lunes, 4 de mayo de 2015

MIGUEL ÁNGEL DIRZO [15.846]


Miguel Ángel Dirzo 

(Ciudad de México, 1984). Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro de la Academia Literaria de la Ciudad de México. Algunos de sus relatos han sido publicados en “Voceo de sombra: cuentos y relatos”. (2010). Academia de Extensión Universitaria y Difusión de la Cultura. UNAM. También en la Revista Génesis. (2011) “Utopía”.




El valor de la moneda

                    “Quedaban planas como hostias”
                                 José Emilio Pacheco

En el año de 1989, en la ciudad de Querétaro
mi padre me enseñó aponer una moneda bajo el tren,
quedaban planas como luna
y calientes como pan.
Los dos reíamos al ver nuestro tesoro fundido,
hacíamos del capital hojas de fresno
hostias robadas por brujas, ojos de pantera,
platos para enanos, botones de reyes.

El viejo y yo,
éramos los mejores haciendo
del dinero algo valioso.




Algún ombligo de México

Alguna vez estuve aquí pero en otro lado
el cielo era el mismo, azul/cansado, 
las fachadas de las casas se veían igual
los techos tenían las mismas grietas 
el sol y la lluvia caían por los mismos lugares,  
eran distintas, iguales a éstas, pero diferentes,
son viejas como ahora pero antes,
al aire huele a tierra a tortilla a maíz quemado.

El perro aúlla con hambre
como el coyote de otro tiempo.

El rostro de la señora/madre tierra
está lleno de grietas 
y de la cabeza le cuelgan dos trenzas 
como canastas de pan, 
sus ojos acuosos me miran
reconociéndome en otro lugar.

El niño no tiene zapatos y juega  
alzando sus blancos dientes como luz de nieve
en el desierto,
rostro de quetzal quemado.

La gallina cruza la calle buscando un grano perdido, 
choca conmigo y me despierta en algún ombligo de México.   

Recuerdo haber estado aquí alguna vez 
pero en otro lado.  




La Poesía Retumba en los Andenes

Dios muere de frío

En memoria al “El dedos” un niño de la calle.

Mis ojos no ven y los tuyos tampoco,
los de él se santiguan de odio ante el infierno y el cielo.

El viento se alarma por tu olor de tierra-carne y carne-mierda,
que en polvo se convertirá.

Lo que no podemos ver de todo ello somos culpables.
El gran esfuerzo por cantarle a la imaginación, al color, a la algarabía,
es mitigado por la realidad viva de tus manos que no pueden
hacer la señal de la santa cruz, porque las quemaron tus padres.

Eres un pequeño dios que se orina en la banqueta como bautizándola.

Que todo lo ve, está en todas partes, que vive en todos y todos lo ignoramos.

Camina entre nosotros con pies descalzos y el estómago lleno de cemento.

Pequeño dios hijo de humano nacido por añadidura, te pregunto con una oración:

¿A quién miras con los ojos secos?
¿Por qué caminas con el cuerpo lleno de hambre?
¿Por qué enseñas la mejor de las lecciones sin voluntad?

Déjame acompañarte en el olor de tus pasos como apóstol de la revolución.
Déjame convertirlas flores en piedras como lo haces tú,
mártir de alcohol y miedo. Llama luminiscente del pobre.

Ese papel ahogado de tiner es tu pan y lo compartes.

Con una voz divina ahora tú preguntas:
—¿me regalas una moneda?—.

Todos nos vamos y te quedas con la mano extendida 
mientras tu excremento desaparece en el lugar donde esta noche morirás.

Para renacer al tercer día con el rostro seco, llenos espinas,
en otros niños-dioses como tú.







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