miércoles, 18 de febrero de 2015

IBN AL-FARID [14.942] Poeta de Egipto


Ibn al-Farid

Ibn al-Farid o Ibn Farid (en árabe: عمر بن علي بن الفارض; `Umar ibn `Alī ibn al-Fārid) (n. 1181 - f. 1235) fue un poeta árabe del siglo XIII. Su nombre significa literalmente «hijo del abogado legal para las mujeres» y su padre fue, de hecho, muy considerado por su trabajo en el ámbito jurídico.1 Ibn al-Farid nació en El Cairo y vivió algún tiempo en La Meca, antes de retornar a El Cairo, donde falleció.

El padre de Ibn al-Farid era juez y una personalidad importante del gobierno. Siendo joven, Ibn al-Farid realizó retiros en oasis próximos a la ciudad. Asistió a una escuela de derecho islámico. Vivió algún tiempo en La Meca, donde se convirtió en maestro de hadiz y de poesía; sin embargo, rechazó propuestas para escribir cantos de propaganda política.

Poesía

Su poesía es enteramente de inspiración sufí y fue estimado como el más importante poeta místico de los árabes. Se estima que varios de sus poemas fueron escritos en estado de éxtasis espiritual y son considerados el pináculo de la poesía árabe.

Las dos obras maestras de Ibn al-Farid son la Oda al vino, una meditación sobre el vino de la bienaventuranza divina, y el Poema del camino sufí, una exploración profunda de la experiencia espiritual a lo largo del camino sufí y quizás el poema místico más largo compuesto en árabe. Ambos poemas han inspirado comentarios a lo largo de los siglos y todavía son reverentemente memorizados por los sufíes y otros musulmanes devotos en la actualidad.



El Amor

Es el amor. Preserva tus entrañas,
que la pasión no es fácil,
y todo lo que elige se consume,
aunque tenga razón.
Vive libre de él,
que la calma de amor es la fatiga,
dolencia es su comienzo, y muerte su final.
Para mí, sin embargo,
el morir por amor es un vivir,
y el favor se lo debo a aquel que amo.
Te doy estos consejos
conociendo muy bien qué es el amor,
pero si tú prefieres contradecirme,
elige por ti mismo lo que te plazca.
Si deseas vivir gozosamente,
muere mártir por él; s¡ no lo haces,
el amor tiene ya su propia gente.
Quien no muere de amor, por él no vive.
Y la miel no se puede cosechar
sin exponerse al daño de las abejas.





Poesía de amor místico de Ibn Al-Farid

Las palmas de mis pupilas me dieron a beber la fiebre del amor
Cuando mi copa se hizo rostro de ella que toda belleza supera
Si no fuera por mis suspiros, mis propias lágrimas me ahogarían
Y si no fuese por mis lágrimas, mis suspiros me abrasarían.
Mi cura es parecida a mi muerte,
el deseo tal muerte ordena, y el frío de mi ardiente sed,
al calor de tal sed encuentra.
Cualesquiera sean los tormentos que sobre mí caigan,
¡sabe que los tendré por goces!
Todas las miserias y desconciertos, son favores si de Ti provienen,
Y el ropaje de la adversidad, por Ti lo visto con venturosa holgura.
Tu imperio sobre mí es absoluto, haz pues lo que quieras,
Que mí deseo siempre estuvo contigo, y no en tu contra.
El alma que no quiere encontrar torturas en el amor,
cuando se dispone a querer, es sin duda rechazada.
Ningún espíritu calmo triunfa en el amor,
Ni ser alguna que desee vida despreocupada,
¡Cuán lejana está la paz del verdadero amante!
¡El jardín del Edén se rodea de adversidades!
Jamás me vi forzado a erigir tu Amor en religión;
Más si no fuera por Ti mi confusión…
¡cuán mayor sería aún mi desconcierto!
Buscaste otro amor que no era el Mío – dijo Ella –
Porque has engañado a tu alma, llenándola de deseo
Viniste a Mí con rostro resplandeciente,
Pero no te desprendiste de tu orgullo al alabarme
Mi camino está abierto para quien se guía rectamente
Es cierto que proclamaste tu pasión, pero era por ti mismo
¡Deja pues de declarar tanto tu amor, y guía en otro sentido a tu corazón!
¡Si quieres ser sincero, muere[1]!
¡Así es el amor, jamás se alcanza la cima si no mueres!
Le contesté: ¡Tuyo es mi espíritu! ¡Cógelo!
Oh,  si permite que mi sangre sea derramada por su Amor,
aunque por tal pierda la vida, habré ganado,
y si destroza mi corazón, me lo ofrecerá nuevamente.
Por Ella, mi estado es el del demente,
mi salud la del lisiado, y mi alabanza injuria.
Elevé a ella mis plegarias
cuando contemplé cómo oraba por mí.
Ambos somos un solo siervo,
Arrodillado para orar.
No hubo más oración que la mía,
Y a nadie supliqué en cada postración, que yo no fuese
Yo soy cada enamorado, y Ella cada amante;
Y todos ellos sino nombres de una misma vestidura.
Nombres por los que fui llamado,
Y por los que me mostré a mí mismo
Siempre fui Ella, y Ella siempre fue “yo”
Nada hay en el mundo a mi alrededor, salvo yo mismo,
Mi unión es mi separación, mi aproximarse mi alejamiento,
Mi amor mi odio, y mi fin mi comienzo.
Mi muerte es por Ella emocionada, y regocijo de vida,
Pues viviría en puro dolor, si de amor no muriese.
Mi noche se convierte en aurora
Cuando me envuelve con el perfume de su brisa.
Si ella me visita todas las noches,
El mes se convierte en regocijo,
Si se aproxima mi casa,
El año es cálida primavera
Si se encuentra conmigo satisfecha,
La vida se convierte en dulce ansia
Mi pensamiento la contempla con la mirada de la imaginación,
Y la memoria la escucha con el oído de la inteligencia.
Llegué allí donde la mente retrocede,
Y me uní conmigo mismo.
Y supe de cierto que éramos un único ser
Ninguna desazón quedó entre mí y mi pacto
Cuando hablo, mi oído es lengua
Y cuando oigo, mi lengua escucha silenciosa.
Puro, sin ser agua; suave, sin ser aire;
luz, mas no fuego; espíritu y no cuerpo.
Reconocí como ella era yo,
y su luz mi propio brillo.

[1] Se refiere a fana, el estado de la muerte del ego.




Poema del camino espiritual (versos finales) -

Si me hubiese quedado solo me habría extraviado,
y visto desnudo de los signos de la “Unión”

No soy culpable si proclamo mi largueza,
pues otorgo  numerosos regalos a mis seguidores.

Quien la “Unión” me ha ofrecido, hizo descender
sobre mí la paz,
hasta que de cerca me señaló.

Como su Luz, brilla en mi la linterna de mi esencia;
y mi atardecer fulge como mi mañana.

Me contemplé a mi mismo, y vi que yo era Él
reconocí como Él era yo, y su Luz mi propio brillo.

Por mí fue santificado el valle, donde les quité las sandalias
haciéndoles un inmenso regalo.

Me acostumbré a mi resplandor, y para ellos fui guía;
un alma valiente y luminosa, en la que fulguran las luces.

Hallé firmes mis Sinaíes.  Colmando mis deseos,
les hablé en secreto, y dialogué con mi esencia.

Mi luna no se oculta, mi sol no se pone;
por mi son guiadas las estrellas rutilantes.

Mis planetas aparecen, moviéndose según mi voluntad,
esa que vigila todo cuanto me concierne;
y los ángeles se inclinan ante mi Poder.

En el mundo del recuerdo, el alma mantiene su viejo Poder,
ése al que mis discípulos piden ser conducidos.

¡Acudid, pues a mi Unión Primera,
ésa por la que encontré como niños a los ancianos de la tribu!

Los que son de mi edad, apuran cuantos posos dejé,
y las virtudes de quienes me precedieron, son en verdad mis sobras.



El elogio del vino

Introducción, J. Peradejordi


La fuente que brota de la tierra
de Dios vivifica el Universo entero.
Louis Cattiaux


El elogio del vino es la obra más conocida de Sharâf al-dîn ‘Umar ibn al-Fârid. Este gran poeta místico musulmán, de origen sirio, nació en El Cairo en el año 577 (1181) y murió en esta misma ciudad en 632 (1235). Fue uno de los más ilustres buscadores de la verdad dentro de la fe musulmana, llevando incluso una vida ascética.

Su maestro, un hombre al parecer poco apreciado por sus coetáneos, ocultaba bajo el oficio de pastelero una extraordinaria sabiduría.

Incluso Dermenghem, uno de los traductores franceses del magnífico poema que presentamos, no creía que ibn al-Fârid hubiera alcanzado el conocimiento de la Verdad.

No nos parece que debamos juzgar al personaje, ni tampoco a su maestro, del que apenas se sabe casi nada, sino a la obra; y ésta contiene el perfume inconfundible, el sabor totalmente peculiar de la vivencia de la cual nos habla. ¿No afirma que ha bebido del vino y sabe cómo describirlo? ¿No declara que el mundo es su reino y el tiempo su esclavo?

A ciertos espíritus beatos acaso les sorprenda que uno de los más celebrados autores de la mística islámica utilice imágenes como el vino o la embriaguez que, para algunos, pueden resultar groseras e incluso pecaminosas, pero ya desde el primer verso de este singular poema el autor nos pone sobre aviso: no se trata de un vino corriente, corruptible, sino de un vino trascendente, «creado antes de la creación de la viña». Y no debemos ver aquí una mera imagen poética atribuible a la imaginación de ibn al-Fârid; también el Sefer ha-Zohar nos habla de un banquete en el que participarán los escogidos después de la resurrección. En este banquete se beberá, afirma el Sefer ha-Zohar, un vino conservado desde la creación, que será servido a los justos.

El simbolismo del vino no es, pues, algo característico de ibn al-Fârid o del Islam; se trata de un simbolismo universal. En todas las culturas, en todas las épocas, se ha relacionado el vino con la vida y con la inmortalidad. Sólo hemos de fijarnos en la palabra «vid», que no sólo fonética, sino también etimológicamente se asocia a vita, ‘vida’. Desde el taoísmo hasta el cristianismo, el vino aparece en un sinfín de ceremonias y ritos. En la santa cena, prefiguración de la sagrada misa, Jesús declara que el vino «es su sangre, la sangre de la alianza».

Comentando el conocido pasaje del Cantar de los Cantares «Introducidme en la casa del vino», Orígenes dice que el vino es la alegría, el Espíritu Santo, la sabiduría y la verdad.

En el Corán podemos leer que a los resucitados se les dará a beber de un vino perfumado y sellado que estará mezclado con el agua del Tasnîn. «Este vino — dice el libro sagrado del Islam — es como una fuente de la que beben aquellos que se acercan a Alá».

Otro gran místico persa del siglo viii, Bâyazîd de Bistâm decía: «Yo soy el bebedor, el vino y el escanciador. Dentro del mundo de la unificación todos son uno».

Si el vino ha sido considerado de este modo por tan grandes sabios, sin duda su simbolismo oculta una profunda enseñanza. Ésta parece estar en estrecha relación con el simbolismo de la palabra.

Es harto conocido el pasaje bíblico en el que Adán, nombrándolos, da ser a los animales y a las cosas sobre la tierra. Los cabalistas lo interpretan de la siguiente manera: antes de lo que se ha llamado «la caída», el hombre poseía la palabra; gracias a ella, podía crear una cosa con sólo nombrarla. Esta palabra colocaba al hombre por encima de las bestias y lo hacía semejante a Dios, que se la insufló. Esta misma enseñanza se encuentra, expuesta de otro modo, en el Corpus Hermeticum, cuando dice que: «el hombre es un ser divino viviente, que no puede ser comparado a los otros seres vivientes terrestres, sino a los de arriba, a los del cielo, llamados dioses».

Qué es y cuál es la naturaleza de esta Palabra es difícil de precisar y constituye el objeto de nuestra búsqueda. Pero si recordamos que para los griegos, logos, palabra, quería decir también ‘inteligencia, razón’, quizá nos demos cuenta de que se trata de la verdadera inteligencia, de la inteligencia divina dentro del hombre.

La palabra no es (o no era) una abstracción, es aquello que permite la comunicación, la manifestación, la concretización de lo que es abstracto, informe y, por tanto, desconocido. Visto desde otro ángulo, aquello que se ha convenido en llamar «la Palabra» es lo que permite la comunicación de lo incomunicable, la manifestación del Inmanifestado, de la Verdad que está más allá de las formulaciones.

Existe un conocido proverbio latino que afirma: in vino veritas, ‘en el vino la verdad’; éste nos viene a decir que en el vino se halla la verdad, proposición misteriosa que sin embargo no lo resulta tanto a la luz de la Cábala. Si sabemos que en hebreo las palabras ‘vino’ y ‘secreto’ tienen el mismo valor numérico y, en cierto modo, son sinónimas, no encontraremos chocante el aforismo hebreo que afirma que «cuando el vino entra, el secreto sale».

Del mismo modo que cuando estamos beodos confesamos nuestros secretos con mucha más facilidad que cuando estamos serenos, así, cuando se ha bebido el vino del cual habla ibn al-Fârid, el secreto que está en nosotros se manifiesta con menos trabas. Y este secreto, el secreto del hombre, no es sino la palabra de la cual hablábamos.

Bebiendo el vino de Dios despertamos a esta palabra y nos volvemos como el Adán del principio, el hombre perfecto del cual nos habla la mística musulmana. Mas para beber del vino de Dios debemos primero ir a su viña, símbolo del reino de los cielos, de aquel lugar de donde mana la vida que vivifica al universo entero.

¡Ojalá su perfume nos indique cómo llegar hasta él!



Elogio del vino (Al-Jamriyya)

Hemos bebido a la memoria del Bienamado
Un vino que nos ha embriagado
Antes de la creación de la viña.
Nuestro vaso era la luna llena.
Él es un sol; un cuarto creciente lo
Hace circular. ¡Cuántas estrellas
Resplandecen cuando está mezclado!
Sin su perfume no hubiera
Hallado el camino de sus tabernas.
Sin su resplandor, la imaginación
No podría concebirlo.
De él, el tiempo ha conservado tan poco,
Que es como un secreto oculto
En el fondo de los corazones.
Si su nombre es citado en la tribu,
Este pueblo se embriaga sin deshonor
Y sin pecado.
Ha subido poco a poco del fondo
De las jarras y de él, en verdad,
Sólo queda el nombre.
Si un día de él se acuerda
Un hombre, la alegría se apodera de éste y la tristeza se desvanece.
La única visión del sello
Puesto sobre las jarras,
Basta para embriagar a los invitados.
Si regaran con un vino como éste la
Tierra de un sepulcro, el muerto reencontraría
Su alma y su cuerpo sería revivificado.
Extendido a la sombra del muro de su viña,
El enfermo agonizante recobra inmediatamente
Sus fuerzas.
Cerca de sus tabernas, el paralítico
Anda y los muros se ponen a hablar
Al recuerdo de su sabor.
Si las emanaciones de su perfume se
Exhalan en Oriente, un hombre privado
De olfato se vuelve desde Occidente
Capaz de percibirlas.
Aquel que sostiene la copa, la palma untada
De este vino, no se extraviará en la noche;
Sostiene un astro en la mano.
Un ciego de nacimiento que lo recibiera
En su corazón recobraría inmediatamente
La vista. El rumor de su filtro hace
Oír a los sordos.
Si una tropa de jinetes
Que se dirige hacia el terruño que lo
Ve nacer, alguien es mordido por una bestia
Venenosa, el veneno no le afectará.
Si el exorcista traza las letras de su
Nombre en la frente de un poseído, estos
Caracteres lo sanan.
Bordado en la bandera del ejército
Este nombre embriaga a todos los que
Andan bajo el estandarte.
Pule el carácter de los invitados
Y por él se conducen en la vía
De la razón los que no tienen
Entendimiento.
Aquel cuya mano no ha conocido
Nunca la espledidez se torna
Generoso y el que no tenía grandeza
De alma aprende a moderarse
Incluso en la cólera.
Si el más estúpido de los hombres
Pudiera besar la tapa de su aguamanil,
Llegaría a comprender el sentido de sus
Perfecciones.
Me dicen: «Descríbelo, tú que estás
Tan bien informado de sus cualidades».
Sí, en verdad, sé cómo describirlo.
Es una limpidez y no es agua,
Es una fluidez y no es aire,
Es una luz sin fuego y un espíritu sin cuerpo.
Su verbo ha preexistido eternamente
A todas las cosas existentes;
Cuando no había formas ni imágenes.
Por él subsisten aquí
Todas las cosas, pero lo velan
Con sabiduría a quien no comprende.
De él, mi espíritu se ha prendado de
Tal forma que se han mezclado
Los dos íntimamente; pero no es
Un cuerpo que ha entrado en otro cuerpo.
Vino y no viña: tengo a Adán por
Padre. Viña y no vino: su madre es
Mi madre.
La pureza de los vasos, en verdad,
Proviene de la pureza de las ideas;
Y las ideas, es él quien las hace crecer.
Se ha hecho una distinción; pero el todo
es uno; nuestros espíritus son el vino
Y nuestros cuerpos la viña.
Antes que él, no hay «antes»
Y después de él, no hay «después»;
El principio de los siglos ha sido
El sello de su existencia.
Antes que el tiempo fuese, ha estado
Bajo el lagar. El testamento de
Nuestro padre sólo ha venido después
De él; es como un huérfano.
Tales son las bellezas que inspiran
Para loarlo las prosas armoniosas
Y los versos cantarines.
El que aún no lo conoce
Se alegra de oírlo citar, como
El amante de Nou’m al oír el nombre
De Nou’m.
Ellos han dicho: «Has pecado bebiéndolo».
«No ciertamente, sólo he bebido
Lo que, privándome de ello, me hubiera
Hecho culpable».
¡Felices las gentes del monasterio!
¡Cuánto se han embriagado de este vino!
Y sin embargo no lo han bebido, pero
Han tenido la intención de beberlo.
Antes de mi pubertad he conocido su
Embriaguez; todavía estará en mí cuando
Mis huesos sean polvo.
Tómalo puro este vino; o no lo mezcles
Más que con la saliva del Bienamado;
Toda otra mezcla sería culpable.
Está a tu disposición en las tabernas;
Ve a tomarlo en todo su esplendor.
¡Qué bueno es beberlo al son de las
Músicas!
Ya que jamás, en ningún lugar, cohabita
Con la tristeza, como nunca cohabitan
Juntos las penas y los conciertos.
Si te embriagas de este vino, aunque
Sólo sea por una hora, el tiempo será
Tu dócil esclavo y tendrás el poder.
No ha vivido, aquí abajo, aquel que
Ha vivido sin embriaguez y éste
Carece de entendimiento si no ha
Muerto por su embriaguez.
Que llore sobre sí mismo, el que
Ha perdido su vida sin tomar de él su parte.











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