jueves, 19 de febrero de 2015

JOSSELINE PINTO [14.962] Poeta de Guatemala



Josseline Pinto

Guatemala, 1996 Es poeta, periodista cultural. Ha participado en distintos festivales y en colaboraciones con el poeta David Pellecer en el XVII Festival del Centro Histórico, en el que co-organizó los encuentros multidisciplinarios MicroCosmos: Espacios Creadores y el MicroFestival Poetas por Km2, donde participó con un performance poético. Su trabajo ha sido publicado en la antología digital “Poetry Slam: Tres años en imágenes y letras.” Trabaja como reportera cultural para Magacín de Siglo21 y esQuisses.net, donde, además, se encarga de recetar la agenda semanal. Actualmente se encuentra trabajando en su primer libro de poesía que espera publicar en marzo para la segunda edición del Festival La Valiente.




I

Mi madre siempre sintió
en la izquierda de la cama
las noches más frías.
No sabía
que estaba permitido
cambiar para circular la sangre.
Siempre durmió tan cómoda
huyendo de las ventanas.
Madre,
cuando era niña
vendiste el color de tu pelo
para sentirte sabia
y alejarme del frío.
Pero madre,
he descubierto que a mí de noche
me crecen los dedos
y se encoge mi cabello.
Ya no me asusta
tener frío entre las piernas.
Siento que he perdido
las razones de temer.

Al tener la vida en las manos,
comprendo el éxtasis
de jugar con nadas y reflejos.
Madre,
yo rompí tu florero gris.
Ahora entiendo
que lo que rompía
era lo frágil de mi vida.
Madre,
de noche ya no me asustan
los gritos de los viejos,
ahora tengo la valentía
del mayor ebrio.
Madre,
me he convertido
en lo que temimos siempre
y ya no busco un destino.
También me ha crecido la voz
y puedo gritar
para encender
las luces de la calle.
Ya no temo.
Ya no me escondo.
Madre,
al fin he llegado
a olvidar mi nombre.
Madre,
al fin he llegado a olvidarme
completamente.





II

Un grito no era suficiente,
la desesperación
rebotaba en cada piso,
cada muro,
cada techo
y todo
simplemente
cae
sobre un triangulo
de vida de cristal.
Todos miran las horas
como si supieran
con fe ciega
que pasarán
agotándose
dejando vacía
la perpetua permanencia.
Yo confío
en que las horas se me acumulan
y son las cuatro, las cinco, las seis
y yo sigo en el minuto cero,
con la mirada fija
en la molesta luz que avisa
una nueva rutina.
Todos miran pasar las horas
y yo devoro los segundos en masa,
para llenarme
y no moverme por la pesadez.
Los muros han caído,
las alarmas despiertan
y todos aún miran inmóviles
las horas.



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