viernes, 15 de mayo de 2015

CARLOS BUSTAMANTE [15.983] Poeta de El Salvador


CARLOS BUSTAMANTE

Nació el 8 de agosto de 1891 en San Salvador. Falleció en la Ciudad Delgado el 16 de febrero de 1952. Se inició como poeta modernista y después se alzó a la voz épica y bajo la influencia de José Santos Chocano escribió hermosos sonetos. Su obra literaria se halla dispersa de acuerdo con la opinión del poeta Ricardo Trigueros de León.

Poemas:

La voz del terremoto (junio 1951)
El navío nocturno (1959)
Rondo (1942)
Venus yacente (1973)
Mi caso (1958)





Fuérame Dulce 

Fuérame dulce navegar un sueño
sobre la mansedumbre desatada
de tu cabello undívago y sedeño,
o en el río de luz de tu mirada.

Tu ojera -costa azul, remanso isleño-,
se aleja de de mi boca fatigada.  
¡Oh la ruta imposible! Vano empeño
de arribar, aunque náufrago, a esa rada.

Largo invierno en tus lágrimas declinas,
mas sueña el corazón aventurero
amanecer un día en tus retinas.

Cuando tus quietas dársenas me llamen,
anclaré con el último lucero,
sin brújula, sin mástil, sin velamen.





Rondó

Doncella azul de nórdico relieve,
Fluye en tu nieve azul rio dorado,
La luz azul de tu cabello llueve,
El azul manantial de un sol erado.

En ti el alba boreal se ha reflejado
Y su luz de ampolla te conmueve
Porque el astro polar ha cincelado
De tu escultura de animada nieve

Bajo el diluvio de la luna leve
Abre leños ojos como dos asombros;
Dos asombros azules en las nieves

Mientras en haz de bólidos se atreve
A caer en la nieve de tus hombros,
La luz azul de tu cabello llueve.





LA ANEMIA DE TU MUERTE

Pálida. Serenamente pálida.
En ti se apagaron todos los astros.
Quedaste más exangüe que la luna.
Pálida. Serenamente pálida.
Tu palidez desentonaba hasta en la nieve.
Eras una galaxia dentro de la muerte misma.
Un río congelado entre el fulgor del alba.
Un estero de lágrimas en el nocturno cielo.
Una espada de plata caída en la llanura.
Pálida. Serenamente pálida.
Inextinto recuerdo de las lámparas rotas.
Cadáver de un relámpago celeste.
La cruz antártica yacente sobre mi alma.
Pálida. Serenamente pálida.
Así te vieron los ojos cuando muerta,
Mis ojos alumbrados por tus despojos lívidos,
Bañados por la lumbre sin luz del orto eterno.
Pálida. Serenamente pálida.




TU PIE DESNUDO

Emula de tu pie descalzo y frío
Ya la luna menguante —pez de nieve—
Su dorso de marfil, arqueado y breve,
Hunde en las linfas de celeste río.

También tu pie, en idéntico desvío,
Mútilo de las alas, blanco y leve,
Con escorzo de pájaro se atreve
A bañarse en un lago de rocío.

Refractando un relámpago nervioso
Riela sobre la escarcha, cauteloso,
Tu pie de jaspe inmaterial. No eludo

Decir que, como el pez que se constela
De luna y concha nácar, su alba estela
Deja en mi corazón tu pie desnudo.





LLANTO

Tenía un estertor de estrella en la garganta
Y algo como un adiós de golondrinas en los ojos.
Tu vida agonizaba más lenta que la tarde
Y con una voz muy pálida, voz como de hoja seca,
Atormentada en esta angustia de todas las angustias,
Me dijiste —Carlos, yo me muero…

Luego volviste el rostro, luna ya de otro cielo,
Hacia el lado del muro
Donde empezaba el crepúsculo y empezaba la noche.

Te fuiste en suspiro sin regreso.

Ya no me quedó más que tu cabellera
En un desorden de dolores azules.

Quise hablarte, decirte toda mi ternura,
Pero mi alma estalló en un profundo sollozo
Y de mi pecho convulso, como marea de gritos,
Se desató en un largo río de silencios amargos.






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