lunes, 9 de febrero de 2015

FRAY LUIS DE LEÓN [14.785]


Fray Luis de León

Fray Luis de León (Belmonte, 1527 o 1528 – Madrigal de las Altas Torres, 23 de agosto de 1591) fue un poeta, humanista y religioso agustino español de la Escuela salmantina.

Fray Luis de León es uno de los escritores más importantes de la segunda fase del Renacimiento español junto con Francisco de Aldana, Alonso de Ercilla, Fernando de Herrera y San Juan de la Cruz. Su obra forma parte de la literatura ascética de la segunda mitad del siglo XVI y está inspirada por el deseo del alma de alejarse de todo lo terrenal para poder alcanzar lo prometido por Dios, identificado con la paz y el conocimiento. Los temas morales y ascéticos dominan toda su obra.

Fray Luis nació en Belmonte en 1527 o 1528. Residió y cursó sus primeros estudios en Madrid y Valladolid, donde su padre, abogado, ejercía la labor de consejero regio. Cuando cumplió los catorce años, se marchó a estudiar a Salamanca, ciudad que constituyó el centro de su vida intelectual como profesor de su universidad. Allí ingresó en la Orden de los Agustinos (Orden de San Agustín), probablemente en enero de 1543, y profesó el 29 de enero de 1544.

Estudió filosofía con Fray Juan de Guevara y teología con Melchor Cano. En el curso de 1556-1557 conoció a fray Cipriano de la Huerga, un orientalista catedrático de Biblia en Alcalá de Henares, encuentro que supondría una experiencia capital en la formación intelectual de Fray Luis.4 Asimismo un tío suyo, profesor de la universidad salmantina, le orientó en esos momentos.

Entre mayo y junio de 1560 obtuvo los grados de licenciado y maestro en Teología por la Universidad de Salamanca. Comenzó entonces su lucha por las cátedras: la de Biblia, que había dejado vacante Gregorio Gallo, más adelante nombrado obispo de la diócesis de Orihuela, cátedra ganada por Gaspar de Grajal; la de Santo Tomás, que ganó al año siguiente, 1561, frente a siete aspirante y entre ellos el maestro dominico Diego Rodríguez. En 1565, al completar los cuatro años para los que había obtenido la cátedra de Santo Tomás, opositó a la cátedra de Durando, saliendo triunfador de nuevo frente a Diego Rodríguez, y se mantuvo en ella hasta marzo de 1572.5 Estuvo un periodo en la cárcel (en Valladolid, en la calle que ahora recibe el nombre Fray Luis de León) por traducir la Biblia a la lengua vulgar sin licencia; concretamente, por su célebre versión del Cantar de los cantares; su defensa del texto hebreo irritaba a los escolásticos más intransigentes, en especial al profesor de griego León de Castro y al dominico fray Bartolomé de Medina, quien estaba molesto contra él por algunos fracasos académicos y redactó una serie de proposiciones que lo llevaron a la cárcel junto a los maestros Gaspar de Grajal y Martín Martínez de Cantalapiedra. En prisión escribió De los nombres de Cristo y varias poesías entre las cuales está la Canción a Nuestra Señora. Tras su estancia en la cárcel (del 27 de marzo de 1572 al 7 de diciembre de 1574), fue nombrado profesor de Filosofía Moral y un año más tarde consiguió la cátedra de la Sagrada Escritura, que obtuvo en propiedad en 1579. En la universidad fue profesor de San Juan de la Cruz, que se llamaba por entonces Fray Juan de San Matías.

En Salamanca se divulgaron pronto las obras poéticas que el agustino componía como distracción, y atrajeron las alabanzas de sus amigos, los humanistas Francisco Sánchez de las Brozas (el Brocense) y Benito Arias Montano, los poetas Juan de Almeida y Francisco de la Torre, y otros como Juan de Grial, Pedro Chacón o el músico ciego Francisco de Salinas, que formaron la llamada primera Escuela salmantina o de Salamanca.

Las envidias y rencillas entre órdenes y las denuncias del catedrático de griego, León de Castro, entre otros profesores, le llevaron a las cárceles de la Inquisición bajo la acusación de preferir el texto hebreo del Antiguo Testamento a la versión latina (la traducción Vulgata de San Jerónimo) adoptada por el Concilio de Trento, lo cual era cierto, y de haber traducido partes de la Biblia, en concreto el Cantar de los Cantares, a la lengua vulgar, cosa expresamente prohibida también por el reciente concilio y que sólo se permitía en forma de paráfrasis. Por lo primero fueron perseguidos y encarcelados también sus amigos los hebraístas Gaspar de Grajal y Martín Martínez de Cantalapiedra. Aunque era inocente de tales acusaciones, su prolija defensa alargó el proceso, que se demoró cinco largos años, tras los cuales fue finalmente absuelto. Parece cierto que se le puede atribuir la décima que presuntamente, al salir de la cárcel, escribió en sus paredes:


Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
¡Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y, con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso,
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa,
ni envidiado, ni envidioso!


Tras salir de la cárcel, regresó a dictar su cátedra. Sus biógrafos cuentan que Fray Luís acostumbraba en sus años de docencia resumir las lecciones explicadas la clase anterior y que al volver a la Universidad, retomó sus lecciones con la frase “Decíamos ayer…” (Dicebamus hesterna die), como si sus 5 años de prisión no hubieran trascurrido.

En 1582 junto al jesuita Prudencio de Montemayor, fray Luis intervino en la polémica De auxiliis hablando sobre la libertad humana, lo que le llevó a ser denunciado nuevamente ante la Inquisición, aunque esta vez sin otra consecuencia que una suave amonestación del Inquisidor general, arzobispo de Toledo y cardenal, Gaspar de Quiroga. Poco antes de su muerte era provincial de su orden

La muerte le sorprendió en Madrigal de las Altas Torres cuando preparaba una biografía de Santa Teresa de Jesús, cuyos escritos había revisado para la publicación; admiraba la labor de la monja reformadora y había pretendido incluso que ingresara en su orden. Tras su muerte sus restos fueron llevados a Salamanca, en cuya universidad descansan. El pintor Francisco Pacheco lo describe así:

El rostro más redondo que aguileño; trigueño el color; los ojos verdes y vivos... El hombre más callado que se ha conocido, si bien de singular agudeza en sus dichos... de mucho secreto, verdad y fidelidad, puntual en palabras y en promesas, compuesto, poco o nada risueño.

La obra

Actividad intelectual

Como varón comprometido con su tiempo no dejó de lado los problemas del día a día, así que dentro del contexto de los problemas abordados por la Escuela de Salamanca, a la que pertenecía, Fray Luis intervino en la Polémica De auxiliis, junto con el jesuita Prudencio de Montemayor, defendiendo la libertad del hombre, lo que le costó la prohibición de enseñar dichas ideas. Peor librado salió Montemayor, que fue separado de la enseñanza.

Literatura

El propio fray Luis dejó escrito su concepto de la poesía, "una comunicación del aliento celestial y divino", en su De los nombres de Cristo, libro I, "Monte", "para que el estilo del decir se asemeje al sentir y las palabras y las cosas fuesen conformes":

Porque" [Cristo] es sólo digno sujeto de la poesía; y los que la sacan de él, y, forzándola, la emplean, o por mejor decir, la pierden en argumentos de liviandad, habían de ser castigados como públicos corrompedores de dos cosas santísimas: de la poesía y de las costumbres. La poesía corrompen, porque sin duda la inspiró Dios en los ánimos de los hombres, para, con el movimiento y espíritu de ella, levantarlos al cielo, de donde ella procede; porque poesía no es sino una comunicación del aliento celestial y divino; y así, en los Profetas casi todos, así los que fueron movidos verdaderamente por Dios, como los que, incitados por otras causas sobrehumanas, hablaron, el mismo espíritu que los despertaba y levantaba a ver lo que los otros hombres no veían, les ordenaba y componía y como metrificaba en la boca las palabras, con número y consonancia debida, para que hablasen por más subida manera que las otras gentes hablaban, y para que el estilo del decir se asemejase al sentir, y las palabras y las cosas fuesen conformes.
Sus temas preferidos y personales, si dejamos a un lado los morales y patrióticos que también cultivó ocasionalmente, son, en el largo número de odas que llegó a escribir, el deseo de la soledad y del retiro en la naturaleza (tópico del Beatus Ille), y la búsqueda de paz espiritual y de conocimiento (lo que él llamó la verdad pura sin velo), pues era hombre inquieto, apasionado y vehemente, aquejado por todo tipo de pasiones, y deseaba la soledad, la tranquilidad, la paz y el sosiego antes que toda cosa:

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Este tema se reitera en toda su lírica, la búsqueda de serenidad, de calma, de tranquilidad para una naturaleza que, como la suya, era propensa a la pasión. Y ese consuelo y serenidad lo halla en los cielos o en la naturaleza:

Sierra que vas al cielo
altísima, y que gozas del sosiego
que no conoce el suelo,
adonde el vulgo ciego
ama el morir, ardiendo en vivo fuego:

recíbeme en tu cumbre,
recíbeme, que huyo perseguido
la errada muchedumbre,
el trabajar perdido,
la falsa paz, el mal no merecido.
Oda «Al apartamiento»
Como poeta desarrolló la lira como estrofa, pero prefería el endecasílabo para las traducciones de poetas latinos y griegos, que por lo general realizaba en tercetos encadenados o en octava real.

Estilo

Escribir, piensa Fray Luis, es actividad difícil ("negocio de particular juicio"). Se usarán palabras comunes, pero selectas, ya que el buen escritor, entre

Las que todos hablan, elige las que convienen y mira el sonido de ellas y aun cuenta a veces las letras y las pesa y las mide y las compone para que no solamente digan con claridad lo que pretenden decir, sino también con armonía y dulzura
La armonía era para él el equilibrio de la frase, pero en él domina sobre la dulzura, ya que no se le advierten las melosidades de, por ejemplo, la contemporánea prosa de la novela pastoril. Logra la armonía mediante una perfecta correspondencia entre fondo y forma aprendida en los clásicos latinos, a los que estudió no sólo para imitarlos, sino para reproducir sus cualidades en castellano. Su lengua, pues, es la de Juan de Valdés: natural, selecta y sin afectación.

Aunque su estilo es en apariencia sobrio y austero, y según Marcelino Menéndez Pelayo reflejaba la sofrosine o equilibrio griego, la crítica actual ha hecho notar que su lenguaje y técnica traslucen el carácter vehemente y apasionado del autor. Así que su estilo sólo es sencillo y austero en cuanto a las imágenes, el vocabulario y los adornos, pero la sintaxis, que dice más sobre la esencia verdadera del autor, se ve constreñida por la exigente forma de la lira y recurre con frecuencia desusada al encabalgamiento abrupto, expresando con ello un carácter atormentado, y desborda con frecuencia el cauce del verso y aun de la estrofa. Por otra parte, su vehemencia se refleja a través de las numerosas expresiones admirativas e interjecciones que pespuntean sus versos, de ritmo entrecortado, y tanto en su prosa como en su verso recurre habitualmente a las parejas de palabras unidas por un nexo o una coma, es decir, a los dobletes de palabras con significado complementario, o a las geminaciones, dobletes de sinónimos, que reposan con su equilibrio esa pasión que se esfuerza en contener tanto en su verso como en su prosa.

Su afán comunicativo se expresa en una particular preferencia por la segunda persona. Como consecuencia de esta referencia a una segunda persona, sus textos suelen tener un carácter discursivo, de comentario moral que exhorta de alguna manera al receptor. Este tono discursivo, de alguna forma oratorio, da pie a frecuentes enumeraciones, exclamaciones e interrogaciones retóricas, y abundan también los pasajes descriptivos con el que el autor hace vivir al interlocutor en tiempo presente lo que evoca: de ahí su frecuente uso del presente histórico. Las odas son cortas: solamente dos pasan de los cien versos, la XX y la XXI. Las más importantes oscilan entre los cuarenta y los ochenta o noventa, y de las ventritrés diecisiete están escritas en liras garcilasianas. Son frecuentes como manifestación de la tensión entre su vehemencia y su deseo de refrenarla los encabalgamientos, numerosísimos y a veces violentamente abruptos, por lo que caracteriza al estilo de fray Luis una tensión particular propia del Manierismo, en suma, paralela a la que se expresa en el severo estilo arquitectónico herreriano, contemporáneo.

Utiliza un repertorio simbólico tomado de la poesía clásica latina y hebrea, y en él se sintetizan tres tradiciones culturales distintas: la poesía grecolatina clásica (en especial las odas de su admiradísimo Horacio, y Virgilio) y el Neoplatonismo, la literatura bíblica (Salmos, Libro de Job, Cantar de los Cantares) y la poesía tanto italianizante como castiza del Renacimiento español.

Empezó a escribir en 1572 De los nombres de Cristo, obra en tres libros que no terminaría hasta 1585. En ella muestra la elaboración última y definitiva de los temas e ideas que esbozó en sus poesías en forma de diálogo ciceroniano donde se comentan las diversas interpretaciones de los nombres que se dan a Cristo en la Biblia: "Pimpollo", "Faces de Dios", "Monte", "Padre del Siglo futuro", "Brazo de Dios", "Rey de Dios", "Esposo", "Príncipe de Paz", "Amado", "Cordero", "Hijo de Dios", "Camino", "Pastor" y "Jesú". Llega ahí a la máxima perfección su prosa castellana, de la que puede ser buen ejemplo el párrafo siguiente:

Consiste, pues, la perfección de las cosas en que cada uno de nosotros sea un mundo perfecto, para que por esta manera, estando todos en mí y yo en todos los otros, y teniendo yo su ser de todos ellos, y todos y cada uno de ellos teniendo el ser mío, se abrace y eslabone toda esta máquina del universo, y se reduzca a unidad la muchedumbre de sus diferencias; y quedando no mezcladas, se mezclen; y permaneciendo muchas, no lo sean; y para que, extendiéndose y como desplegándose delante los ojos la variedad y diversidad, venza y reine y ponga su silla la unidad sobre todo. Lo cual es avecinarse la criatura a Dios, de quien mana, que en tres personas es una esencia, y en infinito número de excelencias no comprensibles, una sola perfecta y sencilla excelencia (De los nombres de Cristo, lib. I).
También se deben a fray Luis obras de cierta entidad en latín (De legibus, en tres libros; In Cantica Canticorum Salomonis explanatio, 1582; In psalmum vigesimumsextum explanatio, 1582) y algunas otras obras morales en castellano sobre educación, como La perfecta casada (Salamanca, 1584), dirigida a su prima, María Varela Osorio, donde describe lo que para él es una esposa ejemplar y establece los deberes y atributos de la mujer casada en las relaciones de familia, las tareas cotidianas y el amor a Dios. Inspirada en fuentes clásicas y sobre todo en los Proverbios de Salomón, cuyo último capítulo expone e ilustra desde el versículo 10, es una obra que hay que poner en correlato con otras del mismo género escritas por Luis Vives (De Insitutiones Feminae Christianae, traducida al castellano en Valencia en 1528) y otros humanistas europeos del Renacimiento.

Como traductor vertió del hebreo en verso el último capítulo del Libro de los proverbios y el Libro de Job, que además comentó, como su compañero de orden y amigo Diego de Zúñiga, importante filósofo y defensor del heliocentrismo copernicano. Tardó veinte años en terminarse la Exposición del libro de Job luisiana: la empezó en la cárcel y la concluyó poco antes de morir; primero es traducido por fragmentos en prosa, luego es comentado y por último vertido en verso al final de cada capítulo. Vertió también el Cantar de los cantares en octavas (de esta última hay otra versión en liras que es apócrifa), así como algunos Salmos, en concreto 21, incluyendo las dos versiones del «Salmo 102». Para estas versiones de una poesía construida por medio de paralelismo semántico, adoptó a veces una conveniente estrofa, la lira de cuatro versos: A11, B7–11, A11, B7–11. Del latín las Bucólicas y los dos primeros libros de las Geórgicas de Virgilio, así como 23 versiones seguras de las Odas de Horacio y 7 atribuidas por el padre Merino; destaca también la versión del Rura tenent de Albio Tibulo y algunos fragmentos de poetas griegos (parte de la Andrómaca del trágico Eurípides y de la Olímpica I de Píndaro). De los italianos hay poemas de Pietro Bembo y Petrarca.

Ediciones

Aunque el propio fray Luis pensó en imprimir sus poesías hacia 1584 y a tal fin escribió una "Dedicatoria" a su amigo Portocarrero que se ha conservado en un manuscrito, se deduce de ella que iba a aparecer anónima o sin nombre de autor, y que compuso sus poemas:

Más por inclinación de mi estrella que por juicio o voluntad, no porque la poesía, mayormente si se emplea en argumentos debidos, no sea digna de cualquier persona y de cualquier nombre, de lo cual es argumento el haber usado de Dios de ella en muchas partes de sus Sagrados Libros, como es notorio, sino porque conocía los juicios errados de nuestras gentes y su poca inclinación a todo lo que tiene alguna luz de ingenio o de valor [...] y así tenía por vanidad excusada a costa de mi trabajo ponerme por blanco a los golpes de mil juicios desvariados y dar materia de hablar a los que no viven de otra cosa [...] por esta causa nunca hice caso de esto que compuse ni gasté en ello más tiempo del que tomaba para olvidarme de otros trabajos ni puse en ello más estudio del que merecía lo que hacía para nunca salir a la luz, de lo cual ello mismo y las faltas que en ello hay dan suficiente testimonio.

Sus obras tuvieron una amplia difusión manuscrita, pero permanecieron inéditas hasta 1631, año en que Quevedo las imprimió por primera vez junto a las de otro ingenio de la Escuela de Salamanca, Francisco de la Torre, como ataque contra el desmesurado Culteranismo estilístico de Góngora; llevaban el título de Obras propias, y traducciones latinas y griegas y italianas, con la parafrasi de algunos psalmos y capítulos de Iob. Sacadas de la librería de don Manuel Sarmiento de Mendoça, canónigo de la Magistral de la santa Iglesia de Sevilla (Madrid: Imprenta del Reyno, a cargo de la viuda de Luis Sánchez, 1631) y fue reimpresa el mismo año (Milán: Phelippe Guisalfi, 1631). El ilustrado Francisco Cerdá y Rico editó algunas en 1779 y el también ilustrado Gregorio Mayáns y Siscar otra más completa (Valencia: Tomás de Orga, 1785), a la que agregó además una biografía, entre otras muchas reimpresiones que tenían como definitiva la realizada por Quevedo. Sin embargo, los manuscritos más fieles a su obra son los conservados y copiados por su sobrino y correligionario, el fraile y teólogo agustino Basilio Ponce de León, ya que a él le fueron entregados a su muerte por la Orden Agustina para que los editara. En el siglo XVIII hizo una edición de sus obras un filólogo tan acreditado como el manchego Pedro Estala fundándose en un manuscrito valenciano; ya es una edición crítica, sin embargo, la que realiza el agustino fray Antolín Merino (1805-1806) en cinco volúmenes, cotejando numerosos manuscritos, con el título de Obras del maestro fray Luis de León, fruto del fervor que a este escritor tuvieron los integrantes de la Segunda escuela poética salmantina; él estableció el canon actual de textos considerados como estrictamente luisianos. Salvador Faulí realizó una de De los nombres de Christo, añadido juntamente el nombre de Cordero (Valencia: Salvador Faulí, 1770). En el siglo XIX hay que reseñar la edición de la Biblioteca de Autores Españoles (Madrid, Manuel Rivadeneyra, 1855).

Entre las ediciones modernas, son dignas de mención la que sobre Los nombres de Cristo editó el padre Manuel Fraile (1907) y de esa misma obra Federico de Onís para los Clásicos Castellanos de la Editorial Castalia en tres volúmenes, correspondientes a 1914 el primero y 1922 los otros dos; la realizada por el poeta de la Generación del 98 Enrique de Mesa de De los nombres de Cristo en 1876 y 1917. De las obras poéticas de fray Luis de León hizo en 1932-1933 una buena edición el P. Llobera, en dos volúmenes que contenían, respectivamente, las Poesías originales (volumen I) y las Traducciones del latín griego y toscano e imitaciones (volumen II); se trata de una obra editada en Cuenca y difícil de encontrar actualmente, aunque fue reeditada en facsímil en 2001 por la Diputación Provincial de Cuenca con introducción de Hilario Priego y José Antonio Silva Herranz. Luis Astrana Marín realizó una de La perfecta casada (Madrid: Aguilar, 1933), bastante reimpresa, a la que siguió la de Elena Milazzo (Roma, 1955); Joaquín Antonio Peñalosa editó esta obra junto con las poesías originales y el Cantar de los Cantares en la editorial Porrúa de México (1970); tuvieron mucho curso las ediciones del agustino Ángel Custodio Vega para la BAC o Biblioteca de Autores Cristianos; una reimpresión de su ed. de las Poesías está aún disponible (Barcelona: Planeta, 1970). Juan F. Alcina realizó otra de su Poesía (Madrid: Cátedra, 1986); tenemos las de Cristóbal Cuevas de De los nombres de Cristo (Madrid: Cátedra, 1977), de su Poesía completa (Madrid: Castalia, 1998) y de Fray Luis de León y la escuela salmantina (Madrid: Taurus, 1986); por parte de José Manuel Blecua hay ediciones de su Poesía completa (Madrid: Gredos, 1990) y del Cantar de Cantares de Salomón (Madrid: Gredos, 1994). José María Becerra Hiraldo editó por su parte Cantar de los Cantares. Interpretaciones literal, espiritual, profética (El Escorial: Ediciones Escurialenses, 1992) y el Comentario al Cantar de los Cantares (Madrid: Cátedra, 2004). Antonio Sánchez Zamarreño realizó una nueva de De los nombres de Cristo (Madrid: Austral, 1991); José Barrientos, por otra parte, imprimió su Epistolario. Cartas, licencias, poderes, dictámenes (Madrid, Revista Agustiniana, 2001) y, con Emiliano Fernández Vallina, hizo la edición bilingüe de su Tratado sobre la Ley (Monasterio de El Escorial: Ediciones Escurialenses, 2005). También ha sido editado por Ángel Alcalá El proceso inquisitorial de fray Luis de León (Salamanca, Junta de Castilla y León, 1991)



A Felipe Ruiz

En vano el mar fatiga
la vela portuguesa; que ni el seno
de Persia ni la amiga
Maluca da árbol bueno,
que pueda hacer un ánimo sereno.

No da reposo al pecho,
Felipe, ni la India, ni la rara
esmeralda provecho;
que más tuerce la cara
cuanto posee más el alma avara.

Al capitán romano
la vida, y no la sed, quitó el bebido
tesoro persiano;
y Tántalo, metido
en medio de las aguas, afligido

de sed está; y más dura
la suerte es del mezquino, que sin tasa
se cansa ansí, y endura
el oro, y la mar pasa
osado, y no osa abrir la mano escasa.

¿Qué vale el no tocado
tesoro, si corrompe el dulce sueño,
si estrecha el nudo dado,
si más enturbia el ceño,
y deja en la riqueza pobre al dueño?




Agora con la aurora se levanta...

Agora con la aurora se levanta
mi Luz; agora coge en rico nudo 
el hermoso cabello; agora el crudo 
pecho ciñe con oro y la garganta; 

agora, vuelta al cielo, pura y santa,
las manos y ojos bellos alza, y pudo 
dolerse agora de mi mal agudo; 
agora incomparable tañe y canta. 

Así digo y del dulce error llevado
presente ante mis ojos la imagino 
y lleno de humildad y amor la adoro; 

más luego vuelve en sí el engañado
ánimo y, conociendo el desatino, 
la rienda suelta largamente al lloro.




Al salir de la cárcel

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado, 
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.




Amor casi de un vuelo me ha encumbrado...

Amor casi de un vuelo me ha encumbrado 
adonde no llegó ni el pensamiento; 
mas toda esta grandeza de contento 
me turba, y entristece este cuidado,

que temo que no venga derrocado 
al suelo por faltarle fundamento; 
que lo que en breve sube en alto asiento, 
suele desfallecer apresurado.

mas luego me consuela y asegura 
el ver que soy, señora ilustre, obra 
de vuestra sola gracia, y que en vos fío:

porque conservaréis vuestra hechura, 
mis faltas supliréis con vuestra sobra, 
y vuestro bien hará durable el mío.




Contra un juez avaro

Aunque en ricos montones
levantes el cautivo inútil oro;
y aunque tus posesiones
mejores con ajeno daño y lloro;

y aunque cruel tirano
oprimas la verdad, y tu avaricia,
vestida en nombre vano,
convierta en compra y venta la justicia;

aunque engañes los ojos
del mundo a quien adoras: no por tanto
no nacerán abrojos
agudos en tu alma; ni el espanto

no velará en tu lecho;
ni huirás la cuita y agonía,
el último despecho;
ni la esperanza buena en compañía

del gozo tus umbrales
penetrará jamás; ni la Meguera,
con llamas infernales,
con serpentino azote la alta y fiera

y diestra mano armada,
saldrá de tu aposento sola una hora;
y ni tendrás clavada
la rueda, aunque más puedas, voladora

del Tiempo hambriento y crudo,
que viene, con la muerte conjurado,
a dejarte desnudo
del oro y cuanto tienes más amado;
y quedarás sumido
en males no finibles y en olvido.




Del conocimiento de sí mismo 

En el profundo del abismo estabas 
del no ser encerrado y detenido, 
sin poder ni saber salir afuera, 
y todo lo que es algo en mí faltaba, 
la vida, el alma, el cuerpo y el sentido; 
y en fin, mi ser no ser entonces era, 
y así de esta manera 
estuve eternamente 
nada visible y sin tratar con gente, 
en tal suerte que aun era muy más buena 
del ancho mar la más menuda arena; 
y el gusanillo de la gente hollado 
un rey era, conmigo comparado. 

Estando, pues, en tal tiniebla oscura, 
volviendo ya con curso presuroso 
el sexto siglo el estrellado cielo, 
miró el gran Padre, Dios de la natura, 
y viome en sí benigno y amoroso, 
y sacóme a la luz de aqueste suelo, 
vistióme de este velo, 
de flaca carne y güeso, 
mas diome el alma, a quien no hubiera peso, 
que impidiera llegar a la presencia 
de la divina e inefable Esencia, 
si la primera culpa no agravara 
su ligereza y alas derribara 

¡Oh culpa amarga, y cuánto bien quitaste 
al alma mía! ¡Cuánto mal hiciste! 
Luego que fue criada y junto infusa, 
tú de gracia y justicia la privaste, 
y al mismo Dios contraria la pusiste; 
ciega, enemiga, sin favor, confusa, 
por ti siempre rehúsa 
el bien, y la molesta 
la virtud, y a los vicios está presta; 
por ti la fiera muerte ensangrentada, 
por ti toda miseria tuvo entrada, 
hambre, dolor, gemido, fuego, invierno, 
pobreza, enfermedad, pecado, infierno. 

Así que en los pañales del pecado 
fui, como todos, luego al punto envuelto 
y con la obligación de eterna pena, 
con tanta fuerza y tan estrecho atado, 
que no pudiera de ella verme suelto 
en virtud propia ni en virtud ajena, 
sino de aquella (llena 
de piedad tan fuerte) 
bondad, que con su muerte a nuestra muerte 
mató, y gloriosamente hubo deshecho, 
rompiendo el amoroso y sacro pecho, 
de donde mana soberana fuente 
de gracia y de salud a toda gente. 

En esto plugo a la bondad inmensa 
darme otro ser más alto que tenía, 
bañándome en el agua consagrada; 
quedó con esto limpia de la ofensa, 
graciosísima y bella el alma mía, 
de mil bienes y dones adornada; 
en fin, cual desposada 
con el Rey de la gloria, 
¡oh, cuán dulce y suavísima memoria!, 
allí la recibió por cara Esposa, 
y allí le prometió de no amar cosa 
fuera de él o por él, mientras viviese. 
¡Oh, si, de hoy más siquiera, lo cumpliese! 

Crecí después y fui en edad entrando; 
llegué a la discreción, con que debiera 
entregarme a quien tanto me había dado, 
y, en vez de esto la lealtad quebrando, 
que en el bautismo sacro prometiera 
y con mi propio nombre había firmado, 
aún no hubo bien llegado 
el deleite vicioso 
del cruel enemigo venenoso, 
cuando con todo di en un punto al traste. 
¿Hay corazón tan duro en sí, que baste 
a no romperse dentro en nuestro seno, 
de pena el mío, de lástima el ajeno? 

Más que la tierra queda tenebrosa, 
cuando su claro rostro el sol ausenta 
y a bañar lleva al mar su carro de oro; 
más estéril, más seca y pedregosa, 
que cuando largo tiempo está sedienta, 
quedó mi alma sin aquel tesoro, 
por quien yo plaño y lloro, 
y hay que llorar con tino, 
pues que quedé sin luz del Sol divino, 
y sin aquel rocío soberano, 
que obraba en ella el celestial verano; 
ciega, disforme, torpe y a la hora 
hecha una vil esclava de señora. 

¡Oh, Padre inmenso, que inmovible estando 
das a las cosas movimiento y vida, 
y las gobiernas tan süavemente!, 
¿qué amor detuvo tu justicia, cuando 
mi alma tan ingrata y atrevida, 
dejando a ti, del bien eterno fuente, 
con ansia tan ardiente 
en aguas detenidas 
de cisternas corruptas y podridas, 
se echó de pechos ante tu presencia? 
¡Oh, divina y altísima clemencia, 
que no me despeñases al momento 
en el largo profundo del tormento! 

Sufrióme entonces tu piedad divina 
y sacóme de aquel hediondo cieno, 
do, sin sentir aún el hedor, estaba 
con falsa paz el ánima mezquina, 
juzgando por tan rico y tan sereno 
el miserable estado que gozaba, 
que sólo deseaba 
perpetuo aquel contento; 
pero sopló a deshora un manso viento 
del Espíritu eterno, y, enviando 
un aire dulce al alma, fue llevando 
la espesa niebla que la luz cubría, 
dándole un claro y muy sereno día. 

Vio luego de su estado la vileza, 
en que, guardando inmundos animales, 
de su tan vil manjar aún no se hartara; 
vio el fruto del deleite y de torpeza 
ser confusión, y penas tan mortales; 
temió la recta y no doblada vara, 
y la severa cara 
de aquel juez sempiterno; 
la muerte, juicio, gloria, fuego, infierno, 
cada cual acudiendo por su parte, 
la cercan con tal fuerza y de tal arte, 
que, quedando confuso y temeroso, 
temblando estaba sin hallar reposo. 

Ya que, en mí vuelto, sosegué algún tanto, 
en lágrimas bañando el pecho y suelo, 
y con suspiros abrasando el viento: 
«Padre piadoso, dije, Padre santo, 
benigno Padre, Padre de consuelo, 
perdonad, Padre, aqueste atrevimiento; 
a vos vengo, aunque siento, 
de mí mismo corrido, 
que no merezco ser de vos oído; 
mas mirad las heridas que me han hecho 
mis pecados, cuán roto y cuán deshecho 
me tienen, y cuán pobre y miserable, 
ciego, leproso, enfermo, lamentable. 

Mostrad vuestras entrañas amorosas 
en recebirme agora y perdonarme, 
pues es, benigno Dios, tan propio vuestro 
tener piedad de todas vuestras cosas; 
y si os place, Señor, de castigarme, 
no me entreguéis al enemigo nuestro; 
a diestro y a siniestro 
tomad vos la venganza, 
herid en mí con fuego, azote y lanza; 
cortad, quemad, romped; sin duelo alguno 
atormentad mis miembros de uno a uno, 
con que, después de aqueste tal castigo, 
volváis a ser mi Dios, mi buen amigo». 

Apenas hube dicho aquesto, cuando 
con los brazos abiertos me levanta 
y me otorga su amor, su gracia y vida, 
y a mis males y llagas aplicando 
la medicina soberana y santa, 
a tal enfermedad constituída, 
me deja sin herida, 
de todo punto sano, 
pero con las heridas del tirano 
hábito, que iba ya en naturaleza 
volviéndose, y con una tal flaqueza, 
que, aunque sané del mal y su accidente, 
diez años ha que soy convaleciente.



En la ascensión

¿Y dejas, Pastor santo, 
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados, 
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?

Aqueste mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?

¡Ay!, nube envidïosa
aun de este breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!





Noche serena

                                                              A Don Loarte

Cuando contemplo el cielo 
de innumerables luces adornado, 
y miro hacia el suelo 
de noche rodeado, 
en sueño y en olvido sepultado,

el amor y la pena 
despiertan en mi pecho un ansia ardiente; 
despiden larga vena 
los ojos hechos fuente; 
Loarte y digo al fin con voz doliente:

«Morada de grandeza, 
templo de claridad y hermosura, 
el alma, que a tu alteza 
nació, ¿qué desventura 
la tiene en esta cárcel baja, escura?

¿Qué mortal desatino 
de la verdad aleja así el sentido, 
que, de tu bien divino 
olvidado, perdido 
sigue la vana sombra, el bien fingido?

El hombre está entregado 
al sueño, de su suerte no cuidando; 
y, con paso callado, 
el cielo, vueltas dando, 
las horas del vivir le va hurtando.

¡Oh, despertad, mortales! 
Mirad con atención en vuestro daño. 
Las almas inmortales, 
hechas a bien tamaño, 
¿podrán vivir de sombra y de engaño?

¡Ay, levantad los ojos 
aquesta celestial eterna esfera! 
burlaréis los antojos 
de aquesa lisonjera 
vida, con cuanto teme y cuanto espera.

¿Es más que un breve punto 
el bajo y torpe suelo, comparado 
con ese gran trasunto, 
do vive mejorado 
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

Quien mira el gran concierto 
de aquestos resplandores eternales, 
su movimiento cierto 
sus pasos desiguales 
y en proporción concorde tan iguales;

la luna cómo mueve 
la plateada rueda, y va en pos della 
la luz do el saber llueve, 
y la graciosa estrella 
de amor la sigue reluciente y bella;

y cómo otro camino 
prosigue el sanguinoso Marte airado, 
y el Júpiter benino, 
de bienes mil cercado, 
serena el cielo con su rayo amado;

-rodéase en la cumbre 
Saturno, padre de los siglos de oro; 
tras él la muchedumbre 
del reluciente coro  
su luz va repartiendo y su tesoro-:

¿Quién es el que esto mira 
y precia la bajeza de la tierra, 
y no gime y suspira 
y rompe lo que encierra 
el alma y destos bienes la destierra?

Aquí vive el contento, 
aquí reina la paz; aquí, asentado 
en rico y alto asiento, 
está el Amor sagrado, 
de glorias y deleites rodeado.

Inmensa hermosura 
aquí se muestra toda, y resplandece 
clarísima luz pura, 
que jamás anochece; 
eterna primavera aquí florece.

¡Oh campos verdaderos! 
¡Oh prados con verdad frescos y amenos! 
¡Riquísimos mineros! 
¡Oh deleitosos senos! 
¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!»





Oda a Don Felipe Ruiz

¿Cuándo será que pueda
libre de esta prisión volar al cielo, 
Felipe, y en la rueda 
que huye más del suelo 
contemplar la verdad pura sin duelo?

Allí, a mi vida junto, 
en luz resplandeciente convertido, 
veré distinto y junto 
lo que es y lo que ha sido 
y su principio propio y escondido.

Entonces veré cómo 
la soberana mano echó el cimiento
tan a nivel y plomo, 
do estable y firme asiento 
posee el pesadísimo elemento.

Veré las inmortales 
columnas do la tierra está fundada, 
las lindes y señales 
con que a la mar hinchada 
la Providencia tiene aprisionada;

por qué tiembla la tierra, 
por qué las hondas mares se embravecen, 
dó sale a mover guerra
el cierzo, y por qué crecen 
las aguas del océano y decrecen;

de dó manan las fuentes, 
quién ceba y quién bastece de los ríos 
las perpetuas corrientes; 
de los helados fríos 
veré las causas, y de los estíos;

las soberanas aguas, 
del aire en la región, quién las sostiene; 
de los rayos las fraguas; 
dó los tesoros tiene 
de nieve Dios, y el trueno dónde viene.

¿No ves cuando acontece 
turbarse el aire todo en el verano 
el día se ennegrece,
sopla el gallego insano, 
y sube hasta el cielo el polvo vano?

Y entre las nubes mueve 
su carro Dios, ligero y reluciente, 
horrible son conmueve, 
relumbra fuego ardiente, 
treme la tierra, humíllase la gente.

La lluvia baña el techo, 
envían largos ríos los collados; 
su trabajo deshecho, 
los campos anegados, 
miran los labradores espantados.

Y de allí levantado, 
veré los movimientos celestiales,
así el arrebatado 
como los naturales; 
la causa de los hados, las señales.

Quién rige las estrellas 
veré, y quién las enciende con hermosas 
y eficaces centellas; 
por qué están las dos Osas 
de bañarse en el mar siempre medrosas.

Veré este fuego eterno, 
fuente de vida y luz, dó se mantiene; 
y por qué en el invierno 
tan presuroso viene; 
quién en las noches largas le detiene.

Veré sin movimiento 
en la más alta esfera las moradas 
del gozo y del contento, 
de oro y luz labradas, 
de espíritus dichosos habitadas.







Oda a Francisco Salinas

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.

Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

Ve cómo el gran maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.

Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
estraño y peregrino oye o siente.

¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!

A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.
¡Oh, suene de continuo,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás amortecidos!









Oda a la vida retirada

¡Qué descansada vida 
la del que huye el mundanal ruido 
y sigue la escondida 
senda por donde han ido 
los pocos sabios que en el mundo han sido!

Que no le enturbia el pecho 
de los soberbios grandes el estado, 
ni del dorado techo 
se admira, fabricado 
del sabio moro, en jaspes sustentado.

No cura si la fama 
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera 
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento, 
si soy del vano dedo señalado, 
si en busca de este viento 
ando desalentado 
con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río! 
¡Oh secreto seguro, deleitoso! 
Roto casi el navío 
a vuestro almo reposo, 
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño, 
un día puro, alegre, libre quiero; 
no quiero ver el ceño 
vanamente severo 
de quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves 
con su cantar sabroso no aprendido, 
no los cuidados graves 
de que es siempre seguido 
el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo, 
gozar quiero del bien que debo al cielo 
a solas, sin testigo, 
libre de amor, de celo, 
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera 
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera, 
de bella flor cubierto, 
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa 
por ver y acrecentar su hermosura, 
desde la cumbre airosa 
una fontana pura 
hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego sosegada, 
el paso entre los árboles torciendo, 
el suelo de pasada 
de verdura vistiendo, 
y con diversas flores va esparciendo.

El aire el huerto orea 
y ofrece mil olores al sentido, 
los árboles menea 
con un manso rüido 
que del oro y del cetro pone olvido. 

Ténganse su tesoro 
los que de un falso leño se confían: 
no es mío ver el lloro 
de los que desconfían 
cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena 
cruje, y en ciega noche el claro día 
se torna, al cielo suena 
confusa vocería, 
y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla 
mesa de amable paz bien abastada 
me basta, y la vajilla 
de fino oro labrada 
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable
mente se están los otros abrasando 
con sed insacïable
del no durable mando, 
tendido yo a la sombra esté cantando

A la sombra tendido, 
de hiedra y lauro eterno coronado, 
puesto el atento oído 
al son dulce, acordado 
del plectro sabiamente meneado.




¡Oh, cortesía, oh, dulce acogimiento...

¡Oh, cortesía, oh, dulce acogimiento, 
oh, celestial saber, oh, gracia pura, 
oh, de valor dotado y de dulzura, 
pecho real, honesto pensamiento!

¡Oh, luces, del amor querido asiento, 
oh, boca donde vive la hermosura, 
oh, habla suavísima, oh, figura 
angelical, oh, mano, oh, sabio acento!

Quien tiene en sólo vos atesorado 
su gozo y vida alegre, y su consuelo, 
su bienaventurada y rica suerte,

cuando de vos se viere desterrado, 
¡ay!,  ¿qué le quedará sino recelo, 
noche y amargor y llanto y muerte?




Vuestra tirana exención...

Vuestra tirana exención,
y ese vuestro cuello erguido
estoy cierto que Cupido
pondrá en dura sujeción.

Vivid esquiva y exenta,
que a mi cuenta
vos serviréis al amor,
cuando de vuestro dolor
ninguno quiere hacer cuenta.

Cuando la dorada cumbre
fuere de neve esparcida,
y las dos luces de vida
recogieren ya su lumbre;
cuando la arruga enojosa
en la hermosa
frente y cara se mostrare,
y el tiempo que vuela helare
esa fresca y linda rosa;

cuando os viéredes perdida,
os perderéis por querer,
sentiréis que es padecer
querer y no ser querida.
Diréis con dolor, señora,
cada hora:
¡Quién tuviera, ay, sin ventura,
o ahora aquella hermosura
o antes el amor de ahora!

A mil gentes que agraviadas
tenéis con vuestra porfía,
dejaréis en aquel día
alegres y bien vengadas.
Y por mil partes, volando,
publicando
el amor irá este cuento,
para aviso y escarmiento
de quien huye de su bando.

¡Ay, por Dios, señora bella,
mirad por vos, mientras dura
esa flor graciosa y pura,
que el no gozalla en perdella?

Y pues no menos discreta
y perfeta
sois que bella y desdeñosa,
mirad que ninguna cosa
hay que a amor no esté sujeta.

El amor gobierna el cielo
con ley dulce eternamente,
¿y pensáis vos ser valiente
contar él acá en el suelo?
Da movimiento y viveza
a belleza
el amor, y es dulce vida;
y la suerte más válida,
sin él es triste pobreza.

¿Qué vale el beber en oro,
el vestir seda y brocado,
el techo rico labrado,
los montones del tesoro?
¿Y qué vale, si a derecho
os da pecho
el mundo todo y adora,
si al fin dormís, señora,
en el solo y frío lecho?






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