos y de nombres... Y la respuesta llegaría veintitrés años después, en 2007, con un segundo libro titulado Laberinto de luz.

Cuando leí aquel segundo poemario, cuando lo abrí, cuando comencé a penetrar en la cripta de sus páginas, me di cuenta de que era inútil emplear las mismas habilidades o buscar las mismas pistas que perseguí en su libro anterior. Ese Laberinto de luz (publicado por la editorial ilicitana Frutos del Tiempo, Colección Lunara) carecía de oquedades, de compartimentos secretos, de cuevas ocultas o de abismos. No se trataba, por supuesto, del mismo juego. Las páginas del nuevo poemario conducían por un laberinto sin dinteles, sin cielos de barro y sin techumbres. Sólo cabía hablar, pues, de un camino abierto a la luz, con paredes de cristal, puro, como esas sendas que aparecen tras recorrer la umbría, la espesura de un bosque amargo, o tras vencer un mal oscuro del que quedamos libres por fin. 

No se trataba, pues, de una obra que girase sobre el eje de sí misma, sino de un libro centrífugo, de celebración también, pero no del yo y su universo, sino del mundo y sus conjuntos, de la vida como espacio que nos envuelve y nos acoge. El recorrido, no obstante, de esta nueva obra, había sido largo, inclemente y riguroso "He atravesado el desierto -confesó la autora en una entrevista publicada por esas fechas- y he llegado a la luz". Hizo falta tiempo, horas de crueldad, días sombríos, feroces muchas veces, para que Tina regresara a la química de las palabras, a la terapia del verso, a la narcotizante libertad del poemaÉ "Valió la pena -nos dirá la propia poeta-, porque toda la lucha me aportó suficiente energía para hacer frente al destino, y he podido comprobar que la posibilidad de invertir el mal en bien constituye un legado supremo para seguir en la vida con mayores refuerzos y vivirla con suficientes dosis de generosidad".

La poeta ya no escribía de sí misma sino de la naturaleza que la acogía. Lo que ahora se hacía necesario era palpar la vida como un bien seguro y firme, recurrir a la forma, al verso clásico, a aquello que infundiera seguridad a quien ha caído muchas veces y no se fía de las sombras, a quien busca, sin retóricas, la luz. 
Tina se nos revelaba entonces, en 2007, más poeta que nunca. Casi tanto como el pasado 4 de julio, cuando reinó con su voz, con su frágil presencia, en el salón de actos del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert. Era la poeta invitada dentro del ciclo Alimentando lluvias 2.0 y me pude dar el gusto de compartir con ella mesa, pan y palabra. Allí pudimos escuchar, de sus labios, versos de laberintos de su juventud, de su madurez, y también de ese tercer libro, inédito aún, titulado Destellos. 

Nunca imaginé que sería la última vez que la vería, la última vez que hablaríamos, de mujer a hombre, de aquello que nos deleitaba hasta el límite. Y lo recuerdo todo con sobrecogedora cercanía, detalle a detalle: nuestros encuentros en Elche, presentando uno de sus libros, la deliciosa cena que nos concedimos en un vegetariano con risas hasta la madrugada, el perfume (Solo de Loewe) de la última Navidad que aún guardo en el estante.

Como ella misma escribió, hoy, 6 de enero, "Se derrite la luna en medio de la noche y su luz se desvanece en tus ojos", buena amiga. O dicho de otro modo: Tina Pastor ha muerto. Lo confirma la obstinada irracionalidad de este mundo, la terrible deslealtad de la vida, la ingratitud infinita del destino.
Tina Pastor ha muerto, pero no. Abro su libro Laberinto de luz por la página 25 y ella responde con claridad de lámpara: 

"La luz besa la flor 
y la hace golosa de néctares. 
La luz cede sus señas a la vida. 
Algún lugar habrá 
que recoja en sí toda la luz".




A modo de proemio

Te vas quedando sola 
como una esfera azul de orilla seca
frotando con tu piel pequeños besos
que arañan insaciables
insaciables abrazos prolongados
más allá de estas vidas.

Estás abriendo el centro de tu hermosa
carne de arena húmeda
hacia el fondo de un lecho como el mar
y quieres apretar con mayor ansia
la infinitud lejana
de un sufrimiento que es también el tuyo
porque así se consuma
esa unión que te abisma más al centro.






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