miércoles, 8 de abril de 2015

ABDERRAMÁN I [15.453]


Abderramán I

Abd Ar-Rahman ibn Mu'awiya ibn Hisham ibn Abd al-Malik (en árabe, عبدالرحمن بن معاوية بن هشام بن عبد الملك), conocido como Abderramán I o Abd al-Rahmán I al-Dājil (الداخل, ‘el que entra’ o ‘el inmigrado’) (Damasco, marzo de 731 - Córdoba, 788), fue un príncipe de la dinastía omeya que tras diversos azares se convirtió en el primer emir independiente de Córdoba, en el 756, fundando allí la dinastía Umawi.

Su madre era bereber de la tribu Nafza, lo que le sirvió para escapar a Cabilia, en el norte de África, al triunfar de la Revolución abásida.

La situación interna del emirato no permitió a Abderramán I dirigir las habituales aceifas (razias musulmanas) a los territorios cristianos del norte. Su reinado de treinta y dos años transcurrió entre luchas internas para sofocar la resistencia del anterior emir, Yusuf al-Fihrí, y de sus hijos, de los sirios partidarios de los abasíes y de los bereberes asentados en la península Ibérica.

Se le conocía también como al-Dakhil (‘el Inmigrante’), Saqr Quraish (‘el Halcón de los Quraysh’) y el «Halcón de al-Ándalus». Variaciones de escritura de su nombre incluyen «Abd ar-Rahman I», «Abdul Rahman I» y «Abderraman I».

Nieto de Hisham ibn Abd al-Malik, el décimo califa omeya, e hijo del príncipe Mu'awiya ibn Hisham y una concubina esclava cristiana berebere de la tribu Nafza, Abderramán nació en un monasterio del entorno de Damasco. Cuando el califa Marwan II fue derrotado y muerto en el año 750 en Egipto y se instauró la nueva dinastía de los abasíes, el joven omeya tenía menos de veinte años. El nuevo califa, Abu-al-´Abbas, temeroso de que la influencia que aún poseían los omeyas pudiera amenazar el derecho al trono de su familia, invitó a sus rivales a la ciudad palestina de Abú Futrus, donde se llevaría a cabo un banquete en el que se masacró a los omeyas asistentes (25 de julio de 750).6 Los únicos sobrevivientes de la masacre fueron Abd ar-Rahman, su hermano Yahya, su hijo de cuatro años Sulayman, sus hermanas y un liberto de origen griego, Badr. Haciéndose pasar por refugiados huyeron de Damasco a una aldea, donde fueron perseguidos por los soldados de Abbas. Abd ar-Rahman tuvo que dejar a sus hermanas y a su hijo escapando al desierto.

Junto con su hermano Yahya y su liberto se refugió con tribus beduinas en el desierto. Los abásidas persiguieron a sus enemigos sin piedad, llegando al río Éufrates. Seguidos de cerca por sus enemigos, los omeyas Abd ar-Rahman y Bard cruzaron nadando a la otra orilla, pero Yahya no pudo y tuvo que regresar, siendo capturado y decapitado. Tras ver esto ambos fugitivos huyeron primero a Palestina y Siria, y después al norte de África, el refugio común para aquellos que querían escapar de los abásidas.

En la confusión general producida por el cambio de dinastía, África había caído en manos de caciques locales, antiguos emires o tenientes de los califas omeyas, que ahora buscaban independencia y no le apoyaron. Después de un tiempo Abderramán descubrió que su vida estaba amenazada y huyó aún más lejos hacia el oeste, refugiándose entre las tribus bereberes de Mauritania (en la tribu de los nafzas a la que pertenecía su madre) pero estos terminaron por expulsarlo. En sus viajes le acompañaban Bard y algunos pocos fieles a los omeyas.10 En medio de estos peligros mantuvo sus ánimos gracias a su confianza en una profecía de su tío abuelo Maslama, según la cual él restablecería la fortuna de su familia.

Llegada a la península

El joven Abderramán, acompañado por su leal vasallo Badr, después de atravesar todo el norte de África llegó a Ceuta en 755, y desde allí envió a un agente a la península Ibérica para buscar los apoyos de otros clientes de la familia, descendientes de los conquistadores de la península, que eran numerosos en la provincia de Elvira, actualmente Granada.

El país estaba en un estado de confusión debido al débil liderazgo del Emir Yusef o Yusuf, una simple marioneta en manos de una facción, y estaba dividido por las tensiones tribales entre árabes y los conflictos raciales entre éstos y los bereberes. Esto dio a Abderramán la oportunidad que no había encontrado en África. Bajo invitación de sus partidarios llegó a la costa sexitana de Almuñécar, en septiembre de 755. En el castillo de Turrush, y apoyado por los mozárabes de la fortaleza, reclutó un pequeño ejército con el cual asaltar posteriormente el poder. Ahí fue proclamado gobernante por sus partidarios leales a los omeyas y los opositores a Yusef. En aquel momento Yusef no pudo hacerle frente porque se encontraba auxiliando a Zaragoza, sitiada por los rebeldes. Yusef volvió al sur inmediatamente, pero sus tropas habían sufrido fuertes pérdidas en el norte.

En marzo de 756 Abderramán entró con sus tropas en Sevilla; dominaba las provincias de Elvira, Sidona y Rayya. Abderramán y sus fuerzas, compuestas por sirios, yemeníes y bereberes avanzaron por el valle del Guadalquivir, mientras Yusef partió de Córdoba hacia Sevilla, pero al notar el avance de su enemigo volvió a la capital. Ambos ejércitos terminaron por encontrarse en las orillas opuestas del río, pero éste estaba con las aguas crecidas, por lo que era imposible cruzarlo. Ambas fuerzas marcharon paralelamente hasta el paraje de Al-Musara, a las afueras de Córdoba.

Yusef comenzó negociaciones, y ofreció a Abderramán a una de sus hijas en matrimonio, además de tierras. El 13 de marzo Abderramán, consciente del cansancio de sus tropas y el buen estado de las adversarias, les propuso a sus hombres aceptar la paz o luchar; sus soldados optaron por la última opción. Viendo que el río había bajado su caudal fingió aceptar la propuesta de Yusef, quien le envió animales para alimentar a sus tropas, pero de noche el ejército omeya cruzó el río sin ser notado. Para ese momento las tropas omeyas alcanzaban los 2.000 jinetes y 3.000 infantes, en su mayoría mercenarios.

Al amanecer del día siguiente ambas fuerzas se prepararon para la batalla decisiva. Abderramán ordenó sus tropas con la infantería en el centro y la escasa caballería en los flancos; el futuro Emir era casi el único que montaba un buen caballo de guerra. No tenía bandera, y se improvisó una con un turbante verde y una lanza (el turbante y la lanza se convirtieron en la bandera de los omeyas españoles). Del mismo modo ordenó a sus hombres Yusef. Abderramán iba rodeado de sus hombres más leales, armado con un arco.

La caballería de los árabes omeyas atacó el centro y la derecha de la tropa de Yusef, compuesta por esclavos y bereberes, que huyó. En la batalla se produjo un combate singular entre Jalid Sudi, criado de Yusef y jefe de su caballería, y Habid ibn Adb al-Malik, jefe de la caballería omeya.

Durante la batalla, los yemeníes temieron una huida de Abd al-Rahman en caso de un revés en el combate, porque el pretendiente iba montado a caballo. Abd al-Rahman, oídos los rumores, llamó a Abu Sabbah Yahya al-Yashubi y le pidió su mula, lo cual tranquilizó los ánimos de los yemeníes.

Finalmente los jinetes omeyas y los sirios lanzaron un ataque al centro de la fuerza enemiga, matando a tres comandantes de infantería; dos de ellos eran hijos de Yusef y Al-Sumayl ibn Hatim. Ambos escaparon dando por perdida la batalla y dejaron sola el ala izquierda, que resistió hasta bien entrado el día, hasta que sus comandantes fueron muertos y se dispersó.

Conseguida la victoria, Abd al-Rahman entró en Córdoba y se dirigió al Alcázar, de donde expulsó a unos soldados que se le habían adelantado y estaban saqueando el palacio. Los yemeníes, enfadadados por la prohibición del saqueo, se dirigieron a Abu Sabbah Yahya al-Yashubi, que les propuso matar al pretendiente con objeto de que el poder pasara de nuevo a manos de los kalbies yemeníes. Su propuesta fue rechazada.


Emirato de Córdoba

Tras la victoria, se proclamó emir independiente de Al-Ándalus en Archidona el 16 de marzo y los abásidas de Bagdad perdieron este territorio. Poco después Abderramán entró triunfante en Córdoba con su espléndido caballo blanco, el día del 'Aid al-Kabir (conmemoración del sacrificio de Abraham). Inmediatamente después liberó de la esclavitud a una visigoda conversa al Islam, a la que desposó. Ella fue la madre de Hisham I.

Para asegurar su supremacía sobre las demás facciones en disputa, Abderramán procuró la creación de un ejército profesional de hasta 40.000 hombres. Con el fin de ganar la lealtad de sus hombres, él mismo los entrenaba y elegía a sus oficiales. Incluía a cristianos (hispanos, francos y eslavos), bereberes y mamelucos entre sus filas y gentes de todas las clases sociales, incluso esclavos, que recibían una paga permanente. Sin embargo, la mayoría de sus tropas eran mercenarios que se reclutaban en el norte de África y era financiado directamente por el gobierno de Córdoba y los impuestos recaudados en todo el territorio. Estas tropas, sobre todo los antiguos esclavos, eran consideradas más leales al no estar involucradas en las luchas de poder internas que sucedían en el emirato, como si lo estaban sus originales unidades formadas por los poco fiables sirios, yemeníes, colonos árabes originales y bereberes, y de las que al comienzo de su reinado el emir dependió excesivamente.

El largo reinado de 32 años transcurrió en una lucha para traer a sus anárquicos árabes y bereberes al orden. Nunca habían pretendido tener un maestro, y se resistieron a su mandato, que se fue haciendo cada vez más duro. Por un lado, yemeníes y qaysíes se aliaron con los abasíes; por el otro, la revuelta más peligrosa fue la ocasionada por los beréberes incluidos por el jarichismo: su jefe Al-Wahid se consideraba asimismo descendiente del profeta y se mantuvo insumiso, utilizando la táctica de guerrilla durante 10 años, llegando a dominar la región situada entre las cuencas del Tajo y del Guadiana.

Yusef escapó a Toledo desde donde armó un nuevo ejército y atacó la capital, su hijo entró en ella pero la abandonaron al saber del regreso del Emir. Por su parte el otro jefe rebelde, Al-Sumayl escapó a Jaén y se apoyó a Yusef pero con la nueva derrota de este ambos pidieron la amnistía, el nuevo Emir acepto a cambio de conservar a dos hijos de Yusef como rehenes, entre 756 y 757 ambos jefes derrotados volvieron a Córdoba. Con apoyo bereber, Yusuf con un ejército de 20.000 hombres de Toledo, Alicante y Mérida marchó a Sevilla donde fue rechazado por los gobernadores locales, retrocedió a Toledo donde gobernaba su primo Hixam ibn Urwa que le dio refugio hasta que Yusef fue asesinado por sus soldados en 759.

En 761 Abderramán sitió Toledo, no consiguió tomarla pero si logró un pacto por el cual se levantaba el asedio a cambio del sometimiento de Hixam, pero este se rebeló nuevamente el siguiente año y uno de sus hijos dado como rehén a Abderramán fue decapitado y su cabeza lanzada por encima de los muros de la ciudad. En 764 Badr junto a Tamman ibn Alqama al-Thaqifi asediaron la ciudad, producto de la dureza del cerco se llegó a un acuerdo por el que una facción de la ciudad entregó a Hixam y sus comandantes, llevados a Córdoba donde se les crucificó públicamente.

En 763 los Abásidas enviaron un jefe árabe llamado Al-`Ala ibn Mugaith al-Yashubi al-Hadrami (conocido como Al Ala ibn Mugit) con hombres, dinero e instrucciones para lograr una rebelión contra el omeya, desde Beja (actual Portugal), Abderramán se preparó para resistir el ataque de Al-'Ala en la fortaleza de Carmona, mandó a Bard a la ciudad y establecer un campamento en la entrada de ésta con gente que le apoyara, mientras los abásidas se distrajeron y dispersaron intentando entrar en la ciudad Abderramán atacó con su caballería oculta en las cercanías. Los jefes enemigos resultaron muertos y sus cabezas fueron enviadas (las llenó con sal y alcanfor) al gobernador de Túnez con etiquetas con sus nombres en sus orejas.

En 766, la revuelta partió de Niebla. Su caudillo fue en tal ocasión un Yahsubí de la región, Sa'id al-Matari. La insurrección se extendió a Sevilla y la mayoría de los Yemeníes del Oeste participaron en ella. Pero cuando el emir omeya marchó sobre Sevilla, Sa'id fue muerto durante el asedio.

Aquel mismo año, el gobernador de Sevilla, Abu Sabbah al-Yahsubí se habría sublevado, siendo muerto por el propio emir. El asesinato de Abu Sabbah debió provocar odios particularmente tenaces entre los consanguíneos de este caudillo, que eran poderosos en toda la parte occidental de la península y en Beja y Niebla.

Durante las constantes rebeliones Abderramán cortaría miles de cabezas para imponer su dominio y sus principales enemigos fueron los bereberes que lo veían como otro conquistador árabe más. Los bereberes habían participado en la conquista de la península pero recibieron las peores tierras, dedicándose en zonas montañosas al pastoreo además de no tener los mismos derechos que los árabes. En 768 el jefe bereber Shaqya ibn Abd al-Walid al-Fatimi (también conocido como Saqyà al-Miknasi) se reveló en la provincia de Cuenca y se proclamó Imán y descendiente de Fátima, desde su refugio en las montañas lanzó varios ataques en el interior de la actual España hasta 777 cuando fue muerto por sus partidarios y su cabeza enviada al Emir como prueba de su sometimiento. Con esto el omeya expandió su dominio al norte sometiendo el valle del Ebro llegando a los Pirineos.

En 777 desembarcó en la costa murciana de Tudmir el agitador árabe al-Siqlabi enviado por la corte de Bagdad. De inmediato se movió a Barcelona entró en contacto con el gobernador independiente de Zaragoza Suleyman ibn Yaqzan al-Arabi y con Abu-l-Aswad Muhammad, hijo de Yusuf, con quienes sublevo la ciudad.

Ese año el primer intento de someter Zaragoza fracaso, el ejército fue dispersado y su comandante capturado, los gobernantes de la ciudad eran fuertemente independientes, esperando una nueva ofensiva enviaron una embajada a Paderborn, donde se reunieron con Carlomagno, único monarca capaz de enfrentar al emir y asegurar su independencia del centralismo del omeya, comparado con el feudalismo del rey franco.

En 778 dos ejércitos francos cruzaron los Pirineos, pero Barcelona, ciudad que le había pedido ayuda, le negó su apoyo, pero al llegar a su objetivo se unieron y retrocedieron por los pasos occidentales produciéndose la batalla de Roncesvalles. A fines de 779 Abderramán finalmente conquisto Zaragoza pasando a dominar el valle del río Ebro. En cuanto a al-Siqlabi huyó a Valencia donde fue perseguido por un ejército del Emir que terminó por quemarle sus naves, fue asesinado por uno de sus mercenarios y su cabeza fue enviada al Aderramán a fines de 778 o inicios de 779.

También hizo frente a los reinos cristianos, exigiendo tributo al reino Astúr-leonés, que se tuvo que ver obligado a pagar por el potencial omeya.

Sublevaciones yemeníes

Abderramán I también hubo de luchar contra los árabes yemeníes o kalbíes, sus aliados de primera hora, al no ver recompensado su apoyo como esperaban y sin poder ejercer ascendiente alguno sobre el soberano, tomaron parte en no pocas conjuras contra su régimen.

Los califas abasíes de Bagdad sirvieron de bandera y de apoyo espiritual a muchas de estas revueltas contra el príncipe superviviente de la dinastía proscrita y a veces las fomentaban con su ayuda directa. En 763, el jefe árabe al Ala ibn Mugit se levantó contra el emir en el distrito de Beja (sur de Portugal) enarbolando la bandera negra de los califas abbasíes. Provisto de dinero e instrucciones por el califa Abu Yafar al Mansur había desembarcado en al Andalus con la promesa de obtener el gobierno del país si lograba destronar al usurpador omeya. Esto le atrajo no pocos partidarios, especialmente yemeníes; el emir omeya llegó a estar sitiado en Carmona, pero una afortunada salida le dio la victoria, al Ala pereció en el combate, así como destacados jefes de la insurrección. Las cabezas de todos ellos fueron embalsamadas y metidas en un saco junto con el diploma de investidura y la bandera negra abbasí.

Los yemeníes también se sublevaron en Niebla (Huelva) al mando del jefe Said al-Matari al-Yashubi quién se apoderó de Sevilla y se hizo fuerte de nuevo en Qalat Raawac (Alcalá de Guadaira), donde fue sitiado por el emir. En una de las salidas que hicieron los rebeldes para tratar de romper el cerco Said al-Matari resultó muerto. Sus tropas tuvieron que pedir la rendición después de una enconada lucha. Abu Sabbah Yahya al-Yashubi, el influyente jefe yemení que propuso la muerte del emir tras la batalla de Al-Musara ya que se decía que estuvo involucrado en la rebelión, se le invitó a ir a la capital a manera de reconciliación donde se le asesinó (766).

La siguiente rebelión duro un poco más, entre 772 y 774. Mientras Abd al-Rahman I estaba sitiando el castillo de Xabatrán, donde se hallaba refugiado el rebelde bereber Shaqya (diciembre de 772), recibió un mensaje de su hijo Suleymán, gobernador de Córdoba en su ausencia, en el que le anunció la sublevación de los sevillanos al mando de un tal Abd al-Gaffar al-Yashubi, primo del asesinado Abu Sabbah Yahya al-Yashubi, y de Hayat ibn Mulatis con apoyo de los yemeníes locales.

El Emir volvió a su capital pero tras comprobar el tamaño de las fuerzas rebeldes envió a su primo Abd al-Malik ibn Umar al-Marwaní a la vanguardia de sus tropas, quedando él mismo en retaguardia dispuesto a socorrerle. Al-Marwaní envió a su hijo Umayya a explorar, cuando este se encontró con tropas sublevadas huyó siendo castigada su cobardia con la decapitación a manos de su propio padre. Tras esto al-Marwaní arengó a sus hombres y atacó a los rebeldes destrozando a su ejército, como premio por su valor Abderramán caso a su hijo Hixam con la hija de su primo y le entregó tierras y títulos hereditarios.

El 20 de noviembre de 773 Abderramán entró en Sevilla y ordenó la ejecución de los partidarios de la rebelión. Este hecho le acarreó tal odio entre los árabes que el emir tuvo que comprar esclavos, es decir, mamelucos, para su ejército, pues aquellos no quisieron entrar a formar parte de sus filas a partir de entonces con tanta voluntariedad como antes.

Los dos jefes yemeníes de la rebelión pudieron escapar, pero el emir les persiguió hasta la vertiente sur de Sierra Morena, donde gracias a una estratagema de su primo les derrotó en el wadi Qais (río Bembézar) en 774.

Las guerras civiles árabes y las sublevaciones beréberes finalizan prácticamente durante el reinado de Abd al-Rahmán I, pero la paz se ve turbada por motines y revueltas de carácter social entre la población del Arrabal de Córdoba y entre los muladíes de las ciudades fronterizas de Mérida, Toledo y Zaragoza.

Organización del emirato

Su territorio estuvo muy bien organizado gracias a la eficacia de su ministros, gobernadores en las siete provincias del emirato, caldíes, jueces de las ciudades y el consejo coránico, que procuraba la integración de los diferentes grupos religiosos bajo las leyes de Mahoma, como los muladíes (cristianos conversos), mozárabes (cristianos que pagaban tributo extra por permanecer en territorio musulmán) y los judíos, plenamente integrados. Además siempre tuvo 4 ó 5 asesores que le aconsejaban en cada decisión difícil. Entre dichos asesores se encontraba su antiguo vasallo Badr, al que nombró jefe del ejército, y con el que guardaba una cierta amistad.

Ordenó que no se rezase jamás por los abasidas de Bagdad. Fue proclamado príncipe de los creyentes. En las monedas no se hacía ninguna mención a Bagdad y tan solo reflejaban el año en curso y el nombre de Al-Ándalus. Fomentó los cultivos e introdujo la palmera en la península Ibérica. Según la tradición todas las palmeras de España descienden de una palmera que plantó Abderramán I con sus propias manos en el jardín de su palacio de Córdoba.

Mezquita de Córdoba

En 785 decidió aprovecharse el material de una basílica visigoda dedicada a San Vicente para iniciar la construcción de la mezquita de Córdoba, que quedaría para la posteridad como símbolo del esplendor de la España musulmana. Durante sus últimos años inicia un proceso de construcciones masivas para justificar su poder a ojos de su comunidad cuando este ya estaba asegurado tras la derrota de los hijos de Yusef, Abu-l-Aswad Muhammad y Qasim ibn Yusuf, quienes se habían rebelado en Toledo con 6.000 hombres a su mando. Abderramán los venció personalmente en batalla el 11 de septiembre de ese año.

Los cristianos unitarios, que eran los propietarios de dicha iglesia, vieron con buenos ojos la construcción de la mezquita. Para ellos nada cambiaba pues, convertidos al Islam, experimentaban hacia Jesús la misma idea que tenían de él que cuando eran cristianos. Los unitarios no creían en Jesús como dios, ni creían en la trinidad, es más esperaban la llegada de un profeta, quien anunciado por Jesús, completaría y reforzaría su mensaje.

Dinastía omeya

Entre 779 y 780 los omeyas Abd al-Salam ibn Yazid y Ubayd Allah ibn Aan, este último sobrino del emir, intentaron derrocarle del poder. Pagaron el intento con su vida.

Años después, en 783, su también sobrino al-Mugira, hijo de su hermano Walid, junto con un hijo del famoso Al-Sumayl ibn Hatim llamado Hudhayl ibn Al-Sumayl, fraguaron otra conspiración que también pagaron con su vida.

También su fiel liberto Badr fue insolente con su señor y cayó en desgracia, siendo temporalmente desterrado a una plaza fronteriza en 772. Años más tarde se reconcilió con el emir y recuperó sus bienes confiscados y sus prerrogativas pasadas.

Tuvo tres hijos legítimos que pretendían sucederle, Suleimán, Hisham y Almondzir. Abderramán tomó la decisión de elegir él el sucesor siguiendo una antigua traición oriental. Escogió a Hisham, por ser el más parecido a él tanto en carácter como físicamente, dejándole un legado inmenso.

Nunca llegó a perder ninguna batalla ante ninguno de sus enemigos y en sus últimos años, Abderramán tuvo que lidiar con una sucesión de conspiraciones de palacio, que reprimió enérgicamente. Estableció un estado musulmán unificado que logró detener el avance cristiano por varios siglos y evito el colapso del control islámico peninsular más rápido. A pesar de ello, fundó la dinastía que aseguró el control omeya de España hasta 1031.

Es posible que después de sofocada la rebelión de los moriscos en el siglo XVI fueran a establecerse en la región de Valencia parte de los descendientes omeyas que quedaron y hubieran sido obligados a cristianizarse o a salir deportados desde el puerto de Alicante en 1609.

Abderramán I, poeta.

Poeta al estilo de los antiguos, que propugna como ideal la rudez del mundo beduino:
el emir omeya ‘Abd al-Ramān I (m. 788), tal vez porque ya es algo perdido en la naciente civilización árabe.

Conviene recordar que ‘Abd al-Ramān I se hizo construir una almunia o palacio campestre en las afueras de Córdoba, la Ruzāfa, con un jardín botánico, aunque en su poema propugne vivir en jaima y no en palacios y jardines:




¡Déjame de ir a la caza de grullas abatidas,
porque mi único afán es cazar al impío,
aunque se halle bajo tierra o en ásperas montañas!
Cuando el sol cenital echa fuego por los caminos,
mi solo resguardo es la sombra de las banderas tremolantes.
No necesito jardines, ni imponentes palacios,
porque habito en el desierto bajo tiendas.
Di a todo el que reposa entre cojines:
«La grandeza se consigue soportando el rigor de las campañas.
Vuela en pos de ella, afrontando privaciones,
y, si no, serás el más vil de los nacidos».


[Traducción de Elías Terés]
E. Terés, «Ibn Faraŷ de Jaén y su Kitaāb al-Hadā’/iq», Al-Andalus, 11 (1946), p. 155.





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