viernes, 28 de agosto de 2015

PABLO BENAVENTE [16.926]


Pablo Benavente 

(La Línea, Cádiz 1989) es un poeta gaditano, pero vive en Granada. Circo de Quimeras (Harpo Libros), su primer poemario, publicado en enero de 2015, ya va por su segunda edición.



Medio mes que parece un año

No sé bien si esto lo he vivido o lo he soñado
-esa era mi fea costumbre contigo-,
pero hace ya un tiempo que todo esto
me parece una mala pesadilla.

Podría mentirte igual que mentí a otras
cuando te escribía a ti y decirte
que este es el último vómito con un poco de olor familiar.
Hueles a margaritas, nunca te lo dije,
siempre estaba con eso de cómo suenas
o a qué sabes,
pero desde que lavaste toda mi ropa antes de devolvérmela
no paro de recordar cómo hueles.

Cuando te marchaste te cambiaron por un huracán.
No puedo evitar notar un pellizco de sutil ironía en todo esto.

Hoy leí una frase: ‘Tengo el destino en modo aleatorio’
supongo que me siento un poco así,
me he tirado diez años girando en torno a un mismo sol,
y ya ves, se me da fatal cambiar de órbita.
Me siento como en mitad de la resaca de la mujer de mi vida,
pero yo ¿Qué coño voy a saber de ausencias?
si no soy ni mío, cómo voy a ser de alguien.

La verdad es que llevo borracho desde aquel día
y me baso en agotar todas las fichas en una sola carta:
Olvidar tu nombre antes que el mío al emborracharme.

Te aseguro que siento,
y que lo siento.
Déjame explicarme:
equivocarme siempre ha estado entre mis planes.
Era contigo con quién no contaba.





Los rusos me atormentan
  
La vida es esta ciudad llena de bares
y yo tengo la sensación de haber visto ya
demasiados culos de botella.
Podría irme a casa,
acabar con el día,
volver a empezar otro
con la misma historia.
O podrías cruzar esa puerta,
con espuelas en los tacones,
haciendo que medio bar se gire
a disfrutar de cómo la puerta se cierra a cámara lenta
tras tus pasos.

Podrías acercarte, con algún aire nuevo,
quizá unos ojos resultones,
una sonrisa consciente y de disparo fácil,
una conversación de mil viajes, mochila en mano,
o un culo que vuelva en mi contra
toda la gravedad de la situación.
Te diría que los dos nos sabemos, de sobra, la película
que no nos esperan fuegos artificiales más allá de esta noche
y que no soy pianista, pero no me preguntes por qué,
sé que podría tocarte sonatas en la espalda durante toda la noche.
Que la hierba se volverá añeja, en nuestros bolsillos,
de buscarnos y disfrutarnos sin llegar
a consumirnos.
Que seremos pulmón, cigarro y ganas, porque no hay más.
Vida,
muerte y el tiempo
que los une.
Te podría decir que seremos de la octava a la decimotercera
maravilla mundial,
que harán documentales sobre nosotros
y nos retransmitirán en todos los canales equis a la misma hora en la que
siempre
pierdes los tacones.
Esculpiremos en mármol recuerdos que nos sobrevivirán
y, llegará el día,
ese maldito y fatídico día,
en que la rutina llegue
y tendremos que defendernos con todo
lo que tengamos a mano:
garras, dientes,
tendrás que ser más oso que todas esas otras truchas que también
reman a contracorriente.
Y los rusos, con todo ese frío calado en los huesos,
al otro lado de la puerta,
esperando
la mínima perdida de calor
para hacerse con todo,
para no dejarnos
nada.
Ese será el momento:
Tendrás que dejarme ir.
Tendrás que dejarme ir porque yo,
yo ya no podré.
Tendrás que dejarme ir para que no lleguemos a perdernos
en un desierto de fotos bocabajo,
no quiero llegar a necesitar de sonrisas de quita y pon,
cada vez que el mundo se me venga encima y tú
no quedes debajo.

Exacto.
tienes unos ojos verdes preciosos,
no dejas de sonreír al camarero
mientras pides una cerveza,
llevas un tatuaje por el que seguro
podría preguntarte
y una marca de un anillo en el dedo,
hasta parece que vayas a girarte a mirarme.
Con tu permiso,
voy a fingir que ya espero a alguien,
yo ya te conozco, te quiero
demasiado para dejar de quererme a mí
para hacerlo.
Podría contarte tantas cosas que hemos hecho juntos,
en estos diez segundos,
desde la puerta a la barra:
toda una vida.
Pero sería como pedir la paz
para poder seguir cavando trincheras.
Tú, al menos,
acepta mi consejo,
sigue sonriendo así
y nunca
te faltarán poemas.





Estaciones en curva
   
Hace unas horas, todo eran copas, todo puntuaba en positivo
y, por un momento, la felicidad parecía estar en alza.
Después, como todas las noches,
llego a la conclusión de que bebo más por afición a la nostalgia de las resacas
que por la euforia transitoria del punto alto de la borrachera.

A las seis de la mañana,
todo el mundo está triste.

Vuelves solo a casa, acompañado por el ruido
que ahora te parece sordo
de un camión de basura en periodo de servicio
te cruzas con una chica que se tapa el vestido de la noche anterior con la chaqueta
como avergonzada de haber alargado la celebración un poco más de la cuenta.

Llueve,
porque hasta el cielo tiene ganas de llorar a estas horas.

Cuando llegas a casa, poner otra lavadora con la ropa que tendiste anoche
se te antoja la menor de tus preocupaciones.
Diez llamadas perdidas.
Deberías dar señales de vida, pero la vida, ahora mismo,
no está para tus tonterías.
Así que dejas el teléfono en casa y coges un metro camino al trabajo.
Empresario, desesperado.
Mendigo, sobreactuado.
Músico en el metro, seguro que es playback.

Joder, un día sin mirar al Smartphone y  te das cuenta
de que el que lleva toda la vida
bajándose en estaciones en curva
eres tú mismo.






Pablo Benavente. Circo de quimeras. Harpo Libros, enero de 2015. 





REENCUENTRO

Nos encontramos como nunca
para perdernos como siempre.

Doce horas más tarde,
completamente víctimas de una nostalgia
felina,
quedamos en aquella cafetería
-aunque yo llame bar a cualquier sitio donde me pongan una cerveza-.

Yo bebo,
tú bebes,
el alcohol nos priva de los sentidos
y nosotros, en privado
y privados de la ropa,
le buscamos sentido a una vida
que no daba un duro por nadie.





VIEJO TESTARUDO III

Ya no llenamos de mensajes las botellas,
comemos en una mesa huérfana
y no lloramos, si no es para regar los sueños que nos dejaste.
No contamos historias porque seguimos pensando en las tuyas
y no nos tropezamos con algunas piedras
porque te molestaste en señalizar el camino.

Ojalá los vieras cuando hablan de ti,
no sabes cuánto dejaste.

Isamay sigue peleando, el teatro tiene suerte;
Susana sigue con sus clases, tertulias y bailes;
y Evaristo... Evaristo sigue como siempre,
no deja de subir.
Algo hiciste bien,
todos siguen.

No creo en la eternidad,
pero sigo viéndote cuando los veo juntos.





Reseña: Circo de Quimeras, de Pablo Benavente

Pablo Benavente es uno de los poetas más importantes del mundillo poético joven español en la actualidad. Podemos verle con frecuencia en recitales y conciertos y tiene un seguimiento brutal en las redes sociales, con más de 11.500 seguidores en Twitter. Y como no podía ser de otra manera, ha acabado sacando un poemario a la luz. Circo de Quimeras, publicado por Harpo Libros, es un libro de poemas de esos que lees tres o cuatro veces y sigues flipando.

La vida duele porque sigue avanzando sin que uno pueda detenerla a disfrutar de las cosas que ama irremediablemente y se van quedando atrás, los amores se van quedando atrás, pero el amor permanece intachable.

Leo a Pablo Benavente desde hace tiempo, por su blog, y la verdad es que me encanta cómo escribe. Porque tiene un estilo que es personal y al mismo tiempo de todos. En este Circo de Quimeras he encontrado algunos versos que ya había leído en su blog, versos potentes de amor sincero que cómo puede ser tan certero. Que cómo se puede dar tanto en el clavo. Es ese estilo sencillo y agudo el que lo consigue.

El libro se centra principalmente en el amor (¿cómo iba a ser de otra manera?), pero también encontramos temas sociales, el paso del tiempo, la nostalgia... Poemas como "Ella", con esa estrofa tan brutal:


"Defines tan bien el amor, que igual 
debería llamarle como a ti, 
y no al revés."


Otro poema que me encanta es "Podría llamarla por su nombre", y "Náufrago en alguna parte" también me parece genial. El perfecto final de "Medio mes que parece un año" no tiene comparación. Pero no se trata de ver cuáles son mis favoritos (cada poema tiene algo que lo hace apuntar y disparar directo al corazón) sino de explicaros, por muy difícil que sea, por qué quiero recomendaros este libro. Y es por la sinceridad de los versos, porque no son poemas forzados o juegos de palabras vacíos. Porque Pablo se ha abierto el pecho para darnos su corazón en palabras y no podemos no sentirnos identificados con él en alguno de sus poemas. 

El "Grito de guerra" de Pablo Benavente es un reflejo de la sociedad actual, su "Declaración de intenciones" nos explica "eso de que no hace falta escribir poesía / para hacerla". Sus palabras son las tuyas cuando lees sus poemas y, qué voy a deciros, siempre aciertan. Así que eso: sumergíos en estos poemas en prosa y verso y dejaos ganar por las palabras. Esta vez es su turno. Ponédselo fácil.

PD: El libro tiene intercaladas versos sueltos que son absolutamente geniales. Simplemente por ellos ya merece la pena.


http://www.bibliolocura.com/2015/03/resena-circo-de-quimeras-de-pablo.html






Pablo Benavente. Izar la negra. Frida Ediciones, 2016. Prólogo de Alberto Claver. Epílogo de David González. Cubierta de Cristina Reina.



LEY MORDAZA

Nos pusieron un bozal. Orgullosos.
No contaban con que aprenderíamos a morder
con las manos.


CAÑONAZOS

Cuando te vas,
la casa entera, huele
como si acabase de llover

*

Te di un reloj y me dejaste
con los bolsillos llenos de arena.

*

Algo no va bien.
Esta tristeza no está a la altura de mis sueños.




IMPOSIBLE DE ESCRIBIR

No me asustan las alturas,
el daño causado por caídas,
que deje de mojarme la lluvia.
No me asusta echarte de menos
o que me haga daño, es más,
aún sin conocerla ya quería
que me doliese.
Qué sentido tiene si no.

No se merece que la acabe olvidando, no quiero que sea una más.
Se le quedan tan cortos los números
que preferiría no tener que darle ninguno.
No me asusta cambiarles el nombre a mis demonios,
o acabar edificándole un trono en mi particular infierno personal.
Estoy seguro que, hasta allí,
acabaría causando una revolución
-no me cuesta nada imaginármela liderando, bandera en mano,
a toda una multitud bolchevique-.

A decir verdad,
no me cuesta nada imaginármela.
Estas ganas de tocarla más que enfermizas son reparadoras,
y puede que eso sí que empiece a asustar un poco.
Me aterra esa afición suya a pasar por droga de diseño,
esa voz de polvo de estrellas hecho aire,
ese mapa del tesoro trazado a lunares por su cuerpo,
deberías haberle olido la piel el otro día,
cuando solo galáctica se le antojaba como adjetivo.

Me aterra llegar a querer encerrarla en una jaula
solo para poder regalarle, yo, la libertad.
Su libertad.
No hay mayor regalo que darle a alguien la libertad con la que vino al mundo.

Me asusta esa aura de destino alterado que la hace estar ahí
a posta, adrede,
como su no pudiera ser de otra forma.
Como si todos debiéramos estar acostumbrados a este tipo de milagros,
a verla a ella, dándole un cambio de temperatura al invierno,
despilfarrando magia por todos los poros de su piel,
cicatrizando cualquier herida impuesta,
encerrando bajo llave a todos los demonios a los que, ya,
no les interesa torturarme.
Dándolo vida a poemas póstumos,
a poetas acabados,
creando posteridades más allá de la la tapa de cualquier libro.

Sabes a fecha señalada
y tengo que darte las gracias, porque,
a pesar de todo lo que me haces,
ni yo, que te andaba buscando,
habría podido
escribirte de esta forma.



LIKE A ROLLING STONE

A Tálata Rodríguez


Como una piedra rodando, dijiste, al llegar,
con ese rumor en la voz de tierra del fuego,
pintando con las manos, en el aire, tus poemas,
con la fórmula secreta contra el tedio de los días
en un futuro posible enraizado a tus ojos inciertos:
esas mañanas, cuando hacías café,
cantabas una de Dylan,
y yo, mientras,
te quería.

Like a Rolling Stone, cariño, baila mi móvil,
cada vez que llamas, y estamos un paso
más cerca
del secreto.




DESAYUNO QUEMADO

Me hace joven saber que estás detrás del tiempo.
SUSO SUDÓN

Me despierto, otro día,
en uno de esos bucles en los que
todos
te parecen igual de malos.

No me lavo la cara, me aterra
ver quién está al otro lado del espejo;
me masturbo en la ducha, el agua
me impide abrir los ojos,
y no quiero ver en quién estoy pensando.
Preparo la cafetera,
y pongo unas tostadas.

No recuerdo un antes,
trato de no entender qué representan esas equis
en el calendario, meses atrás,
cuando ser feliz
era una rutina que detestaba,
un bote de pasta de dientes
que no podía apurar mucho más.

Nunca pensé que sentirse joven fuera eso,
verte en la estela de las estrellas que ya no observas,
en parte por vergüenza,
sobre todo por terror.
Me dejaste ponerle tu cara a mis canciones favoritas,
poner a tu nombre casi un cuarto de siglo.
Y, ahora, parece que le quitaron el minutero
a todos los relojes de la casa.

No me costó adorarla a la altura de nuestras circunstancias,
menos aún cagarla, también a la altura.
Desde entonces, en su honor
-es decir, por su culpa-,
todas las borracheras han sido tan largas
como lo eran sus piernas.

Como un pellizco justo a tiempo;
el olor a quemado: las tostadas.
Comerme las sobras de una felicidad
en mal estado
es mi pequeña forma de tenerte siempre
presente.

Quise tanto a esa mujer,
me hizo tan adicto al amor,
me enseñó a amar tanto la vida
que, cuando quise darme cuenta,
no podía conformarme
solo con una.



ASÍ

Imagina que pierdes las gafas en mitad de una multitud,
que ves, a todo el mundo, cantar una canción que tú no conoces,
que se te borran todos los mensajes, y al azar,
que tus canciones favoritas empiezan a sonarte desconocidas,
que te leen tus poemas y no sabes de quién hablan,
que te sueltan en mitad de otra vida con los ojos vendados y un mapa de mentiras,
que tus amigos, de repente, no saben ni oírte ni entenderte,
que un día despiertas, y se te han desordenado todas las fotos,
que miras al espejo, y no reconoces lo que ves.

Así me siento yo,
desde que tú no me miras.






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