viernes, 15 de mayo de 2015

FERNANDO QUILODRÁN [15.975] Poeta de Chile


FERNANDO QUILODRÁN

(Nació en Curepto, Comuna Costera de la Región del Maule en Chile en 1936) 
Fernando Quilodrán, periodista, escritor, autor de libros de poesía, novelas y cuentos ha sido elegido en tres oportunidades como Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (1999, 2001 y 2003). 

OBRAS PUBLICADAS: Poesía: -Los materiales. Editorial Quimantú. (Primer Premio Concurso Carlos Pezoa Véliz). Santiago de Chile, 1972. -Había una vez un pueblo. Holanda, 1980. -Poemas. Ediciones LAR. Santiago de Chile, 1987. -De tiempo antiguo y lluvias. Editorial Pluma y Pincel. Santiago de Chile, 1993. -Averiguación del tiempo y Otros pemas. Mosquito Ediciones, Santiago de Chile, 2009. Novelas: -Los organismos del tiempo. Holanda, 1983. -Vitales mereciéndolo. España, 1985. Cuentos: -Un suicidio común. Santiago de Chile, 2000.


"Poemas" (Selección de poemas incluidos) 
Ediciones Literatura Americana Reunida, LAR, Colección Isla Negra, Santiago de Chile, 1987
PROLOGO DEL AUTOR


EL Prólogo es una parte importante de todo libro. También lo es la portada, cuya misión es noticiar del contenido, o sea de la obra misma. Si usted ha muerto, y la “posteridad” lo tiene por merecedor, se le agregará un cuarto componente: las “notas”, que informarán al lector y al estudioso sobre la historia particular de esa obra, así como de los cruzamientos y relaciones de su vida y trabajo, y de su lugar en el marco histórico en que usted, sus obras y sus personajes transitaron.
El Prólogo, como género, puede asumir distintas formas. Una muy frecuente es la de Prólogo de favor, que es cuando un autor más célebre o más viejo le regala a usted algunas cuartillas en las cuales no necesariamente se tratará de su obra, pero sí puede hablarse de usted “en tanto persona”; o de circunstancias, o de referencias… Estos prólogos de favor, lo son recomendativos. El prologuista, en nombre de una antigua amistad o de compartida bohemia, recomienda la lectura de esa novela, poemas, etc. Otra forma de Prólogo es el crítico, o erudito, en el que, generalmente, se demuestra –y sin que ello haya estado, por cierto, en el ánimo de nadie- que es el prologador inteligente, avisado y cultísimo, en tanto sobresale, y es admirable el prologado, en el libre juego de intuiciones más o menos felices. Suele, éste último, ser un sub-género post-mortem, pero no es infrecuente en nuestros días, en que las más diversas sub-ciencias han invadido el completo espectro de las actividades y preocupaciones humanas, hasta el extremo de que pareciera que no se hace obra de creación sino para el mejor fomento de los nobles post-grados, doctorados, masters y otras especies molierescas.
De lo dicho se desprende que es el Prólogo recomendativo propio de amigos –o de deudos, como se diría en otro castellano- y de ajenos o extraños el crítico o erudito. Pero tampoco es ésta, como casi todas, verdad absoluta ya que abunda la variante del Prólogo Intra: intra-generacional, intra-comarcal, intra-grupal, intra-escolar, etc., que es cuando un cofrade comenta al autor y de paso, y necesariamente, a sí mismo y a otros que se son o han sido contertulios. Este tipo de Prólogo suele ser laudatorio o, si se prefiere, comprensivo. Amable, en otras palabras; fraterno.
Y otra conclusión que se desprende, y de todo lo dicho, es que dos y claramente distintos suelen ser los que escriben el Prólogo y la materia prologada. Disuena, en verdad, la auto-prologación. Acusa no pertenencia a…, denota pobreza de roles, denuncia un cierto metequismo en la república de las letras.
Puesto en un trance similar –y se me ha de perdonar la desproporción de la cita- el autor de El Ingenioso Hidalgo… nos dejó dicho: “Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla (se refiere a “su historia”) ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo”.
Yo, de mi parte, sé decir que las noticias que suelen darse en un Prólogo, caigo en cuenta que el Editor las estampará en la portada, que para algo más que cubrir desnudeces ha de servir: lugares y fechas, labores. Que feo sería el cargarme yo mismo de elogios, por merecidos que me sean. Que no perteneciendo, hasta donde mi discreción alcanza, a comunidades de río ni aula ni urbe, poco o nada de tales materias puedo predicar. Que no siendo versado en ciencias, básteme versar en versos, y proponerlos, con humildad aunque no extrema, al oficio del lector. Que no careciendo de amigos, y de los muy buenos, no me he atrevido a ir hasta ninguno en solicitud de recomendación, o adopción, ya sea por respetuoso cuidado de su buen gusto, ya porque no me respondan algún día con la misma moneda, ya por pereza.
Y por eso, amigo lector, se quedará este breve libro sin Prólogo, y yo indefenso ante tu mirada que espero, si severa, también comprensiva, perdonadora y amistosa.
EL AUTOR
Santiago, abril de 1987.


EGOLOGÍAS

Si me deflacto tomando como base al cromagnon o al pitecantropus erectus,
debo admitir mi superioridad aunque el mismo sol y agua de H2O
pero me agrego verdes aportados por pissarro
y una colección de instrumentos de variados tic-tacs para salir a pescar
en los estanques del tiempo.
La humanidad, o sea yo, somos una moneda que no se desgasta y crece incontenible
y su estatura apagará el brillo de Orión, Centauro, Dólar,
Y otras estrellas igualmente ya no convertibles en oro conforme a la ley.
Desde el interior de cuerpos vacíos me viene,
sugerida por la duración y el silencio, una pequeña nada.
En rigurosos monólogos van rectángulos tristes, 
rectas angustiadas por falta de espacios,
cubos insomnes, diagonales que solitariamente ensayan su pas-de
-deux
ante espejos heridos de óxido y lágrimas inútilmente.
(El espejo es un pájaro que sobrevive del tiempo de los minués,
cuando a las mejillas cualquiera brisa audaz ponía leve rumor, y la muerte
era el imperio de grandes flores lentas y oscuras.)
En la memoria el mismo río vuelve a pasar y no hay orillas,
ni puentes, ni siquiera ahogados.
El marco vertical de la ventana tiene la longitud de la mirada
y la mirada estrictamente mide la longitud de la ventana.
Será por eso que el aire adolece de la transparencia melancólica de una ex copa,
y yo perdido en medio de lo particular, de lo irrepetible, 
como si arenas movedizas impidiéndome acceder a lo inexistente, lo esencial.
Es una multitud y sus correspondientes adjetivos, narices, párpados,
murallas y vestidos de respectivos tonos,
y entre esas arbitrarias formas de la forma transcurro,
me demoro tal vez porque me atrae su modo evanescente,
piel húmeda cercana y vulnerable,
collar, diamante, lámina insobornable aventados al pie de un cadalso real.
Pero busco la consistencia de abuelo inicial o de ola gigante
que conviene a la rosa que destilan mil rosas.
Igual a mi jornada a cuyo través me disperso,
en cada uno más sorprendido y débil que mí mismo:
lo irrepetible sufre la superficie fina y los dedos pálidos
que en ruta los adverbios que informan: interminablemente, estérilmente,
irremediablemente, vas.
Y es cierto que desde allí podemos, sólo de allí,
considerar lo que permanece y olvidarnos que semeja sospechosamente la nada,
cuya existencia, eso es sabido, sería la muerte de todo y ello a causa
de ese ingeniero tan meticuloso pero se olvidó de crearse,
y se echó a descansar el séptimo día dejándonos, para siempre, sin dios.




ELEGÍA A UN VENDEDOR CIEGO

Morir en Chile, en este 86 que no quiere quedarse, demorarse como si fuera un siglo
en vez de un año,
morirse y no “arribita a la izquierda”, en el cuerpo C del Mercurio,
sino anónimo, o casi, viene siendo, a pesar de todo,
una de las cosas más baratas del mundo.
Tan barata, que el poeta no entiende cómo a los de Chicago
no se les ha ocurrido aprovecharle las “ventajas comparativas”:
vaya a morir a Chile,
vaya a morir por pocos dólares
a Chile.
Muere arrancando de ellos, frente a la Biblioteca Nacional,
el muchachito que clandestinamente desparrama sobre la fría acera
los clásicos de siempre: le trae el Dante, le trae,
la Divina Comedia y Thomas Mann, le trae,
y Neruda con las Alturas de Macchu Picchu todo por cien pesos,
le trae.
Y el Angel Azul y los poemas para niños de la Divina Gabriela,
le trae.
Pero llegaron ellos, 
le llegaron,
y tuvo que arrancarse, con sus clásicos de ahora y de siempre,
sus best sellers,
de prisa reunidos, revueltos, irreverentemente lomos arriba, abajo, de costado,
y meterse por entre los vehículos de esa hora,
hora de siesta aldeana, mediodía de azul y nubes de sospechosa blandura almidonada,
por entre los vehículos como si él fuera también un taxi, o una Plaza Egaña,
o simplemente algún polucionante camioncito de  mudanzas.
Pero nada de eso era: sólo un muchacho que le tenía los clásicos,
a cien pesos Tolstoy la Guerra y la Paz,
los Poseídos y de Bécquer las rimas inmortales,
y por eso no tuvo más remedio que morirse cuando fue embestido,
con toda su preciosa, selecta, culta y de oferta, increíble oferta, mercancía,
y allí se quedó, tirado, con sus ojos obsesivamente estableciendo geometrías
entre estrellas que ni siquiera se habían presentado en el cielo,
porque era mediodía,
tan sólo el mediodía, 
igual que el vendedor de Súper Ocho, que también se quedó entre dos micros,
p´al regalón trayéndole, a diez pesos trayéndole
el rico Súper Ocho, 
o como el cieguito que se cansó de que no lo dejaran vender lo que les traía,
ellos no lo dejaron,
y se botó en huelga de hambre
y el curita les dijo, les suplicó, que cuidaran la vida que Dios, así les dijo, les había dado
pero era justamente por eso que peleaban ya treinta días sin más que alguna agüita.
Porque, ¿de qué otra forma iban a cuidar esa preciosa vida, que Dios les había dado, si no era trabajando en lo que podían?
Trayéndoles pañuelos de papel, trayéndoles; y ballenitas para el cuello y galletitas finas, trayéndoles…
Y como nadie decía nada, o eran tan pocos que apenas si se oía,
él se cansó,
de todo se cansó,
de que ellos los apalearan se cansó,
de las promesas, 
de las súplicas, 
¡puchas que es triste ser ciego entre los ciegos!,
y una noche interrumpió su largo ayuno
para ir a suspenderse entre la tierra y el cielo,
como un pájaro extraviado entre serpientes y al que algún día,
¡milagro, milagroso milagro!,
los ángeles, los niños, las hadas de los cuentos, quienquiera que fuera pero de cierto, de verdad pura,
le traen alas,
para que vuele lejos y alto le traen alas,
para que se reúna con el muchacho de los libros y el chico de los Súper Ocho,
le traen alas,
en algún lugar del mundo,
le traen alas,
en algún lugar que no sea esta copia infeliz del Edén,
le traen alas, 
lejos de ellos, que los persiguen y apalean,
le traen alas,
lejos de lunes o miércoles o sábados gigantes,
le traen alas,
y de fulanos delegados y damas a colores, 
le traen alas.
Les traen alas para que vuelen y libres,
y no tengan que pasar hambre ante notario para poder comer,
les traen alas,
ahora y no en la muerte,
les traen alas.

Santiago, 24 de abril de 1986.



Cuarteto.

Atareado viejo tonto, desenfrenado sol,
¿por qué vienes tú así
a visitarnos a través de ventanas y cortinas?
John Donne, “La salida del sol”



I

Alumbra el sol lo que el hombre
–es un decir, el hombre–
ha dispuesto en el alba:
briznas de una alegría escapada de las astucias del mercado
un perro emancipado
un poeta sin pena y un notario sin gloria
esta rosa con libertad vigilada
varios adolescentes notoriamente inciertos
un borracho de tiempo y un cura distraído.
Es lo que suele hallar el viejo tonto sol de hace miles de años
entre arenas llovidas de silencio y despiertas de luna
agraviadas de voces abandonadas por bañistas sin alma
y caracoles desnudos brillando de frío.
Mientras el agua baja con sus párpados entornados
esquivando los ramajes de la memoria
y porque sólo le importa continuarse
le grita: viejo inútil, levántate
inclina tu cabeza de potro escandinavo
simulando una muerte que los capitanes de todo mar codician
disfrázate la máscara de adivino caído
ládrate las entrañas, escárchate los párpados
púdrete en sílabas de hastío.
Viejo tonto sol.
  

II

A cualquiera hora y sin necesidad de cerrar los ojos
en el fondo de todos los relojes
puede escucharse un lamento confuso de idiomas.
Es el ruido de fondo de la historia
el sentido del tiempo
tal vez porque los dioses nacieron un día
en que los hombres estaban furiosos o ausentes.
Con una pierna de palo en Lota los mineros desechados
piden
y los niños abandonados por la muerte en todas las calles del mundo
sin sospechar su belleza ni pretensiones de altos seminarios 
piden.
“Por el amor de Dios”
en las esquinas donde se junta un tiempo sucio
los pobres del mundo
piden. 
A veces, por distracción del sistema trepan a la moneda breve
que les asignan los Estados o la bondad tarifada de los domingos.
¿Qué sería de los pobres del mundo si no fuera
“por el amor de Dios”?
Pero, al final de cuentas, si todos hemos de morirnos para nunca
¿qué nos importan los pobres del mundo?
¿Por qué hundir nuestros agudos lápices en su evanescencia?
¿De qué nos puede servir una revolución social si a lo más
saciaremos una sed de justicia tan efímera
como todo apetito que naufraga en el mar proceloso 
de la aniquilación de los hambrientos, los sedientos y los ahítos?
En la estación en que combinan el siglo XX y el tercer milenio
una voz en off avisa que todos los señores pasajeros debemos morir.
Entre esta nada y la otra nada hay nada
y si Dios se tuviera un  mínimo respeto no se andaría repartiendo
en miniaturas que desintegran su envidiable posibilidad de ser.
Tal vez vivimos porque no tenemos ante esa evidencia
otra salida que apresurar el tiempo.
Y quizás si es posible, por qué no, a lo mejor o incluso a lo peor,
que en la certeza de que somos estrictamente transitorios
radique esta porfiada actividad de nuestras vísceras menores
y de los órganos nobles del deseo y la rebeldía.
Nada sabemos de cierto, todo está por verse.
Por lo cual, y muy atentamente, los invito a seguir remando.


III

“El problema es Dios”, solíamos comentar rencorosos bajo los tilos de la plaza
desafiando audazmente sus mandamientos con el cigarro bajo el poncho.
“Y nosotros –agregábamos– somos el problema de Dios”
mientras él desafiaba nuestras certezas simplemente 
existiéndose bajo el poncho.
Como todos sabemos, el poncho de Dios son las estrellas incrustadas en las galaxias
y las galaxias remando el tiempo.
El problema en verdad era la portentosa desproporción de nuestras fuerzas 
–es un decir, las fuerzas–
en relación a su insoportable indiferencia.
Y por eso tal vez, no estoy seguro, es que tarde tras tarde
bajo los tilos de la plaza
le manifestábamos nuestro desprecio prometiendo no contar con él 
en ninguna ocasión más adelante.
Parece que se nos pasó la mano pero que nos tomara en serio y en venganza
es la mejor prueba de que su única forma de existir
es la que sustentábamos a esos años bajos los tilos de la plaza.
Descansa en paz, señor Dios,
que ya nosotros tenemos otros problemas.


IV

Terminando el cuarteto se pregunta el poeta por sus deberes de tal
y por cómo es posible que ningún verso para las puestas de sol
y para las puertas del alba
y el rocío que blando
y la esperanza.
O el hielo que se quiebra bajo sus pasos en esa plaza del sur.
Que cómo puede ser que no luna o mejilla
ni pan cándido 
en circunstancias que de tales pequeñeces está hecha la vida
y por allí es que se viene la muerte
y también el tiempo envejece
como se sabe tan callando.
Y admito que no basta con negarlo todo
que no es inteligente haberse quedado solo
junto a los perros apagados
o las pisadas de caballos vagos
porque sin duda el mundo no cabe en su propio texto
y es conveniente reconocerlo y que bien valdrá
como creo
y por qué empecinarse en la selva oscura.
Somos una debilidad de la creación y por eso precarios y dolidos.
Más bien hay que volver al caduco sol
al sendero que tímido medita las infantiles sombras de los árboles
y acostarse bajo las campanadas del viejo convento
hasta que lleguen los potros adultos
las cortesanas vestidas de abuelas falsas
para que todo sea tan real como el silencio del inexistente activo.



Con el seudónimo “Loa”, Fernando Quilodrán (Curepto, 1936) obtenía en 1972 el Primer Premio del Concurso de Poesía Carlos Pezoa Véliz, organizado por la Empresa Editora Nacional Quimantú, y encabezaba, con ello, la publicación Poesía 72 Quimantú. Siete poemas, agrupados bajo el título Los Materiales, en los que el tiempo ya surgía como uno de sus motivos, iniciaban viaje por las manos del hombre y la mujer del pueblo, otro de sus temas. Autor de novelas, cuentos y poemarios, el tres veces presidente de la Sociedad de Escritores de Chile recurre con frecuencia a la elipsis gramatical que connota más que denota, dando espacio a los significados que manan de lo que se calla.
Con publicaciones espaciadas, Quilodrán no escribe con premura ni por impulso; lo hace “por lamento”, como en Panfleto por María, poema incluido en De Tiempo Antiguo y Lluvia:


PANFLETO POR MARÍA

Otra vez te nos moriste, María,
y fue de pura muerte.
Más pesaba tu nombre que tu cuerpo.
Más costaron las flores
que el pan que no saciaste.
Más tu envoltorio escueto
que las ropas que contigo murieron.
Y nunca tanto ruido:
el lloro, la herramienta,
nuestras pisadas sobre
el grave sendero.
Todos estábamos algo avergonzados:
cada uno sabía que no sabía.
Porque ya habías muerto tantas veces:
de anegamientos y sequías,
de hambres y partos,
de silencio.
Por eso fuimos en hilera
de deudos, flores y lloríos.
Por eso nadie habló frente a la tumba:
¿Qué habrían de decirte?
¿Qué habrían 
de decirte?




Averiguaciones sobre la poesía, a propósito de Fernando Quilodrán
(“Averiguación del Tiempo”, Ediciones Mosquitos, 80 págs., Santiago de Chile, 2009.)

Por Bernardo González Koppmann


“Lo que exigimos es la unidad de la política y el arte, la unidad del contenido y la forma, la unidad del contenido político revolucionario y el más alto grado posible de perfección de la forma artística. Una obra de arte que carece de valor artístico, por progresista que sea en lo político, no tiene fuerza. Por eso nos oponemos tanto a las obras artísticas que contengan puntos de vistas políticos erróneos como a la tendencia a crear obras al estilo de cartel y propaganda, obras acertada en su punto de vista político, pero carentes de fuerza artística”. Esta luminosa cita tomada de “El libro rojo” de Mao Tse-Tug, traducida del chino al español en Pekín alrededor de 1966, nos viene como anillo al dedo para iniciar este comentario a “Averiguación del tiempo”, último poemario de Fernando Quilodrán.

Para quienes militamos en la poesía y en el partido de los trabajadores la figura entrañable de FQ nos es muy familiar, por su compromiso y entrega de por vida a la causa popular. No voy a gastar mi escaso espacio en estas preciosas páginas describiendo su extensa biografía, ampliamente conocida por todos. Sólo diré que es uno de esos “imprescindibles” de los que hablaba Bertolt Brecht.

Por eso nos es muy grato leer y releer “Averiguación de tiempo”, que nos vino a confirmar esa otra faceta más oculta de FQ - aunque no por ello menos importante -, de su imperturbable y ya inalterable personalidad: el oficio de poeta.

Oriundo de Curepto (1936), siempre consideramos a FQ como poeta maulino; incluido en toda antología que se precie de seria en la región del río de las lluvias, o del Maule, al decir de los peñis, su estilo de trazo seguro y sencillo abordó impajaritablemente motivos de corte social, cuando no de un existencialismo preclaro que abogaba por un humanismo solidario.

Ahora, nos sorprende gratamente con una poesía muy bien elaborada, no exenta de un lenguaje metafórico, con hermosas y bellas imágenes plenamente logradas.  

En las páginas iniciales de este libro en comento,  FQ se despacha una especie de prólogo sencillamente magistral, donde nos deja establecida con meridiana claridad su arte poética, su carta de navegación, en estas aguas a veces turbulentas donde la belleza se transa al mejor postor, donde los experimentos precipitados y lenguajes aún crudos vienen a empañar el panorama literario por estos territorios del fin del mundo. FQ no se pierde; más aún, nos rebela el secreto encanto de la poesía de todos los tiempos.

Oigámosle: “La rosa se vuelve pura mercancía si no la asume el pintor o la nombra el poeta. Hay que iluminar el lado no utilitario de las cosas; privilegiar por sobre su valor de cambio para el lucro, su valor de uso para sí y para el hombre”.

“Averiguación del tiempo” esta conformado por 35 poemas que vienen a dar cuenta de una época donde las relaciones humanas se han deteriorado. El hablante asume el rescate de gestos y guiños que aún perviven en la memoria de las cosas olvidadas, que si no las asumiera o nombrara el poeta nos deshumanizaríamos irremediablemente.

Hermosa coincidencia entre la visión del artista que nos regala Mao Tse-Tung y la propuesta estética de FQ en este bello libro. Una vez más queda fehacientemente establecido que poesía y política se potencian cuando el poeta es honesto y el político honrado. Ambas condiciones las ha cumplido a cabalidad FQ durante toda su vida.




"Averiguación del tiempo y otros poemas". Editorial Mosquito, Santiago de Chile, 2009.

1

No allí mis manos oxidadas por los apenas años ni las tuyas de tibio barro y vuelo construidas.
Nombres llovidos en mis patios, guardan las hojas que desangró el otoño.
Abraza cada gota la dolida memoria y nadie sabe de dónde ese silencio 
Dulce como el crepúsculo que asombraba su infancia.
Cual una boca amarga lo distante se abre a sabiendas que el paisaje 
Que llora en nuestros ojos 
Se hundió bajo las telas sucesivas del tiempo.
Como cuando el cansancio nos abandona a las ráfagas azules del sueño.
Porque nada es dado al nacer 
Todo lo ignora el reciente huésped del tiempo.
Para saberlo busqué tanto la ventana absoluta.
Lo sorprendí en espejos asomado pero un rencor antiguo 
Dispersó sus cenizas sobre el esbelto cuerpo.
A la sombra del árbol sus goteras en el hueco recojo de mis manos.
Cuando se colma el vaso siembro de ellas la tierra: son su único camino.
Aunque es tan sólo el tiempo preguntando del tiempo 
A tu liviano roce contra el mundo.


2

Con el alba aún dormida en tus brazos recorriste las protegidas puertas del tiempo.
No te había olvidado: verde esparció sobre los árboles y cantos despertó en las gargantas del día.
Pero con ellos ¡ay! trajo la muerte que sólo se detuvo ante la evidencia de tus mejillas.
Acostado a la sombra del olvido espero que tus manos me lleguen pastoreando molinos de niebla
Para trepar hasta la fuente de tu silencio y derramarme en mí ceniza a ceniza.
A lo lejos las olas asediaban las ventanas del alba. 
Allí se reflejaban tus ensayos de vida por las ásperas sendas.
Te buscaba el otoño para cumplir su oficio pero en ti fracasara su pincel funerario. 
Ya estremecido se te aleja, de furia violentando las hojas que quisieran demorarse en tus labios.
Porque tu forma encontrada no fue más que un reflejo en mis baldíos extraviado.
Por allí vagan coronas abdicadas por la intemperie, latones nostálgicos, cruces desertadas de 
/cualquiera fe 
Testimonios menudos de lo que alguna vez fueron humanidades cabalgando llanuras de abundancia.
Como si tuya la ausencia hubiera un tiempo sin belleza 
Un caserón de mudas humedades donde sillas y meses y sonatas y primos 
Con otros muertos prematuros amontonados en el olvido 
Servilmente veneran las intimidades de la muerte.


3

En los lechos del alba limpia el sueño sus brumas.
Son los tiernos racimos con que nos cubre el tiempo
Pero lo que había era un olor de secretos derramados y plazas sin tiempo 
Estancias que en sí mismas se vaciaban hasta el suplicio.
Y me dormiré para dentro hasta saciarme
Que nada pesa más que una hoja cayendo hacia el otoño.


4

La solidaria muerte vendrá un día vestida de silencios.
El tiempo es quien le presta sus trajes transitorios porque prefiere 
El habla vacilante de las flores íntimas
Las redes que sobre los roqueríos vulnera el sol y los ambiguos rincones
Donde disputan el amaranto y sus raíces de cólera.
Y el hombre ¡pobre el hombre! sabe apenas la superficie dura de lo que en lenguas humilladas 
Teje el comercio seguro de las cosas:
Allí nada es pretexto de la rosa.
Que interrumpen mi pecho tus espejos y que los quiebra el viento de las horas 
Que uno debe borrarse para que ingrese el mundo o no ser sino un cuerpo que cumpliera su espacio. 
Y esparce cicatrices el asombro lavado por la lluvia
Inútilmente lava porque el hombre somos sino preguntas arrastradas por esa lluvia. 
Desde el primer tú.
Desde su nacimiento en medio de corceles de espuma 
Y aquel torso que vulneraba veloz las altas murallas
Entre jardines prohibidos y opios sumisos reposando en la protegida estación de tus brazos.


5

Oprime el caminante las últimas sombras con un temblor de rebaño extraviado
Cuando se descubre incipiente en medio del alba.
Memora entonces éxtasis sin causa y cierra párpados flotantes de todas sus noches 
Por no verse acosado por los dientes que azules argumentan sus motivos sin barca.
La noche me prohibe las ciudades del mundo
Me ignora y juega pétalos contra tu frente, lejos, horizonte.
Pero yo siempre vengo por pantanos pálidos como un muerto o la nada 
Y hacia el camino pedregoso 
Desde los pesebres de la memoria
Maculadas las manos porque todos alguna vez hemos caído de rodillas en el olvido. 
El verdadero amor es un fracaso 
Forma buscándose en la arcilla que dura se suprime 
Tal vez porque estamos fabricados de la misma muerte.
Pero investigando su consistencia lo que encuentro es el duro cristal 
De los mil ojos que mirando me niegan.
Y todo brutalmente para el imperio de la vida, hipócrita suprema 
Simuladora inútil que disfraza su nada entre dos ataúdes cardinales.


6

El verdadero amor es una culpa
El inusitado amor que sólo contempla
Porque sabio es aquel que recita el trayecto y sus sombras acepta
Sus silencios que no argumentes, no impertines, no cuelgues
Sobre las alambradas del tiempo mis agonías secretas
Tus restos de incendiario, todo en ti era catástrofe, tus calendas tristes 
Diminuta porción que verdes prados, polvorientas encinas
Te adjudicaron a merecer con el sudor de tu frente dudada.
Y por eso goza la libertad de la certeza del bosque
Y se derrama el cuento junto al viejo fogón y la ceniza en que todos seremos
No de rodillas, no vencidos, porque nada más era un juego 
Y sobre la desollada cara del tiempo 
Restablecerán los jueces esos modos de la nada inicial.


7

Este sendero que me busca, no, no es la muerte:
Apenas la distancia que interpone el olvido.
Cuando ya sé quién soy viene el turno del río que no pregunta 
Me es el rocío sábanas sutiles 
Las espigas me temen bajo el viento.
Todo me son obscenos susurros de la muerte.
En el principio, estábamos y recogiendo la dulce cosecha de las horas 
Llegamos a la puerta que se abre por vez única.
Somos allí el viajero traicionado 
Sólo sabemos aguas rodando desde un siempre ya nunca. 
En el umbral, la tibieza abdicamos que fue para nosotros de esa mano 
Las insignias que el limonero nos convidó y la ropa con que nos ocultamos del tiempo.
Cuelgan rotas las alas del camelio 
De algún rincón me llego solitario.
Si he cerrado mi puerta es por guardar el mundo.
Lo más que hará la muerte es privarte a mis ojos.
No han querido los míos ser cual ojos de paso
Ya tengo demasiado con la muerte, segura.


8

Incesantes los días fracasaron en la miel de tus ojos, que si tú me miraras naufragaban las astucias 
/del tiempo.
Cuando la sombra trae por espacio mudos rincones, párpados, alfombras que despreciara el sueño 
En el bosque discurren tu lluvia y mis palabras.
Nada más solo, nada, que la belleza muda.
Si escribo es por lamento.


9

Nadie puede en tu selva oliente a soledades, a pequeñas infamias 
A cuadraturas invadidas por el perdón
Clavar como en una gitana asamblea de ojos nocturnos
Su afilado cristal de aguas.
Porque todo domina el teorema secreto de la nada que al pedrusco confuso de sí mismo
En la base del dilema arrincona
Y ausenta el mundo.
Pues nada hay más eterno que el no ser que no alcanza las sogas del suicidio
Cuando cantan para olvidarse las goteras del alma.


10

Ayer al alba vino a verme el tiempo.
Por allí van tus pasos de álamo reciente y tu porte temblando contra el muro 
Cual pétalo de tiempo abandonado como las hojas en el alba.
El mismo golpe sobre el mismo punto: consumado, el oficio del verdugo.
Yo qué le he hecho al tiempo más que entonar su huella
Y olvidado de sus tiernas argucias me golpea y golpea con mis manos.
La silueta distante en el espejo calladamente cuenta los minutos.
Disfrazado de arena adolescente se acumula ese tiempo entre mis dedos.


11

Ahora que es una sombra traicionada la noche y llevo todas las plazas prohibidas
Pasto seco en sus ojos carga el muerto debajo de los párpados que le cerró el olvido.
Las estrellas lo abdican, se huyen en su memoria las olas y no hay playas 
Ya el tiempo desertara de su reloj inútil.
Tras su larga jornada me canso de ser muerto.
Porque mi innecesaria permanencia quebró los vitrales de la neblina 
Porque abrí pasadizos a la inextinguible sucesión de fracasos
Y ahora sólo puedo guardar sobre mi muerte un estricto silencio.


12

Roza mi piel el ala de un ángel extraviado y no hay nada que pese más sobre mi corazón.
Porque nunca estaremos al instante del pétalo preciso:
Deserté a tanta esquina de tus ojos 
Otoño me conduje, en primavera.
Desconocime cuánto en tanto sueño, si hubo un pecado ha sido el omitirme.
Por ti lavo sus lágrimas a la mujer caída de sí misma
Y errante me encontré por selva clara donde ensayo puñales a la muerte.
Esta respuesta mal temperada, por ti incorporo a la columna de la esperanza.


13

Ya el tiempo se ha hecho lento como los brazos del niño recogido en el sueño.
Visito otras moradas, verifico la diferencia que nos hace mismos.
Porque nos atisbo desnudos en el alba y ateridos de historia, seremos infinitos 
Y en los otros me busco y en los otros me pierdo porque nadie es respuesta.
Todo es duda al divisar la página postrera.
He estado, nos hubimos, no confío en los ciertos.
Nadie lavó en el río sin retorno sus camisas desiertas 
Nadie en la orilla extremada se ha encontrado a sí mismo.
La muerte es una puerta que se abre a la gran sorpresa.
Cierra tus ojos y que sólo transcurra la memoria.


14

El tiempo en su jornada acumuló maderas hasta la silla y los tejambres.
Pero todo ha nacido para sumirse en una forma que alta lo supera.
En silencio ominoso nos bebemos para disimular la culpa de omitirnos 
Sólo ha vivido quien rompió las mamparas y se fugó con sí mismo. 
El gran reloj partido de la nada, apenas si ha parido varios chorros de sangre metafísica
Y al final de las sombras nos descubrimos aminorados de mundo.
Es entonces cuando nos aferramos a nuestros dolores y las incurridas vergüenzas
Porque sólo sabiéndonos nos somos y es preferible haber sido.
Las estatuas que en los parques de mi ciudad pactan con los vientos, nunca existieron:
Darían su belleza sin par por un instante del guijarro en la mano del niño 
Que adornaron de sal las olas del juego 
Y al que no abandono porque es pequeño y sentirá temor en los umbrales del sueño.


15

Soledad advertimos en las miradas que se huyen en los andenes cotidianos 
Donde abordamos a tientas el postrero carro porque a cualquier azar preferimos entregarnos
A cambio del destino que clavó ya sus zapatos al desconsuelo.
¡Oh, la especie maldita irremediablemente maculando los rasos del tiempo para martirizarse!
Como si se pesara en exceso 
Como si no bastara el instante en que cada uno hemos sido dioses dotados de olvido.


16

Y si decido que no estuve 
¿Qué será la ventana sino un dibujo inútil?
Y el tiempo, si la violeta humilde y el tulipán pomposo se niegan a elevar
Sobre la tierra muda sus corolas de un día 
¿Qué será sino ríos que sumergió el silencio en las arenas ciertas de la nada
Allegados iguales en una mar inmóvil con veleros dormidos
Y pescadores que ahogó el horizonte distraído en sus propios límites?
Por eso, el instante celebro en que tus manos me convidan tibiezas 
Y cantan los paisajes que las noches devoran.
Sólo muere la muerte en la memoria que guardo de tus pasos
Y ese porte liviano que sus certezas instala en los umbrales en que se duda el tiempo.


17

Si todos los muertos de la Tierra colmaran el océano con su ataúdes armados de alas
Y cual cadáveres sinceros aullaran desvergonzadamente su desconsuelo 
¿Cómo acallaríamos las soberbias del corazón para disimular nuestra culpa indudable? 
¿Con qué ojos nos miraríamos hacia adentro?
Porque si hay un pecado original de cada uno es la muerte de un otro
Que sus secretas suavidades rindió ante las fortalezas amuralladas del tiempo.
Quizás por tales tácticas es el devenir un recipiente de flores pudriéndose funerarias
Y nos duelen las aguas con que al alba lavamos el no ser que nos poseyó en la noche del sueño.
Pero cómo no celebrar tu evidencia 
Cómo aplastar la melodía que callando te contiene 
Cómo no oponer a la muerte mi débil razón de amor 
Cómo no implorar los vientos benignos 
Las cinturas del trigo y el recato de las mareas.
Para ti emprendo la narración del olvido.
En los intersticios del tiempo anidan torvas indiferencias
Y sus huecos insumisos sé y las tempranas alegrías que naufraga y no cesa de naufraga
Esta ciudad que inerme peregrinas.


18

En la oscuridad sitiada por angustias que yo mismo he prohijado
Sólo me asiste la certeza de haber sido.
Y cuando me acosa la severa memoria me diluyo y me dudo 
Yo ya no sé quién fui, yo remolino como una respuesta extraviada.
Pero también cultivé los arbustos inciertos y esas olas nacientes 
Que en su evanescencia resguardan las primicias de la creación. 
Y en las veredas sitiadas por el olvido, como si no hubiera refugios contra el dictamen de los vientos 
Hallé lo que pudiera amarrarse al tiempo que todo lo mueve 
Cual aspas de un molino instalado en cada centro.


19

Sangres, apenas sangres por tu cuerpo esparcidas lava el olvido cómplice.
Pero para esas alas que no fracasaron en las migraciones de la memoria
Y los terciopelos húmedos porque los amó el rocío 
Para la neblina que alimenta corceles que te llegaron sin cuerpo 
No hay lecho en tus cavernas donde el luto secuestró los espejos.
Sin embargo hay estancias donde dormitan distraídos los motivos del bosque.
Senderos no aptos para los sumisos tú invadiste de evanescencia tibia y mirtos 
Que diosan las esquinas definitivas de la aurora.
Porque en el silencio el tiempo crece pero es para inclinarse diminuto hasta la existencia.


20

¡Mira cómo es cada uno virtuoso de su dolor!
Las soledades manchadas de culpa, los tugurios del alma 
Y el mismo sol que codicia los limones de tu piel 
Aun las corolas negras del juicio se beben sin respeto los reductos de la mendiga memoria.
Yo te impuse esa nieve goteada por el tiempo 
Pero tu pecho era el refugio de las barcas dormidas en la niebla
Y tus brazos trompetas desesperadamente sonando 
Para flotarnos en el río que se hunde tiempo.


21

La única ciudad que nos acompaña hasta el umbral cercano y es solamente mía 
Dicen que no existe.
Pero yo le sé plazas y vacíos y muros incansables.
Y hay árboles que emigran desplazados por el deseo 
Y esquinas que siempre fueran silenciosas aúllan desde entonces 
Y hay una oscuridad desprendiéndose de los cementos y las piedras 
Y los escasos rincones donde florecía la humedad sus olores.
La habitan esos rostros que seguirán espiándome
Cuando apague todos los ruidos la estrepitosa muerte.
Nadie conoce la belleza que atesoró en sus calles 
Levedad de esos ojos 
Rocío que algún dios impusiera a tus labios.
Todo se perderá con mi naufragio
Pues cuanto fue deseo y esbozo se hundirá en las arenas
Y a quién pueda legarle tanto mundo. 
¿Quién tomara desde mis manos derrotadas lo que nada le valga 
Lo que se inquieta sólo cuando el alcohol del tiempo me embriaga de mí mismo?
Hay que osar el silencio
Hay que atreverse a solo.
Como si no doliera la sangre y los pasos no se quebraran al horizonte 
Desdichados en la intemperie de templos vaciados.
Qué otro consuelo que huir con mi ciudad aprisionada bajo mis párpados.
Qué otra venganza.


22

Si pudiéramos hasta la embriaguez hundir las manos en la fuente del tiempo 
Cómo lavaríamos estandartes en el círculo perfecto donde fuimos inobjetables de deseo.
Cómo entonces para el instante en que estuvimos hermosos como las primicias del lirio 
Pediríamos estremecida piedra de estatua.


23

Pero lleva el tiempo la suavidad rotunda de tus hombros y la debilidad de tus instantes.
¿Quién lo dudara?
¿Cómo fuera él si en el sigilo de tu sonrisa le ausentaras sus escalones 
Que custodian todos los muertos de la Tierra?
Tal vez sólo un bostezo del Dios único que ni siquiera supo crearse 
Que nada más nos insinuó el sendero donde el ser es posible 
Y desde cuya igualitaria lejanía hermanados seríamos en dones y dolores.
No más, una gran casa vaciada de paredes en donde hasta el hastío hubiera renunciado los párpados.
Pero ya ni siquiera seremos hombres si lo derogamos 
Porque a pesar de sus escorias y sus rameras provocándose en las vitrinas del tiempo 
La flor sagrada defendemos que sus pétalos hunde oscuros en la esquina más protegida del olvido. 
Pues no hay verde más noche que los exilios de la indiferencia.
Por eso eres secreta como las vísperas del vino y el hueco que en las almohadas del desierto
Abandonan al culto prohibido los dueños del silencio.


24

Como un rosal es el olor de tu territorio, muerte 
Aunque nadie lo sepa.
Pues allí donde te verificas en los ocios que tersa te devuelven 
Sólo transcurre el dato de los heridos llegando al último refugio:
Sedas a la palabra no arriesgadas 
Esbozos que, soberbio, reprimió el poderoso.
Todo tiene el sabor de lo constituido con nosotros en el cada día 
Aunque desde la región sin orillas nos invada y más allá de los datos permanezca su perfume unitario 
En los modos del viento y los organismos caprichosos de la muerte
Que la noche inmutable a su mestiza luna de aguas adeuda.


25

Parece como si la fuente donde beben los corceles de la poesía
La hubieran invadido los óxidos fieles del tiempo.
Los ríos y los bosques interminables como procesión de guerreros
Imperando en el destino de todos los pueblos
Tienen en la tarde que se olvida a sí misma
La sombra vulnerable de una hoja reciente
O el esbozado contorno de un niño transparente de apenas tiempo.
Sin el peso de su nombre vacila todo y carece de las señales de lo cierto
Porque sólo la muerte tiene la forma rotunda de lo que en mi memoria se organiza
Como en un lugar decisivo.
Y es tal vez la ocasión de preguntarnos qué hay más allá
De esta certeza de la soledad.
Y es que entonces ya nada significa preguntas
Ya todo nada más que el retorno del mismo al mismo gesto de un instante.
Suspendidos el día y la noche de las ramas que cuelga la lluvia
Y un olfato de perro me acusa los reductos
Porque el vacío que todo lo invade distribuye el sonido blando de sus tambores
Y también monótonos comienzan a perseguirme los ángeles negros del sueño.


26

¿Acaso no es verdad que el sol acostado en la playa
Ignora los símbolos que a nuestra medida le hemos impuesto?
Todos los días nace y para nombrarlo
Sus palomas ocultas descubre entre los latidos de las campanas
Como capitanes sorprendidos con una oración durmiéndose en los labios
Donde todas las lenguas se confunden para el abrazo único de la muerte.
Porque sólo es cierto aquello que en coro repetimos hasta el umbral sin retorno
Y en esta breve porción del camino apenas si intentamos descifrar nuestras propias huellas
Extraviadas en otros puertos.
¿En qué rincón del tiempo
En qué caverna donde la luz apenas penetra sus tímidas exploraciones,
En qué secreto bosque poblado por los hijos del olvido,
Pregunto,
Sin motivo aparente, sin otra solución que la poderosa nada,
yacen las delicadas formas que por algún prodigio de la memoria
Me abrirán sus ventanas al paisaje que en vano persigo?


27

Feliz la astucia de los sentidos porque sólo ella puede del pensamiento deshacer los andamios
Las inscripciones que ligan los extremos de las pirámides
Y las cavidades en que es preciso contrastar las eruditas proposiciones
Que nos elevan simplemente a otra nada.
Porque la suprema inteligencia vale menos que la cara de la semilla vista desde la puesta de sol
Y donde el artista de oficio diminuto eterniza por los efímeros de los efímeros el rostro que ama.
Sólo merece el canto lo que se evadió de la punta aguda de las lanzas dominadoras
Para posarse en la tibieza de tus mejillas humedecidas por las vacilaciones y las angustias:
Lejos, muy lejos de las inciertas aceleraciones de un tiempo que en vano buscaría en las estrellas
Sólo se complace en el estanque íntimo que en el terciopelo de sus aguas
Conserva el ébano discreto del mástil que sostiene el rostro bello donde siempre fracasará la muerte.


28

Busca el hombre que habita los extramuros de la historia.
El hombre que concurre a las goteras del tiempo.
Busca las líneas en que se coordina el mundo
Pero apenas dispone de una palma confusa de calles y de playas
Que se asemejan al olvido
Que se asemejan a una asamblea de narcisos traicionados por las treinta monedas.
Y las palomas abrevan entre palabras en desuso
Y recuerdos abandonados a su suerte ninguna.
En las orillas de la soledad se ha demorado el tiempo.
Allí olvida sus deberes para con las serenidades que administran el caos 
Y las copas de cristal que en la rosada aurora fingen árboles azules de olvido
Y aborrecen la nada que entre los pliegues de aburridos manuscritos
Oculta los cuerpos que se entregan al viento
Como velas sin confusiones deshaciéndose entre las olas.


29

El sabor era amargo, del mundo 
Y nosotros mismos le éramos frutos yertos en su rama 
Hasta que supe que la belleza es dura como el instante sepultado bajo la arena
Pero una vez hallada la poseemos para siempre protegida bajo los párpados.
Amemos lo fugitivo porque allí está el espíritu del tiempo que se apresura.
Porque siempre es nuevo el tiempo y trae así la redonda mejilla de un dios reciente
Como la muchacha absoluta que toda gracia anterior refuta.
Y nos viene con la serenidad que alguna vez perdimos en la puerta de la sonrisa 
Y va llenando de muertos sus alforjas porque inevitablemente desciende hacia donde lo espera 
/el más cruel oficio
De reflejar el rostro innumerable de cuanto ha sido.
¿Sabe al llegarnos su destino?
Tal vez no seamos sino verdugos infligiéndole nuestras muertes
Y el ala con que roza la fugaz carnadura nos está perdonando para su propio consuelo.
Al olvido infinito tus jornadas entrego porque nadie otro podría 
Donde mis manos fracasaron oxidadas por los apenas años.
Que no las tuyas, de tibio barro y vuelo construidas.





"Había una vez un pueblo". Stichting Pablo Neruda, Holanda, 1982. Diseño de portada: James Smith.Holanda, 1980. (Poemas seleccionados)


EL LIBRO 

He estado, leyéndote, Chile, largamente.
El tomo único de tus valles y dolores.
Me detuve en el capítulo de tus héroes,
en voz baja dije la página de tus vinos.
Acaricié tu pobre portada de sangre
y comprobé en la prosa fiel de tu incierta geografía
un estilo de vida empecinada. 
(Hay una nota, por allí, que celebra los copìhues,
y un evangelio entero dedicado a tus guitarras.)
Recuerdo que al principio eras el movimiento
y que pacientemente fueron fijándote ríos de conciencia,
separaron la cordillera y el desierto,
nombraron el mar y lo poblaron de islas.
(Dawson estaba allí, pero todavía no era Dawson.)
En el éxodo estuvimos todos: el español y el álamo,
el indio del sur y el helecho,
la torcaza y otras expediciones.
El carbón de Lota ardió una mañana en tus manos
y todos pudieron verlo.
Arde también la vara negra en Magallanes.
Hermoso es tu libro…
Había una vez un pueblo y también el becerro de oro,
y violaron la ley que el Toqui recogió en la montaña.
Yo sé que algunos cantos los dictó personalmente el mar:
es una escritura a tiempo de olas,
como si le hubieran pasado el cincel a un cartógrafo extraviado
que te impuso una geografía de odios.
Pero hay también el Cantar de los amores,
tibia poesía creciendo no importa dónde,
y un versículo cisne para tus peces y tus flores.
¿Qué enamorado cronista tuvo a su cargo escribir de tus lagos?
¿Quién es el viejo poeta ciego que te describe como una solícita mano,
como madre materia recorrida por valerosas sílabas,
voluntarios tallando las líneas de tu destino?
Todos los días vuelvo a ti, libro patria,
y me asomo a tus significaciones,
y recito en voz baja tu rostro.
Después, con mucho cuidado, te pongo en el armario de mi tiempo.
Todo lo ocupas tú, todo lo cubres.


ODA A LOS MÉDICOS EN HUELGA

Enarbolando sentenciosos, solemnes, siniestras herramientas,
si pudieran nos extraerían la conciencia,
para que no lucháramos,
pero no pueden,
porque no saben dónde está, 
en qué esquina del hombre se radica.
porque no la conocen,
porque no la tienen.
Porque no la perciben;
no perciben el mundo con sus alamedas
y sus alamedas de jóvenes voluntarios,
sólo perciben honorarios
a tanto el quiste,
el tumor, 
a tanto los riñones,
y con cuarenta gripes al mes
viven,
y con mil estornudos cambian auto,
y con doscientas toses echan panza
y se titulan de respetables caballeros.

Y pensar que con nuestras manos de albañiles
les construimos sus universidades,
y pensar que con nuestras manos de tipógrafos
primorosamente les hicimos sus libros,
y pensar que algunos vienen de donde vienen…
y ahora están allí,
codo a codo y bolsillo a bolsillo
con la rufianería,
repartiéndose el hambre de Chile,
el dolor de Chile, la muerte en Chile,
succionando a los pobres,
enarbolando juntas y diagnósticos
al tanto por ciento de la radiografía.
Testigos falsos del dolor humano, 
hipócritas citando a Hipócrates,
más vale no ayudaran a parir niños
que quieren condenar a un Chile sin futuro!

Allí están.
Listos para enjugar las lágrimas de los ricos,
recetando, obsequiosos, dulces enjuagues para los bostezos del ocio,
disfrazando a veces sus nombres populares,
sotos, pérez, gonzález, matamalas,
tras el impersonal y culto apelativo
que el pueblo paga hasta por pronunciar:
Doctor!

Permítanme, señores, que los deprecie con minúsculas
(las mayúsculas las reservamos para sus patrones)
por sus mentiras, por sus expedientes,
por distinguir ustedes tan certeramente
entre el dolor de un pobre
y el eructo de un rico.
El dolor de Chile, la enfermedad del hombre de generaciones
los necesita,
pero el futuro, no!

Sigan babeando tras la Sofofa y la impudicia,
laman no más las colillas de los marqueses y los paquetones;
llegará el día en que los olvidemos,
cínicos de cuello duro,
tartufitos de lelenoticiarios,
rufiancitos de cripta y de colegio,
trepadores de bacinicas del barrio alto,
siúticos en latín y en recetario,
ignorantes en baba y pestilencias!

(Este poema fue publicado por la revista La Quinta Rueda –Editorial Quimantú- y reproducido en miles de ejemplares sirvió como herramienta de lucha contra el sabotaje emprendido contra el gobierno de Salvador Allende.)


LOS ORGANISMOS DEL SILENCIO

Ahora estoy aquí, esperando el sueño,
Poblada la cabeza de símbolos sin mármol,
fracasada la pluma de vivencias sin verso.
Desde la patria inmóvil, lagar de eternidades,
Martirizada esquina de la tierra,
Un silencio con modos de niebla me persigue.
Amanece:
falta la mano,
y el paisaje de líneas exactas
para entrar en el día;
la espesura del aire,
por ejemplo.
Te ocurrirá tal vez otro verano.
Una generación de helechos y amapolas te alejará de mí.
te vaciará de nombres,
sólo indeterminada geografía ya desnuda de peces,
donde se instalarán los organismos del silencio.
ya abandonada de cóndores,
un silencio que no será de ausencias,
herido el verde de tu hondo sur lluvioso,
un silencio de ríos soportando cadáveres rebeldes,
y tu ferrocarril dorsal,
y tus bosques secretos donde iba a reposar el tiempo,
creciendo desde el vientre de una ola varada en tus orillas
amanecidas por testigos también inmóviles.
Porque el tiempo no es eso que deshacemos entre unos pocos,
Eso que se nos cae en el hueco de las palabras:
 Más bien es una ola creciendo desde una región sin palabras,
Y que a veces traza en nuestra frente su helado signo.
Atiende:
quiero decir que el silencio no es un vacío;
será más bien un río donde naufraga la voz;
será más bien el jadeo del dolor,
y la faena clandestina que vuelve el aire en lágrimas;
será más bien el odio en que las vísceras resuelven los datos del día;
será más bien la galería oscura llena de restos de hombres, pantalones, cabellos, uñas desvencijadas, paternidades interrumpidas,
y que la memoria señaliza de cruces y guitarras violadas al caer la aurora.
Yo sé que vienen, vienen y desamarran las distancias,
vienen formados en batallas,
lanzas de sol, palabras minerales,
duras sentencias que el mar repite con soberbia.
Vienen  mordiéndose los puños amputados,
estableciendo ventanas,
con una bala abierta para siempre donde estaban los ojos,
crucificados, muertos, luminosos acribillados, muertos,
vienen por el silencio,
crecen desde la raíz del tiempo.


LOS CUATRO DEGENERALES

Extrajeron la sombra de la sombra,
dibujaron un viento con colmillos,
talaron el silencio hasta la ausencia,
quitaron a la muerte sus derechos,
liberaron las garras del sueño.
Pero más que eso: invadieron
de sombra las estrellas,
silenciaron la rosa y el helecho,
predicaron la muerte y de los sueños
permitieron tan sólo los andamios del miedo.
Y fueron más allá: legislaron
en la amistad y en el vocabulario,
prohibieron la mano, 
entraron en la conjugación más íntima del verbo,
amargaron la hostia y el vino.
Pero no les bastó y argumentaron
silogismos de duelo, 
metáforas de pólvora y picana,
escolares geopolíticas municipales.
Y fueron más allá y crucificaron
la cruz y en la fuente del día
pusieron odio
y tres veces al hombre hicieron negarse.

Miradles porque aún están interrumpiendo
las calles de la vida;
están aún allí, con clarines de acero,
están aún devorando domingos;
miradles en su alquimia sigilosa
que aún están allí y construyen una muerte sin pétalos,
sin azar,
sin reposos,
una cansada muerte que no entiende,
reloj que ignora el tiempo,
paso sin caminar,
nave sin ola.
Una muerte patíbulo que espera,
pero aún están allí, miradles,
están allí, en mi patria.
árbol callado,
semilla empecinada,
Chile.






"Los Materiales". Editorial Quimantú. Santiago de Chile, 1972. Primer Premio Concurso "Carlos Pezoa Véliz".


COSAS DEL INMIGRANTE

Estoy solo.
Se tata solamente de un dato.
Es que he cerrado mi puerta.
Afuera el tiempo se divide en infinitas vidas,
en actos, en pensamientos, en palabras,
también en otras puertas.
Se trata de que he venido de muy lejos, y estoy cansado.
Ya no soy material para la Historia.
Estoy cansado.
Conmigo no cuenten.
Oigo antiguas canciones y pienso palabras de otro idioma.
Tal vez lo mismo le esté sucediendo, ahora, a otro viejo inmigrante.
Nuestros pueblos quedaron atrás
y nuestra historia fue tan pobre que casi no nos alegra recordarla.
¡Qué afuera estábamos de lo que transcurría!
Ya entonces estábamos, ya entonces, cansados.
A pesar de los gritos y las carreras,
a pesar del amor probado en noches sin luna.
A pesar...
La mayor alegría era dormir,
instalarse en el lado mágico de la cama,
acariciar con la mejilla el frescor de la almohada.
No teníamos pensamientos, tan sólo sensaciones.
El mundo poco a poco, muy poco a poco, nos iba percibiendo.
Cuando nos dábamos cuenta de eso, nos sentíamos tristes.
Y, a veces, llorábamos.
Quizás nos interrumpieron y el mundo y nosotros no pudimos seguir hablando.
Quizás porque tuvimos que aprender el idioma de la supervivencia.
Quizás, entonces, no nos dejaron llorar lo suficiente.
Vino la partida, o mejor dicho la llegada.
El inmigrante trae tan pocas cosas...
Aprendimos los gestos necesarios, las experiencias locales.
Lo que aquí sirve para decir "tengo hambre", "quiero dormir", "te quiero".
Esto era demasiado grande y todo lo hacíamos a título provisorio.
Un día el hijo, la mujer envejecida, la casa gastada nos despertaron.
Fuimos notificados de la realidad.
Se nos obligó a borrar el dibujo de nuestras alas.
Pero seguimos siendo provisorios.
Queríamos descansar al final del día
y nuestro descanso era apenas otra rutina.
Estaban los compañeros, estaba la escuela de nuestros hijos,
estaban las huelgas, estaban las alegrías
y estaba la espera.
A veces, cuando puedo, aunque con un poco de vergüenza,
cierro mi puerta y quedo solo,
oigo antiguas canciones y pienso palabras de otro idioma.
Tal vez lo mismo le esté sucediendo, ahora, a otro viejo inmigrante.
Nos tienden las manos y las estrechamos
(para que no nos sintamos tan solos, y las estrechamos).
Se trata solamente de un dato.
Lo que ocurre es que he cerrado mi puerta
y me he quedado, provisoriamente, solo.


RECUERDOS

Cuando yo tenía mis diecisiete años
con mi lealtad a cuestas
y mis cuatro pesos para el pan caliente de la calle Castro
a la entrada de Alameda;
con un odio total y un amor abierto a los cuatro vientos;
con mi pobreza endomingada de cerveza y Neruda
(el de las Residencias)
y mi Anatole de bolsillo por Ahumada;
cuando yo aborrecía con mayúsculas a los Dulles y Klein-Saks
y apenas si podía producir una pequeña cuota de plusvalía;
cuando me paraba a llorar con un niño mendigo
y alguna vez le entregué mis únicos cien pesos;
cuando el mundo era ancho y ajeno
y el amor un recuerdo que algún día estaría.
Cuando yo tenía mis diecisiete años.

Y entonces comencé a comprender lo que todos sabían
y que era Dulles cotidiano y conversaba con su jardinero,
y que los marines tenían hijos y los besaban
y les llevaban tiernos presentes desde todas las playas,
y que no era pecado mortal no tener frío mientras otros...
(siempre habrá ricos y pobres porque así fue hecho el mundo)
y que la población crece a ritmo geométrico lo que explica el hambre.
También leí que el trabajo es la fuente de la riqueza
(no me dijeron el trabajo de quiénes)
y que el odio nada engendra,
y que entre mis amigos y mis enemigos...
(lo que es muy justo);
y que no hay que ser tonto porque el que no llora...
y si quieres que te recomiende para un trabajo
tráeme un cartón, cualquier cartón pero tráemelo,
que ahora el hombre vale por lo que sabe.
De manera que vuélvete por donde has venido,
No me interesan tus necesidades, anda a conseguirte un cartón.
Y entonces ya no tenía mis diecisiete años.
La tierra se había reducido extrañamente
al tamaño de un talonario de taveller-cheks.
Yo me puse a gustar de lo bueno de este mundo
y a tener el pan nuestro de cada día.
Empezaba a estar bien,
mi familia decía que era un muchacho serio, establecido,
con plateas numeradas
y yo compro aquí porque lo barato cuesta caro,
el ahorro mal entendido y después de esta vida no hay otra.
¡Quién no ha sido comunista y poeta a sus diecisiete años!
De la pensión me había ido a otro bario
y agua caliente a toda hora,
desayuno a la americana,
weekend.
Todos éramos felices porque no hay mal que dure cien años
y la vida es linda, colega.
Yo mientras tanto y en privado
olía francamente a mierda.


POEMA DEL HOMBRE

Hablo de un tiempo muy antiguo,
cuando los hombres aún no soñaban a dios
y dios ya había dejado de soñar a los hombres.
Un tiempo suspendido en la penumbra de un mundo solo,
en la primera madrugada que sucedió a la creación.
Hablo de balbuceos, del robo del fuego,
cuando el hombre nadaba sus hazañas
en el informe vientre de la Historia.
Estoy pensando en sus primeros pasos,
cuando sus primeros dolores
inmaculados recorrieron el planeta desierto.
Cuando sobre las cosas aún no había llovido
el velo de los adjetivos;
y el horizonte opaco que no cortaba ningún velero.
Hablo de días y de meses y de años amasados
en una sola y grande y gris bola sin tiempo,
larga tensión de furias sin caminos abiertos,
sin más que un caos para por donde hubo caos.
Y allí fuiste la estancia de tosca arcilla tierna
donde moraba el hombre.
Porque un día tu rostro se ensombreció con el amor:
es que en la inmensa noche habías encontrado el temblor de otra mano.
Y desde entonces fuimos cambiando de morada.
De hombre en hombre por los siglos y los siglos.
Yo hablo de un tiempo sin dios, sin pueblo,
una época yerta
hasta que tú empezaste a exprimir el verso escondido en los ríos.
el eco de las fuentes,
los fidias de las colinas.
¿Aguardaban tu seña, tu levántate,
o es que tú los pusiste de tu propio deseo?
Hay quien sospecha que lo sucedido
en verdad fue que un dios hizo los cielos, las estrellas,
apartó las tinieblas,
y se echó a descansar olvidado del juego de sus séptimos días.
Pero de aquello soles y planetas de utilería
se levantó la densa levadura del hombre.
creatura de sus mismos deseos,
sueño de sus sueños, milagro de su propio milagro.
¡Agobiadora soledad de un dios sin hombres,
que rueda de pregunta en pregunta sin saber si nos sueña!
o dejamos sumido en los enigmas de la antropología,
y hablábamos de un tiempo muy antiguo,
cuando el hombre era apenas la morada del hombre,
arcilla impulso de descubridores,
fruto y peldaño de nuestro tiempo.


MIS VISITANTES

Esos hombres eran robustos y enérgicos
y me vinieron a ver a mi piecita de tercera
Andaba pidiendo precios por pasiones
pues se habían cansado de usarlas de prestado.
(O tal sería que ya se les notaba demasiado.)
Me dijeron que les hablara de mis instintos
Ellos llegaron son su grabadora a pilas y sus razones a cheques.
(Con lo que me pagaron por esa sesión pude comprar un libro de Queiroz
y actualizar mis deudas.)
Le hablé de mi certero instinto de no propietario,
de esa viva convicción que me invadía a cada comercio,
a cada auto,
así como a cada casa,
y aun ante los más humildes objetos: no son míos.
Les expliqué que esa certeza era la base metafísica
de mi relación con el mundo,
y por consiguiente de mi existencia.
(Creo que me entendieron porque borraron la cinta:
es seguro que para algo tan simple ellos no necesitarían acudir
a su ayuda-memoria.)
Entonces me preguntaron si era feliz.
(Previamente y con suma discreción uno de ellos había revisado mi armario
en busca de camisas.)
Yo les respondí que en verdad sí.
Yo les respondí que en verdad no.
No me agrada mi estado, caballeros, les dije;
estoy un tanto cansado de no tener nada.
Como aparentaran no comprender
(yo me di cuenta de que sólo para inducirme a continuar),
proseguí: no deseo los bienes del prójimo,
y por eso quisiera no desear los bienes del prójimo.
Y les aclaré que de todos los bienes de la tierra,
sólo deseaba todos los bienes de la tierra.
Quisiera, les insistí, perder alguna vez esta molesta relación de no-propietario
(y les confesé que a veces me daba un poquito de envidia)
y por eso sueño con sentirme alguna vez a gusto
con mi instinto de no-propietario.
Ellos comprendieron con suma amabilidad
y en seguida me preguntaron si sentía odios.
Les dije que sí, que muchas veces,
pero cuando eso me sucedía me calmaba, simplemente, odiando.
Estuvieron muy gentiles y uno de ellos me dijo al irse algunas frases amables
Y que me parecieron conocidas: algo así como "vanidad de vanidades"...
Perdone usted, señor, le dije, pero sucede que yo soy
un gran admirador de la realidad.
El más alto de los dos cerró la puerta con suavidad
y me dio a estrecharle su blanca mano.
Mi vecino me informó que se sospecha que a van a montar una candidatura.


AL NIÑO POBRE DE MI PUEBLO

Pasas por esas calles con tu mano esperando
que le hablen la limosna,
ese idioma anudado a tu exacto silencio.
Llevas una apostura de arbustillo castigado
Y las madrugadas del Hombre;
Los pies desnudos y estás sucio de hambre, de sudor y de lágrimas.
Quieres saber cuál es tu porción y tu herencia
en la tierra de los hombres, 
en esta breve vida,
en esta oscura noche fría sin techo,
sin blanda cama.
Si alguien se cuida de tus lágrimas, 
niño pobre de Chile, desconfías.
Y haces bien.
Es lo justo.
Que no hay mano dulce que entibie tus carnes,
no hay proclamas que puedan borrar lo que tú sabes,
no hay compasión que escabulla del frío
tus piecesitos desnudos, azulosos…
Tendrá que venir un gran viento de tempestad,
un huracán de honesta furia, una ola de escondidos volcanes revividos,
una lluvia de lágrimas y sangre,
para que tú puedas sonreír y esperar.
Toda canción será mentira.
no te halaguen enguantadas angélicas de domingo
ni el muchacho de sábado nocturno pretenda convidarte
su potente alegría.
Muchachito olvidado, tú seguirás tan serio y triste
como lo merecemos.


POBRE VIEJA HONESTA LUMPEN

Entró al restorán
avergonzada pero fuertemente instalada en su lugar de desprecio,
casi un árbol plantado en espera de conocer el nuevo viento,
sabedora de su pobreza milenaria,
de la ninguna elegancia de sus arrugas,
de su ropa de ninguna moda,
de ninguna époque,
preguntando si por algunos minutos,
mientras aquietaba esa hambre (y ahora que poseía un poco de dinero)
se le permitiría sentarse entre nosotros.
(Yo me sentí dueño del aire, feudal poseedor de la luz del día.)
Pero ella, la pobre vieja honesta lumpen,
¡qué bien sabía que no era como todos!
¡Cómo sabía que sus derechos eran otros!
Porque algunos derechos tenía:
la ley no la había olvidado
ni los urbanistas.
La una, en el capítulo de la profilaxis y las actividades antisociales;
Y los otros en debajo de los bancos de los parques,
donde el cemento no deja pasar nunca demasiada lluvia,
para que ella pueda dormir tranquila sus últimos inviernos.
¡Ah!, y los verdes espacios vacíos, entre las avenidas,
siempre le han sido mantel recién abierto
para su olla de tallarines y su vino
y su pan, de ayer,
qué importa.
A mi lado, y al suyo, un joven declama silencio y sed
y nostalgia de una terrible guerra,
de lágrimas heroicas reprimidas;
de esa inmensa guerra, en pocas palabras,
que nuestra tierra sin embargo no tuvo,
y que tanto hubiera explicado, significado, perdonado.
Pero la pobre vieja humilde qué sabe de eso.
Le son desconocidas así la lucha de clases
como el lento strip-tease del sacro colegio de cardenales,
y está sentada al lado afuera de la Historia,
como si del tiempo fuera una escoria.
Se me ocurre un verso para la ocasión
y lo diría si pudiera, aquí y en mil novecientos setenta y tantos,
reaccionar románticamente contra los escolásticos y los best-sellers:
“sólo deberían escribir los que tuvieran
el estómago lleno de estrellas”.
Pero no vale.
Hay soluciones huérfanas de problemas.
También quisiera pagar su vino,
pero por qué si se trata de su sed,
(no de la sed universal)
y cómo ensuciársela con una permitida contingencia en mi ordenada vida,
que me permite a veces, a condición de no pensarlo mucho,
ser generoso.
Y ni siquiera era fea, ni siquiera hermosa,
ni repulsiva aunque pudiera detener media hora
el importante tránsito de la calle Ahumada,
desafiando impúdica la ley y el orden,
con más fueros que los escasos de un ilustrado ciudadano
constantemente expuesto a la miopía de los semáforos.
¡Ah!, pobre vieja honesta lumpen,
ya sin nadie ante quien sentir vergüenzas,
sin espejos,
sola,
con las escasas palabras necesarias 
para pedir la limosna en la escalera de las catedrales,
cuando es más cómodo descargar el bolsillo del peso de una moneda
que sostener la mirada que te pregunta por tu utilidad
y por el mayor derecho que tienes sobre el lugar que ocupas.
Iniciada en los misterios del hampa, que le es vecina,
nostálgica sin embargo de su alguna vez sospechada condición humana.
¿Y a qué hueles, hermana en Dios?
Seguramente no a peluquerías, pero tampoco a hospitales.
y entonces del capítulo olfatorio puedes salir satisfecha.
Como no tienes nada.
Como fuiste dejando todo, perdiendo todo,
(las esperanzas, que ciertamente llevaste en tus bolsillos;
la juventud, que habitó tus brazos y los forjó a su manera,
y algunas amistades, compañeras de nocturnidades no elegidas),
llegó el instante 
en que sólo fuiste tú.
instante cuando podías detenerte en cualquier lugar
y cerrar los ojos y cantar
y expeler una presencia rehuible
para no estar obligada a ver
ni a oír,
ni a ser tocada
(ni activa ni pasiva),
rechazando las agresiones que pretendían someter tus sentidos a sus horarios,
a sus modos codificados como una fatalidad,
y te quedaste, pobre vieja honesta lumpen,
sola.
Esencializada.
Y en verdad os digo que estar solo es estar con todos.
Y en verdad os digo que carecer es gozar la abundancia.
Y yo te digo, en verdad, hermana vieja,
que no tener nada es compartir el todo
(es no tener compromisos).
Pero te digo también que es triste,
dramático tal vez,
trágico diríamos si estuviera la decoración adecuada, 
no tener con quién compartirlo.
No tener con quién no tener.
Quiero decir, no tener otra soledad, así elaborada,
y con ella compartir el mundo,
no tener a todos los hombres, ¿me entiendes?
Quiero decirte, no tener un universo dispuesto
a ser así poseído,
porque,
y parece evidente,
no existe ese universo,
ni siquiera esa soledad (que no sería soledad),
porque,
porque, vieja honesta lumpen,
no puedes, no puedes,
tú no puedes,
y pensar que tuviste una infancia,
no me desmientas,
y dos lustrosas trenzas celebradas,
y que en el cuarto de maderas y grietas
(tú y tus hermanos, tus padres, tus abuelos)
apenas cabía el dormir, tan lleno estaba de tus sueños.
Pero estás, limpia habitante, estás,
y la belleza de esta tarde te necesita y es contigo.
Parece como si no supieras, pero eso no es cierto,
tú me engañas,
¿verdad, vieja, gastada, limpia, honesta hermana cargada de silencios?


CARTA PRIMERA

Mi querida amiga, son casi las dos,
dentro de poco la cordillera estará absorta de blanco
y yo habré dormido mis horas reglamentarias.
Santiago está muy cansado del invierno
y con su vientre destapado espera que le instalen
el metro en las entrañas.
Como yo soy poeta debo escribir poemas
porque para eso estamos cada uno en el mundo.
Tú cumples tus deberes, él cumple sus deberes,
nosotros también somos explotados.
Que así se conjuga la vida en modo y tiempo capitalistas.
Johnson mataba, Nixon asesina, los pueblos resisten.
El Eximbank y los marines nos abarcan
En uno y atormentado universos de dólar y dolores.
¡Así no sea más!
¡No amén, no amén!
Pero sí amen y amo y amémonos y se amen.
Por los siglos de los siglos así sea.
Aunque no era de amor que yo venía a hablarte,
circulan diversas versiones sobre la materia,
pero no se trata, créemelo, de disponer sesenta ramilletes
para los sesenta balcones.
Yo quería decirte que estoy muy bien
y pareciéndome cada vez más a mí mismo
en esto de ser y no ser.
Ahuecando mi mano para que bulla el mundo
desintegrado en trueque de viajeros fernandos.
¡Contradicción de contradicciones y todo contradicción!
Por eso, examinando mis fotografías, compruebo que soy casi un censo.
Como en la vieja fábula del río
(todo fluye, se desvanece, pasa),
no sé muy bien si el que ha cambiado soy yo
o los tantos ojos con que miro.
En todo caso si nos encontráramos alguna vez
creo que me reconocerías por mil pequeños detalles.
Cojeo, por ejemplo, de ambos pies pero no se me nota.
Sucede que tengo anomalías simétricas,
lo que me permite disimular a la perfección que soy hombre,
algo muy peligroso en estos días de siglas y de roles.
Ya te he dicho que necesito escribir 
y me disculparás si contigo algo estilo
para cuando tenga en verdad algo de que hablar.
Yo no sé lo que es esto: si antipoema o nada,
pero sí que la poesía debe ser una reflexión
encaminada al corazón,
para lo cual debe rimar rigurosamente
con los latidos de su tiempo.
Permíteme saber de ti
y te aseguro un verso de esmerada factura
y sentimental eco para tus tardes de spleen.
Y por ahora me despido.
Ha sido un gusto muy grande estar contigo,
hablarte,
y si no me contestas me enojaré demasiado
y en una próxima sin falta
te pondré de verso y medio.




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