domingo, 1 de marzo de 2015

CATULO - GAYO VALERIO CATULO [15.112] Poeta de Italia




Gayo Valerio Catulo

Gayo Valerio Catulo (en latín Gaius Valerius Catullus; Verona, actual Italia, h. 87 a. C. – Roma, h. 57 a. C., aunque muchos estudiosos aceptan las fechas 84 a. C. – 54 a. C.) fue un poeta latino.

Nació en Verona (Galia Transpadana), en una familia influyente (su padre era amigo de Julio César, al que Catulo sin embargo despreciaba, quizá a causa de la sequedad de su estilo literario).

Estudió en Roma, pasó allí varias temporadas, al fin se estableció en la ciudad en el año 62 a. C. y se introdujo en los cenáculos literarios de sus amigos, los llamados despectivamente por Cicerón poetas neotéricos: Helvio Cinna, Licinio Calvo, Valerio Catón, Cornificio, Furio Bibáculo y los eruditos Marco Terencio Varrón y Cornelio Nepote. Los neotéricos se caracterizaban, en primer lugar, por una gran afición a la poesía griega alejandrina de Calímaco y, en segundo lugar, por el deseo de cultivar una lírica refinada y concisa, de un perfecto acabado formal.

Se enamoró de una dama muy bella y licenciosa, Clodia, casada con Quinto Cecilio Metelo Céler, gobernador de la Galia Cisalpina, y hermana del tribuno de la plebe Publio Clodio Pulcro, enemigo de Cicerón. Clodia, sin embargo, que aparece en sus versos con un nombre de valor métrico equivalente, Lesbia1 (que declara la común afición de los amantes a la poetisa griega Safo de Lesbos), tras concederle sus encantos, le fue infiel a la primera ocasión y dejó a Catulo debatiéndose entre el odio y el amor, como expresa en su conocido dístico: Odi et amo. Quare id faciam? fortasse requiris / Nescio, sed fieri sentio et excrucior («Odio y amo. ¿Cómo es posible?, preguntarás acaso. No lo sé, pero siento que me ocurre y me atormenta»).

De la violenta pasión que despertó en Catulo tardó en recuperarse a duras penas: Una salus haec est, hoc est tibi pervincendum. / Hoc facias sive id non pote, sive pote! («Una sola salvación hay para ti: esto debe superarse. ¡Hazlo puedas o no puedas!»). Pero la agonía se prolongó merced a los arrepentimientos de la amante, mera excusa para nuevas y fallidas reconciliaciones: Nulli se dicit mulier mea nubere malle quam mihi, / non si se Iuppiter ipse petat. / Dicit: sed mulier cupido quod dicit amanti, / in vento et rápida scribere oportet aqua. («Con nadie más que conmigo dice mi amada que se uniría, / ni aunque Júpiter mismo se lo pidiera. / Eso dice: pero lo que dice la mujer enamorada a un amante / conviene escribirlo en el viento y en el agua rápida»). Fue una inspiración excepcional para uno de los corpora de lírica amorosa más intensos de todos los tiempos. Lateralmente, en sus poemas también se refleja, directa o indirectamente, una relación homosexual con un joven de nombre Juvencio (poemas XXIV y XXIX Ad Iuventium). Murió a los 30 años de edad según algunos estudiosos, según otros a los 33.

La originalidad de Catulo consiste en haber sido el primero en haber iniciado la elegía romana con sus rasgos específicos de subjetividad, autobiografismo e intimidad, menos presentes en sus correlatos griegos.

Obra

En su estado actual, el corpus catuliano consta de unas 116 poesías, 102 encabezadas por una dedicatoria a Cornelio Nepote que sin duda debió pertenecer a una compilación anterior, aparentemente distribuidas en tres grupos. El primero, hasta la composición 60 inclusive, comprende poemas líricos cortos, en metros varios, de asuntos sacados de los más diversos acontecimientos de la vida: poesías amorosas, otras dirigidas a amigos o enemigos, improvisaciones ingeniosas, anécdotas, sátiras, y un breve himno a Diana.

Las composiciones del tercer grupo, de carácter análogo a éste, se distinguen por su común forma métrica: el dístico elegíaco; comprenden desde el poema 69 hasta el final. Por último, las de la parte central, o sea, las composiciones 61 a 68, se caracterizan por su mayor extensión, así como por la importancia de su asunto: los números 61 y 62 son epitalamios o himnos nupciales: el primero, en metros líricos-, estrofas de tres glicónicos y un ferecracio-, está escrito con ocasión de las bodas de Manlio Torcuato, y el segundo, en hexámetros, parece ser solo un ejercicio literario; el número 63 es un poema narrativo, en galiambos, que relata una versión de la leyenda frigia de Atis; el 64 es un extenso epilío en hexámetros, llamado habitualmente Epitalamio de Tetis y Peleo por el asunto que le sirve de pretexto y que da pie a extensas digresiones narrativas, descriptivas y líricas; el 65, en dísticos elegíacos, es una especie de epístola dedicatoria, a Hortensio Órtalo; el 66 es una traducción, en aquel mismo metro, de un epilío de Calímaco, La cabellera de Berenice; el 67 es un largo epigrama dialogado, también en dísticos elegíacos, en el que Catulo hace referir a la puerta de cierta casa de Verona una curiosa sarta de indiscreciones sobre sus dueños; y el 68 es una extensa elegía de carácter subjetivo, en forma de epístola, dirigida a un amigo de Catulo, llamado unas veces Manlio y otras Alio, en la que el poeta, aparentemente respondiendo a las solicitudes de aquél, a las que al principio dice no poder acceder por razón de la pena que le agobia con ocasión de la reciente muerte de su hermano, habla de sus amores con Lesbia, en cuyo inicio Malio desempeñó un papel fundamental, e intercala una larga digresión, a la manera alejandrina, acerca de los de Laodamía y Protesilao, el primer caído al poner pie en tierra troyana, lo cual le brinda pretexto para una segunda digresión relativa a la muerte de su propio hermano en aquel mismo país.

Aparte de la referida norma aparente de clasificación, exclusivamente externa, no se descubre en el actual al libro de Catulo ninguna otra: la cronología no es tenida en cuenta, como puede verse muy bien en los poemas referentes a Lesbia, el primero de los cuales —en el orden del tiempo— lleva el número 51, mientras el último lleva el l11, y sólo en algunos casos, y aún sin gran rigor, el asunto justifica la agrupación de algunas composiciones, como por ejemplo las 2 y 3, relativas al gorrión de Lesbia, las 41, 42 Y 43, seguramente alusivas las tres a Ameana, o las 88, 89, 90 y 91, relativas a Gelio, aunque también aludan a este personaje la 74, la 80 y la 116.

Parece lógico que, si el poeta hubiera dispuesto personalmente la edición de este libro, habría seguido un orden más racional, y al mismo tiempo no es verosímil que Catulo hubiera creído oportuno publicar, en una misma colección, y separados caprichosamente unos de otros, todos los poemas que hacen referencia a sus amores con Lesbia, que tan distintos estados de ánimo reflejan. De haber querido hacerlo, lo más probable es que los hubiera dispuesto cronológicamente o por lo menos según algún plan que justificara la diferente actitud que en ellos queda consignada.

Se pueden dividir estos 116 poemas en:

Poemas de diatriba: en este grupo se encuentran poemas como los que el poeta escribe a sus amigos Furio y Aurelio (XI, XV, XVI, XXI, XXIII, XXVI, en relación íntima con los del acto de Juvencio, a los cuales podría estimarse unidos), los de César y sus partidarios principalmente Mamurra (XXIX, LII relacionado con el XIV y el LII, LVII, LXIV, XCIII, XCIV, CV, CXIV, CXV), los de Gelio, ligados como los de Rufo, Egnacio y otros, a los del cielo de Lesbia (LXXIV, LXXX, LXXXVIII, LXXXIX, XC, XCI, XCVI), los de Rufo (LIX, LXIX, LXXI, LXXVII), los de Egnacio (XXXVII, XXXIX), los de Amiana (XLI, XLIII),los de Aufilena (CX, CXI), y el de la querida de Varo (X), el de Asinio (XII), los malos poetas (XIV), Sufeno (XIV); Talo (XXV), Memio y Pisón (XXVII, relacionado con el X), Afeno (XXX), Vibenio y su hijo (XXXIII), Vosulio (XXXVI, relacionado con el XCV), Rávido (XL), Sestio (XLIV), Porcio y Soiratión (XLVII relacionado con los IX, X, XII; XXVIII), Galo (LXXVIII), Lesbio (LXXIX), Arrio (LXXXIV), Emilio (CVII), Vectio (XCVIII), Silón (CIII), Cominio (CVIII) y Nasón (CXII); hay además algunos poemas cuyo destinatario no ha sido identificado; son estos el XVII y el LXVII, dirigidos a ciertos personajes de Verona y el LX y el CVI.

Poemas de amor: aquí se encuentran los poemas escritos a su eterna amada Lesbia como lo son, II, III, V, VII, VIII, XI, XXXVII, tal vez XLII, XLIII, LI, LVIII, LXVIII b, LXX, LXXII, LXXV, LXXIX, LXXXIII, LXXXV, LXXXVI, LXXXVII, XCII, CIV, CVII, CIX, los escritos a Juvencio (XXIV, XLVIII, LXXXI, XCIX) y el último escrito a Ipsitilia (XXXII).

Poemas de amistad: en este grupo se encuentran los poemas escritos a Veranio y Fabulo (IX, XII, XIII, XXVIII, XLVII), los de Calvo (XIV, L, LIII, XCVI), los que se refieren a la muerte del hermano del poeta (LXV, LXVIII, a y b, CI), los de Cornelio (I, CII), los de Cinna (XCV, CXIII), y los de Flavio (VI), Varo (X), Cecilio (XXXV), Cornificio (XXXVIII); Cicerón (XLIX), Carmerio (C), el CII, que cabe dentro de este grupo, está dirigido a un amigo no identificado todavía.

Poemas de reflexión personal: IV, XXVII, XXXI, XLV, XLVI, LXXIII, LXXVI. En ellos se manifiesta la postura íntima de Catulo con respecto de la amistad, el amor, la desilusión, las cosas religiosas. Mucho dejan ver, por lo mismo, de lo que pensaba en su soledad frente a la vida y la muerte.
Influencias literarias.

La poesía de Catulo fue influenciada por la innovadora poesía del Período Helenístico, especialmente por Calímaco y la Escuela de Alejandría, la cual propagó un nuevo estilo que difería totalmente de la poesía épica de tradición homérica. Cicerón llamó a estos poetas innovadores neotéricos (en latín poetae novi). Catulo y Calímaco no tratan temas mitológicos, ni de héroes antiguos, sino que se centran más en temas amorosos y de experiencias personales. Aunque estos poemas pueden parecer superficiales ya que tratan temas cotidianos y cercanos al lector, son grandes obras literarias.

Catulo fue un gran admirador de Safo, una poetisa griega del siglo VII a. C., y sus poemas ayudan a conocer la obra de Safo. El poema 51 de Catulo es tan similar al poema 31 de Safo, que muchos opinan que se trata de una traducción literal. También, los poemas 61 y 62 de Catulo parecen inspirados en la obra de la poetisa griega, y probablemente sean traducciones literales de obras perdidas suyas. Catulo, como era normal en su tiempo, también recibe la influencia de los mitos grecorromanos. Algunos nombran las bodas de Peleo y Tetis, la partida de los Argonautas, Teseo y el Minotauro o el abandono de Ariadna.

Los poemas de Catulo han sido muy apreciados por otros autores a lo largo de la historia. La influencia de su obra está presente en grandes autores como Ovidio, Horacio y Virgilio. Tras su redescubrimiento a finales de la Edad Media, Catulo ganó muchos admiradores, ya que su estilo explícito impresionó a muchos lectores.


Poemas de Catulo

Traducción de Ana Pérez Vega
Sevilla, Orbis Dictus, 2008, 2ª ed



Versos del señor Benvenuto Campesani de Vicenza
acerca de la resurrección de Catulo, el poeta veronés

A mi patria vengo desde lejanas fronteras exiliado:
     la causa de mi regreso un compatriota fue,
a saber, al que de los cálamos le atribuyó Francia su nombre,
     y el que señala a la gente que pasa de largo el camino.
Con el talento que sea, a vuestro Catulo celebrad,
     cuyo papiro encerrado bajo un modio estaba.

1

¿A quién dono este agradable, nuevo librito
con árida pómez recién pulido?
Cornelio, a ti, pues tú solías
creer que son algo mis tonterías,
ya entonces cuando osaste, único de los ítalos,
el tiempo explicar en tres pliegos,
doctos, Júpiter, y laboriosos.
Por ello ten para ti este librito, sea cual sea
y como sea; el cual, patrona Virgen,
más dure, perenne, de un siglo.

2

Pajarito, delicias de mi niña,
con el que jugar, que en el seno tener,
al que la yema del dedo dar, que la apetece,
y suele incitar a acres mordiscos,
cuando por la nostalgia mía esforzada,
a un amado no sé qué gusta de jugar,
y consuelito de su dolor,
creo que para que entonces su grave ardor se aquiete:
contigo jugar, como tú misma, pudiera yo,
y los tristes cuidados de mi ánimo aliviar.

Tan grato es para mí como cuentan que para la niña
esforzada su dorada manzana fue,
la que su ceñidor soltó, largo tiempo atado.

3

Plañid, oh las Venus y los Deseos,
y cuanto hay de personas más seductoras:
el pajarito muerto se ha, de mi chica,
el pajarito, delicias de mi chica,
al que más ella que a los ojos suyos amaba,
pues meloso era y a la suya conocía
misma tan bien como la chica a su madre
y no él del regazo de ella se movía
sino alrededor saltando, ora acá, ora allá,
a su sola dueña sin cesar pipiaba:
el que ahora camina por un camino tenebregoso
allá, de donde niegan que vuelva nadie.
Mas a vosotros mal haya, malas tinieblas
del Orco, que todas las cosas bonitas devoráis:
tan bonito pajarito a mí me quitasteis,
oh, hecho mal, oh, pobrecito pajarito:
por tu obra ahora los de mi chica,
de llorar, hinchaditos rojecen, sus ojillos.

4

La goleta aquella que veis, huéspedes,
dice que fue de las naves la más rápida
y que, de ningún nadador madero el ímpetu,
no podía preterirla, tanto si con palas
menester fuera volar, o si con lienzo.
Y esto niega que el litoral niegue
del amenazador Adriático, o las islas Cíclades
y Rodas la noble, y la hórrida tracia
Propóntide, o el bravo póntico Golfo,
donde ésta, después goleta, antes fue
peinada espesura, pues en la citoria cima
con su habladora melena a menudo su silbido emitió.
Oh, Amastris póntica, y Citoro de los bojedales,
para ti esto fue y es conocidísimo,
dice la goleta: desde su último origen
que estuvo, dice, en la cumbre tuya,
que imbuyó sus palas en la superficie tuya,
y que de ahí, a través de tantos impotentes estrechos,
a su amo llevó, izquierda o derecha
llamara el aura, o si Júpiter a la vez,
favorable, incidiera sobre uno y otro pie,
y que ningunos votos a los litorales dioses
por ella fueron hechos, aunque llegara desde un mar
novísimo a este hasta el fin límpido lago.
Pero estas cosas anteriormente fueron: ahora en recóndita
quietud vejece y, ella, se dedica a ti,
gemelo Cástor y gemelo de Cástor.

5

Vivamos, mi Lesbia, y amemos,
y los rumores de los viejos más severos
todos en un as estimemos.
Los soles morir y volver pueden:
a nosotros, cuando una vez se nos muere nuestra breve luz,
noche hay perpetua, una, para dormirla.
Dame besos mil, después ciento,
después mil otros, después un segundo ciento,
después sin cesar otros mil, después ciento,
después, cuando miles muchos hiciéramos,
los conturbaremos, para que no sepamos,
o para que ningún malvado envidiarlos pueda
cuando tantos sepa que son, de besos.

6

Flavio, las delicias tuyas a Catulo,
si no es que sean desagradables e inelegantes,
querrías decir y callarlas no podrías.
Pero no sé a qué suerte de febriculosa
ramera aprecias: esto te avergüenza confesar.
Pues que tú no viudas yaces las noches,
para nada callado, tu lecho lo clama,
de guirnaldas y sirio olivo fragante,
y el almohadón, y las bolsas, y este y aquel
hundido, y de tu trémulo lecho la agitada
argumentación y su circunvolución.
Pues de nada persistir sirve, de nada callar.
¿Por qué? No tan jodidos tus lomos abres
si tú no haces alguna tontería.
Por lo cual, lo que tengas de bueno o malo,
dinos a nos: quiero a ti y a tus amores
al cielo llamar con agradable verso.


7

Preguntas cuántos a mí besares
tuyos, Lesbia, sean bastantes y de sobra.
Cuan grande el número de las libisas arenas
en la laserpiciosa Cirene yace,
entre el oráculo de Júpiter flagrante
y el sagrado sepulcro de Bato el antiguo,
o cuantas estrellas muchas, cuando calla la noche,
los furtivos amores de los hombres ven:
tantos besos muchos, que tú beses,
para el vesano Catulo bastante y de sobra es,
los que ni percontar los curiosos
puedan, ni fascinarlos con malvada lengua.

8

Pobre Catulo, que dejes de hacer lo indebido,
y lo que ves pasado perdido lo digas.
Fulgieron un día cándidos para ti los soles,
cuando acudías adonde tu niña decía,
amada para nos cuanto amada será ninguna.
Allí, cuando aquellas muchas cosas divertidas se hacían,
que tú querías, y tu chica de querer no dejaba,
fulgieron verdaderamente cándidos para ti los soles.
Ahora ya ella no quiere: tú también, impotente, no quiere,
ni lo que huye sigue, ni triste vive,
sino con obstinada mente soporta, resite.
Salud, niña; ya Catulo resiste,
y no te requerirá ni rogará, involuntaria.
Mas tú te dolerás cuando ninguna seas rogada.
Impía, ay de ti, qué vida a ti te espera,
quién ahora a ti se acercará, a quién parecerás bonita,
a quién ahora amarás, de quién que eres se dirá,
a quién besarás, a quién los labios morderás.
Mas tú, Catulo, decidido, resiste.

9

Veranio, de todos mis amigos
antepuesto para mí a miles trescientos,
¿has venido a casa, a tus penates
y hermanos unánimes y vieja madre?
Has venido, oh para mí nuncios dichosos.
Te veré a ti, incólume, y te oiré de los iberos
narrando los lugares, hechos, naciones,
como la costumbre es tuya, y plegándome a tu cuello
agradable, tu boca y ojos suavemente besaré.
Oh, cuántos hay hombres más dichosos,
qué, que yo, más alegre o dichoso.

10

El Varo a mí, mío, a sus amores,
al verme ocioso, me llevó, desde el Foro:
una ramerilla, como a mí entonces de repente me pareció,
no en verdad desagradable ni desagraciada.
Allí cuando llegamos, recayeron a nosotros
discursos varios entre los cuales qué fuera
ya Bitinia, en qué medida se tenía,
y si en algo a mí me benefició de bronce.
Respondí lo que era, que nada ni para nos mismo
ni para los pretores había, ni la cohorte,
por que alguien la cabeza más ungida trajera,
especialmente los que tuvieran un mamado
de pretor y al que no le importara un bledo la cohorte.
“Mas, de cierto que, aun así”, dicen, “lo que allí
natural se dice que es, te agenciaste,
para la litera unos hombres.” Yo, para ante la chica
uno hacerme más afortunado,
“No”, digo, “a mí tan malamente me fue
que, una provincia porque mala me cayera,
no pudiera ocho hombres aparejarme rectos.”
Mas yo ninguno tenía ni aquí ni allí
que un roto pie de mi viejo diván
en el cuello colocarse pudiera.
Aquí ella, como digno era del más sodomita:
“Te lo suplico”, dice, “a mí, mi Catulo, un poco
éstos me presta, pues quiero a Serapis
hacerme llevar.” “Espera”, dije a la chica,
“esto que ora había dicho que yo tenía,
me huyó a mí la razón, mi amigo
Cina es, Gayo: él se los aparejó.
En verdad, si de él o míos, ¿qué a mí?
Los uso tan bien como si a mí yo me los aparejara.
Pero tú, insulsa, mal y molesta vives,
por la cual no se puede ser distraído.”

11

Furio y Aurelio, compañeros de Catulo
bien si a los extremos indos va a penetrar,
donde el litoral por la lejos resonante, oriental
     onda es batido,
bien si a los hircanos o árabes blandos
ya si a los sagas o a los saeteros partos,
bien si las superficies que el septillizo
     Nilo colora,
bien si tras los altos Alpes pisa,
de César divisando los monumentos, el magno,
el gálico Rin, los horribles, pintados de verde, últi-
     mos britanos,
todo esto y cuanto traiga la voluntad
de los celestes, una vez a probar preparados,
unas pocas anunciad a mi chica,
     no buenas palabras.
Con sus adúlteros viva y valga,
a los que de una vez abrazada tiene a trescientos,
a ninguno amando de verdad, pero una y otra vez de todos
     los ijares rompiendo,
y no al mío se vuelva, como antes, a mi amor,
el que por culpa de ella cayó como de un prado
la última flor, después de que, de largo pasando,
     tocada por el arado ha sido.

12

Marrucino Asinio, de tu mano siniestra
no bonitamente te sirves: en el juego y el vino
levantas los lienzos de los más distraídos.
¿Crees que esto es gracioso? Se te escapa, tonto:
cuanto quieras, el hecho es sucio y desagraciado.
¿No me crees a mí? Cree a Polión,
tu hermano, que tus hurtos incluso por un talento
que se mutaran quisiera, pues es de gracias
lleno un chico, y de donaires.
Por lo cual, o endecasílabos trescientos
espera, o a mí el lienzo remite,
el cual a mí no me mueve por su valor:
en verdad es un souvenir de un amigo.
Pues unos sudarios játivos, de los iberos,
me enviaron a mí de regalo Fabulo
y Veranio: que los ame necesario es,
como al Veraníolo mío y a Fabulo.

13

Cenarás bien, mi Fabulo, cabe mí,
en pocos –si a ti los dioses te favorecen– días,
si contigo trajeras una buena y magna
cena, no sin una cándida chica,
y vino y sal y todas las carcajadas.
Esto si, digo, trajeras, encanto nuestro,
cenarás bien; pues de tu Catulo
lleno el bolsillo está de arañas.
Pero por contra recibirás puros amores
o si algo más suave y elegante hay:
pues un ungüento te daré que a mi chica
donaron las Venus y los Deseos,
el cual tú cuando olfatees, a los dioses rogarás
que todo a ti te hagan, Fabulo, nariz.

14A

Si a ti más que a los ojos míos no amara,
gratísimo Calvo, por el presente este
te odiaría a ti con odio vatiniano:
pues qué he hecho yo o qué he dicho,
por que a mí con tantos poetas mal me pierdas.
A ese cliente los dioses males muchos den,
que tantos impíos a ti te envió:
que si, como sospecho, este nuevo y hallado
presente te lo da a ti Sila el gramático,
no es para mí mal, sino bien y dichosamente,
porque no perecen tus esfuerzos.
Dioses magnos, horrible y sacro libelo
el que tú evidentemente a tu Catulo
enviaste para que al siguiente día pereciera,
en las Saturnales, el mejor de los días.
No, no esto a ti, falso, así saldrá,
pues, si luciera, a los cofres
correré de los libreros: los Cesios, los Aquinos,
Sufeno, todos colectaré los venenos
y a ti con estos suplicios te remuneraré.
Vosotros de aquí entre tanto adiós, salid
allá, de donde vuestro mal pie trajisteis,
del siglo malestar, pésimos poetas.

14B

Si alguno acaso de mis inconveniencias
lectores seréis, las manos vuestras
no os horrorizaréis de acercar a nos...

* *

15

Te encomiendo a ti, Aurelio, a mí
y a mis amores. La venia púdica te pido
de que, si algo en el ánimo tuyo has deseado
que casto ansiaras y enterillo,
me conserves el chico a mí púdicamente,
no digo de la gente: nada tememos
a éstos que en la plaza ora acá ora allá
de largo pasan en la cosa suya ocupados.
Mas de ti tengo miedo y de tu pene
infesto para los chicos buenos y malos,
el cual tú por donde gustes, cuando gustes mueve,
cuanto quieras, cuando esté para afuera preparado.
A éste único exceptúo, según creo púdicamente,
que si a ti una mala mente o un furor insensato
a tan gran culpa te empujara, canalla,
de que nuestra cabeza con trampas provoques,
ay, entonces pobre de ti y de mal hado,
a quien, tirándote de los pies y abierta la puerta,
te recorrerán rábanos y berenjenas.

16

Os encularé y me la mamaréis
bardaje de Aurelio y marica de Furio,
que a mí por los versículos míos me creísteis,
porque son blanditos, poco púdico,
pues casto ser honra al piadoso poeta
mismo: sus versículos nada necesario es,
que entonces al fin tienen sal y encanto
si son blanditos y poco púdicos,
y que lo que escueza incitar puedan
no digo a los chicos, sino a estos vellosos
que sus duros lomos no pueden mover.
¿Vosotros, porque miles muchos de besos
leísteis, que mal soy yo un hombre creéis?
Os daré por el culo y me la mamaréis.

17

Oh Colonia, que deseas en tu puente largo divertirte
y bailar preparado tienes, pero temes las ineptas
piernas del puentecillo, erguido sobre ejecillos resucitados,
no boca arriba vaya y en el cavo pantano se tumbe:
así para ti bueno, según tu placer, el puente se haga,
en el que de Salisubsal los sacrificios incluso sean acogidos,
pero el presente este a mí da, Colonia, de la más grande risa.
Cierto munícipe mío quiero que de tu puente
vaya en picado al lodo, por cabeza y pies,
pero donde, de todo el lago y el pútrido pantano,
lividísima y máximamente es profunda la vorágine.
Insulsísimo es un hombre y no tiene gusto, en la traza de un chiquillo
bienal, en el tembloroso acodo de su padre durmiendo.
Con él aunque se ha casado en verdísima flor una chica,
y chica que un ternecillo cabrito más delicada,
de guardar ella más diligentemente que las negrísimas uvas,
divertirse a ella la deja como quiere, y ni un pelo solo le importa
y no se subleva por su parte, sino que como un aliso
en su fosa yace desjarretado por la liguria segur,
justo tanto todo sintiendo como si ninguna tuviera por ningún lugar.
Este tal estupor mío nada ve, nada oye,
él mismo que existe, o si existe o no existe, esto también lo ignora.
Ahora a él quiero de tu puente enviarlo de cabeza,
si capaz esto es de repente de sacarlo de su estúpida modorra
y boca arriba esta actitud abandona en el pesado cieno,
como su férrea suela en la tenaz vorágine la mula.

(18-20)

Poemas espurios

21

Aurelio, padre de las hambres,
no de éstas sólo, sino de cuantas o fueron
o son o serán en otros años,
encular deseas a mis amores,
y no a escondidas: pues junto estás, juegas a su vera,
prendido a su lado todo intentas.
En vano: pues a ti, que insidias a mí me levantas,
te tocaré yo primero con una mamada.
Y esto, si lo hicieras saciado, yo callaría.
Ahora de esto mismo me duelo: que a hambrear
de ti y a estar sediento el chico aprenderá.
Por lo cual cesa tú, mientras lícito es a tu pudor,
no al final llegues, pero habiendo mamado.

22

El Sufeno ese, Varo, que buenamente conoces,
hombre es seductor, y decidor, y urbano,
y él mismo, de largo, muchísimos versos hace.
Creo yo que tiene él o diez mil o más
escrituras, y no así, como se hace, en un palimpsesto
referidas: papiros regios, nuevos libros,
nuevos ombligos, cinchas rojas de membrana;
alineadas a plomo y con pómez todas igualadas.
Ellas, cuando las leas tú, el lindo aquel y urbano
Sufeno un simple ordeñador de cabras o un cavador
por contra te parecerá: tan espantosamente dista y cambia.
Esto, ¿qué creamos que es? El que ahora poco gracioso,
o si algo que esta cosa más agudo, parecía,
el mismo, que un desagraciado campo es más desagraciado,
una vez que poemas toca, y, el mismo, nunca
igual es de feliz que un poema cuando escribe:
tanto se goza en sí mismo y tanto a sí mismo él se admira.
No es admirable: en lo mismo todos caemos y no hay nadie
a quien no en alguna cosa ver a un Sufeno
puedas. El error suyo a cada uno atribuido ha sido,
pero no vemos del costal lo que en la espalda está.

23

Furio, que ni siervo tienes ni arca,
ni chinche ni araña ni fuego,
pero tienes padre y también madrastra,
cuyos dientes bien un pedernal comerse pueden:
te va pulcramente a ti con tu padre
y con el leño de esposa de tu padre.
Y no me admiro, pues bien estáis todos,
pulcramente digerís, nada teméis,
no incendios, no pesadas ruinas,
no hechos impíos, no engaños de veneno,
no otras suertes de peligros.
Y aun cuerpos más secos que un cuerno
o si algo más árido hay tenéis,
del sol y el frío y el hambre.
¿Por qué razón no te iría a ti bien y dichosamente?
Tú sudor no tienes, no tienes saliva,
moco y mala pituita de nariz.
A esta limpieza añade una más limpia,
que el culo tuyo más puro que un salero está,
y ni diez veces cagas en todo el año,
y aun esto más duro es que una alubia o unas piedrecillas,
lo cual tú si con las manos trizaras o refregaras,
nunca un dedo emponzoñarte podrías.
Estas ventajas tú tan felices, Furio,
no quieras despreciar ni tener en poco,
y los sestercios cien, que sueles,
de pedirme cesa: pues bastante eres feliz.

24

Oh quien la florecilla eres de los Juvencios,
no de éstos sólo, sino cuantos o fueron
o a partir de ahora serán en otros años:
preferiría que las riquezas de Midas hubieras dado
a éste que ni siervo tiene ni arca,
a que así te dejaras que él te ame.
“¿Quién? ¿No es una bella persona?” Dirás. Lo es,
pero el bello este ni siervo tiene ni arca.
Esto tú cuanto quieras desdeña y atenúa:
y ni siervo aun así él tiene, ni arca.

25

Sodomita de Talo, más suave que de un conejillo el cabello
o de un ánsar la medulilla, o lo más bajito de la orejilla,
o el pene lánguido de un viejo y el moho arañoso,
y tú mismo, Talo, más rapaz que un turbio vendaval
cuando una rica caja sus rajas muestra abriéndose,
devuélveme el palio a mí mío, que me levantaste,
y el sudario játivo y los tapices tinos,
inepto, que abiertamente sueles tener como ancestrales.
Los cuales ahora de tus uñas despega y devuélvemelos,
no sea que en tu costadillo de lana y manos blandecillas
quemantes flagelos indecentemente a ti te acribillen
e insólitamente bullas, como diminuta nave
sorprendida en un gran mar, enloquecido el viento.

26

Furio, la villita vuestra no a los soplos
del Austro expuesta está ni a los del Favonio
ni del salvaje Bóreas o del Subsolano:
a la verdad, a miles quince y doscientos.
Oh viento horrible y pestilente.

27

Ministro del añejo, chico, falerno:
sírveme a mí los cálices más amargos,
como la ley de Postumia manda, la maestra,
que una ebria baya más ebria.
Mas vosotras, adonde quiera de aquí salid, linfas
del vino perdición, y hacia los severos
migrad. Éste, mero es Tioniano.

28

De Pisón compañeros, cohorte inane
por sus aptos saquillos y expeditos,
Veranio óptimo y tú, mi Fabulo,
¿qué cosas portáis? ¿No bastantes, con este
soso, fríos y hambre soportasteis?
¿Es que algún gasto en las tablillas consta
de un ahorrillo, como a mí que, siguendo
a mi pretor, cuento lo dado como ahorrillo?
Oh, Memio: bien a mí, boca arriba, y largo tiempo
todo ese cipote lentamente me hiciste mamar.
Pero, por cuanto veo, en parejo caso
estuvisteis, pues de un nada menor capullo
hartos estáis. ¡Busca nobles amigos!
Mas a vosotros, males muchos los dioses y diosas
os den, oprobios de Rómulo y Remo.

29

¿Quién esto puede ver, quién puede soportarlo
si no un impúdico y un voraz y un tahúr,
que Mamurra tenga lo que la Comata Galia
tenía antes y la última Bretaña?
Sodomita de Rómulo, ¿esto verás y soportarás?
¿Y aquél ahora, soberbio y desbordante,
recorrerá los dormitorios de todos
como un blanquito palomo o un Adóneo?
Sodomita de Rómulo, ¿estas cosas verás y soportarás?
Eres un impúdico y un voraz y un tahúr.
¿Con este nombre, emperador único,
estuviste en la última isla de occidente,
para que esta vuestra rejodida méntula
doscientos mil se comiese o trescientos mil?
¿Qué otra cosa es que siniestra liberalidad?
¿Poco dilapidó o poco engullido ha?
Los paternos bienes los primeros derrochó,
segundos los botines pónticos, tras eso terceros
los iberos, cual sabe el caudal aurífero, el Tajo,
ahora en Galia es temido y Bretaña.
¿Por qué a esta mala persona alentáis, o qué éste sabe
sino ungidos patrimonios devorar?
¿Con este nombre, de la ciudad el más opulento
suegro, y tú, yerno, lo perdisteis todo?

30

Alfeno ingrato y para tus unánimes amigos falso,
¿ya tú nada te compadeces, duro, de tu dulce amiguito?
¿Ya a mí en traicionarme, ya no dudas en engañarme, pérfido?
Y no los hechos impíos de los falaces hombres a los celestiales placen,
lo cual tú olvidas y, pobre de mí, me abandonas en mis males.
Ahay, ¿qué han de hacer, di, los hombres, o en quién han de tener fe?
Ciertamente tú, tú me ordenabas mi alma entregarte, inicuo,
induciéndome al amor, como si seguro todo para mí fuera.
Tú mismo ahora te retraes y tus dichos todos y hechos
que los vientos, incumplidos, se los lleven, y las nieblas aéreas, dejas.
Si tú olvidado te has, empero los dioses se acuerdan, se acuerda la Fe,
la cual, que a ti te pese pronto el hecho hará, tuyo.

31

De las penínsulas, Sirmión, y de las islas
el ojillo, cuantas en los límpidos pantanos
y en el mar vasto llevan los dos Neptunos,
cuán gustosamente a ti, y cuán contento en ti te veo,
apenas a mí mismo yo creyendo que la Tunia y los bitunos
campos he dejado y te veo a ti, en seguridad.
Oh, qué, que los dejados cuidados, es más bendito,
cuando la mente su carga deja y de la peregrina
fatiga cansados venimos al lar nuestro
y nos acostamos en el añorado lecho.
Esto es lo que solo hay, por fatigas tan grandes.
Salve, oh, encantadora Sirmión, y de tu amo goza,
que él goza, y vosotros, oh de Lidia lago y olas,
reíd cuanto de risas hay en casa.

32

Te amaré, mi dulce Ipsitila,
mis delicias, mis encantos:
manda que a ti venga yo a la siesta,
y, si lo mandaras, aquello ayuda:
que ninguno atranque del umbral la tablilla
o que a ti no te agrade fuera salir,
sino en casa te quedes y prepares para nos
nueve continuas copulaciones.
A la verdad, si algo has de hacer, al punto mándalo,
pues bien comido yazgo, y, harto, boca arriba,
atravieso túnica y palio.

33

Oh el mejor de los ladrones de balnearios,
Vibenio, el padre, y tú, su sodomita hijo,
pues si de diestra el padre más emponzoñada,
de culo el hijo es más voraz,
¿por qué no al exilio y a sus malas orillas
os vais, puesto que en verdad de tu padre las rapiñas
conocidas son del pueblo, y tus nalgas peludas,
hijo, no puedes por un as seguir vendiendo?

34

De Diana estamos en la fe,
mozas y mozos íntegros:
a Diana, mozos íntegros
     y mozas, cantemos.
Oh Latonia, del grandísimo
Júpiter grande progenie,
a quien su madre cerca de la delia
     oliva nacida dejó,
de esos montes la dueña para que fueras,
y sus espesuras verdeantes,
y sotos recónditos,
     y caudales sonantes.
Tú, Lucina por las dolientes,
Juno llamada por las paridas,
tú potente Trivia, y, de bastarda luz,
     llamada eres Luna.
Tú, que con tu carrera, diosa, mensual
mides el camino anual,
los rústicos techos del agricultor
     de buenos frutos llenas:
seas con cualquier nombre que a ti
place, santa, y de Rómulo,
como antiguamente solido has, con buena
     fuerza salvaguarda el linaje.

35

Al poeta tierno, a mi camarada,
quisiera, a Cecilio, papiro, digas
que a Verona venga, dejando del Nuevo
Como las murallas y la laria costa,
pues ciertos pensamientos quiero
de un amigo que escuche, suyo y mío.
Por lo cual, si sabio es, la ruta devorará
aunque una cándida muchacha mil veces
al ir le llame y las manos al cuello
ambas echándole ruegue que se detenga,
la que ahora, si a mí la verdad me es anunciada,
por él muere de impotente amor,
pues desde el momento que leyó su comenzada
Del Díndimo la Señora, desde entonces a la pobrecilla
fuegos le comen su interior medula.
Te perdono a ti, sáfica muchacha,
que la Musa más docta, pues ha sido encantadoramente
la Magna Madre por Cecilio comenzada.

36

Anales de Volusio, cagado pliego,
su voto cumplid por mi chica,
pues a la santa Venus y a Deseo
votó, si a ella restituido le fuera yo
y dejaba de blandir bravos yambos,
que los más selectos escritos del peor
de los poetas al dios de tardo pie daría
para que unos infelices leños los chamuscaran.
Y esto la peor de las chicas vio que ella,
jocosamente, graciosamente, votaría a los divinos.
Ahora, oh del azul ponto creada,
la que el santo Idalio y los Urios abiertos,
la que Ancona y Gnido la arundinosa
honras, y que Amatunte, y que Golgos,
que Dirraquio, del Adriático la taberna,
acepto haz y devuelto el voto,
si no desagradable y desagraciado es.
Mas vosotros entre tanto venid al fuego,
llenos de campo y de inelegancias,
Anales de Volusio, cagado pliego.

37

Salaz taberna y vosotros, contubernales,
desde los hermanos del píleo la novena pila,
¿solos pensáis que tenéis pollas vosotros,
que a solos vosotros lícito es cuanto hay de chicas
follaros y creernos a los demás hircos?
¿Acaso porque contiguos os sentáis, insulsos,
cien o doscientos, no creéis que me atreveré
yo a que al par los doscientos me la maméis, los asistentes?
Y bien, pensadlo, pues para vosotros de toda
la taberna el frente con polvos escribiré,
pues mi chica, que yo, la que de mi seno huyó,
amé tanto cuanto amada será ninguna,
por la que yo he grandes batallas luchado,
se ha sentado aquí. A ella, buenos y dichosos,
todos la amáis, y, ciertamente, lo que indigno es,
todos insignificantes y callejeros adúlteros,
tú antes que todos, único de los de pelo largo,
de la conejosa Celtiberia hijo,
Egnacio, al que bueno hace tu opaca barba
y tu diente, fregado con ibera orina.

38

Mal va, Cornificio, a tu Catulo
mal va, por Hércules, y laboriosamente,
y más y más por días y horas.
A él tú, lo que mínimo y facilísimo es,
¿con qué palabras consolado le has?
Estoy airado contigo. ¿Así a mis amores?
Unas pocas, las que quieras, de palabras:
más afligidas que las lágrimas de Simónides.

39

Egnacio, porque cándidos dientes tiene,
los hace brillar todo el tiempo, por doquier. Si venido se ha del reo
a la banqueta, cuando el orador incita al llanto,
los hace brillar él; si cabe la pira de un devoto hijo
se plañe, huérfana cuando le llora, único, su madre,
los hace brillar él. Sea lo que sea, donde quiera que esté,
haga lo que haga, los hace brillar: esta enfermedad tiene,
ni elegante, a fe mía, ni urbana.
Por lo cual avisarte debo a ti yo, buen Egnacio.
Si urbano fueras, o sabino, o tiburtino,
o un gordo umbro o un obeso etrusco
o un lanuvino moreno y dentado
o un transpadano –para los míos también tocar–,
o quienquiera que puramente se lavase los dientes,
aun así, que los hicieras brillar tú todo el tiempo, por doquier, yo no querría:
pues, que una risa inepta, cosa más inepta ninguna hay.
Ahora bien, celtíbero eres: en la tierra celtiberia,
lo que cada uno mea, con esto se suele, por la mañana,
el diente y el roso espacio de la encía frotar,
así que, cuanto este vuestro diente más pulido está,
tanto que tú más cantidad has bebido, predica, de orina.

40

¿Qué mala mente a ti, pobrecillo de Rávido,
te lleva de cabeza hacia mis yambos?
¿Qué dios por ti no bien invocado
te dispone a incitar una malsana pelea?
¿Acaso es para arribar a las bocas de la gente?
¿Qué quieres? ¿Como sea ser conocido deseas?
Lo serás, puesto que a mis amores
quisiste amar, con larga condena.

41

Ameana, esa joven refollada,
enteros diez mil a mí me ha rogado,
esa joven de indecentilla nariz,
del derrochador formiano la amiga.
Parientes que tenéis a la joven a cargo:
a amigos y a médicos convocad.
No está sana esta joven, ni preguntar
suele cómo es al bronce imaginador.

42

Venid, endecasílabos, cuantos sois
todos, de todas partes, todos cuantos todos sois:
juego cree que yo soy una adultera indecente,
y niega que a mí me ha de devolver nuestros
pugilares, si sufrirlo podéis.
Persigámosla y requirámoslos.
Que quién es, preguntáis: aquélla que veis
indecentemente avanzar, mímicamente y molestamente
riendo con boca de cachorro galicano.
Alrededor apostaos de ella y requerídselos:
“Adúltera pútrida, devuelve los codicillos,
devuelve, pútrida adúltera, los codicillos.”
¿No un as te importa? Oh, lodo, lupanar,
o si más perdido puedes algo ser.
Pero no, aun así, ha de creerse esto bastante,
que si no otra cosa se puede, rubor
de su férrea cara de perra saquemos.
Clamad juntos, otra vez, con más alta voz:
“Adúltera pútrida, devuelve los codicillos,
devuelve, pútrida adúltera, los codicillos.”
Pero nada conseguimos, en nada se conmueve.
De mudar habéis la manera y modo vosotros,
si algo conseguir más allá podéis:
“Púdica y proba: devuelve los codicillos.”

43

Salve, ni de mínima nariz muchacha,
ni de bonito pie, ni de negros ojillos,
ni de largos dedos, ni de boca seca,
ni, claro es, de demasiado elegante lengua,
del derrochador formiano la amiga,
¿que tú, la provincia narra, eres bonita?
¿Contigo la Lesbia nuestra se compara?
Oh siglo sin gusto y desagraciado.

44

Oh fundo nuestro, o sabino o tibur,
pues que tú eres tibur defienden aquellos cuya intención
no es a Catulo herir, mas los que esto quieren,
por cualquier prenda que sabino es contienden,
pero, oh, ora sabino, ora, más verdaderamente, tibur:
estuve a gusto en tu suburbana
villa, y mala de mi pecho expulsé una tos,
una que, no sin merecerlo, a mí mi vientre,
mientras suntuosas cenas ando buscando, me dio.
He aquí que, mientras de Sestio quiero ser convidado,
un discurso contra Antio el candidato,
lleno de veneno y pestilencia, leí.
Desde entonces a mí una pesadez fría y una frecuente tos
me ha sacudido sin cesar, hasta que a tu seno hui
y me restablecí con ocio y con ortiga.
Por lo cual, rehecho, máximas a ti gracias
te doy porque no te has vengado de mi pecado,
y no suplico ya, si los abominables escritos
de Sesto yo recibiere, que pesadez y tos
le lleve su frío no a mí, sino al propio Sesto,
que entonces me llama: cuando su mal libro he leído.

45

A Acmé Septimio, sus amores,
teniéndola en el regazo, “Acmé”, dice “mía,
si a ti perdidamente no te amo y a amarte en adelante
todos los años estoy asiduamente dispuesto,
cuanto el que capaz más es de perecer,
solo yo, en la Libia y en la India tostada,
salga al encuentro de un garzo león.”
Esto que dijo, Amor, como por la siniestra antes,
por la diestra estornudó su aprobación.
Mas Acmé, levemente su cabeza girando
y dulce de su chico los ebrios ojillos
con aquella purpúrea boca suavemente besando,
“Así”, dice, “mi vida, Septimillo,
a este único dueño sin cesar sirvamos,
como a mí un mucho mayor y más acre
fuego me arde en mis blandas medulas.”
Esto que dijo, Amor, como por la siniestra antes,
por la diestra estornudó su aprobación.
Ahora, de un auspicio bueno partidos,
con mutuos ánimos aman y son amados:
a su sola Acmé el pobrecillo Septimio
prefiere que a a las sirias y bretañas;
en su solo Septimio la fiel Acmé
hace sus delicias y placeres.
¿Quién a otras personas más dichosas
ha visto? ¿Quién una Venus más auspiciadora?

46

Ya la primavera, desheladas, vuelve a traer las templanzas,
ya del cielo equinoccial el furor,
con las agradables auras del céfiro, calla.
Sean abandonados los frigios, Catulo, campos,
y de la Nicea bullente el campo fértil.
A las claras ciudades de Asia volemos.
Ya mi mente estremecida ansía vagar,
ya alegres de su afán los pies cobran fuerzas.
Oh dulces compañías de mis camaradas, adiós:
a quienes, lejos a la vez de casa que partimos,
distintas vías, diversamente, nos devuelven.

47

Porcio y Socratión, las dos siniestras
de Pisón, sarna y hambre del mundo / pura,
¿a vosotros ha antepuesto a mi Veraníolo
y a mi Fabulo el capullo de Priapo aquel?
¿Vosotros banquetes aseados suntuosamente
de día hacéis, y mis camaradas
buscan en un cruce las invitaciones?

48

De miel los ojos tuyos, Juvencio,
si alguien me dejara sin parar besarlos,
sin parar hasta miles trescientos besaría,
ni nunca me parecería que saciado estaría,
no si más densa que las áridas aristas
fuera de nuestro besar la siembra.

49

Oh el más diserto de los de Rómulo nietos,
cuantos son y cuantos fueron, Marco Tulio,
y cuantos después en otros años serán,
gracias a ti máximas Catulo
te da, el peor poeta de todos,
tanto el peor poeta de todos,
cuanto tú el mejor patrono de todos.

50

De ayer, Licinio, en el día, ociosos,
mucho bromeamos en mis tablillas,
como convenía que fuera a unos chicos delicados.
Escribiendo versículos, cada uno de nosotros
bromeaba con un ritmo ora éste, ora esotro,
rindiendo su vez entre el juego y el vino,
y de allí salí, por tu gracia
encendido, Licinio, y tus donaires,
que ni, triste de mí, la comida me agradara
ni el sueño cubriera de quietud mis ojos,
sino por todo el lecho indómito de furor
diera vueltas deseando ver la luz
para contigo hablar y junto a ti estar.
Mas, agotados de fatiga mis miembros, después que
semimuertos en mi cama yacían,
este, alegre amigo, poema te hice,
por el que percibieras mi dolor.
Ahora, audaz guárdate de ser, y las preces nuestras,
te rogamos, guárdate de despreciar, ojillo mío,
no sus castigos Némesis te demande a ti.
Es una vehemente diosa: de herirla te guardarás.

51

Aquel a mí, que par es a un dios, parece,
aquel, si impío no es, que supera a los divinos,
el que sentado en contra una y otra vez a ti
     te contempla y oye,
dulce riendo, lo que, pobre de mí,
todos me arranca los sentidos, pues una vez que a ti,
Lesbia, te he contemplado, nada tengo más yo
     de voz en la boca,
sino la lengua se atiere, tenue bajo mis órganos
una llama dimana, por el sonido suyo
tintinan mis oídos, y gemelas se cubren
     mis luces de noche.
El ocio, Catulo, para ti molesto es:
por el ocio exultas y demasiado vibras:
el ocio también a reyes antes y a dichosas
     perdió ciudades.

52

¿Qué es, Catulo, qué te demoras para morir?
En la silla curul el bocio de Nonio se sienta,
por el consulado perjura Vatinio:
¿Qué es, Catulo, qué te demoras para morir?

53

Me he reído de no sé quién ora, del corro,
que, cuando admirablemente los vatinianos
cargos mi Calvo había explicado,
admirado dice esto, y las manos levantando:
“Dioses magnos, mamarracho diserto.”

54

De Otón la cabeza que un pueblo es más diminuta,
y de Herio rústicamente semiaseadas las piernas,
sutil y leve el pedo de Libón.
Si no todo esto, que te desagradaran quisiera yo
a ti y a Fuficio, viejo recocido, ...
Enójate otra vez con mis yambos
de ello inmerecedores, único emperador.

55

Nos te rogamos, si por ventura no molesto te es,
nos muestres dónde están tus tinieblas.
A ti en el Campo menor te buscamos,
a ti en el Circo, a ti en todos los libelos,
a ti en el templo sagrado del supremo Júpiter.
A la vez, del Magno en el paseo,
a las mujercillas todas, amigo, prendí,
a las que con rostro vi, aun así, sereno.
“Ah, cededme”, así yo hostigaba,
“a Camerio a mí, malísimas chicas.”
Una dice, un seno sacando:
“Helo aquí, de rosa en mis pezones se esconde.”
Pero a ti ya soportarte de Hércules una labor es:
con tan gran arrogancia a ti te niegas, amigo.
Dinos dónde has de estar, sal
audazmente, entrégate, confíate a la luz.
¿Ahora te tienen de lechecilla unas chicas?
Si la lengua tienes cerrada en la boca
los frutos desperdicias del amor todos.
De la verbosa charla goza Venus.
O, si quieres, lícito sea que cierres el paladar,
mientras de vuestro amor sea yo partícipe.

56

Oh cosa ridícula, Catón, y divertida
y digna de los oídos y de tu carcajada.
Ríe todo lo que amas, Catón, a Catulo:
cosa es ridícula y por demás divertida.
Sorprendí ora a un chiquillo que a una chica
meneaba; a él yo, si place a Dione,
con el pértigo de la mía rígida, lo abatí.

57

Pulcramente les va a estos inmorales sodomitas,
a Mamurra, el bardaje, y a César,
y no es admirable: manchas pares en los dos,
urbana la una, y aquella formiana,
impresas en ellos residen y no se limpiarán,
morbosos al par, gemelos los dos,
en una misma camilla instruidillos ambos,
no éste que aquél más voraz adúltero,
rivales socios de las chiquillas.
Pulcramente les va a estos inmorales sodomitas.

58

Celio, la Lesbia nuestra, la Lesbia aquella,
aquella Lesbia que Catulo sola
más que a sí y a los suyos amó todos,
ahora, en los cruces y las callejas,
desbulla a los magnánimos, de Remo nietos.

58B

No si el guardia yo me fingiera aquel de los cretes,
no Ladas yo, o el piealado Perseo,
no si el pegáseo vuelo me llevara,
no el de Reso, el de la nívea y rauda biga,
añade ahí piedepluma y volátiles,
y de los vientos al par requiere la carrera,
que juntos, Camerio, a mí me dedicaras:
agotado yo, aun así, en todas mis medulas,
y por muchos desmayos consumido
estaría, a ti, amigo, de buscarte.

59

La bononiense Rufa a Rúfulo chupa,
la mujer de Menenio, la que a menudo en los sepulcretos
visteis de la propia pira arrebatar la cena,
cuando, el devuelto pan del fuego persiguiendo,
por el medio afeitado incinerador era golpeada.

60

¿Acaso a ti una leona en los montes libistinos,
o Escila ladrando por la más baja parte de sus ingles,
de tan mente dura te engendró y agresiva,
que de un suplicante la voz en su postrero lance
despreciada tuvieras, ah tú, demasiado fiero corazón?



61

Del collado heliconio oh
cultivador, de Urania el vástago,
que arrebatas a la tierna virgen
hasta su hombre, oh Himeneo Himen,
     oh Himen Himeneo, 5
ciñe tus sienes de flores
de la suave oliente mejorana,
el flámeo coge alegre: aquí,
aquí ven, en tu níveo pie
     llevando lúteo el zueco, 10
y, despertando en este risueño día,
las nupciales canciones
entonando con voz tintinante,
golpea la tierra con los pies, con la mano
agita la pínea tea, 15
puesto que Junia con Manlio,
cual la que el Idalio honrando
vino al frigio juez,
Venus, buena ella, con buena
     ave, se casa la virgen, 20
radiante como con sus floridos
ramilletes el mirto asiano,
los que las Hamadríades diosas
por juego para sí nutren
     con rorante humor. 25
Por lo cual, vamos, aquí tu entrada haz
y sigue abandonando las aonias
grutas de la tespia roca,
por sobre las cuales la ninfa irriga,
     refrescándolos, Aganipe, 30
y a su casa a la dueña llama,
de su esposo nuevo deseosa,
su mente con el amor atando,
como la tenaz hiedra aquí y allá
     su árbol estrecha, errante. 35
Y vosotras igual, a la vez, íntegras
vírgenes, a las que adviene
semejante un día, vamos, al compás
decid oh Himeneo Himen,
     oh Himen Himeneo, 40
para que más gustosamente, oyendo
que citado es a su propio
deber, aquí su entrada haga,
conductor de la buena Venus, del buen
     amor uncidor. 45
¿Qué dios más se ha por los ama-
dos amantes de pretender?
¿A quién honran los hombres más,
de los celestiales, oh Himeneo Himen,
     oh Himen Himeneo? 50
A ti para los suyos trémulo el padre
te invoca, para ti las vírgenes
la cintilla sueltan a sus senos,
a ti, temeroso, con deseoso oído
     procura captarte el nuevo marido. 55
Tú al fiero joven en las manos
una florida chiquilla, tú mismo,
le das, del regazo de la madre
suya, oh Himeneo Himen,
     oh Himen Himeneo. 60
Nada puede sin ti Venus,
que la fama buena apruebe,
nada útil obtener: mas puede
si tú quieres: ¿quién a este dios
compararse osaría? 65
Ninguna casa puede sin ti
hijos libres dar, ni padre
en una estirpe apoyarse; mas puede
si tú quieres: ¿quién a este dios
     compararse osaría? 70
La que de tus sacrificios carezca
no podría dar defensores,
esa tierra, a sus fronteras: mas pueda,
si tú quieres: ¿quién a este dios
     compararse osaría? 75
Los cierres abrid de la puerta:
la virgen llega, ¿no ves que las antorchas
sus espléndidas melenas agitan?
<¿Por qué te demoras? Se va el día:
que salgas, nueva casada,
y, o no mires atrás tu casa,
la que fue tuya, o no tus pies>
retrase tu genuino pudor,
al cual, aun así, más oyendo, 80
llora porque marchar necesario es.
De llorar deja. No para ti, Au-
runculeya, peligro hay,
de que a ninguna mujer más bella,
claro desde el Océano, el día 85
     viera venir.
Tal, en el variado jardincillo
suele, de tu rico dueño,
estar la flor jacintina.
Pero te demoras, se va el día: 90
     que salgas, nueva casada.
Que salgas, nueva casada, si
ya parece, y oigas
nuestras palabras. ¿No ves? Las antorchas
sus áureas melenas agitan: 95
     que salgas, nueva casada.
No el tuyo, leve, a malos
adulterios dado, tu hombre,
oprobios indecentes persiguiendo,
de tus tiernos pechos 100
querrá levantarse,
sino como la flexible vid
los contiguos árboles estrecha,
se estrechará en tu
abrazo. Pero se va el día: 105
     que salgas, nueva casada.
Oh, cama que, de todos
<los amores digna, instruye
con veste purpúrea Tiro,
sostiene la India, del ebúrneo>
lecho con el cándido pie;
los que para tu amo vienen,
cuán grandes goces, que en la errante 110
noche, que en el medio del día
él goce. Pero se va el día:
     que salgas, nueva casada.
Levantad, oh chicos, las antorchas:
el flámeo veo venir. 115
Id, cantad al compás
“Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.”
No más tiempo calle la procaz
fescenina burla, 120
ni nueces a los chicos niegue,
al oír abandonado de su dueño
     el amor, el concubino.
Da nueces a los chicos, inerte
concubino, bastante tiempo 125
disfrutaste de las nueces: place
ya servir a Talasio,
     concubino, nueces da.
Te hastiaban a ti las villanas,
concubino, hoy y ayer: 130
ahora el cinerario la cara
tundirá tuya. Triste, ah triste
concubino, nueces da.
Se dice de ti que mal de tus
lampiños, ungüentado marido, 135
te abstienes, pero abstente.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Sabemos que esto para ti, que lícito es,
solo es conocido, pero para un marido 140
eso mismo no lícito es.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Casada, tú también, lo que el hombre
tuyo pida, guárdate de no negarle, 145
no a buscarlo de otro lugar vaya.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Mira para ti qué casa poderosa
y feliz la del marido tuyo, 150
la cual a ti deja que sirva
–Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo–
hasta que sin cesar tu trémula sien,
al moverla tu cana ancianidad, 155
todo a todos asienta.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Traspasa con presagio bueno,
al umbral, tus áureos pies, 160
y la pulida puerta alcanza,
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Contempla dentro cómo recostado
el hombre tuyo en un tirio diván 165
todo te acecha a ti.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
A él no menos que a ti
en su pecho íntimo arde 170
la llama, pero profundamente más.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Suelta el bracito torneado,
pretextado, de la chiquilla: 175
ya a la cama venga de su hombre.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Vosotras, buenas mujeres, de vuestros
viejos hombres conocidas bien, 180
colocad a la chiquilla.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Ya puedes venir, marido:
tu mujer en el tálamo para ti está 185
con su carita en flor brillante,
una blanca parténice al igual,
     o una lútea adormidera.
Mas, marido, así me valgan
los celestiales, nada menos 190
bello eres, ni a ti Venus
te descuida. Pero se va el día:
     sigue, no te demores.
No largo tiempo demorado te has:
ya vienes. Buena a ti Venus 195
te ayude, ya que abiertamente
lo que deseas, deseas , y, bueno,
     no escondes tu amor.
Deduzca él del polvo
áfrico y de las estrellas 200
rielantes su número antes:
el que enumerar quiere
     de vuestro juego los muchos miles.
Jugad como os plazca, y en breve
hijos libres dad. No honra 205
a tan viejo nombre
sin hijos estar, sino de ahí mismo
     siempre engendrar.
Que un Torcuato, quiero, pequeñito,
desde el regazo de la madre suya 210
alargando sus tiernas manos
dulce ría a su padre
     medio abierto su labiecillo.
Sea semejante a su padre
Manlio, y fácilmente por los ajenos 215
todos sea reconocido,
y el pudor de la madre
     suya indique en su rostro.
Tal alabanza de él, debida
a su buena madre, su linaje haga bueno, 220
cual única, debida a la mejor
madre, en Telémaco, el de Penélope,
permanece la fama.
Cerrad las entradas, vírgenes.
Hemos jugado bastante. Mas, buenos 225
esposos, bien vivid y,
con vuestra entrega asidua, esa vigorosa
     juventud ejercitad.

62

               Jóvenes
Véspero viene, jóvenes, levantaos: Véspero al Olimpo,
esperadas largo tiempo, apenas al fin sus luces está elevando.
De levantarse ya el tiempo, ya pingües de dejar las mesas,
ya llegará la virgen, ya se dirá el Himeneo.
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo. 5

               Muchachas
¿Divisáis, doncellas, a los jóvenes? Levantaos, por contra.
Sin duda sus eteos fuegos muestra el Noctífero.
Así, por cierto, es: ¿no ves cuán raudamente se han levantado?
No temerariamente se han levantado, cantarán lo que de vencer digno es.
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo. 10

               Jóvenes
No fácil para nosotros, camaradas, la palma preparada está:
contemplad las doncellas entre sí cómo lo ensayado repasan.
No en vano ensayan: tienen lo que memorable sea,
y no admirable cosa: en profundidad ellas con toda su mente se afanan.
Nosotros en un lado las mentes, en otro dividimos los oídos; 15
en buena ley, pues, seremos vencidos: ama la victoria el cuidado.
Por lo cual ahora al menos los ánimos concentrad vuestros.
A decir ya empezarán, ya responder honrará.
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

               Muchachas
Héspero, ¿cuál en cielo rota más cruel fuego, 20
que a su nacida puedes del abrazo arrancar de su madre:
del abrazo de su madre, en él prendida, arrancar a su nacida,
y a un joven ardiente, casta, donar a la chica?
¿Qué hacen los enemigos, cautiva la ciudad, más cruel?
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo. 25

               Jóvenes
Héspero, ¿cuál en el cielo luce más alegre fuego,
que los prometidos matrimonios afirmas con tu llama,
los que pactaron los maridos, pactaron antes los padres,
y no se uncieron antes de que él se elevó, tu ardor?
¿Qué es dado por los divinos, que esta feliz hora, más deseado? 30
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

               Muchachas
Héspero de nosotras, camaradas, arrebató a una
<pues con su llegada trae para todos él los peligros;
de noche temen todos, salvo los que lo ajeno buscan,
a quienes tú, Héspero, con tus rayos blandos, acucias a que se enciendan.
Mas, agrada a las muchachas ensalzarte con injusta loa.
¿Qué pues, si te loan, para sí pronto a quien cada cual temerá?
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

               Jóvenes
Héspero, a ti las doncellas ahora con falsa acusación te hieren:>
pues con tu llegada vigila la custodia siempre,
de noche se ocultan los ladrones, los que tú mismo, a menudo, al volver,
Héspero, sorprendes con el mudado nombre de Eoo. 35
Mas, place a las doncellas con una fingida queja carpirte:
¿Qué, pues, si te carpen, a quien con tácita mente buscan?
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

               Muchachas
Como una flor, en los cercados jardines secreta, nace,
desconocida para el ganado, de ningún arado desgarrada, 40
que acarician las auras, afirma el sol, cría la lluvia:
muchos chicos a ella, muchas chicas la desearon;
la misma, cuando la cogío, cuando la carpió una tenue uña,
no hay un chico que a ella, no hay que la desee una chica:
así la virgen, mientras intacta sigue estando, mientras, cara a los suyos es. 45
Cuando ha perdido, manchado su cuerpo, su casta flor,
ni a los chicos agradable sigue siendo, ni cara a las chicas.
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

               Jóvenes
Como viuda la vid que en el desnudo campo nace
nunca ella se eleva, nunca benigna uva cría, 50
sino su tierno cuerpo doblegando a su inclinado peso
ya, ya toca con la raíz lo más alto de su flagelo;
a ella no hay un agricultor, no hay que la honre un novillo:
mas si acaso la misma ha sido a un marido olmo uncida,
muchos agricultores a ella, muchos novillos la honraron: 55
así la virgen, mientras intacta sigue estando, mientras, descuidada envejece.
Cuando un apto matrimonio a su maduro tiempo ella se ha procurado,
cara al marido más, y menos es enojosa al padre.
     [Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.]
Y tú no luches con tal esposo, virgen.
No justo es luchar a quien tu padre te entregó propio, 60
tu propio padre con tu madre, a quienes obedecer necesario es.
La virginidad no toda tuya es, en parte de tus padres es:
la tercia parte de tu padre es, parte fue dada, tercia, por tu madre:
tercia sola tuya es: no quieras luchar contra los dos
que al yerno suyo sus derechos al mismo tiempo que la dote dieron. 65
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

63

Sobre los altos mares llevado Atis en rápida balsa,
cuando el frigio bosque con su pie, por el deseo excitado, tocó
y se acercó a los opacos, de espesuras coronados lugares de la diosa,
aguijado allí por enfurecedora rabia, errante él en sus ánimos,
se desgarró del pubis, con agudo contra sí sílice, los pesos, 5
y de este modo, cuando dejados sintió para él unos miembros sin su hombre,
de todavía reciente sangre los suelos de la tierra manchando,
con unas níveas manos, agitada, cogió el leve típano,
el típano tuyo, Cibebe, los inicios, Madre, tuyos,
y golpeando los lomos de un toro, cavos, con tiernos dedos, 10
a cantar esto a sus acompañantes comenzó, temblorosa:
“Vamos, id a los altos bosques, galas, de Cíbeles juntas,
juntas id, de la dindimena dueña errantes ganados,
las cuales, ajenos lugares buscando igual que exiliadas,
la secta mía siguiendo, bajo la conducción mía, mis compañeras, 15
la robadora sal del mar habéis sufrido y las truculencias del piélago,
y vuestro cuerpo emasculasteis, de Venus por demasiado odio;
alegrad del ama, con vuestro agitado errar, el ánimo.
La demora tarda de vuestra mente se aparte; juntas id, seguidme
a la frigia casa de Cibebe, a los frigios bosques de la diosa, 20
donde de los címbalos suena la voz, donde los tímpanos rugen,
donde el flautista frigio canta grave con su curvo cálamo,
donde sus cabezas las Ménades con fuerza sacuden, de hiedra ornadas,
donde los sacrificios santos con agudos alaridos hacen,
donde acostumbraba a revolotear aquella de la diosa errante cohorte, 25
adonde a nosotras honra apresurarnos con agitados tripudios.”

Una vez que esto a sus acompañantes Atis cantó, bastarda mujer,
el tiaso de repente en sus lenguas trepidantes aúlla,
el leve tímpano remuge, los cavos címbalos resuenan.
Al verde Ida agitado acude, presuroso el pie, el coro: 30
furibunda a la vez, anhelante, errante avanza, de aliento carente,
acompañada de su tímpano, Atis, por los opacos bosques conductora,
igual que una novilla que evita el peso, indómita, del yugo;
rápidas, a su conductora de apresurado pie siguen las galas.
Y de este modo, cuando la casa de Cibebe tocaron, cansaditas, 35
por su demasiada fatiga sueño toman, sin Ceres.
Perezoso, con vacilante languidez, sus ojos el sopor les cubre:
se marcha, en la quietud muelle, el rábido furor de su ánimo,
pero cuando, de cara áurea, el Sol con sus radiantes ojos
lustró el éter blanco, los suelos duros, el mar fiero, 40
y expulsó de la noche las sombras con sus vivos corceles,
entonces el Sueño, de la despierta Atis huyendo, rápido se marcha;
trepidante su seno, lo recibe la diosa Pasitea.
De ese modo, tras la quietud muelle, sin arrebatada rabia,
una vez que ella en su pecho, Atis, sus hechos remembró, 45
y con clara mente vio sin qué y dónde estaba,
con ánimo bullente de nuevo de regreso a los vados fue.
Allí, mares vastos divisando, lagrimantes los ojos,
a su patria se dirigió, afligida, de este modo, con la voz, tristemente:
“Patria, oh, mi creadora, patria, oh, mi engendradora, 50
yo cuán desgraciado te he abandonado, como a sus dueños los huidores
sirvientes suelen, y del Ida a los bosques llevé mi pie,
para, cabe la nieve y de las fieras las heladas guaridas, estar,
y de ellas en todos los escondites entrar, furibunda.
¿Dónde, pues, o en qué lugares, a ti puesta, patria, te creeré? 5500
Ansía mi misma pupila a ti dirigir su centro,
de rabia fiera careciendo mientras, breve tiempo, mi ánimo está.
¿Es que de mi casa apartada me tornaré a estos bosques?
¿De patria, bienes, amigos, padres, lejos estaré?
¿Estaré lejos de foro, palestra, estadio y gimnasios? 60
Triste, ah, triste, de quejarte has más y más, ánimo mío.
¿Pues qué género y figura hay que yo no enfrentara?
Yo mujer, yo adolescente, yo efebo, yo niño,
yo del gimnasio fui la flor, yo era la honra del aceite.
Mis puertas concurridas, mis umbrales tibios, 65
mi casa de floridas coronas ceñida estaba,
de abandonar cuando había yo, surgido el sol, el dormitorio.
¿Yo ahora de los dioses en ministra y de Cíbeles en sirvienta devendré?
¿Yo Ménade, yo de mí parte, yo hombre estéril seré?
¿Yo, del verde Ida por la álgida nieve vestidos, los lugares honraré? 70
¿Yo mi vida haré bajo las altas cumbres de Frigia,
donde la cierva, de la espesura amante, donde el jabalí, que el bosque erra?
Ya, ya me duelo lo que hice, y ya, ya me pesa.”
Cuando de los rosas labiecillos suyos este sonido veloz salió,
a los gemelos oídos de los dioses estos nuevos mensajes trayendo, 75
al punto, su uncida junta desatando Cíbele a sus leones,
y al de la izquierda, de los ganados enemigo, aguijando, de este modo habla:
“Vamos ya”, dice, “vamos, feroz ve, haz que a él el furor lo mueva,
haz que del furor por la herida de vuelta a los bosques vaya,
de mis imperios libremente demasiado el que huir ansía. 80
Vamos, hiérete las espaldas con la cola, tus azotes sufre,
haz que todos con tu mugiente rugido estos lugares retruenen,
tu rútila crin, feroz, sobre tu torosa cerviz agita.”
Dice esto amenazante Cibebe, y desliga los yugos con la mano.
El fiero por su parte, a sí mismo, arrebatador, exhortándose, se incita en su ánimo, 85
avanza, brama, rompe brozas con pie errante.
Mas cuando a los húmedos lugares del blanqueciente litoral se acerca
y tierna vio a Atis cerca de los mármoles del piélago,
lanza su embestida: ella demente huye a los bosques fieros.
Allí siempre, todo de su vida el espacio sirvienta fue. 90
Diosa, Magna diosa, Cibebe, diosa dueña del Díndimo,
lejos de la mía tu furor sea todo, ama, de mi casa:
a otros lleva, excitados, a otros lleva, rábidos.

64

     En el pelíaco vértice un día nacidos pinos,
se dice que por las límpidas olas de Neptuno nadaron,
del Fasis hacia los flujos y los confines eeteos,
cuando selectos jóvenes, de la argiva juventud los robles,
la áurea piel anhelando arrebatar de los colcos, 5
se atrevieron los vados salados a recorrer en rápida popa,
las azules superficies barriendo con palmas de abeto.
La divina para ellos, la que retiene en las supremas ciudades los recintos,
ella misma hizo, que con leve soplo volara, un carro,
la pínea trama unciendo a la encorvada quilla. 10
Ella a Anfitrite, ruda en esta carrera, la primera imbuyó,
la cual, una vez que con su espolón hendió la ventosa superficie,
y, volteada a remo, de espumas se encaneció la onda,
emergieron del candente torbellino del estrecho sus rostros
las ecuóreas Nereides, el prodigio admirando. 15
En aquella luz, † no en otra †, vieron a las marinas
Ninfas los mortales con sus ojos, desnudado su cuerpo,
hasta las mamas sobresaliendo del torbellino cano.
Entonces, de Tetis por el amor, que Peleo se encendió se cuenta,
entonces Tetis no despreció, humanos, unos himeneos, 20
entonces, que a Tetis uncirse debía Peleo, el Padre mismo sintió.
     Oh en un tiempo de los siglos demasiado anhelados nacidos,
héroes, salud tened, de los dioses el linaje, oh de sus madres buena 23a
progenie, salud tened de nue<vo, de sus madres buenas> 23b
A vosotros yo a menudo, con mi canción, a vosotros os apelaré,
y a ti, tan eximiamente por estas teas felices acrecido, 25
de Tesalia el baluarte, Peleo, al que Júpiter mismo,
el mismo de los dioses genitor, concedió sus amores,
¿acaso a ti Tetis no te tuvo, bellísima Nerina?
¿Acaso a ti Tetís no te concedió que te llevaras a su nieta,
y el Océano, el que de mar todo rodea al orbe? 30
     A los cuales, una vez que cumplido el tiempo las anheladas luces
llegaron, toda Tesalia la casa con su concurso
frecuenta: se llena la regia de su alegre asistencia.
Sus dones llevan ante sí, en su rostro declaran sus gozos.
Desierta queda Cieros/Esciros, dejan la ptiótica Tempe 35
y de Crannón las casas y las murallas lariseas;
a Farsalo llegan, los farsalios techos concurren.
Las tierras no cultiva nadie, se mullen los cuellos de los novillos,
no, humilde, con los curvos rastrillos se purga la viña,
no la hoz atenúa, de los podadores, del árbol la sombra, 41
no el terrón arranca con la inclinada reja el toro, 40
sucia robín los desiertos arados recubre.
Mas de él las sedes, por donde quiera que opulenta se expande
la regia, de fulgente oro resplandece y plata.
Brilla el marfil en los solios, le lucen las copas a la mesa, 45
toda la casa goza, del real tesoro espléndida.
El lecho genital, empero, de la diosa, se coloca
de las sedes en medio, el que, pulido con indo diente,
teñida de róseo molusco, cubre una púrpura con fuco.
     Esta veste, con primitivas figuras de hombres variada, 50
de los héroes las virtudes indica con admirable arte.
     Pues, de sonante oleaje en el litoral de Día, escudriñando,
a Teseo marchar con su veloz armada mira,
indómitos furores en su corazón llevando, Ariadna,
y no todavía ella, lo que contempla, que contempla cree: 55
como que ella, del falaz sueño entonces sólo despierta,
abandonada, a sí misma, triste, se discierne en la sola arena.
Mas el desmemoriado joven huyendo pulsa los vados a remos,
incumplidas dejando sus promesas a las ventosas tormentas.
A él, lejos, desde el alga, con afligidos ojillos la Minoide, 60
pétrea, como la efigie de una bacante, escudriña, ay,
escudriña, y en las grandes olas de las angustias fluctúa,
sin retener en su flava cabeza la sutil mitra,
sin proteger velado su pecho con su leve atuendo,
sin ligar con la torneada faja de leche sus pechos, 65
lo cual todo, resbalado de entero su cuerpo por doquier,
de ella ante los pies, con los flujos de sal jugaban.
Pero ni entonces de la mitra, ni entonces de la suerte de su fluente
atuendo ella curando, con todo su pecho de ti, Teseo,
con todo su ánimo, con toda pendía, perdida ella, su mente. 70
Ah triste, a quien con asiduos lutos consternó
Ericina, espinosas angustias sembrando en su pecho,
en aquella temporada, desde aquel tiempo en que feroz Teseo,
saliendo de los curvos litorales del Pireo
tocó del injusto rey los gortinios templos. 75
     Pues se cuenta que otrora, por una cruel peste obligada
de la muerte de Androgeón los castigos a expiar,
unos elegidos jóvenes a la vez, y la honra de las doncellas,
la Cecropia había solido dar de festín al Minotauro.
Como angustiadas por esos males sus murallas padecieran, 80
el propio Teseo el cuerpo suyo por su querida Atenas
arrojar prefirió, mejor que tales funerales
hacia Creta desde la Cecropia –y no funerales– portados fueran.
Y de este modo, en una nave leve apoyado y con lenes auras,
al magnánimo Minos viene y sus sedes soberbias. 85
A él, una vez que con deseosa luz lo contempló la virgen
regia –a la cual, espirando suaves olores, un casto
lecho en el blando abrazo de su madre alimentaba,
cuales los mirtos ciñen del Eurotas las corrientes,
o el aura primaveral cría distintos colores–, 90
no antes de él sus flagrantes luces
declinó, que en todo su cuerpo concibió una llama,
profundamente, y ardió toda en sus más hondas medulas.
Ay quien tristemente causas con despiadado corazón furores,
santo muchacho, con las angustias de los hombres quien gozos mezclas, 95
y tú la que reinas los golgos, la que el Idalio frondoso:
con cuáles oleajes agitasteis, encendida en su mente,
a la muchacha, por el flavo huésped a menudo suspirando.
Cuántos ella soportó, doliente su corazón, temores,
cuánto, a menudo, más que el fulgor palideció del oro, 100
cuando, deseando en contra contender al salvaje monstruo,
o la muerte buscaba Teseo, o los premios de la alabanza.
No ingratas aun así, en vano, ofrendas a los divinos
prometiendo ella, con tácito labiecillo asumió unos votos.
Pues como en lo alto del Tauro agitando sus brazos 105
a una encina, o a un conífero pino de sudante corteza,
un indómito torbellino, contorsionando con su soplo su robustez,
lo arranca: el árbol, lejos, desenterrado de raíz,
hacia adelante cae, ampliamente todo cuanto se encuentra quebrando,
así, domado su cuerpo, a aquel salvaje postró Teseo, 110
que para nada lanzaba a los vanos vientos sus cuernos.
De allí su pie a salvo con mucha alabanza tornó,
sus errabundas plantas rigiendo con tenue hilo,
para que, de las laberínteas curvas al salir,
no lo engañara de ese techo su inobservable extravío. 115
     Pero, a qué yo, de la primera canción apartado, más cosas
conmemore: cómo abandonando de su genitor la hija el rostro,
cómo de su consanguínea el abrazo, cómo después el de su madre,
la cual en su triste hija perdidamente se alegraba,
a todo ello, de Teseo el dulce amor antepusiera; 120
o cómo transportada fuera en balsa a los espumosos litorales de Día,
o cómo a ella, religadas sus luces por el sueño,
la abandonara con desmemoriado pecho partiendo su esposo.
A menudo que ella, se cuenta, con ardiente corazón enfurecida,
clarísonas voces vertió desde lo más hondo de su pecho, 125
y que entonces triste ascendía a abruptos montes,
de donde su mirada del piélago al vasto hervor tendiera;
que, entonces, de la trémula sal corría hacia las contrarias ondas,
sus blandos ropajes levantando de su desnudada corva,
y que estas cosas en sus extremas quejas afligida decía, 130
frigidillos sollozos de su mojado rostro suscitando:
“¿Cómo es que así a mí, de las patrias aras lejos, pérfido, llevada,
pérfido, en un desierto litoral me dejaste, Teseo?
¿Cómo es que así partiendo, despreciado el numen de los divinos,
ah desmemoriado, sacrílegos perjurios a tu casa portas? 135
¿Es que ninguna cosa pudo de tu cruel mente doblegar
el consejo? ¿Para ti ninguna hubo clemencia presente,
para que tu despiadado pecho de nos quisiera condolerse?
Mas no estas, un día, blandas promesas me diste
con tu voz a mí, no esto a mí, triste, esperar me mandabas, 140
sino matrimonios alegres, sino optados himeneos,
lo cual todo, aéreos, desgarran incumplido los vientos.
Ahora ya ninguna mujer a un hombre que jura crea,
ninguna de un hombre espere que los discursos sean fieles;
quienes, mientras algo su deseoso ánimo anhela obtener, 145
nada temen jurar, nada prometer perdonan;
pero una vez que de su deseosa mente saciada la libido ha sido
sus dichos nada temen, nada de sus perjurios curan.
Ciertamente yo a ti, en medio hallándote del torbellino de la muerte
de él te arranqué, y mejor a mi germano perder resolví 150
que a ti, falaz, en ese supremo tiempo faltarte.
En vez de lo cual, para ser desgarrada por las fieras dada seré, y por las aves
como presa, y no seré sepultada, muerta, sobre mí echada tierra.
¿Qué leona a ti te engendró bajo una sola peña,
qué mar, concebido, a las espumantes ondas te escupió, 155
qué Sirte, qué Escila rapaz, qué vasta Caribdis,
quien tales premios devuelves por la dulce vida?
Si para ti de corazón no habían sido los matrimonios nuestros,
porque te aterraban los preceptos de tu antiguo padre,
aún y así, pudiste a vuestras sedes conducirme, 160
quien a ti con gozoso esfuerzo te sirviera como esclava
tus cándidas plantas acariciando con claras linfas,
o con purpúrea veste cubriendo el lecho tuyo.
Pero ¿por qué yo a las ignorantes auras para nada me queje,
consternada por este mal, que de ningunos sentidos dotadas, 165
ni emitidas oírlas pueden, ni devolverme, palabras?
Pues él casi ya en mitad de las ondas se halla
y ningún mortal comparece en esta vacía alga.
Así, demasiado insultante en mi extremo tiempo, salvaje,
la suerte incluso a nuestras quejas niega oídos. 170
Júpiter todopoderoso, ojalá no, en ese tiempo primero,
los gnosios litorales hubiesen tocado las cecropias popas,
ni al indómito toro trayendo ominosos tributos,
el pérfido navegante en Creta hubiese religado su cuerda,
ni el malvado ese, escondiendo en su dulce hermosura sus crueles 175
consejos, en nuestras sedes hubiese descansado, el huésped.
Pues ¿a dónde me restituiré? ¿En qué esperanza, perdida, me esforzaré?
¿A los ideos montes acudiré? Mas con este abismo ancho
separándome, la bravía superficie del ponto me divide.
¿Acaso de mi padre auxilio espere, al que yo misma abandoné, 180
a un joven asperjado con la fraterna matanza siguiendo?
¿De mi esposo acaso fiel me consuele a mí propia con el amor,
el cual, no acaso huye encorvando los flexibles remos en el abismo?
Demás de esto, ningún techo honra esta solitaria isla,
ni se ofrece una salida, del piélago ciñendo las ondas. 185
Ningún cálculo de huida, ninguna esperanza: todas las cosas mudas,
todas están desiertas, ostentan todas perdición.
No, aun así, antes languidecerán las luces mías de muerte,
ni previamente de mi fatigado cuerpo se separarán mis sentidos,
de que mi justa, mucha fe, de los divinos demande, 190
traicionada, y la de los celestiales suplique en esta postrema hora.
Por ello, las que los hechos de los hombres multáis con vengador castigo,
Euménides, cuya frente, ceñida de serpentino
cabello, delante porta de vuestro espirante pecho las iras,
aquí, aquí advenid y las quejas escuchad mías. 195
las que a mí, ah triste, de mis extremas medulas a proferir
se me obliga, desvalida, ardiente, de amente furor ciega,
las cuales, puesto que verdaderas nacen de mi pecho más hondo,
vosotras no queráis sufrir que el luto se desvanezca nuestro,
sino que con la misma mente que sola Teseo a mí me abandonó, 200
con tal mente, diosas, se manche de muerte a sí y a los suyos.”
     Después que de su afligido pecho vertió estas voces,
suplicio por unas salvajes acciones demandando ansiosa,
asintió con su invicto numen de los celestes el regidor,
con cuyo movimiento la tierra, y hórridas retemblaron 205
las superficies, y sus rielantes estrellas sacudió el cosmos.
Él, entonces, de ciega calina su mente, Teseo,
sembrando, de su olvidado pecho despidió todos
los mandados que previamente con constante pensamiento retenía,
y las dulces señas no alzando para su afligido padre, 210
salvo, al Erecteo puerto se mostró, que le viera.
Pues cuentan que otrora, cuando a su nacido, al que con su armada abandonaba
las murallas de la divina, a los vientos confiara Egeo,
tales mandados, abrazado al joven, le dió:
 “Mi nacido, para mí que mi larga vida más agradable, único, 215
devuelto en el extremo cabo, poco ha, a mí, de mi vejez, 217
mi nacido, yo al que a dudosos casos obligado me veo a despedir, 216
puesto que la fortuna mía y la tu hirviente virtud
te me arrebata, contra mi voluntad, a ti de mí, cuyas lánguidas luces
todavía no se han de la querida figura de su nacido saciado, 220
no yo a ti gozoso y con alegre pecho te enviaré,
ni que lleves permitiré de una fortuna favorable las señas,
sino primero las muchas quejas mostraré de mi mente,
mi canicie con tierra y con vertido polvo manchando,
después, unos tiznados lienzos suspenderé de tu errante mástil, 225
que nuestros lutos y de la mente los incendios nuestra,
el algodón dirá, oscurecido con herrumbre ibera.
Que a ti, si te concediera la que el santo Itono honra,
la que nuestro linaje y las sedes de Erecteo defender
asintió, que del toro asperjes con la sangre tu diestra, 230
entonces verdaderamente harás que en memorioso corazón por ti guardados
estos mandados vivan, y ninguna edad los oblitere,
de modo que una vez que nuestras colinas divisen tus luces,
la funesta veste las entenas depongan de todas partes,
y cándidas velas alcen las trenzadas maromas, 235
que tan pronto yo las divise, con alegre mente mis gozos
reconozca, cuando a ti, de regreso, un tiempo próspero te asista.”
Estos mandados, antes con constante mente teniendo,
a Teseo, cual expulsadas por el soplo de los vientos las nubes
la aérea cumbre dejan de un níveo monte, lo abandonaron. 240
Mas su padre, como desde el alto recinto visibilidad buscaba,
sus ansiosas luces consumiendo en asiduos llantos,
en cuanto divisó de la tiznada vela los lienzos,
en picado, de los riscos desde el vértice, a sí propio se lanzó,
perdido creyendo por un despiadado hado a Teseo. 245
Así, en los techos, por la paterna muerte funestos, de su casa
entrando, el feroz Teseo, cual el luto que a la Minoide
él había causado con su mente desmemoriada, tal él mismo recibió.
La cual, entonces, contemplando la quilla, afligida, que se alejaba,
complejas angustias en su ánimo revolvía, herida. 250
     Mas, por parte otra, floreciente, volaba Yaco
con su tiaso de Sátiros y nisigenos Silenos,
a ti buscándote, Ariadna, por el amor encendido tuyo. *
Las cuales entonces, alegres, por doquier con ebria mente deliraban,
el evhoé báquico gritando, evohoé sus cabezas girando. 255
De ellas parte, de cubierta cúspide, agitaban tirsos,
parte de un despedazado novillo lanzaban los miembros,
parte con tortuosas serpientes a sí propias se ceñían,
parte oscuras orgias concurrían con cóncavas cestas,
orgias que en vano desean oír los profanos; 260
plañían otras con eminentes palmas los tímpanos,
o del torneado bronce su tenue tintineo sacaban;
para muchas roncos bombos exhalaban los cuernos
y la bárbara tibia chirriaba con un horrible canto.
     Con tales figuras ampulosamente la veste decorada, 265
el lecho abrazando, con su ropaje lo velaba.
Lo cual, después de que ávidamente contemplándolo, la tésala juventud
saciado se hubo, a los santos divinos empezó a ceder el lugar.
Entonces, cual con su aflato matutino el céfiro estremece
el plácido mar y suscita proclives olas, 270
la Aurora al surgir por los umbrales del errante Sol,
las cuales, tardamente primero, por su clemente soplo empujadas
avanzan y levemente suenan con el plañir de la carcajada,
tras ello, el viento al crecer, más, más se incrementan,
y, con la purpúrea luz, de lejos nadando, refulgen: 275
así entonces del vestíbulo abandonando los regios techos
a su casa cada uno con errante pie por doquier se retiraban.
De ellos tras la partida, adalid, desde el vértice del Pelión
adviene Quirón portando silvestres dones,
pues cuantas llevan los llanos, las que la tésala orilla 280
en sus grandes montes cría, las flores que cerca de las ondas
de un río pare el aura, fecunda del tibio Favonio,
éstas, en indistintas coronitas trenzadas, trajo él mismo,
con cuyo agradable olor acariciada la casa rió.
Rápidamente el Penío llega, el verdeante Tempe 285
abandonando, el Tempe, al que espesuras ciñen por encima
pendientes, que las hijas de Hemonia en concurridos coros han de celebrar:
y no de vacío, pues él trajo, de raíz, altas
hayas y de recto tronco eminentes laureles,
no sin un oscilante plátano, la flexible hermana 290
del inflamado Faetón, y un aéreo ciprés.
Ello alrededor de las sedes, anchamente entretejido, colocó,
que el vestíbulo, de muelle fronda velado, verdeara.
Tras éste sigue, de industrioso corazón, Prometeo,
atenuadas llevando las huellas de su vieja pena, 295
la que un día, a un sílice atados sus miembros con una cadena,
cumplió pendiendo de abruptos vértices.
Después el padre de los dioses con su santa esposa y sus nacidos
advino, en el cielo a ti solo, Febo, dejándote,
y a tu gemela a la vez, la que honra los montes del Idro: 300
pues a Peleo, contigo al par, tu hermana despreció
y de Tetis las teas no quiso celebrar, conyugales.
     Los cuales, después de que a los níveos asientos doblegaron sus cuerpos,
largamente, con múltiple festín equipadas fueron las mesas,
cuandon entre tanto, con infirme movimiento agitando sus cuerpos, 305
verídicos cantos las Parcas comenzaron a declarar.
Su cuerpo tembloroso, envolviéndolo por doquier, una veste
cándida, con una purpúrea orilla a los talones, ceñía;
mas róseas cintas descansaban en su nívea cabeza,
y su eterna labor sus manos carpían ritualmente. 310
La izquierda la rueca, de muelle lana revestida, retenía,
la derecha, ora levemente abajando los hilos, con los dedos
supinos los conformaba, ora en el prono pulgar torciéndolo,
el huso equilibrado volteaba con el torneado rocadero,
y de este modo, rasgándolo, igualaba siempre la obra el diente, 315
y los bocados de lana se adherían a los ariditos labiecillos,
los que previamente del flexible hilo habían quedado sobresalientes;
ante sus pies, en cambio, de candente lana, muelles
vellones custodiaban, de varitas hechas, unas cestas.
Ellas, entonces, con clarísona voz empujando los vellones, 320
tales hados vertieron en una divina canción,
en una canción de perfidia que después ninguna edad acusará.
     “Oh gloria eximia, que por tus grandes virtudes te acreces,
de Ematia protección, de Ops para el nacido queridísimo,
escucha el que en esta alegre luz a ti te revelan las hermanas, 325
el verídico oráculo: pero vosotros, a quienes los hados siguen,
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Advendrá a ti, ya portando lo que desean los maridos,
Héspero, advendrá con fausta estrella la esposa,
que a ti de doblegador amor la mente inunde, 330
y, languiditos, se preparará contigo a desposar sus sueños,
sus flexibles brazos sometiendo a tu robusto cuello.
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Ninguna casa tales nunca cobijó amores,
ningún amor con tal pacto desposó a unos amantes, 335
cual asiste a Tetis, cual concordia a Peleo.
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Nacerá a vosotros, privado de terror, Aquiles,
para los enemigos no por la espalda, sino por su fuerte pecho conocido,
quien muy a menudo, vencedor en el errante certamen de la carrera, 340
las flámeas huellas precederá de la veloz cierva.
     corred guiando las hebras, corred, husos.
No a él ningún héroe en la guerra se comparará
cuando los frigios llanos manen de teucra sangre,
y las troicas murallas tras asediar en prolongada guerra, 345
del perjuro Pélope las devaste el tercer heredero.
     corred guiando las hebras, corred, husos.
De él las egregias virtudes y claros hechos
a menudo confesarán, de sus hijos en el funeral, las madres,
cuando su descuidado pelo suelten de su cana cabeza 350
y sus marchitos pechos señalen con sus infirmes palmas.
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Pues igual que cortando las densas aristas el segador
bajo el sol ardiente los bronceados cultivos cosecha,
de los hijos de Troya los cuerpos abatirá con hierro infesto. 355
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Testigo será de sus grandes virtudes la onda del Escamandro,
que por doquier en el arrebatador Helesponto se difunde,
cuyo camino, que angostan las masacradas pilas de cuerpos,
sus altas entibiarán, mezcladas corrientes de masacre. 360
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Después, testigo será para la muerte también el devuelto botín,
cuando su torneada pira, compilada en un excelso montón,
reciba los níveos miembros de una abatida virgen.
     corred guiando las hebras, corred, husos. 365
Pues una vez que a los fatigados aquivos diera la suerte ocasión
de soltar los neptunios lazos de la ciudad dardania,
sus altos sepulcros se mojarán de la masacre de Políxena,
la cual, igual que sucumbida víctima por el dicéfalo hierro,
hará caer su trunco cuerpo, sometida su corva. 370
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Por lo cual, venga, los optados amores de vuestro ánimo desposad.
Reciba el esposo con feliz pacto a la divina,
sea dada, ansioso ya hace tiempo, la novia al marido.
     corred guiando las hebras, corred, husos. 375
No a ella su nodriza, al aparecer la luz, volviéndola a ver,
de la víspera el hilo a su cuello podrá circundar, 377
ni ansiosa la madre, afligida porque su discorde niña 379
duerme aparte, caros nietos cesará de esperar. 380
     corred guiando las hebras, corred, husos.
     Tales prenunciando un día, felices canciones
de Peleo, con divino pecho cantaron las Parcas.
Pues, presentes, antes las casas castas visitar
de los héroes, y a sí mismos mostrarse ante el mortal encuentro, 385
los celestiales, no todavía despreciada la piedad, solían.
A menudo el padre de los dioses en un templo fulgente revisándolos,
cuando los anuales sacrificios llegaban en sus festivos días,
contempló en tierra cien toros sucumbir.
A menudo errante Líber, del Parnaso por el vértice supremo, 390
a las Tíades, que derramados sus pelos evohé decían, condujo,
cuando los delfios, desde toda la ciudad a porfía lanzándose,
acogieran alegres al divino con humeantes aras.
A menudo, en el mortífero certamen de la guerra, Marte,
o del arrebatador Tritón la ama, o la Amarunsia virgen, 395
armadas catervas de hombres, presente, exhortó.
Pero después de que la tierra de crimen se imbuyó indecible,
y la justicia todos de su deseosa mente ahuyentaron,
inundaron sus manos de fraterna sangre los hermanos,
desistió a sus extinguidos padres el nacido de llorar, 400
deseó su genitor los funerales de su primogénito hijo,
para, libre, de la flor apoderarse de una doncella madrastra,
y la madre, sometiéndose ella, impía, a su ignorante hijo,
impía, no temió mancillar los divinos penates.
Todo lo decible y lo indecible, amalgamado en mal furor, 405
la justiciera mente de los dioses de nosotros apartó.
Por lo cual, ni tales uniones se dignan visitar,
ni ellos ser tocados soportan de la luz clara.

65

Aunque a mí, por un asiduo dolor deshecho, la angustia
     me revoca de las doctas, Hórtalo, vírgenes,
y capaz no es dulces criaturas de las Musas de producir
     el sentir de mi ánimo, en tan grandes males fluctúa él mismo:
pues hace poco, en el leteo abismo, de mi hermano 5
     el palidillo pie ha bañado la manante onda,
a quien la troya tierra, bajo el reteo litoral,
     arrebatado de nuestros ojillos, retiene:
¿nunca yo a ti <podré después de ahora oírte, que me hablas,
     nunca yo a ti>, que mi vida, hermano, más amable, 10
te veré, desde ahora?: mas ciertamente siempre te amaré,
     siempre afligidas canciones por tu muerte cantaré,
cuales bajo las densas sombras de las ramas
     la Daulia, que de su consunto Itilo los hados gime:
pero, aun así, en tan grandes duelos, Hórtalo, te envío 15
     estas, producidas para ti, canciones del Batíada,
para que tus palabras, en vano confiadas a los errantes vientos,
     que fluyeron acaso, no creas, de mi ánimo,
como, enviado a modo de furtivo presente de su prometido, un fruto
     se escurre del casto regazo de la virgen, 20
el que, triste de ella, olvidada, bajo el blando vestido colocado,
     cuando por la llegada de su madre se sobresalta, sale despedido,
y él en picado sale corriendo hacia delante,
     a ella le mana en su triste rostro un cómplice rubor.

66

Quien todas las luces distinguió del gran cosmos,
     quien de las estrellas los ortos reveló y sus óbitos,
cómo el flámeo brillo del arrebatador sol se oscurece,
     cómo se retiran en tiempos las estrellas ciertos,
cómo a Trivia, furtivamente por las latmias rocas relegándola, 5
     un dulce amor de su órbita la revoca aérea:
el mismo a mí, aquel Conón, en el celeste umbral me vio:
     de la cabeza de Berenice la melena,
fulgiendo con claror, a mí, a quien ella, a todos los dioses,
     sus flexibles brazos tendiendo, prometió, 10
en el tiempo en que el rey, por su nuevo himeneo acrecido,
     a devastar las fronteras asirias había ido,
dulces portando las huellas de la nocturna riña,
     la que por unos virgíneos despojos había sostenido.
¿Es para las nuevas casadas odiosa Venus? ¿Acaso de sus enamorados 15
     frustran ellas con falsas lagrimillas los goces,
que, copiosamente, del tálamo dentro de los umbrales vierten?
     No, así a mí los divinos me valgan, verdades gimen.
Esto la mía a mí con sus muchas quejas me lo enseñó, mi reina,
     cuando iba a avistar su nuevo marido los combates torvos, 20
y tú, no tu huérfano lecho deploraste, abandonada,
     sino de tu hermano caro la luctuosa separación.
Cuán hondamente tus afligidas medulas consumía la angustia,
     cómo a ti entonces, en todo tu pecho pesarosa,
de tus sentidos arrebatados tu mente se desprendió. Mas yo, ciertamente, 25
     te sabía, desde pequeña virgen, magnánima.
¿Acaso olvidado te has del buen logro por el que conseguiste un regio
     matrimonio, lo que no, más fuerte, osare alguien?
Pero en ese momento, afligida, su marido despidiendo, qué palabras hablaste,
     Júpiter, cuán a menudo enjugaste tus luces con la mano. 30
¿Quién a ti te ha mudado, tan gran dios? ¿Acaso es que los amantes
     no largamente de su querido cuerpo separarse quieren?
Y allí, a mí, a todos los divinos por tu dulce esposo,
     no sin taurina sangre, me prometiste,
si de vuelta viniese. Él, no en tiempo largo, 35
     la cautiva Asia de Egipto a las fronteras había añadido.
Por los cuales hechos yo, remitida a la celestial asamblea,
     esos primitivos votos con esta nueva ofrenda solvento.
Involuntaria, oh reina, de tu cabeza me retiré,
     involuntaria: lo juro por ti y tu cabeza, 40
y que su merecido lleve, si lo hay, quien inanemente jurare:
     pero ¿quién que él mismo, postularía, al hierro es par?
Aquel también subvertido monte fue, sobre el que, máximo,
     en las orillas, la progenie clara de Tía viaja,
cuando los medos parieron un nuevo mar, y cuando la juventud 45
     bárbara por mitad del Atos navegó.
¿Qué harían los cabellos, cuando al hierro tales cosas ceden?
     Júpiter, que la cálibe entera raza perezca,
y el que en un principio bajo la tierra buscar sus venas
     instituyó y del hierro estrechar su dureza. 50
Desjuntadas poco antes, mis guedejas hermanas mis hados
     deploraban, cuando, impeliéndose el etíope hermano
de Memnón con sus plumas, que el aire batían,
     a sí mismo se mostró, de Arsínoe la lócride el pájaro caballo,
y él por las etéreas sombras a mí elevándome, me lleva volando, 55
     y de Venus me coloca en el casto regazo.
Ella misma, la Cefirite, allí a un fámulo suyo había enviado,
     la griega habitante de los canopios litorales.
<hic liquidi > para que no solamente en la varia luz del cielo
     de las sienes de Ariadna fijada 60
la áurea corona quedara, sino que nos también fulgiéramos,
     votados despojos de una flava cabeza:
mojadita, del oleaje saliendo hacia los templos de los dioses a mí,
     como constelación nueva entre las antiguas, la diosa me puso.
De la Virgen y del salvaje León tocando, así pues, 65
     las luces, a Calisto unida, la Licaonia,
me torno al ocaso, conductora yo delante del tardo Boyero,
     que apenas en el vespertino, alto Océano se sumerge.
Pero aunque a mí de noche me huellan las plantas de los divinos,
     la luz, sin embargo, a la cana Tetís me restituye 70
(con el perdón tuyo confesar esto se pueda, Ramnusia virgen,
     pues yo no por nigún temor la verdad encubriré,
ni si a mí con hostiles palabras me atacan las estrellas
     para que lo recóndito de mi verdadero pecho no revele),
no de estas cosas tanto me alegro, cuanto estar yo separada siempre, 75
     estar separada yo de la cabeza de mi dueña, me crucifica,
con quien yo, mientras virgen otrora fue, de todos los ungüentos
     privada, humildes esencias bebí.
Ahora vosotras, a las que con su optada luz unció la tea,
     no antes a vuestros unánimes esposos vuestros cuerpos 80
entregad, desnudando, arrojado el vestido, vuestros pechos,
     de que, agradables a mí, presentes libe el ónice,
vuestro ónice, las que honráis las leyes para el casto lecho.
     Pero la que se ha dado a un impuro adulterio,
de ella, ah, malos dones el leve polvo beba, incumplidos, 85
     pues yo de las indignas premios ningunos busco.
Pero más bien, oh casadas, siempre la concordia vuestras
     sedes, siempre el amor las honre asiduo.
Tú en verdad, reina, cuando mirando las estrellas a la divina
     aplaques en los festivos días, a Venus, 90
de ungüentos privada no permitas que esté, tuya, yo,
     sino más bien generosos hazme estos presentes:
las estrellas ojalá se desplomaran, cabello regio yo me haga,
     próximo del Aguador fulgiera Oarion.

67

“Oh al dulce marido agradable, agradable al padre,
     salve, y a ti con buen poder Júpiter te acrezca,
puerta, la que a Balbo dicen que serviste benignamente,
     allá cuando estas sedes el propio viejo tenía,
y la que cuentan por contra que a su nacido serviste malignamente, 5
     después de que fuiste, estirado el viejo, hecha casada.
Dinos, vamos, a nos, por qué razón, mudada, se dice
     que contra tu dueño abandonaste tu vieja lealtad.”
“No –así a Cecilio yo plazca, al que entregada ahora he sido–
     culpa mía es, aunque dícese que es mía, 10
ni que pecado he yo, nadie capaz es de decir, algo
     verdaderamente, aun si del pueblo la vana hablilla lo hace,
el cual, por donde quiera que algo se halla no bien hecho
     a mí todos claman: ‘Puerta, culpa tuya es’.”
 “No aquesto bastante es que con una palabra tú lo digas, 15
     sino haz que cualquiera lo sienta y vea.”
“Cómo puedo. Nadie pregunta ni por saberlo se afana.”
     “Nos queremos. A nos decir no duda.”
“Primero, pues: una virgen, lo que se cuenta, que entregada fue a nos,
     falso es. No a ella su marido anterior la tocara, 20
que más lánguida a él colgándole su daguilla que una tierna acelga,
     nunca se sostuvo hasta mitad de la túnica.
Pero, el padre de él, que de su nacido violó el lecho
     se dice y esta pobre casa ultrajó,
sea porque su impía mente de ciego flagraba amor, 25
     o sea porque inerte, de estéril simiente, su nacido lo fuera,
de modo que buscar se hubiera de dónde † † un más nervoso algo
     que pudiera un ceñidor soltar virgíneo.”
“Egregio narras, y de admirable piedad, un padre,
     que él mismo, de su hijo, se meare en el regazo.” 30
“Mas con todo, no solo esto dice que ella conocido tiene
     Brixia, la que al cigeno mirador está sometida,
ante la que el flavo Mela corre, de muelle corriente,
     Brixia, de la Verona mía madre amada,
sino que sobre el postumio amor, y el de Cornelio, narra, 35
     con los que ella mal adulterio hizo.
Dijera aquí alguien: ‘A qué tú aquesto, puerta, sabes,
     a quien nunca de su dueño al umbral faltar lícito es,
ni al pueblo auscultar, sino aquí, fijada bajo el dintel,
     sólo cerrar sueles o abrir la casa.’ 40
A menudo a ella he oído, con furtiva voz, hablando
     sola con sus doncellas estas sus desvergüenzas,
por su nombre diciendo los que dijimos, cual capaz es la que, que yo,
     esperara, ni legua tenga ni oidillo.
Demás de esto añadía a uno que decir no quiero 45
     por su nombre, no levante rojos sus ceños.
Un largo hombre es, al que grandes pleitos infirió hace tiempo
     el falso parto de un mendaz vientre.”

68A

Que a mí, por la fortuna y la desgracia acerba tú oprimido,
     inscrito este epistolio con lágrimas, me envías,
para que a ti, náufrago arrojado a las espumantes olas de la superficie,
     yo te alivie y del umbral de la muerte te restituya,
a quien ni la santa Venus con muelle sueño que descanse, 5
     abandonado en lecho célibe, tolera,
ni de los viejos escritores con la dulce canción las Musas
     deleitan cuando tu mente ansiosa vigila:
esto grato es para mí, puesto que a mí amigo me dices tuyo,
     y presentes de las Musas de aquí buscas, y de Venus. 10
Pero para que a ti no te sea desconocido mi malestar, Manlio,
     ni que yo, que odio, creas, de un huésped el deber,
escucha en qué oleajes me sumerjo de la fortuna yo mismo,
     y no más, de este triste, dones dichosos busques.
En el tiempo en que por primera vez la veste a mí entregada pura fue 15
     una agradable primavera cuando mi edad florida pasaba,
a muchas cosas, bastante, jugué: no es la diosa desconocedora de nos,
     la que dulce amargura con las angustias mezcla.
Pero todo mi estudio con su luto la fraterna muerte a mí
     me lo ha arrebatado. Oh hermano arrancado, triste, a mí, 20
tú, tú muriendo rompiste mi bienestar, hermano,
     contigo al par toda ha sido la casa sepultada nuestra,
todos, contigo al par, se perdieron los goces nuestros,
     los que, en vida, el dulce amor alimentaba tuyo,
por cuya pérdida yo de toda mi mente hice huir 25
     estos estudios, y todas las delicias de mi ánimo.
Por lo cual, lo que escribes, de que en Verona indecente es para Catulo
     estar, porque aquí cualquiera de mejor nota
sus fríos miembros templa en un desierto lecho,
     esto, Manlio, no es indecente: más, triste es. 30
Disculparás, así pues, si lo que a mí el luto me ha arrancado
     esto a ti no te tributo como presentes, como no puedo.
Pues, que de escritores no gran provisión hay cabe mí,
     esto es porque en Roma vivimos: ella la casa,
ella para mí sede, allí mi edad se carpe; 35
     aquí un cofrecillo, de muchos, me sigue.
Lo cual como así sea, no quisiera que estimes que nos con mente maligna
     esto hacemos, o con ánimo no bastante ingenuo,
el que a ti, que lo pides, provisión de lo uno y lo otro dispuesta ha sido.
     de grado yo te lo ofrecería, provisión si alguna tuviera. 40

68B

No puedo callar, diosas, en qué cosa a mí Alio
     me valiera o con cuán grandes servicios me valiera,
no sea que, huyendo por los olvidadizos siglos, el tiempo
     este esfuerzo de él cubra con su ciega noche.
Pero os lo diré a vosotros: vosotros, más allá, decidlo a muchos 45
     miles, y haced que este pliego hable anciano
<para que en los versos nuestros incluso después de mis funerales viva>
     y sea conocido más, muerto, y más,
y no, su tenue tela tejiendo, la sublime araña
     en el desierto nombre de Alio su obra haga. 50
Pues, a mí qué angustia me diera la doble Amatusia
     sabéis, y en qué manera me abrasó,
cuando tanto yo ardiera cuanto la trinacria roca
     y la linfa de Malis en las eteas Termópilas,
y mis afligidas luces de asiduo llanto 55
     no cesaran, y de triste lluvia se humedecieron mis mejillas.
Cual en el vértice de un aéreo monte, perlúcido,
     un río brolla de su musgosa piedra,
el cual, cuando desde un inclinado valle en picado llegó rodando,
     por mitad su camino transita de un denso pueblo, 60
dulce alivio para el viandante cansado en su sudor,
     cuando el grave estío los abrasados campos quebraja;
e igual que en un negro tornado lanzados unos navegantes,
     más lenemente soplando un aura favorable les viene
ya cuando su plegaria de Pólux, ya de Cástor han orado: 65
     tal fue para nos de Alio el auxilio.
Él un cerrado campo abrió con amplia linde,
     y él una casa a nos, y él me dio a mi dueña
junto a la que comunes ejerciéramos nuestros amores;
     adonde mi radiante divina con blando pie 70
se vino, y en el hollado umbral su fulgente planta,
     apoyada en su delatora sandalia, apostó,
como un día flagrante advino, de su esposo por el amor,
     Laodamía a la casa de Protesilao,
empezada en vano, cuando todavía, con su sangre consagrada, 75
     la víctima a los celestiales amos no había pacificado.
Nada a mí tan intensamente me plazca, Ramnusia virgen,
     que temerariamente lo emprenda contra la voluntad de los amos.
Cuánto una ayuna ara ansía el piadoso crúor,
     lo aprendió Laodamía al perder a su marido, 80
de su esposo nuevo antes obligada a renunciar al cuello
     de que llegando uno, y de vuelta otro invierno,
en noches largas su ávido amor hubiese saturado,
     para poder vivir, truncado su matrimonio:
lo cual, sabían las Parcas, que no largo tiempo distaba 85
     si de soldado marchara a los muros ilíacos.
Pues, entonces, de Helena por el rapto, a los principales hombres
     de los argivos había empezado Troya hacia sí a incitar,
Troya, indecible, común sepulcro de Asia y Europa,
     Troya, de los hombres y las virtudes todas acerba ceniza, 90
la que también a nuestro hermano la triste muerte
     le infirió. Ay hermano a mí, triste, arrancado,
ay a mi triste hermano la agradable luz arrancada,
     a la vez que tú toda ha sido la casa sepultada nuestra,
todos, a la vez que tú, se perdieron los goces nuestros, 95
     los que, en vida, el dulce amor alimentaba tuyo,
Al que ahora, tan lejos, no entre conocidos sepulcros
     ni cerca de emparentadas cenizas compuesto,
sino en la Troya infausta, en la Troya malhadada sepultado,
     detiene en su extremo suelo una tierra ajena. 100
Hacia ella, entonces, apresurada, se cuenta que de todas partes la juventud
     griega sus penetrales fuegos había abandonado,
para que Paris, en una secuestrada adultera gozándose, libres
     ocios no pasara en un pacífico tálamo.
En aquel lance a ti entonces, bellísima Laodamía, 105
     arrebatado te fue, que tu vida más dulce y tu aliento,
tu matrimonio: en tan gran torbellino a ti absorbiéndote del amor
     el fervor, que en un abrupto báratro te había hundido,
cual cuentan los griegos que Feneo el cileneo casi
     secaba, ordeñada la laguna, el fértil suelo, 110
ése que en otra época, heridas del monte las medulas, oyó decir él
     que él lo había cavado, el de falso padre, el Anfitrioníada,
en el tiempo en el que con certera saeta los estinfalios monstruos
     alcanzó por el mandato de un peor amo,
de modo que más divinos del cielo hollaran la puerta, 115
     y Hebe no de más larga virginidad fuera.
Pero tu alto amor, que el báratro fue más alto aquel,
     el que, aunque indómita, a llevar el yugo te enseñó,
pues ni tan querida es la cabeza, para un padre agotado
     por la edad, de un tardío nieto que su única hija alimenta: 120
el cual, cuando, apenas al fin siendo encontrado para las riquezas del abuelo,
     su nombre éste ha inscrito en las testadas tablillas,
y los impíos goces de un burlado pariente evitando,
     ahuyenta de su cana cabeza un buitre;
ni tanto se regocijó en su níveo palomo ninguna 125
     collera suya, de la que, se dice, mucho más ímprobamente
besos con su mordiente pico siempre arranca
     que la que principalmente muy deseosa es, la mujer.
Pero tú, de éstos los grandes furores, venciste sola,
     cuando una vez te conciliaste con tu flavo marido. 130
O nada o poco a ella, entonces, de ceder digna,
     la luz mía se confirió a nuestro regazo:
de ella alrededor corriendo, de aquí y de allá, a menudo Deseo
     fulgía, radiante en su zafranada túnica.
La cual, aun así, aunque con un solo Catulo no se contenta, 135
     los raros hurtos soportaremos de mi vergonzosa ama
para no demasiado ser, de los necios al uso, molestos.
     A menudo también Juno, la más grande de los que el cielo honran,
de su esposo en la culpa su flagrante ira coció,
     conociendo del tododeseoso Júpiter sus muchos hurtos, 140
y aunque tampoco con los divinos a los hombres cotejar justo es,
     < yo no soporto tantos devaneos como Juno,
así que deja de quejarte y resuelto, Catulo, >
     la ingrata carga deja un tembloroso padre.
Pues tampoco ella, de la diestra paterna por mí llevada,
     a una fragante casa llegó de asirio olor,
sino que furtivos regalillos me dio en la callada noche, 145
     del propio regazo de su propio marido arrancados.
Por lo cual, ello bastante es, si a nos solo éste es dado,
     el día que con una piedra más blanca ella señala.

68C

Éste a ti, lo que he podido, hecho con una canción, este regalo,
     por tus muchos servicios, Alio, te devuelvo, 150
para que vuestro nombre no toque con su rugosa orín
     este y aquel día, y aun otro, y aun otro.
Aquí añadirán los divinos muchísimos –los que Temis otrora
     solía a los antiguos hombres piadosos entregar– regalos.
Que seais felices tanto tú como al par tu vida, 155
     y la casa en la que nos disfrutamos, y mi dueña,
y el que primero nos nos dio a conocer, el Africano,
     del que fueron al principio todos nacidos mis bienes,
y de lejos antes que todos, la que para mí que yo mismo más cara es,
     la luz mía, viva la cual, vivir dulce para mí es. 160


69

No quieras admirarte de por qué razón debajo de ti mujer ninguna
     Rufo, quiere su tierno muslo poner,
no si a ella la titubees con el regalo de un raro vestido
     o con las delicias de una perlucidilla piedra.
Te perjudica cierta mala hablilla en la que de ti se cuenta
     que bajo el valle de tus sobacos un bravo cabrío habita.
Él da miedo a todas, y no es admirable: pues mala de veras es
     una bestia, y no con que una bonita chica se acueste.
Por esta razón, o este cruel de las narices azote asesina,
     o de admirarte cesa de por qué huyen.

70

Con ninguno ella, dice la mujer mía, casarse preferiría
     que conmigo, no si Júpiter mismo se lo pida.
Dice: pero una mujer lo que dice a su deseoso amante,
     en el viento y en la arrebatadora agua escribir menester es.

71

Si a alguien, en ley buena, de sus sobacos le fue molesto su sagrado hirco,
     o si a alguien con mérito la tarda gota saja,
el émulo este tuyo, el que vuestro amor ejerce,
     milagrosamente, de ti, ha hallado uno y otro mal,
pues cuantas veces folla, tantas veces reciben castigo ambos:
     a ella la azota con su olor, él mismo perece de gota.

72

Decías una vez que solo tú conocías a Catulo,
     Lesbia, y no por delante de mí querías tener a Júpiter.
Te quise entonces a ti no tanto como la gente a su amiga,
     sino el padre como a sus nacidos quiere y a sus yernos.
Ahora te he conocido: por lo cual, aunque más costosamente me abraso
     mucho para mí en cambio eres más vil y más leve.
Cómo capaz eres, dices. Porque a un amante una injuria tal
     obliga a amar más, pero a bien querer menos.

73

Cesa de querer merecer bien de nadie nada,
     o de creer que alguien puede hacerse piadoso.
todo es ingrato, nada el haber actuado benignamente
     <beneficia>, hasta incluso hastía y obsta más;
como a mí, a quien nadie más grave y acerbamente acosa
     que el que ora a mí por solo y único amigo me tuvo.

74

Gelio había oído a su tío que censurar solía
     al que delicias dijera o hiciera.
Esto para que no a sí mismo acaeciera, de su tío toda se amasó a la propia
     mujer, y a su tío tornó en Harpócrates.
Lo que quería consiguió, pues aunque se haga mamar ahora
     de su propio tío, una palabra no dirá, su tío.

75

A tal ha sido la mente mía rebajada, Lesbia, por tu culpa,
     y aun de tal modo se ha perdido ella misma por su servicio,
que ya, ni bien quererte pueda a ti, si la mejor te volvieras,
     ni desistir de amarte, todo aunque hagas.

76

Si algún placer, para un hombre que recuerda sus buenas acciones
     previas, hay, cuando que él, considera, es bueno,
y la santa lealtad no ha violado, ni en pacto alguno
     del numen de los divinos ha abusado para engañar a los hombres,
muchos deparados te esperan, por largo tiempo, Catulo,
     de este ingrato amor, goces a ti.
Pues cuanto los hombres bien a alguien, o decir pueden,
     o hacer, esto por ti dicho y hecho ha sido:
todo lo cual se perdió, a una ingrata mente fiado.
     Por ello, ¿ya por qué más tiempo te crucificas?
¿Por qué tu ánimo no afirmas y de aquí te retornas,
     y, con los dioses contrarios, dejas de ser desgraciado?
Difícil es un largo amor de repente deponer,
     difícil es, pero, como quieras, consíguelo:
la única salud esta es. Esto has tú de vencer,
     esto haz, tanto si no se puede como si se puede.
Oh dioses, si vuestro es compadeceros, o si a alguien algún día
     una extrema ayuda ya en la misma muerte ofrecisteis,
a mí, triste, miradme y si mi vida puramente he llevado,
     arrebatadme esta peste y calamidad a mí,
que en mí reptando como una parálisis en mi organismo
     ha expulsado de todo mi pecho las alegrías.
No ya esto busco, que por contra a mí me quiera ella,
     o, lo que no posible es, que ser púdica quiera:
yo mismo tener salud deseo y esta tétrica enfermedad soltar,
     oh dioses, devolvedme a mí esto por la piedad mía.

77

Rufo, por mí creído en vano y para nada amigo:
     ¿en vano? Más bien con un alto precio, y malo.
¿Cómo es que así has reptado en mí, y aun mis entrañas abrasando,
     ay, triste de mí, me arrebataste todos nuestros bienes?
Me los arrebataste, ahay, cruel veneno de nuestra
     vida, ahay, peste de nuestra amistad.

78

Galo tiene unos hermanos, de los que es agraciadísima la esposa
     del uno, agraciado el hijo del otro.
Galo una persona es buena, pues dulces amores unce,
     para que con un buen chico una buena chica se acueste.
Galo una persona es necia, y no que él, ve, es marido,
     el que, siendo tío, de un tío muestra el adulterio.

78B

< Lesbio, no me quejaría de que tú sucias costumbres tienes,
     si a tus indecentes compañeros solamente mancillaras: >
Pero ahora de esto me duelo, de que, de una pura chica los puros,
     suaves besos, ha meado la puerca saliva tuya.
Pero esto no impunemente llevarás, pues a ti todos los siglos
     te conocerán y, quién seas, la fama dirá, vieja.

79

Lesbio es pulcro. Qué si no, a quien Lesbia prefiere
     que a ti con toda la gente, Catulo, tuya.
Pero aun así, que este Pulcro venda, con su gente, a Catulo,
     si tres suaves besos de sus conocidos encontrara.

80

Qué diga yo, Gelio, de por qué los róseos labiecillos esos,
     que la invernal nieve se hagan más cándidos,
de mañana de tu casa cuando sales, y cuando a ti la octava hora
     de tu descanso muelle te levanta, en el largo día.
No sé qué, de cierto, es: ¿o acaso con verdad la fama susurra
     que la grande parte tiesa tú devoras de la mitad de un hombre?
Así, de cierto, es: lo claman del pobre Víctor sus rotos
     lomos, y del ordeñado suero tus labios señalados.

81

¿Ninguna, en tan gran pueblo pudo haber, Juvencio,
     bella persona, a quien tú querer empezaras,
además de este huésped tuyo de la moribunda sede
     de Pisauro, más pálido que una sobredorada estatua,
que ahora en el corazón tienes, a quien anteponer a nos
     osas y no sabes qué fechoría haces?

82

Quintio, si a ti quieres que los ojos deba Catulo
     o si algo más caro hay que los ojos,
arrancarle a él no quieras lo que mucho más caro para él
     es que los ojos, o si algo más caro hay que los ojos.

83

Lesbia a mí, presente su marido, males muchísimos me dice:
     esto, para ese fatuo, la máxima alegría es.
Mulo, ¿nada notas? Si de nos, olvidada, callara,
     sana estaría: ahora, porque gañe y contra mí habla,
no solo me recuerda, sino la que mucho más acre es cosa,
     airada está. Esto es, se abrasa y habla.

84

‘Chomodidad’ decía, si alguna vez comodidad quisiera
     decir, y a las insidias, Arrio, ‘hinsidias’,
y entonces maravillosamente esperaba que él había hablado,
     cuando, cuanto podía, había dicho ‘hinsidias’.
Confío en que así su madre, así siempre el tío materno de él,
     así el materno abuelo había dicho, y su abuela.
Él mandado a Siria, les habían descansado a todos sus oídos:
     oían las mismas cosas estas lenemente y levemente,
y no se temían tras de aquello tales palabras,
     cuando de pronto les viene el anuncio horrible
de que los jonios oleajes, después de que allá Arrio fuese,
     ya no jonios eran, sino ‘hionios’.

85

Odio y amo. Por qué esto haga quizás inquieres.
     Lo ignoro, pero que sucede siento, y me crucifica.

86

Quintia hermosa es para muchos. Para mí cándida, larga,
     recta es: estas cosas yo así, una a una confieso.
El todo aquel que es hermosa, niego: pues ningún atractivo,
     ninguna en tan gran cuerpo hay miga de sal.
Lesbia hermosa es, la que, como pulcrísima toda es,
     tanto a todas, sola, hurtó todas las Venus.

87

Ninguna mujer puede tanto decirse amada
     en verdad, cuanto por mí la Lesbia mía amada es.
Ninguna lealtad en ningún pacto hubo nunca tan grande
     cuanta en el amor tuyo, por la parte mía, hallada es.

88

Qué comete éste, Gelio, que con su madre y su hermana
     se pica, y tiradas las túnicas, vela,
qué comete éste, que a su tío no deja ser marido.
     ¿Acaso sabes cuánto asume de abominación?
Asume, oh Gelio, cuanto no la última Tetís
     ni, padre de las Ninfas, lavó el Océano:
pues nada hay, ninguna abominación, que vaya más allá,
     no si bajando la cabeza, a sí mismo él se devore.

89

Gelio está delgado. Cómo no, a quien tan buena madre
     y tan saludable le vive, y tan atractiva hermana,
y tan buen tío, y tan todo lleno de chicas,
     sus parientes: ¿por qué cosa él deje de estar magro,
el que nada toque sino lo que lícito tocar no es?
     Cuanto quieras, por tal cosa, que esté magro, hallarás.

90

Nazca un mago del nefando, de Gelio y de su madre,
     matrimonio, y aprenda el pérsico aruspicio:
pues que un mago de la madre y su nacido sea engendrado propio es,
     si verdadera es de los persas la impía religión,
para que, grato a ellos, venere él con una acepta canción a los divinos,
     el omento pingüe en la llama cuando él licuezca.

91

No por ello, Gelio, esperaba que tú a mí fiel,
     en el mísero este nuestro, este perdido amor,
fueras, porque a ti te conociese bien o constante te creyera,
     o que pudieras de una indecente vergüenza tu mente inhibir,
sino porque ni la madre ni la germana tuya,
     veía yo, que era ésta, cuyo gran amor a mí me comía,
y aunque contigo estaba yo unido por mucho trato,
     no bastante tal, como causa, había confiado en que sería para ti.
Tú bastante tal creíste: tanto goce para ti en toda
     culpa hay, en la que haya algo de abominación.

92

Lesbia me dice siempre mal, y no calla nunca
     sobre mí: Lesbia a mí, que me muera si no me ama.
¿Por qué señal? Porque son otras tantas las mías: la impreco:
     asiduamente, pero, que me muera si no la amo.

93

Nada en demasía me afano, César, a ti en querer placerte,
     ni en saber si eres uno blanco, o un negro hombre.

94

Méntula adultera. ¿Adultera Méntula? De cierto.
     Esto es lo que dicen: la propia olla las hortalizas recoge.

95

La Esmirna de mi Cina, a la novena mies al fin después
     de empezada, ha sido, y después del noveno invierno, editada,
cuando quinientos, entre tanto, miles de versos, el Hatriense
     < pútrido en un solo año ha vomitado >
La Esmirna a las cavas ondas del Sátraco, a lo hondo, enviada será,
     a la Esmirna canos siglos, largo tiempo, la desenrollarán.
Mas de Volusio los Anales junto a Padua misma morirán
     y laxas túnicas a las caballas a menudo darán.
Los pequeños monumentos de mi <amigo> tenga yo en mi corazón,
     mas el pueblo se goce del henchido Antímaco.

96

Si algo a los mudos sepulcros grato y acepto
     acaecer, Calvo, de nuestro dolor puede,
por la nostalgia con que renovamos los viejos amores,
     y aun, otrora perdidas, lloramos las amistades,
ciertamente no tan gran dolor por su muerte inmadura tiene
     Quintilia, cuanto se goza del amor tuyo.

97

No –así los dioses me amen– que algo importaba, pensé,
     si la boca o el culo yo le oliera a Emilio.
Para nada más mondo esto, y en nada más inmundo aquello;
     de veras incluso el culo más mondo y mejor,
pues sin dientes, es. Ésta, dientes de pie y medio;
     las encías, en verdad, de un carromato viejo tiene,
demás de esto una comisura cual, escindido, en el verano,
     de una mula meando el coño tener suele.
¿Éste jode a muchas y se hace el que es atractivo,
     y no al molino es entregado y al asno?
A él si alguna lo toca, ¿no que ella podría, pensemos,
     de un enfermo verdugo el culo lamer?

98

Contra ti, si contra alguien, decirse puede, pútrido Victio,
     esto que de los palabreros se dice y de los fatuos.
Con esa lengua, si el caso te venga a ti, podrías
     culos y sandalias lamer campesinas.
Si a nosotros por entero quieres a todos perder, Victio,
     abre la boca: por entero lo que deseas lograrás.

99

Te he robado a ti, mientras juegas, Juvencio de miel,
     un suavecillo beso, que la dulce ambrosia más dulce.
Pero esto no impune lo he llevado, pues hace más de una hora
     que clavado en lo alto de una cruz yo, recuerdo, estoy,
mientras ante ti me purgo, y no puedo con llantos ningunos
     un tantito de vuestra crueldad sustraer.
Pues una vez que esto ocurrió, con muchas gotas diluiste
     tus labiecillos y los enjugaste con todos tus dedos,
para que nada contraído de nuestra boca te restara,
     como de la puerca saliva de una meada zorra.
Además al infesto Amor, pobre de mí, de entregarme
      no cesaste, y de todo modo de crucificarme,
tal que a mí, de ambrosia, mudado ya fuera aquel
     suavecillo beso, que el amargo eléboro más amargo.
Esta condena puesto que a mi triste amor propones,
     nunca ya después de ora, besos te robaré.

100

Celio a Aufileno y Quintio a Aufilena,
     la flor de los veronenses jóvenes, aman a morir,
éste al hermano, aquel a la hermana. Esto es lo que se dice aquella
     fraterna, verdaderamente dulce camaradería.
¿A quién alentaré, mejor? Celio, a ti, pues la tuya, por nos,
     contemplada desde mi fuego ha sido como única amistad,
cuando una vesana llama abrasaba mis medulas.
     Que seas feliz, Celio, que seas en el amor potente.

101

A través de muchos pueblos y a través de muchas superficies viajando,
     advengo a estos pobres, hermano, ritos fúnebres,
para a ti donarte con el postremo tributo de la muerte,
     y a tu muda ceniza para nada dirigirme,
puesto que la fortuna te me arrebató a ti,
     ay, pobre, indigno hermano, que arrancado me has sido.
Mas ahora, entre tanto, estas cosas que en la antigua costumbre de nuestros padres
     entregadas te son, en triste tributo a tus ritos fúnebres,
acógelas, éstas que mucho manan de fraterno llanto,
     y para la perpetuidad: te saludo, hermano, y me despido.

102

Si algo cometido fue por un callado, fiel amigo,
     del que sea hondamente conocida la fidelidad de su ánimo,
que yo estoy, encontrarás, de ellos por la ley consagrado,
     Cornelio, y que hecho yo estoy, cree, un Harpócrates.

103

O devuélveme, si riscas, los diez miles, Silón,
     después sé cuanto quieras salvaje e indómito,
o, si a ti las monedas te deleitan, deja, por favor,
     de alcahuete ser, y, tú mismo, salvaje e indómito.

104

¿Crees que yo pude mal decir de mi vida,
     que ambos ojos, para mí, la que más cara es?
No pude, y no, si pudiera, tan perdidamente la amaría:
     pero tú, con Tapón, todo monstruosidad lo haces.

105

Méntula se empeña en ascender el Pipleyo monte:
     las Musas con horquillas en picado lo arrojan.

106

Con un chico bonito a un pregonero quien ve que está,
     ¿qué crea, sino que él por venderse se desvive?

107

Si algo, a quien lo desea y pretende, ocurre alguna vez,
     a quien lo desespera, ello es grato al ánimo particularmente.
Por lo cual, ello es grato a nos, también más caro que el oro,
     el que tú te restituyes, Lesbia, a mí, que te deseo.
Te restituyes a quien te desea y te desespera, tú misma te devuelves, tú,
     a nos. Oh luz de la más brillante nota:
quién, que yo solo, vive más feliz, o, que más que esta vida
     él ha de pretender, decir quién podría.

108

Si, Cominio, del pueblo por el arbitrio, tu cana vejez,
     emporcada por tus impuras costumbres, pereciera,
no yo ciertamente dudo que primero, enemiga de los buenos,
     tu lengua segada a un ávido buitre sea dada,
tus excavados ojos devore con su negra garganta un cuervo,
     los intestinos los perros, los demás miembros los lobos.

109

Agradable, mi vida, me propones que el amor
     este nuestro entre nosotros y perpetuo será.
Dioses magnos, haced que verazmente prometer pueda
     y aun que esto sinceramente diga y de ánimo,
para que lícito sea a nosotros por toda la vida conducir,
     eterno, este pacto de santa amistad.

110

Aufilena, las buenas amigas siempre son alabadas:
     reciben el precio de lo que hacer estipulan.
Tú, porque lo que me prometiste mentido has, mi enemiga eres:
     porque no das y tomas muchas veces, haces mal.
O hacer de bien nacida es, o no prometer, de púdica,
     Aufilena, fuera: pero lo dado arrebatar
defraudando los servicios, más que de una meretriz avara,
     que a sí misma con todo el cuerpo se prostituye.

111

Aufilena, con un marido solo contenta vivir,
     de las casadas la alabanza es, de entre las alabanzas eximias.
Pero de cualquiera, cuanto quieras, mejor subyacer es,
     que madre hacerse de hermanos, del propio +padre+.

112

Mucho hombre eres, Nasón, y no mucho hombre es quien contigo
     desciende: Nasón mucho eres, y un bardaje.

113

Siendo cónsul Pompeyo la primera vez, dos, Cina, eran asiduos
     de Micila: hecho cónsul ahora de nuevo
continúan los dos, pero le crecieron mil a cada uno.
     Fecundo semen para el adulterio.

114

Por su firmano soto no en falso a Méntula por rico
     se tiene, que tantas cosas en sí tiene egregias:
coto de aves de todo género, peces, prados, labrantíos y fieras.
     Para nada: los frutos con los gastos supera.
Por lo cual, concedo que sea rico, mientras todo le falte.
     Su soto alabemos, sólo mientras él sea pobre.

115

Méntula tiene casi treinta yugadas de prado,
     cuarenta de labrantío: lo demás son mares.
¿Por qué no las riquezas de Creso de superar capaz sea,
     quien en un solo soto tantos bienes posea,
prados, labrantíos, ingentes espesuras y vastas lagunas
     sin fin hasta los hiperbóreos y hasta el mar Océano?
Todas cosas grandes éstas son, aun así, él mismo es más grande, más allá:
     no un humano, sino en verdad una méntula magna minaz.

116

A menudo, con el ardoroso ánimo del cazador, inquiriendo
     cómo canciones podría a ti enviarte del Batíada,
con que yo te calmara hacia nos, y no se me intentara
     enviar disparos hostiles sin fin a mi cabeza,
esta labor veo ahora que por mí en vano asumida fue,
     Gelio, ni nuestras preces aquí valieron.
Contra nos los disparos estos tuyos evitaremos [lanzados],
     mas, clavado tú por los nuestros, pagarás tu suplicio.








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