lunes, 13 de abril de 2015

DIEGO JOSÉ [15.565]



Diego José

(Ciudad de México, 1973) radica desde hace varios años en Pachuca, Hidalgo. Es autor de los títulos predichos (Cantos para esparcir la semilla, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2000; Volverás al odio, Ediciones La Rana, Guanajuato, 2003; y Los oficios de la transparencia, Libros del Umbral, México, 2007. Pero también ha incursionado en la narración con las novelas El camino del té, Random House Mondadori, México, 2005; y Un cuerpo, 451 editores, Madrid, 2008; además del ensayo con el volumen Nuevos salvajismos: la perversión civilizada, CECUT, Tijuana, 2005.

Diego José ha recibido los premios Nacionales de Poesía: Carlos Pellicer para Obra Publicada, 2000; XIV Efraín Huerta, 2002; y XIII Enriqueta Ochoa, 2006; así como el Premio Literario Abigael Bohórquez en el género de ensayo, 2004.

Es uno de los autores más importantes de la generación de los 70’s, por la manera en que ha logrado hacer sonar su voz poética en cada uno de sus textos.

Así como cada uno de nosotros reconocemos una voz tan sólo al escucharla, así es cómo el poeta se esfuerza por dejar nítida, en la mudez de un libro, una voz que se escucha al oído de quien recorre con la mirada sus líneas. Es la voz poética que muestra a cada autor en las palabras y los espacios de su poema.

En el libro “Las cosas están en su sitio”, que reúne los tres poemarios publicados por Diego José: “Cantos para esparcir la semilla” (2000), “Volverás al odio” (2003) y “Los oficios de la transparencia” (2007); el autor da muestra una poesía llena de gozo y emoción, contagiándonos de ello en la lectura de cada página. Un libro hermoso, de un autor ya imprescindible.





Sobre Las cosas están en su sitio de Diego José
por Marisa D´Santos


Las cosas están en su sitio
incluso el espíritu que me mueve a escribir


dice el primer poema del libro de Diego José. Un comienzo nada común, más que un comienzo, me pareció un final, como si el autor reafirmara en estos primeros versos que el poeta y el hombre habían encontrado su lugar, esa paz que todos buscamos. Me dije que algo había tenido que pasar antes de que el poeta llegara a esa conclusión, y la curiosidad me animó a seguir leyendo.

Yo era un niño reconociendo el color de las horas

Escribe en otro de los versos; ese niño estará presente en toda la obra, sus ojos asombrados nos llevarán a recorrer múltiples caminos, a veces con alborozo, otras con añoranza, con desapego otras, porque los poetas no siempre están haciendo poesía; aparte de escribir, hacen muchas otras cosas: se levantan de mal humor algunas mañanas, llevan los niños a la escuela, se estacionan en segunda fila, se enferman, aman, y también odian, y eso se releja en sus poemas.

En la primera parte, ese niño nos conduce por una poesía bucólica, sin artificio; las imágenes vienen a nosotros de manera natural, no necesitamos cerrar el libro para pensar qué quiso decir. Eso habla de un poeta que sabe manejar el lenguaje, la herramienta indispensable que necesita un escritor para hacerse entender. Como ese río que va puliendo las piedras hasta que producen una música determinada al contacto con el agua, Diego José lima cada palabra, cada verso las veces que sea necesario para que el poema fluya, No deja nada al azar, combina las palabras con sabiduría hasta que dan la nota deseada, acorde con el tono y la atmósfera de la historia que está contando en el poema.

El niño sigue asombrándonos, ahora de la mano del hombre, en el momento en que el amor lo despierta de forma apabullante, lo golpea en el centro del sentimiento cuando descubre a la otra persona, ese otro yo tan diferente a él y, al mismo tiempo tan igual…



Ya puedo sentir la calidez de tu brío,
el agitado ondular de tus crines.



 Sentimos la fuerza de lo femenino en esa imagen prefecta del galope de un caballo, para nombrar el paso de la mujer amada. El deseo crece, sorprende al lector…




Un loto floreció en la vulva de la Amada:
voy a libar la flor como una abeja…
El aliento bestial de un lobo
acaricia mi carne,
convulsiona mi cuerpo
dejando en mis ijadas el alarido...
Estoy dispuesto:
voy a lloverme hasta el naufragio…




dice en esa nueva etapa en que el erotismo entorpece la mente y sólo ve a través de la otra mirada.

Luego de ese tiempo de exaltación viene el desamor. En esta grupo de poemas, el poeta tiene un desdoblamiento, asume esa parte de fiera que yace en cada uno de nosotros, y que siempre estamos intentando domar, sin conseguirlo. Al descubrirse abandonado, el manso perro se convierte en lobo, saca las garras, da vueltas alrededor de su decepción para, al final huir lamiéndose las heridas…




Lames fieramente la carne
y destazas en nombre del amor
al ciervo malherido.
Te conozco mejor que al arco de mis cejas:
sólo yo sé que arrancas flores
por la siniestra dicha de vengarte.




Después del desamor, viene la desesperación de estar solo de nuevo, una soledad sin alivio posible…




Estoy tan triste
que me sofocan
lo mismo muros que ventanas
y no soporto las esquinas de los muebles.




La poesía de Diego José está muy apegada a la tierra, hay en el poeta una clara conciencia del poder que tiene sobre nosotros la naturaleza, se nota que ha estado en contacto con ella, en profundidad; habla de raíces, de páramos, amaneceres, ocasos: es el eterno peregrino que camina por el filo de las palabras hasta encontrar el verso que dice lo que siente, para compartirlo con todos nosotros.




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