lunes, 23 de febrero de 2015

GARY SOTO [15.029] Poeta de Estados Unidos


Gary Soto

Gary Soto, poeta, novelista y editor,  nació en Fresno, California, en 1952. De padres jornaleros mexicano-estadounidenses,  muy joven trabajó en los campos del Valle de San Joaquín.

Con su primera colección de poemas, The Elements of San Joaquín, obtuvo el premio United States Award of the International Poetry Forum en 1976. Desde entonces, ha publicado numerosos poemarios, como A Simple Plan (Chronicle Books, 2007), One Kind of Faith, (2003), y Junior College (1997).

En 1995, el libro New and Selected Poems  fue finalista del National Book Award. Otros títulos del autor incluyen : Canto Familiar / Familiar Song (1994), Neighborhood Odes (1992); Home Course in Religion (1991); Who Will Know Us? (1990); Black Hair (1985); Where Sparrows Work Hard (1981); The Tale of Sunlight (1978), entre algunos más.  Así mismo,  se le han otorgado las becas del Consejo de las Artes de California, de la Fundación Guggenheim, y del National Endowment for the Arts.

Su poesía es una constante reflexión sobre su vida como chicano y está centrada en la experiencia cotidiana que a veces parece divertida y vertiginosa, y  otras,  dolorosamente fidedigna.




Una palma roja

Estás en un sueño entre plantas de algodón.

Levantas la hoz, das golpe, y con un jadeo cae la primera maleza. Das otro paso, segas, y el jadeo viene de nuevo,

hasta que tú mismo te encuentras respirando de esa manera con cada paso, jadeo que te seguirá hasta el pueblo.

Eso será horas más tarde. El sol es una ampolla roja
que se hincha sobre la palma de tu mano. Tu espalda es fuerte,
joven, aún no es una silla quebrada
en una escuela abandonada de arañas secas.
El polvo se asienta en tu frente, la tierra
sonríe bajo cada uña.
Segas, pisas, y al final de la primera fila,
compras un pescado majestuoso para la esposa
y tres hijos. Otra fila, otro pescado,
hasta que sea suficiente para seguir por la leche,
pan, carne. Diez horas y las estanterías crujen.
Puedes descansar en el jardín bajo un árbol.
Tus manos se contraen sobre tu regazo,
No se diferencian de los pescados sobre el muelle o en el fondo
de un bote. Bebes té helado. Los minutos se sacuden
como moscas.

Es tarde, ya de noche,
Y las luces de tu casa están encendidas.
Eso cuesta dinero, la luz amarilla
en la cocina. Son treinta pasos,
le dices a tus manos,
que ahora tienen forma de prismáticos.
Podrías elevarlas a tus ojos:
Fuiste un tonto en la escuela, ahora mírate.
Eres un gigante entre las plantas de algodón.
Ahora ves a tu hijo mayor, también por el camino.
Papá, dice, es el momento de comenzar.
Tiras de él a tu regazo
y le preguntas, ¿Cuánto es cuarenta por nueve?
Él lo sabe tan bien como tú, y sonríes.
El viento hace la paz con los árboles,
las estrellas se azotan a sí mismas en la oscuridad.
Te levantas y caminas con el jadeo de las plantas de algodón.
Te duermes con un sol rojo en la palma de tu mano,
La llaga de luz que ves cuando te revuelves por primera vez en la cama.



A Red Palm

You’re in this dream of cotton plants.
You raise a hoe, swing, and the first weeds
Fall with a sigh. You take another step,
Chop, and the sigh comes again,
Until you yourself are breathing that way
With each step, a sigh that will follow you into town.

That’s hours later. The sun is a red blister
Coming up in your palm. Your back is strong,
Young, not yet the broken chair
In an abandoned school of dry spiders.
Dust settles on your forehead, dirt
Smiles under each fingernail.
You chop, step, and by the end of the first row,
You can buy one splendid fish for wife
And three sons. Another row, another fish,
Until you have enough and move on to milk,
Bread, meat. Ten hours and the cupboards creak.
You can rest in the back yard under a tree.
Your hands twitch on your lap,
Not unlike the fish on a pier or the bottom
Of a boat. You drink iced tea. The minutes jerk
Like flies.

It’s dusk, now night,
And the lights in your home are on.
That costs money, yellow light

In the kitchen. That’s thirty steps,
You say to your hands,
Now shaped into binoculars.
You could raise them to your eyes:
You were a fool in school, now look at you.
You’re a giant among cotton plants.
Now you see your oldest boy, also running.
Papa, he says, it’s time to come in.
You pull him into your lap
And ask, What’s forty times nine?
He knows as well as you, and you smile.
The wind makes peace with the trees,
The stars strike themselves in the dark.
You get up and walk with the sigh of cotton plants.
You go to sleep with a red sun on your palm,
The sore light you see when you first stir in bed



Fábrica de Neumáticos Misión,  1969

 Durante todo el almuerzo Pedro no dejó de rascarse la entrepierna,
mientras Jesús hablaba sobre sus tatuajes,
y yo dejaba que las moscas caminaran por mi brazo, quieto,
pensando que no estaba bien, un dólar con sesenta y cinco, la solución de caucho en nuestros pulmones,
El horno al que entrábamos, con los ojos entrecerrados
— porque ese día temprano Manny se cayó
de su máquina, y cuando lo cargamos
hacia el cobertizo (sangre
bajo su camisa, en los pantalones)
Todo lo que pudo hacer, con una ignorancia
superada sólo por el dolor, fue sacar tres dólares
de su cartera, y decir:
“Cómprense unos sándwiches. Ustedes me salvaron la vida.”



Mission Tire Factory, 1969

All through lunch Peter pinched at his crotch,
And Jesús talked about his tattoos,
And I let the flies crawl my arm, undisturbed,
Thinking it was wrong, a buck sixty five,
The wash of rubber in our lungs,
The oven we would enter, squinting
—because earlier in the day Manny fell
From his machine, and when we carried him
To the workshed (blood from
Under his shirt, in his pants)
All he could manage, in an ignorance
Outdone only by pain, was to take three dollars
From his wallet, and say:
“Buy some sandwiches. You guys saved my life.”




Sábado en el Canal

Tenía la esperanza de que a los diecisiete sería feliz.
La escuela era una aguda paloma en la lista de asistencia,
El sonido de una desagradable tuba que tocaba a mediodía porque nuestro equipo
iba a ganar en la noche. Los maestros se encontraban 
demasiado cerca de la muerte para entender. Los pasillos
apestaban a  bajas calificaciones y  pelo sucio. Así,
un amigo y yo nos quedamos mirando el agua el sábado,
ninguno de los dos hablaba mucho, sólo nos calentábamos
lanzando piedras grandes sobre el suelo polvoriento
y nos embargaba una  horrible sensación porque San Francisco era sólo una postal
en la pared de un dormitorio. Queríamos ir ahí,
pedir aventón bajo la última parvada de aves migratorias
y estar con gente que supiera algo más que tres acordes
en una guitarra. No bebíamos ni fumábamos,
sin embargo, el  pelo nos caía hasta los hombros, salvaje cuando
el viento lo volaba y las sombra de
esta soledad se apoderaba de la tierra suelta. En autobús o en coche,
con el serpenteo del tren sobre un largo puente,
queríamos salir. Los años se congelaron
al estar sentados en la orilla. Nuestros ojos siguieron al agua,
su punta blanca, pero oscura por debajo, que corría fuera de la ciudad.


Saturday At The Canal

I was hoping to be happy by seventeen.
School was a sharp check mark in the roll book,
An obnoxious tuba playing at noon because our team
Was going to win at night. The teachers were
Too close to dying to understand. The hallways
Stank of poor grades and unwashed hair. Thus,
A friend and I sat watching the water on Saturday,
Neither of us talking much, just warming ourselves
By hurling large rocks at the dusty ground
And feeling awful because San Francisco was a postcard
On a bedroom wall. We wanted to go there,
Hitchhike under the last migrating birds

And be with people who knew more than three chords
On a guitar. We didn’t drink or smoke,
But our hair was shoulder length, wild when
The wind picked up and the shadows of
This loneliness gripped loose dirt. By bus or car,
By the sway of train over a long bridge,
We wanted to get out. The years froze
As we sat on the bank. Our eyes followed the water,
White-tipped but dark underneath, racing out of town.



Buscando por ahí, creyendo

 Qué extraño que podamos empezar en cualquier momento.
Con dos pies bajamos a la calle.
Con una mano deshacemos la rosa.
Con un ojo levantamos el árbol de durazno
Y lo sostenemos en el viento – flores blancas
a nuestros pies. Como ahora. Comencé
en el jardín con mi hija,
con mi esposa hurgando en un geranio de maceta,
y ahora voy caminando por la calle,
asombrado de que el sol sólo está así de alto,
un poco más que la azotea, y un niño
está cantando a través de un periódico enrollado
y un perro salta como una pulga
y por la panadería paso, una palma,
como una estrella de mar que succiona, hace presión
sobre la ventana. Nos ocupamos —
de esta manera, de esa otra, hacemos sombras
donde hubo luz del sol, hacemos palabras
donde sólo había ruido en los árboles.



Looking Around, Believing

How strange that we can begin at any time.
With two feet we get down the street.
With a hand we undo the rose.
With an eye we lift up the peach tree
And hold it up to the wind —  white blossoms
At our feet. Like today. I started
In the yard with my daughter,
With my wife poking at a potted geranium,
And now I am walking down the street,
Amazed that the sun is only so high,
Just over the roof, and a child
Is singing through a rolled newspaper
And a terrier is leaping like a flea
And at the bakery I pass, a palm,
Like a suctioning starfish, is pressed
To the window. We’re keeping busy —
This way, that way, we’re making shadows
Where sunlight was, making words
Where there was only noise in the trees.



 ¿Quién nos reconocerá? 

para Jaroslav Seifert

 Es frío, amargo como un centavo.
Estoy en un tren, meciéndome hacia el cementerio,
para visitar a los muertos que ahora
respiran a través de la hierba, a través de mí,
a través de familiares que vendrán
a preguntar, ¿Dónde estás?
Frío. El tren con su carga
de carbón helado, el conductor
con los botones sueltos, como cabezas de santos crucificados,
su loca perforadora que le muerde los ceros a los boletos.

La ventana  mira hacia sus tejas de nieve vieja.
Vacas. La valla de púas penetra en el color blanco.
Granjas oscuras, un vagón,
con un caballo temblando.
Este es mi país, blanco, sin palabras,
Casa de silencio, caballo que no se mueve
para  crear una nueva sombra. Postes de la cerca  
que son personas, vacas moteadas la maquinaria
que alimenta a los funcionarios. No tengo nada
bueno qué decir. Amo Paris
y escribo, “¡Que viva París!”
Me encanta Atenas y escribo,
“El gran libro todavía está en su regazo.”
Los murciélagos me intrigan,

la vena rosa en una lila.
He deseado abrir un paraguas
bajo la lluvia inglesa, fumar
y no delatarme,
Beber y llamar a un amigo que está del otro lado de la habitación,
golpear con los pies el suelo por la más pequeña broma.
Pero este es mi país.
Camino mucho, duermo.
Como en mi habitación, leo en mi habitación,
e invento mujeres  en mi cabeza —
Nostalgia, el encendedor de cigarros de antes de la guerra,
belleza,  lágrimas que fluyen hacia adentro para alimentar las raíces.

El tren. Rojo de carbón del mal.
Somos sus pasajeros, tanto los viejos como los jóvenes.
¿Quién nos reconocerá cuando respiremos a través de la hierba?



Who Will Know Us

For Jaroslav Seifert

 It is cold, bitter as a penny.
I’m on a train, rocking toward the cemetery
To visit the dead who now
Breathe through the grass, through me,
Through relatives who will come
And ask, Where are you?
Cold. The train with its cargo
Of icy coal, the conductor
With his loose buttons like heads of crucified saints,
His mad puncher biting zeros through tickets.

The window that looks onto its slate of old snow.
Cows. The barbed fences throat-deep in white.
Farm houses dark, one wagon
With a shivering horse.
This is my country, white with no words,
House of silence, horse that won’t budge
To cast a new shadow. Fence posts
That are the people, spotted cows the machinery
That feed Officials. I have nothing
Good to say. I love Paris
And write, “Long Live Paris!”
I love Athens and write,
“The great book is still in her lap.”
Bats have intrigued me,

The pink vein in a lilac.
I’ve longed to open an umbrella
In an English rain, smoke
And not give myself away,
Drink and call a friend across the room,
Stomp my feet at the smallest joke.
But this is my country.
I walk a lot, sleep.
I eat in my room, read in my room,
And make up women in my head —
Nostalgia, the cigarette lighter from before the war,
Beauty, tears that flow inward to feed its roots.

The train. Red coal of evil.
We are its passengers, the old and young alike.
Who will know us when we breathe through the grass?

octubre 17, 2009 Posted by Lillian van den Broeck | TRADUCCIÓN POESÍA


Las cosas funcionan así

Hoy vivir nos va a costar veinte pesos.
Cinco de la pelota, cuatro del libro,
otros más por el café y el pan dulce,
el pasaje del camión, resina para el violín de mamá.
Estamos cumpliendo nuestro deber. La propina
que le dejé a la mesera se filtra como la lluvia
y alcanza las raíces de un niño pequeño
o tal vez a un gato latoso que no va a soltar
el calcetín hasta que alguien le dé de comer.

Hasta donde yo sé, hija, las cosas funcionan así:
Tú compras pan en la tienda o una bolsa de manzanas
en el puesto de fruta y esas monedas sirven
a otros para comprar lápices, pegamento,
boletos para ver una película que haga reír.
Si compramos un pez, alguien se prueba un sombrero.
Si compramos crayolas, alguien llega a casa con una escoba.
Una propina, cualquier cosita aquí o allá,
y así las cosas siguen marchando. Eso creo.



Naranjas

Yo tenía doce años la primera vez
que caminé con una chica.
Hacía frío y llevaba el peso
de dos naranjas en mi chamarra.
Era diciembre. El hielo se partía
bajo mis pasos, mi aliento
helado, mientras caminaba hacia
su casa (la que tenía una luz amarilla
en el portón prendida día y noche.)

Un perro me estuvo ladrando hasta que ella
se acercó quitándose los guantes,
la cara rojo brillante. Sonreí,
le toqué el hombro y así caminamos
varias calles, cruzamos un estacionamiento
una línea de árboles recién plantados
hasta que llegamos a la farmacia.
Entramos y tocamos la campanita
para llamar a la vendedora. Yo
le pregunté a la chica qué quería
y y se le iluminó la cara. Yo traía
un peso pero el chocolate
que ella escogió costaba cinco.
No dije nada. Saqué la moneda
de mi bolsa, luego una naranja
y  puse las dos cosas en el mostrador.
La señora lo entendió todo y
se me quedó viendo. Yo
intenté sostenerle la mirada.



Afuera
los coches pasaban rapidísimo
y la niebla seguía colgando
de los árboles como abrigos viejos.
La chica y yo caminamos
tomados de la mano durante
dos cuadras, luego nos detuvimos
para abrir el chocolate.
Yo pelé una naranja que se veía
tan brillante en lo gris de diciembre
que a la distancia parecía que
estaba haciendo fuego con las manos.


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