domingo, 19 de julio de 2015

HERNÁN FLORES SUÁREZ [16.598]


Aarón Hernán Flores Suárez

(México, D.F. 1993) 
Ha participado en diversos talleres literarios, círculos de poesía y slams poéticos. Así como en distintos festivales de poesía nacionales e internacionales, entre los que destacan Caravana de Poesía (México, D.F.), 1ª Semana de la Literatura de la Universidad de Atacama (Copiapó, Chile) y XIX Festival de Poesía del Sur Andino Enero en la Palabra (Cusco, Perú). Publicado en revistas como La Rabia del Axotlotl, Repentino Magazine, Suda la Lengua, entre otros. Su cine-poema titulado “Yo no quiero un amor* terrateniente” apareció por Malaframe en 2013, bajo la dirección de Haslun Cruz. Escribió también la sección especial Panamartes para la revista Chulavista Art House desde la Ciudad de Panamá, Panamá, en 2012, la cual a su vez fue publicada en The Art Boulevard (Madrid, España) en 2013. Se publica su primer poemario Caudal en mano (2015) en Buenos Aires por la Editorial el Escriba, además de ser recientemente incluido en las antologías de poesía y cuento Palabras escritas, palabras dichas 2015, también de la Editorial El Escriba , y Memoria del Festival de Poesía del Sur Andino "Enero en la Palabra" 2015, editado por el proyecto Yachay Chaski de la Gerencia Regional de Desarrollo Social del Gobierno Regional del Cusco. (Cusco).  Su poema titulado "día 26, año dosmilcatástrofe" fue traducido al italiano, a cargo de Silvia Favaretto (Venecia, Italia, 1977). Perteneció al hoy desarticulado Colectivo Órfico de poesía en México, D.F., disfruta de participar en lecturas en voz alta y actualmente trabaja en su siguiente poemario.




Doble hélice

Las estrellas se convertirán en flores continentales
y las constelaciones congeladas
en nubes llenas de nubes y nubes más.
                                                      Héctor Hernández Montecinos


Yo también quisiera inventar noches cósmicas 
            y nubes, 
                        nubes 
                              y más nubes. 

Yo también quisiera 
corregir el _______ (espacio) 
escribiendo poesía, 
como tú lo haces.

Yo también quisiera soplar 
pompas de jabón 
y en su lugar dar vida 
a pequeños astros o 
voluminosos planetas. 

Yo también quisiera 
que mi sombra
cubriera Latinoamérica 
entera, de pies a cabeza. 

Yo también quiero 
ser la belleza.
Yo también quiero 
ser poeta y
ser una flecha que atraviesa 
la historia.
          
Yo también quiero escribir 
                  con la frente,
                                          con la punta del zapato 
                     y con el codo. 


Yo también quiero recitar 
                                             un incendio,
                              un tornado, 
                  un huracán 
y un terremoto. 



Yo también quiero 
que mis poemas 
no sean poemas,
sino hombres que marchen, 
                                             guerrillas, 
               tatuajes.

Yo también quiero escribir poesía 
en las paredes con una 

                                      e
                                      s
                                      p
                                      a
                                     d
                                     a

                                     l
                                     á
                                     s
                                     e
                                     r




Tus muchachos, niña

Te extraño, sí, es cierto. 
Te pienso, sí, también es cierto; 
pero no te veo cuando lo intento.
Por más que deseo ver tus ojos, 
tu boca, tu culo, tus piernas,
tus dedos, tu cabello: no lo logro. 
Un gemido tuyo rompe tu rostro de cristal
                                                               y lo veo caer al suelo.
Pongo mis manos debajo para que no 
se pierda ningún cacho, 
pero mis manos sangran, tu rostro
hecho pedazos me rebana los dedos 
y extravío todos los restos.

Cuando pienso en ti sólo veo una verga. 
Sólo veo mil vergas y un camino 
por el que pasaron idas y venidas, 
sólo veo a tus muchachos deteniendo tu culo 
                                                              y apuntándote con la verga.
Sólo veo tu espalda convertida en camino
en la que se corrieron las mil vergas de un golpe
y ensuciaron todo cuánto pudieron.

Ensuciaron todo en su camino: ensuciaron todo tu camino.

Borraron los recodos que yo hice y caminé creyendo ser.

Cuando pienso en ti sólo veo a tus muchachos
y cómo todos sus miembros tienden un puente
por el que tú pasas y te sirves, te glorificas,
dando placer a todos con las manos, 
                                                               con los dedos, con la lengua.
Los veo a ellos haciéndote comer la blanca 
hostia que sale de la punta de sus vergas.

Cuando pienso en ti sólo veo tus piernas,
tendidas una a cada lado, como en una 
balsa con los remos flotando sobre la superficie,
mientras el pescador de tus lubricidades
no da un segundo de respiro y bate tus remos
astillándolos enteros desde las puntas.

¡Ah, tus muchachos!
Lograron ensuciar tu alma de niño, de niña. 
Tu alma de niña que llora en brazos de su madre. 
Tu alma de niña que se ha partido un brazo. 
Tu alma de niña que ha despellejado su última muñeca
                                                             queriendo olvidarse de ser niña.

Tu alma ahora es una mancha de semen que cuelga de una orilla.

Tu alma ahora es una mancha de semen tendida al viento esperando endurecerse.

Tu alma ahora es una mancha de semen embarrada en una trusa sucia.



Yo no quiero un amor* terrateniente

Yo no quiero un amor como
 una playa habitada por gusanos.

Yo quiero un amor que en la cima 
del sexo sepa 
                                                                     gritar tan alto 
como una trompeta.

Quiero que un terremoto ascienda, 
desde el epicentro que es su pecho,
 
llegue húmedo a su lengua 

y lentamente se convierta en lo 
que es: 
                                                                                 un chillido del alma,

y salga tranquilamente de su boca 
como una flatulencia hablada.

Quiero un amor que se penetre por todos los orificios.

Quiero un amor hermético y seguro como una bala de salva.

Y no me importa si tiene el sexo como una vaina
 de chícharos rosados y esponjosos, o como 
un caracol verde de agua salada.

Lo que yo quiero es 
un amor que se ame a sí mismo, 

con el semen chorreando en la espalda.

Quiero probar la baba hedionda, 

los labios podridos como una pasa, 

                                                                              el sexo reluciente y limpio,

los senos como rebanadas de naranja
 de un amor nuevo, de un nuevo amor-plantón 
como una manifestación encarnada.

Yo quiero un amor como una civilización nómada,

como una civilización entera que se 
alimenta de nada más que las plantas.

Yo quiero un amor-Dios que sea tranquilo,
 
que sea inmutable y sereno como un pequeño río.

Quiero un amor como una bomba molotov 
que al estallar 
                                                                             pueble el mundo de fluidos vaginales.

Quiero un amor que sea una guerra entre galaxias
porque mi vida es el despegue de un pegaso
 y, 
                                                                            al mismo tiempo,
el chocar de anclas
 al brindar con un par de caguamas.

Porque la copa de mi vida
 se llena sólo con el meo
 que tu amor va dejando,
 
fresco y amarillo,
 sobre las hojas
 de las jacarandás.

* Después de la primer lectura,
 reemplace todas las repeticiones de amor
 y ponga en su lugar la palabra coño.

De éste modo muchas cosas en su vida 
serán infinitamente más fáciles, 
compruébelo usted mismo.




Ay, mi infancia imaginaria

Tal vez sea que en mi infancia aún halle grana. 
Ay, mi infancia imaginaria de viajes en combi amarilla.

Donde un balón de soccer materializaba todo mi gozo y 
dinamitar casetas telefónicas era un juego más de pirotecnia.

Donde un par de rocas podían servir como armas, tanto como 
postes que rozaba el balón cuando rodaba hasta la avenida. 

Donde celebrábamos el triunfo de un campeonato 
de la misma manera en la que exhaustos y eufóricos evadíamos una pesquisa.

Donde soñaba con posarme sobre el mundo y desplazarlo, 
mientras no podía siquiera atinar al hoyo con una canica.

Y prohibidos estaban el llanto, el diálogo, la armonía; 
porque en ese entonces, el hombre sólo era hombre si embestía. 


                                      ¡Ay, mi infancia imaginaria sangrando!
                                ¡Ay, mi infancia imaginaria coronada de espinas!

En el árbol enmohecido de mi infancia era Otoño todo el tiempo,
mi soledad me desprendía lentamente las hojas día con día. 

Así crecí haciéndome un árbol retorcido y seco, 
donde no había pájaros ni ardillas que treparan a roer sus semillas.

Ah, las tardes en que el rumor de mis hojas esparcidas
era como un colegio de niñas jugando a la hora del recreo.

¡Si tan sólo todo fuera tan fácil como jalar del gatillo! 

Ah, mi infancia hermosa en que empuñé un arma,
viviendo entre la escoria, el hurto y la rapiña.




Mi soledad te huye, madre, mi soledad me pertenece 

Sea donde sea, sé que algo esperas, madre. 
Allá en lo hondo de la casa de las quintas, 
fija al pie de la ventana con los ojos 
                                            taladrando el horizonte.
Fija, inmóvil ante la ausencia de la mancha de sangre 
                                            que no llega hace meses;
llevándose con ella a tu hijo hermoso de sexo mitológico: 
                                             hipotético e inexistente.
Y entre la timidez blanquísima de tus paños íntimos 
le buscas, vas y vienes de vuelta hacia el aseo que visitas, 
en un día, con renovadas esperanzas 
                                              más de 20 veces.
Yo sólo te miro injuriar y llorarle día y noche a los 
                                             paquetes de cigarrillos.

¡Ay, esos malditos y fétidos infertilizantes!, 
que pudren las matrices y senos de las vírgenes y 
colman los pulmones de los abuelos; negros de cáncer.

Brillas por tu ausencia como una estrella, madre. 
En medio de ésta tarde oscura, 
en medio de ésta noche fría, 
                                             a la vez aciaga y a la vez alegre.

Tu gran virtud longeva es siempre estar en otro sitio,
                              mimándote el rostro bello con almendras,
empollando en una silla de oficina la despensa que retaca 
                              de embutidos en conserva los anaqueles.
O acodada en el confesionario con tu boca perlada y chiquita, 
constatando la veracidad de los pecados 
semanales de tus ficticias inmoralidades; 
rezándole a Dios que se ciernan sobre 
                                                                     el cielo los eclipses,
para reverdecer las múltiples glebas negras de mi fe exangüe, 
en tu Dios ausente, injusto y penitente 
                                                                     como tú misma, madre.

Pero el día en que por fin te decidas a buscarme, 
sin miramientos crueles ni reproches infames, 
yo saldré a tu encuentro del rosedal seco donde te aguardo,
-mis manos endurecidas vueltas ramas llenas de espinas, 
de mis brazos colgando botones fétidos y crasos-, 
trozaré las raíces de mis piernas vetustas y 
cansadas, de todo el tiempo crecer y crecer hacia abajo.

Libre y excarcelado de tus juiciosas inconformidades,
renacerán mis manos y brazos hermosos y majos, 
como dos alas que se despliegan, para hacer de mí un giróvago, 
un andariego transitando sobre los montes y las ciudades, 
con el pecho al viento, blanco y emplumado 
                                                                    como un albatros.





De las zarpas y el sexo dentado

Tengo miedo al peligro de estar atado a tus manos de 
                                            sierpes venenosas y uñadas,
trenzado a las zarpas conscriptas al mando de tus
                                            felonías lúbricas corruptas.
De la muerte y el delirio de saberte elástica y frecuentada; 
encamada en los retozos de mis 
                                            antiguos adeptos y asiduos.

Tengo miedo al peligro de la corona de rocas 
y alambre con que santificas mi sexo pagano.
Lujado en la baba de tu gruta irremediable, 
concupiscente y maltrecha por tu empresa 
de escarbarla diariamente con miembros nuevos. 
Renovando así, la herida ulcerada y supurante de aquél 
                         antro una y mil veces abierto e infecto.

Con dejo amargo, palpo la putrefacción de mi origen. 
Mi cuerpo sin alma del que hoy nace un arcoíris negro
                                            saliéndome del pecho.
Con remilgo vuelco en mi angustia grande como un hércules, 
a emparentarme de nuevo y jorobado, 
con mi soledad interminable y maciza como los
                        montículos de cadáveres después del crimen.

Miro el partir de los elegidos hacia tu patria de lubricidad robusta 
y su desfilar por el bacanal de tus excesos. 
Y tú alzas un dedo para enumerarlos uno a uno; 
                                            examinándolos.

Mientras ellos elevan genitales, extremidades y manos, 
tú comprobando sus hombradas y virtudes, 
sus falos gruesos y largos, tanto, que son hermosos, 
y por esa cualidad son reunidos en un prodigioso gremio. 

Los recibes al presbiterio del santuario de los sacrificios. 
Arrobados los campeones por el talante dentado de tu sexo, 
hacen girones de tu fardaje feérico de reina promiscua, 
desnudando por completo tu señorío.

Y con piernas abiertas, igual que un arco 
por el que pasan los héroes indomables y cretinos; 
después de la conquista de tu pubis 
                                                         herrumbroso, agusanado y libido,
los despides lamiéndote las llagas como una gata, 
tragando bolas de pelo arremolinadas en tu garganta 
asistida por el bebercio del producto 
                                                         blanco, níveo y fecundo.

Señoreas con mano pútrida, embalsamada en rocío de pubis 
y fluidos; y llevas por estandarte levado un 
                                           himen sangrante clavado en un crucifijo.

En tu ducado y potestades, sirven las catedrales y templos 
como recinto lascivo, donde se celebran bacanales 
monumentales, organizados para adorarte 
                                           todos los infames domingos.

Y yo asisto a comer la hostia de tu cuerpo 
                                          impío, vejado y adúltero,
en los galpones dedicados a este culto.
Con las espinas naciéndome por las glándulas, 
y la sangre que me mana por los ojos 
de presenciar cada uno de tus escarceos libertinos.
Durante la noche de los fiordos que se derrumban 
sobre mi abolengo antiguo, 
mi desesperación desamparada y frágil, 
palpa de nuevo la 
                                          periferia de mi símbolo.

Y hallo de nuevo tus manos temidas.
Hallo una vez más tus zarpas voraces y pérfidas 
                                              al aguardo de mi arribo previsto.

Atado sin remedio a la perpetuidad de tus ultrajes, 
someto mis ambiciones y mis antiguos sueños de crío.
Vuelvo a saludar con nostalgia las piedras de tu regencia
y los epígrafes que grabé con rabia en ellas, 
                      utilizando como cincel únicamente los puños.

De mi soñado exilio sólo queda como testigo el fracaso.

Y como la hostia inveterada de tu carne corrompida
mil veces por mis congéneres y sucedáneos. 
Jurando así, una vez más, creer a ciegas, 
                                               única y exclusivamente,
en el figurín que guardas entre los muslos.




[3 poemas para Mariana]

Maia


I

No sé, Mariana, si es que tu nombre me asusta 
o siempre que lo escuché tuvo que ser a gritos, a erupciones. 
Pero de mi lengua se detona tu nombre violento y ronco, 
de mi boca que es revólver.
No sé si es tu nombre, Mariana, 
o es la rabia o es la llaga o es el llanto. 
No sé si es la crosta la que punza, 
o la cicatriz por donde voy echando clavos.

¿Qué sé yo de la vida?, 
¿qué voy a saber yo del roce de la carne?,
¿qué sé yo, si soy tan solo un tembloroso candelabro,
prendido del último guindaste? 

No sé yo si eres una avenida ancha y hermosa 
con un par de semáforos en verde,
y yo soy las aceras y los brotes, los altos edificios 
y los árboles que tienden su sombra al abrazarte. 

No sé yo si son las campanas de tu risa las que doblan;
si encadenarme a su canto para callar éste
                                                diario e incesante rechinar de goznes.

¿Qué voy a saber yo, querida,
si tan sólo soy una espalda hermosa que te carga
                                                y tú eres mi saco repleto de flores?


II

Ay, Mariana, eres hermosa como un triunfo.
Rompe el rosicler del día y tú ya estás de pie
                                               como un monumento.

El arco bello que eres y sus cuatro esquinas coronadas de nidos,
cantan la vida de la vida, la infancia de la mañana, 
y abrevan de música los semáforos, arropándolos del frío. 

Tu caricia es sinónimo de dar a beber agua a las matas; 
puebla las catedrales en mi pecho de vírgenes y de júbilo. 
Tu mano abre paso entre las masas y la geografía, 
modificando las montañas, modificando los mitos.
Y aunque yo tome tus manos o 
acaricie las constelaciones de lunares que crecen 
en tu espalda lisa y en tu pecho tibio,
a veces sólo visto de sutilezas mi cobardía, 
y voy a arrinconarme en el pliegue más secreto de tus sábanas, 
convirtiendo tu cama amplia, tu Olimpo fecundo en un laberinto.

Ahí en el paraíso a tu lado donde se me acalambran las 
piernas y se me anudan los dedos con los gemidos como un ovillo,
extraños efluvios llevan materia de mi sueño a tu sueño:
equilibristas locos, cometas, delirios; 
mis imaginaciones más floridas y tiernas,
                                                           como las de un niño.  

Y es por esto que propongo que a partir de ahora lleven 
                                         tu nombre todas las estrellas y los astros.
Que se desconozca por completo la astronomía contemporánea
y se tracen desde cero nuevos mapas náuticos.
Que sea homenaje a los planetas y las constelaciones 
tu nombre dulce, repetido una y otra vez, 
hasta el infinito como un hemistiquio. 


III

"Vení, vení", me dices, 
entonces yo voy a tu encuentro encandilado y orondo.
Mis ojos cortesanos de tus lindes, 
arrean y pacen las bestias de mi pecho en tu pecho.
El infante mestizo de mis miedos voltea de su rincón polvoroso, 
para encontrarse con tus diez dedos amigos saludando mi sexo.

Mirando al cielo me digo, querida, que es celeste este amor que te profeso. 

Que llena de elixir las copas y los cálices y repleta de 
                                            hinchada las gradas en los estadios.
Que se me arraciman las palabras en la boca, y balbuceando muletillas,
me voy en ellas a pasear por tu sonrisa con 
                                             mi amor tartamudo, rengueando.

Que como un ala plegada me recojo al reposo de tu abrigo, 
refugiándome de la jornada airosa y fría, descansando los 
                                    pies desnudos de mis torpes tropiezos de cojo.

Que descojo mi pena y mi abultamiento de mata, 
en la ojiva de tus brazos abiertos;
que soy un saco de papas caído, 
que rueda hasta el pie de tu cadalso.

Que mi cariño vagaroso como un fantasma, 
sigue el canto hechizado de tu beso,
en un baile pisando las hojas acumuladas y secas, 
que acolchan las aceras
                                                                        de Plaza Almagro. 

Mientras tanto voy pulimentando el terreno deforme en mi escritorio.

Apilando columnas de libros viejos, 
voy creciendo una ciudad de castillos enormes, 
donde a través de sus ventanas imaginarias te miro 
                                                -alegre y plácido yazgo-,
en el pedestal blanco que resiste todos los arietes y sus asedios, 
en esa torre hermosa de los papeles 
                                                 emborronados de mi (in)genio,
entronado en mi poltrona de llamas, 
desde donde siempre 
te canto 
                                                                 te bramo
                                                                                                                             te cielo. 
Ah, cuando la luna recuerda que espero tus manos 
o el sol entibia piadoso tu ausencia,
no queda más remedio que desvelarme en verso 
                                                                                 y pernoctar en cursiva.





Hemistiquio o Ejercicio sobre ANTONIO  

MARIANA des(a)nuda todas las constelaciones para 
tenderlas cada noche sobre una esfera de tierra.

MARIANA es la empuñadura de los 649 muchachos 
que marcharon -a sabiendas- hacia su homicidio. 

MARIANA es la patria del espacio y las órbitas; 
la Vía Láctea doblada sobre sí misma acariciándose las piernas.

MARIANA encuentra en el cielo un espejo a las mañanas 
para maquillarse el rostro y emplumarse el pecho.

MARIANA guarda el sol bello a la tarde en su 
alhajero secreto de cosmos y galaxias.

MARIANA es el golpe constante y condenado de los relojes, 
en su terco andar de engranes metálicos necios.

MARIANA encumbra las ciudades a las montañas, 
y desde la cima hace florecer en ellas la luz del privilegio.

MARIANA escribe promesas apócrifas en los muros 
vencidos de las torres dinamitadas en derrumbe.

MARIANA sentada en el capitel de las columnas como una gárgola, 
vigila el acontecer y las andanzas de su imperio.

MARIANA es la protesta tácita frente a la continua 
evidencia de la falta, de la merma, de la nostalgia y de la muerte.

MARIANA
MARIANA
MARIANA 
y su nombre repetido hasta la espuma, 
escrito hasta la histeria en la tierra y en las nubes.  





día 26 / año dosmilcatástrofe 

                  A los desaparecidos, la grandeza de haber sido hombres 
                  en el suplicio y haber muerto cantando.
                    -Gonzalo Rojas

Mi corazón es un cometa 43 veces más grande que antes.

Mi alma es una fosa, un cráter; 
un cráneo coronado de cruces blancas y 
43 cirios iluminan su nicho, rodeándolo.

Mis ojos son tan sólo dos muchachos que resisten, 
atrincherados en lo oscuro de la pesadilla interminable
en la que retumban 43 veces los cimientos de las catedrales.

En el descampado sereno de mi pecho cobrizo,
siembro de cabo a cabo, con mi arado presto 
-en mi labranza ajada-,
las 43 semillas frágiles que brotan insepultas del suelo, 
acariciándome el rostro con sus pétalos blancos como la calma. 

En mis manos sostengo un fantástico coctél volátil 
que ilumina de rojo las puertas de los palacios 
y la oscuridad en que 43 rostros hermosos 
desaparecieron cantando la noche del 
viernes 26 de Septiembre del año dosmilcatástrofe. 

¡Y es por eso que cada mano honesta empuñará una fusta y, 
con azotes, arrastrará por el mundo, de parte a parte y desnudo, 
a aquél infame que ose mancillar nuestras voces 
y levantar su imperio tiránico
sobre las fosas que tiempo antes fueron 
rebosadas con nuestros cadáveres!

¡Será entonces el silencioso cantar de las llanuras 
el que los acune entre sus pliegues,
les arrulle el canto de las leyendas de los 43 muchachos 
y su increíble ímpetu 
-monumental como las catedrales-,
y los campos de cruces la mortaja blanca que cubrirá 
con indecible paciencia de santo, hasta desvanecerse, 
sus rostros irreconocibles vejados por el látigo!

Y velados por mi pensamiento cándido como un lázaro 
y sobre su ausencia cúprica, 
mi nostalgia cubriéndola como una pátina, 
serán acompañados con su corazón de bosque húmedo 
y sus alas prístinas como una alabanza alzada, 
al pie del desasosiego humano que los reclama y abraza,
por el largo e intranquilo camino de la trinchera al borde de la cama,
a la humanidad solemne y su recuerdo amplio
y accidentado como una cordillera,
que se abre para ustedes
            de par en par,
apacible como una casa.





[3 poemas para Chile]

Santiago de los dos Soles o Tierra prometida

Son las 11:30 en Santiago de los dos Soles.
Son las 11:30 en la Tierra prometida de la luz brillante; cayendo sobre la joroba continua y 
deforme de las lindes; 
extendida como un Golem primitivo dormido a la costa, que hace del continente su cama plácida 
y se arropa del frío con el germen y los brotes. 

Pero hay algo que nos separa,
quizá un accidente geográfico como la cordillera. 
Y si bien toda la geografía sea imaginaria 
cuando las estrellas abren los ojos,
aún nos separa la serranía, un accidente extenso, 
aunque nos una ésta noche.

Miro el retorno de las naves en el cielo 
y las sigo por el valle.
Andando hermosos caminos planos, no hallo 
detrás ni delante mío obstáculo alguno. 
Comienzo mi andanza al país de las colinas y las lomas, 
pacificando con el cetro de mi feudo imaginario,
recolectando semillas y ópalos, trinos y plumas 
en un saco para llegar con tesoros prístinos a tu recinto. 
Y una cordillera astral se muestra ante mi rostro: 
constelaciones de luminosa nieve,
ojos que palpitan en las alturas del cosmos. 
Para saber que hemos de despojarnos 
de las carnes y quedar desnudos, 
en el blanco níveo de los huesos y mirándonos sin ojos; 
sentados a la luz de la noche cósmica, 
balanceados en los columpios que 
colgamos de las nubes para arrullarnos 
sin tiempo, sin vergüenza y sin miedo. 
Desciendo ahora por la ladera de los insepultos
mientras sigo sin descanso las naves. 
Mirando los mapas de nubes que me dictan el rumbo;
sorteando ágilmente los miembros y cadáveres, 
aún sangrantes, que accidentan el descampado y el sino.

Viajo. 
Viajo y atesoro mi sexo guardado en el redondel de las 
estrellas exhumadas: mi sexo célibe, intacto y único. 
Viajo y no puedo llevar los atavíos en la hipótesis, 
ni en la imaginación la duda, el titubeo o el agobio. 
Viajo lozanamente en alas de mariposas negras,
apresurando la gracia y embelleciendo el camino.  

Ésta noche te veo, 
miro por mi ventana y sé que detrás 
de esa cordillera estás tú al aguardo.

Así es, ya lo veo: 
la luz llama a la luz, el cosmos se atrae, la nieve se eleva, 
todo vibra y es hermoso. 
Y como el agua en el agua nos perdemos 
el uno en el otro, indiferenciados tú y yo somos 
uno sólo, brillante, bello.
Una nueva constelación tú y yo, 
en un nuevo hemisferio donde todo brilla, 
donde la poesía es la música de las esferas celestes 
y donde todo existe 
ilimitado,
                señero, 
                               extraordinario
                                                      por siempre.





Santiago y las desapariciones

Si Santiago desaparece y quedamos solos tú y yo, 
resplandeciendo con una palabra en los ojos 
que quizá quiera decir perdón o cielo:
cielo celeste, 
cielo crispado con dos soles formando tu rostro eternamente blanco, 
habitaríamos el llano y la urdimbre y 
de las piedras haríamos el agua para beber y lavarnos.

Si Santiago desaparece con todo el amor y odio que germinan sobre sí misma,
si desaparece Santiago lentamente como un horizonte que se aleja 
aunque hacia él caminemos agotados y arrastrándonos
o se hunda irremediablemente ante nuestros ojos, 
bajo las olas, sin importarlo, que pasemos nosotros por encima 
como los pájaros.

Porque sé que Santiago puede encerrar un girasol 
entre los 14 barrotes de acero de un soneto,
durante 17 años más que la dictadura y 
ser 17 veces más cruel que 
la picana, electroshocks y tajadas en los testículos.
Sé que Santiago murió y desapareció una larga lista de jóvenes hermosos 
y hubo que levantar un memorial de piedra gigante y oscura, 
con sus nombres 
escritos, 
labrados,
taladrándonos.

Y aun a pesar de todo, 
sé que en Santiago puedo hablar con las rocas 
y los árboles, y hay una cordillera que me saluda. 

Que si extraviado miro hacia el Este y camino hacia él,
la cordillera me mostrará las aristas de su deformidad estoica y brillante
y yo llegaré a su amparo como el cabro entregado 
del ama a los brazos de la madre.

Y si no es Santiago el que desaparece 
y en cambio lo somos nosotros al enunciarnos,
encontrémonos tranquilos, 
desaparecidos y vejados 
mas eternamente atados,
tal vez lejos, 
pero buscándonos.




Y siempre, siempre la cordillera

Creemos ser país y la verdad es que somos apenas paisaje. 
Nicanor Parra

Cuando te vi aparecer, 
tu sombra me cubrió el rostro, las llagas y el asombro.
Acerqué las plumas en mi pecho a tu sendero de agua oculta 
y tú me tomaste entre tus pétalos;
                                                             me acariciaste los labios.
Yo corrí a abrazarte con las pupilas,
te tomé de las rocas con las manos 
para llevarlas guardadas conmigo 
en los sacos profundos de mis párpados.

Y aprendí que no le temo al tiempo, 
pues mil años son un segundo y tu rostro, 
que es mi manera de ver el mundo y 
el profundo amor del que nació el misterio,
                                                               es el mismo: ileso y regio.

Veo gotas de luz esparcidas encima tuyo:
                                                               son las constelaciones.
Son un cedazo interminable que corona 
en un instante tus cientos de cabezas 
que se levantan de entre las rompientes.

Mil veces es mi mirarte un hallazgo entre las piedras,
de las que renace mi luz sobre los escollos,
cuando hecho harapos voy temblando 
con agobio en los labios y lágrimas en las rodillas 
de arrastrarme sobre las infamias 
para llegar hasta tu encuentro.

Al pisar Chile te vi y lo entendí todo:
que los alquimistas existen y también los magos,
que en este país desangrado por los látigos 
y cubierto de cruces, amaneces tú, no el sol:
cordillera muda,
cordillera estoica,
cordillera penitente y testigo de los azotes,
cordillera imaginaria pendiendo de las nubes
que te levantas lavándonos las penas diariamente; 
al rededor tuyo giran las estrellas y las esferas celestes,
al rededor tuyo bailamos 
las bestias, 
                                                                los duendes
                                                                                                              y las huestes.



Sueño de una noche muerta de verano

Se escribe para el padre muerto que es uno mismo.

Héctor Hernández Montecinos

Contéstame, papá; háblame.
Abro los ojos dentro del sueño 
donde por primera vez me hallo desnudo y sonriente,
pues desaprendí todas las doctrinas dogmáticas que
me obligaron a repetir una y otra vez, cuando niño, en el colegio,  
una y otra vez, papá, incansablemente cacareando 
a fuerza de robotizarme y hacer de mí un 
producto más en su expendio.

Hoy sé que el pasado no es más que una excusa latente 
para ser cada día más cobarde 
y la desnudez es un fenómeno del alma 
-más que de la vestimenta- que ilumina con su destello
secreto al niño muerto que fui durante 
21 años sin pausa.

Papá, entro al sueño y te encuentro andrajoso y hediondo, 
de rodillas sollozas en un antro oculto y estrecho de mí mismo 
desde el que te llamo desesperado, a gritos te llamo, papá,
pues tu lloriqueo agita y cruje las paredes frágiles del sueño
que parecen derrumbarse encima tuyo, sepultándote sin remedio. 


Pero no me escuchas, laceraron tus oídos las cruentas y 
malvadas larvas de tu encono hacinado; nada oyes:
 eres sordo, papá, 
sordo al aúllo de las estrellas huérfanas muertas,
ciego a la umbra blanca de mi luz corrupta ennegrecida,
mudo ante la congoja de mi infancia solitaria de piedra.

Tu cráneo desfigurado sangra a borbotones lúgubres
y una turba roja se derrama sobre ti pigmentando tu rostro pálido;
te machacaron las piernas y las costillas,
de tus manos sólo queda un amasijo de colores 
con el que intentas abrazarme, inútilmente.

Papá, tus ojos no son tus ojos, son tan sólo un asomo
tiñoso donde duermen dos luciérnagas negras malhadadas
o la anunciación de un nuevo día oscuro, muerto y lloroso. 

Papá, me olvidé del mundo para encontrarme contigo 
pero lo único que hice fue soñarte
magullado, enrevesado y gimiente. 

Me olvidé del mar, del mundo en oposición al cielo, 
pero más tarde se mostró ante mí como un sol de agua 
que secó las lágrimas en mi rostro pérfido.

Me olvidé del mundo y de mí mismo, pues yo mismo soy 
el cadáver en brazos y la madre loca arrullándolo;
el padre muerto a quien todos escribimos;
el corazón invertido zanjado por el roce subrepticio y
el campeón que horada a la bestia con su acero.

Papá, fracasé.
No pude hacerme el hombre que algún día me pediste
que fuera, pues hice de mi sexo una posada para que 
reposaran los viajeros untuosos y descargaran sus 
coyunturas pesadas sobre mi espalda arqueada. 
Fracasé, papá,
pues comprendí que a lado y lado de mis piernas abiertas,
miembros de una carne tan carne como la mía misma
se habían erguido para mí como los gladíolos;
abrieron sitio para mí, papá, y yo reposé entre sus gruesos enseres 
y sus firmes bienes viriles.
Papá, el sueño desaparece bajo el negro más negro que el tizne; 
estás hinchado y deforme: a porrazos y puñetes 
te molieron hasta reducirte.
Sin embargo tu belleza achacosa prevalece,
como un sol negro que ilumina la noche,
como una estrella vagabunda nacida muerta 
en la aurora rota de un nuevo amanecer en Marte.

Papá, terminó de caer la noche sobre la noche y no te veo. 
A tientas palpo a mi alrededor y sólo siento 
tu cuerpo fragmentado, esparcido en el suelo, 
y cómo tus miembros cercenados 
aún espasmódicos se zangolotean y baten.

Estás muerto, papá, muerto estás y muerto te amé,
pues fuiste hombre en el suplicio de mi obstinado azotarte 
con ruines regañinas provistas de inquina, rabia y coraje.

Estás muerto, papá, muerto estás y muerto te amo,
pues eres la resurrección de un planeta errante con el que hablo 
en la sorna de esta noche que es todas las noches.

Estás muerto, papá, muerto estás y muerto te amaré,
y así muertos escribiremos la larga letanía que reste, 
desde la lejanía en la Tierra
pero la cercanía en los astros y las esferas celestes.

Estás muerto, papá, muerto eres; 
muerto te amé, 
muerto te amo,
muerto te amaré
y todas las posibles conjugaciones de este verbo,
pues estar muertos es la única manera que encontramos de amarnos, 
aunque esto nunca nadie pueda entenderlo.




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