sábado, 21 de febrero de 2015

MANUEL CORTÉS CASTAÑEDA [15.014] Poeta de Colombia


Manuel Cortés Castañeda 

Nació en Rivera, Huila, Colombia. Trasladado desde muy niño a Florencia, Caquetá, cursó en esa ciudad de la Amazonía colombiana sus estudios primarios y secundarios. Terminó su licenciatura en español y literatura en la Universidad Nacional Pedagógica, (Bogotá). Después de graduarse, trabajó como director y actor de teatro. Su interés principal fue el teatro del absurdo de Beckett-Ionesco y el teatro pánico de Arrabal. Cursó estudios de doctorado en la universidad Complutense (Madrid). Enseña español y literatura siglo XX en Eastern Kentucky University. Ha publicado seis libros de poesía: Trazos al margen. Madrid, España: Ediciones Clown, 1990; Prohibido fijar avisos . Madrid, España: Editorial Betania, 1991; Caja de iniquidades . Valparaíso, Chile: Editorial Vertiente, 1995; El espejo del otro . París, Francia: Editions Ellgé, 1998. Aperitivos , Xalapa, México: Editorial Graffiti, 2004; Clic . Puebla, México: Editorial Lunareada, 2005. Dos antologías de su trabajo literario han aparecido recientemente: Delitos menores , Cali, Colombia: Programa editorial Universidad del Valle. Colección Escala de Jacob, 2006; y Oglinda Celuilalt, Cluj-Napoca, Rumania: Casa C a r t ii de S tiin ta , 2006. Ha sido incluido en antologías tales como Trayecto contiguo . Madrid, España: Editorial Betania , 1993; Los pasajeros del arca. La Plata , Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano , 1994. Libro de bitácora. La Plata , Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano , 1996. Donde mora el amor. La Plata , Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano , 1997. Además, escribe sobre poesía, cuento y cine. Actualmente está traduciendo al español textos de poetas norteamericanos de las últimas décadas: Charles Bernstein, Leslie Scalapino, Andrei Codrescu ,Susan Howe y Janine Canan entre otros.





A trancazos

a toda hora me levanto y echo la tranca una y otra vez para asegurarme que ya la he echado…

después es la gota de agua que sin caer sigue cayendo hasta que ya no queda más que el hueco del corazón...

en el vidrio de la puerta corrediza que da a la terraza, tu sombra o tu reflejo te observa que se te salen los ojos y ya no sabes de qué lado te materializas y echas a correr...

al perro que duerme junto a los vestigios del silencio le has recortado los párpados para que no de tregua a la vigilia...

el insecto que de repente detiene su vuelo y acaba con su vida en el fondo del vaso, todavía lleno de nada, se te desangra en el espejismo...

vas a la cama de tu hija una vez más y aunque sabes que está más dormida que nunca vuelves otra vez para saber que está...

y ante la evidencia de los hechos que te suceden mucho antes de haberte sucedido, te haces el muerto como esos animalillos que al cruzar la calle imitan tu juego para poder despertarte, aunque todavía no te hayas dormido...

es todo cuanto te queda en la maleta: un estar que no es tuyo y un fantasma que se hace el inocente cuando hace de las suyas en las páginas ya escritas y arrancadas...

te levantas una vez mas, agarras el garrote que siempre encuentras en todas partes, o te encuentra, y listo como siempre para dar el garrotazo final te persigues por todos los rincones de la casa

hasta que al ladrón no le queda más remedio que echar el mismo la tranca y tirarse con el perro junto a la vigilia...




Escuela de poesía

un día fue que quisimos escribir en las páginas del viento lo que no sabíamos y las páginas esperaban mudas y ciegas que el aullido se derramara para siempre en su intimidad…

también el silencio in fraganti masculló su gruñido en el aire que hizo tabula rasa y se quedo dormido… un chillido en las pupilas de la hembra que en el delirio de lo desconocido le saca punta a las sílabas que se le hacen agua en la boca…

en las páginas sólo quedan las huellas de lo que un día fue sin saber que había sido… una garra que se desangra en el umbral de un amanecer que se quedó en veremos… un amor todavía a tientas a la vuelta del oído buscando el grito que lo busca en vano…

y en las paredes del sueño otra bestia que se muere pasado mañana o ayer sin que aún hayamos 





DELITOS MENORES
MANUEL CORTÉS CASTAÑEDA



MÁS ALLÁ DEL SILENCIO

Para Cecilia

Me basta el silencio de tus pechos
para cerrar los ojos y apagar las estrellas

me basta el sudor de tus manos
para sumergirme en el mar…

me basta una sombra retrasada
en tus pupilas y una herida
insinuada en tu frente…

escóndeme debajo de tu axila
árbol
dame de beber en tus ojos
mi sangre
vasija en lo alto de la noche

palabra escondida en los huesos.




POESÍA
MANUEL CORTÉS CASTAÑEDA
CALÍGULA

Desde el primer día lo encerraron en la jaula, demasiado pequeña para él, y con el tiempo perdió la voz y el sueño y los dientes sin haber osado a cabalidad ninguno de ellos. Son demasiados los dedos de una mano para contar las veces que hizo sus necesidades más íntimas bajo la luz del sol. Al menos él no lo recordaba y si alguno de esos instantes encontró por un instante acomodo en su memoria el olvido lo había hecho picadillo. Afuera para él sólo era una explosión excesiva de luz en las pupilas... una moneda demasiado valiosa, a pesar de la ceguera, para prestarle algún interés a los hechos o a él mismo.

Cuando llegó, todo parecía color de rosa: una estrella caída en su inocencia (o al menos, eso fue lo que él husmeó en los ojos de los suyos); sólo que un amanecer su cuerpo hecho para las faenas de la muerte se le quedó grande a su prisión, donde permaneció, con escasas excepciones, hasta el día en que se acabó para siempre.

Había resistido como el mejor de los guerreros el envenenamiento de su sangre a pesar de que en su mirada él mismo sólo alcanzaba a vislumbrar dos huecos nauseabundos. Hizo lo posible y lo imposible por ganarle días a los días y llegar hasta el fin antes del fin, y después con su carne retorcida y encorvada, con la ilusión de un niño, acomodar mejor sus despojos en la cuna materna

Al principio sus ojos saltaban como dos mariposas apenas salidas de su crisálida y su voz se perdía en el infinito de las noches sin cause y sus dientes figuraban batallas inimaginables en los paraísos de la vigilia y su hocico se humedecía en los riachuelos de un tiempo sin noche y sin memoria.

Pero todo no fue mas que una luz incierta en un firmamento apagado y el día que lo encontraron muerto en su jaula, hecho una momia y casi invertebrado... infectado por la parálisis de sus sueños, en sus ojos todavía rodaba una lágrima... y ni siquiera las moscas vinieron a deleitarse en su guiñapo.

Se fue solo, como ya estaba escrito en el libro de los días que llevamos a cuestas, sin la pausa que nos niega y nos devora y que nos hace otros entre la cima y el pie de la montaña.




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