martes, 17 de febrero de 2015

MARÍA ELENA SOLÓRZANO [14.926] Poeta de México


María Elena Solórzano

Escritora mexicana (Delicias, Chihuahua, 1941). Licenciada en educación primaria, es profesora de biología. Tiene estudios de letras hispánicas, inglés y náhuatl. Asiste al taller de poesía de Oscar Wong. 

19 poemarios publicados. Ecos, Piscis, 1980. México. Poema inconcluso SOCE, México, 1985. Arco iris de papel, Autor, México 1996. Sirimiris, Pluma del ganso, 1997. Eterna amante, O.M, México,  1997. En un rincón… Pluma del ganso, México 1998.Trueque al alba, Praxis, México  del ayer. Miradas del ayer DIF, México, 1999, Viento de obsidiana aBrace2000 Vestigios de luz (2002).  Círculo de Poesía (colectivo), aBrace, Uruguay, 2003. Gruta de espejos, Papuras, México, 2004.. Los cánticos del ángel, Urdimbre, México, 2005. Salmo de luz, Arde editoras, México, 2006. Los secretos del enebro, Premio Nacional de Poesía 2007, Tintanueva, México 2007.Fridamariposa, Tintanueva, México 2007 Arena luminosa, Colectivo Morelia, México, 2007. Los transtextuales en México, Urdimbre de conjuros. Editorial Letralia, México 2009. Incluída en diversas antologías de México y el extranjero. Traducidos algunos poemas al inglés, portugués, italiano y náhuatl.


LA MUJER DE CRUDEN

Soy la mujer de Cruden.
Sentada junto a la leña que todavía no crepita,
enciendo el fuego con un rezo.
Tomo la harina y la mezclo con suspiros,
la amaso con arándanos y nueces.
Esa noche reparto pan entre los ciegos.

Ordeño la cabra y guardo la leche
para que fermente con la luna.

Cubro el sagrado fuego con la frescura de la noche.

Cruden me mira y me toma por esposa.
Dice: “Ha llegado la bienaventuranza,
mi mujer es una gacela,
corre más que todos los venados”.

Daré a luz y no quiero que me miren,
pero me obligan a correr con los caballos,
con los animales de ojos enlutados
y crines de plata.

Los miro en mis noches de insomnio,
froto mi cara en su pelambre
y beso sus cálidos belfos.

Ganaré la carrera,
llegaré con el viento del Norte a mis espaldas.

Al final del trayecto daré a luz a los gemelos,
quedaré con las pupilas nubladas de gardenias
y las manos pletóricas de cantos.

El rey vio el derrame del parto,
todos sintieron el desmadejamiento
y quedaron débiles,
como una novia enferma de nostalgia.



FIMN Y LA CIERVA

Corre la cierva entre los trazos de la grama,
los perros van tras ese pelambre que refulge,
rabiosos mastines la olfatean,
estremecida ante el acoso se detiene.
Fimn la vida le perdona,
ella lo sigue mansamente,
con el espejo del sudor sobre sus carnes.
Se recuesta sobre sus pies de lirio y azucena.
En sus pupilas todos los turbiones.
Acurrucada entre las guedejas del cordero,
con la piel sembrada de temblores,
una bella mujer lo aguarda
con los senos como dos caracolas de espuma
y en los ojos todas las violetas del destino.
Tierna como la melodía que entona la calandria
durante la canícula acitronada del verano.
Dócil como una torcaz de quebradas alas.
“Soy Saba, tu mujer, estoy aquí
para guardar tu semilla y ofrendarte mis granadas,
para que rieles mi piel y bebas en el cuenco de mi mano”.

Él partió a buscar los damascos más preciados,
a derribar los muros de la sangre.
Cruzó los páramos donde viven los leprosos
y fue a buscar el diamante oculto en el romero.
La volvieron a tocar con una rama de avellano.
Cuando regresó,
Saba era otra vez la cierva,
la que comía en el pesebre
y cohabitaba con las bestias.
Ella huyó y se refugió entre los helechos
con su locura de pájaro extraviado,
con su piel desgarrada,
con el corazón cubierto de calina.
Fimn buscó a Saba durante siete años,
siete años en húmedas cañadas,
siete años con la muerte en el carcaj,
siete años con la lengua llena de salitre
y las manos vacías de mar.

Al pie del árbol que perfuma perdices y trasuda miel
encontró a un niño sin vestido ni sandalias,
con el pelo alborotado pero lleno de estrellas.
En sus pupilas se habían arracimado todas las violetas
y en su piel medraba el alba.
“Yo no conozco padre o madre,
sólo sé que fui amamantado por una cierva
con los ojos claros como un descubrimiento
y el aliento tibio como la leche que mana de las diosas.
Ella me cuidó entre las setas rojas del bosque
y me calentó con su vaho durante el invierno”




DREIDE Y NAISI

Deidre escapó con Naisi
hasta la tierra de todas las congojas.

Hasta ella tres pájaros llegaron
con las plumas teñidas con vetas de agua,
con tres gotas de miel entre los picos,
con un aleteo que parecía un rumor de soles,
con un temblor de venado en agonía.

Los ojos engañan,
los ojos miran girasoles,
los ojos se deslumbran con las sirenas
y los oídos se abren a las notas
de su canto colmado de amarillos.

Otra vez corre la sangre,
esa noche decapitan a sus hijos
y ella se convierte en la más humilde de las hierbas,
trastoca en ceniza, verde brizna,
amarga pócima de ortigas.

Vuelve a ser mujer,
obligada por oxidados crucifijos,
por leyes como gorriones ciegos.

Vive con el asesino de sus hijos,
entre los torbellinos de su mente,
en una cueva llena de tarántulas.

Con las uñas macera la carne de sus pechos,
bebe ponzoña de alacranes,
de alimañas venenosas se alimenta
para que la semilla no germine
en su vientre que antes fue latido.

Hace tiempo Naisi duerme
entre las larvas obcecadas.

Ella muere en su tumba,
le ofrenda la amapola de su carne.

Florecen en dos álamos de nácar
junto a la breva que cercena los contornos.



Gruta de espejos



I

Linfa con palpitación de orquídea
mi ofrenda es un requerimiento
para que mis ansias encamines.

Hiere efervescencias la pezuña.
Arrastra la arena con unción
(detiene al centauro en su galope).

En el despeñadero se demora.
Se posa en mi clavícula,
me sojuzga lentamente.

Beber, yacer en el venero.

El momento se derrama.



II

Tus manos develan mis caderas,
enjugan los derrames de mi sexo.

Bálsamo que aguardo,
tus besos recorren mi silueta,
electrizan todos los instantes.

Fauce de obsidiana,
soy la urgencia de tus dedos;
(el candor por siempre me perturba).

Sobre mi frente trazas signos de vida.

Me entrego a las manos de la tarde
(detrás de la cortina el naranja se desgaja).

Tu deseo, cilicio que rodea mi cintura,
devela los secretos de mis senos.



III

Tus manos desecan la nostalgia,
en la transparencia del alba se revuelven.

Saben de mis hambres, de mi urgencia.

Conocen el sacro espacio de mi pubis.



IV

Tus brazos recogen mi ternura,
intentan como siempre sosegarme.

Inscritos en la hoja del marrubio,
instalados en el aire de la alcoba,
alimentan mi deseo.

Se confiesan los rumores,
bajo la piel se mueven
sorprendidos peces.

Tus brazos me saben a canela,
a siempreviva huelen.
Me impacta su dureza
aunque a veces son tan suaves
como nota de fa en violonchelo.



V

Trazo signos y vivencias.
En tu torso dejo mi extravío,
los enigmas de la esfinge.

Mi pecho yace en tu costado,
lo dulce de mi lengua te enardece.
Florecen mis pezones.



VI

El dedo índice dibuja
el nacimiento de un lunar
junto a tu ombligo.

Desciendo.
Un caracol se ahoga en la marisma.



VII

Me atraen tus axilas.
Acurruco mi cara en su oquedad,
aspiro su lavanda,
su vello enmarañado
tibieza de solsticio me trasmite.

Me enervan tus emanaciones
mientras en santidad descansas.

Atravieso tu mutismo.
Rescato del trance tu mirada.



VIII

Tu ombligo es un enigma,
la mitad de tu bella geografía,
el punto nodal de tu epidermis.

Buscando una moneda lo recorro,
encuentro la llave clandestina
que al centro de tu vientre me conduce.
Allí trasciende la semilla.
Allí los advenimientos nacen
y se ocultan los azogues.

Instante de abiertos tulipanes.

Tu ombligo es alborozo de la tierra
y no me importan nubarrones
ni murallas en los cerros
ni los hirientes guijarros de la calle
ni el trueno que rumia la tormenta.



IX

Madura panoja que subyuga,
tus labios buscan en mi vientre
palabras que jamás se han pronunciado.

Para siempre herida
en el fondo de mi piel y de mi espacio
con mis zumos anhelas bautizarte
y juntos recorremos la distancia
que de nosotros mismos nos separa.

Ni vértigos
ni sombras ni palabras:
tan sólo hay tocamientos.

Tu boca deambula por mi cuerpo,
se extravía en el zarzal de mis urgencias.
Tu boca, vertedero de amatistas,
donde ciegos parlotean los gorriones.

Se esconden las quimeras,
murmuran los fantasmas
sobre el desahucio de la vida.



X

En la serena espera
del aire descubro el fino pulimento,
el estigma cubierto de violetas.

Tu voz resuena como pozo limpio,
ocupa en mi vigilia el último reducto
y el primer escalón del sueño.

Tú me llamas
y sólo soy inocente halo de luna,
amargo polvo de alumbre.

Me llamas para unir palabras rotas,
vaticinios y cánticos nocturnos.

Otra vez naceré en la flama,
otra vez seré lúbrica cigarra.



XI

El centauro trota en la orilla del mar,
su cabellera brama con el viento,
refulge su pelambre,
sus cascos se manchan de azul.

Bebo esencia de caléndula,
prende el fuego en mis entrañas.

Mis pupilas lo acosan,
me requiere,
al galope nos perdemos
en la gruta del acantilado
donde humean los siglos
y salpica licores el verano.



XII

En las brasas te contemplo.

Tus ojos como hogueras me protegen,
de cobre los secretos entrelazan.

Tu mirada converge con la mía,
gozo los destellos con la pupila abierta.

Tus ojos son abismos,
                                       ataduras,
                                                        fragmento de mi vida.
Trasminan inquietudes.
Fecundan mis senos con su luz.
El azar ha puesto
ante mí tu iris de gaviota.



XIII

En tu espalda, atavíos de agua.
Escurre intemperancia, serpenteo,
exequias de aburrimiento,
sortilegios, los caprichos.

A la trasgresión su curva invita.

Como loba al acecho
mi nombre gruño en tus muslos de marino.

Pulso el tacto desbocado,
me embriago con el agua de tu espalda.

Ninguna contención,
la resistencia se derrite.

En tu piel decanta
humedad de musgo.



XIV

Para reptar sobre tus hombros
en larva me convierto.

Conozco de tu sal y su destello.
Te cubro con mis polvos y carmines.
Alborozada lluvia de centellas
mi trópico atraviesa.



XV

Si me convirtiera en Luna
la noche rastrearía tu silueta.

Me posaría en tu frente
si tu mirada fuera llama.
Cegaría tus ojos con blancura.
En el lago te ungiría.

La espiga de mi vientre
tendría por fin tu palpitar
entre tus piernas.



XVI

Panes de amaranto mis pezones.
Cuando la primavera
vislumbra los brotes del durazno
y la jacaranda se astilla en el morado
tejo contigo redes de lascivia.



XVII

Por la calle se esparcen los geranios
(el verde retrocede).

Una mariposa azul
galantea en el bifurque de caminos.

Nace un manantial, los líquenes se abren.



XVIII

Esconde su canto la cigarra,
en las hojas se envuelve
para soñar en la copulación
de la libélula.

Te ofrezco el sabor de mi granada.



XIX

Cuándo vendrá
a mi gruta de espejos
el centauro.

Cuándo yacerá sobre mis muslos
y cuándo vendrá a ofrendarme
la savia de sus brevas.



XX

Daga de luz
separa los breñales.
Me brinda su esencia luminosa.

En medio de mi vientre duerme
con los párpados sedientos
y al ritmo de mi pulso.
danza el germen transparente.

El centauro penetra como un ángel
en la gruta y las hogueras.
Surca efervescencias,
arrastra con unción la arena.




TIEMPO DE HIGOS 



XIV

 Mi canto ya no hechiza a los marinos
ni a los hombres que caminan por la playa.
Ya no se enredan las algas en mis dedos
ni se pegan las medusas a mi piel.

La sal me seduce.
Cuando cierro los ojos en tardes de estaño,
la degusto en el centro de mi lengua.

Su sabor excita mis neuronas.
Bebo tu cuerpo de agua y sal.


XIX

Albas paredes,
- fulgurante lámpara – el quirófano.
A través de mi inflamado vientre
el médico aún escucha sus latidos.

Me paraliza el frío.
Ahora soy agua y quiero desbocarme,
ser árbol o granizo,
la corza que huye del tormento.

El parto se avecina,
Pero, ya no late su corazón de tierna hierba,
daré a luz entumecida carne.
Los jugos coagulados,
tulipanes rojos en su piel.

Mañana, vestida irá de blanco
Para ofrendarlo a los labios sedientos de la tierra.  


XXX

El último santuario de la lluvia,
El último reducto de esta lágrima.

La misma huella líquida en la hoja.

La frescura seduce a los insectos,
brota de la piedra el borbotón,
la sed en la montaña se apacigua
(un vaho sacro penetra los ovarios,
culminan en estrellas las semillas).



XXVI

Los varones mis pócimas tomaron,
locos van por caminos cercados de alacranes,
a buscar el amor en cada puerta.

Durante tres años caminaron sin rumbo
con las piernas rotas y el corazón enfermo.






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