jueves, 5 de febrero de 2015

CARLOS NOGUERA [14.718] Poeta de Venezuela




CARLOS NOGUERA

Nacido en Tinaquillo, Cojedes, Venezuela, el 28 de octubre de 1943 - Falleció el martes 3 de febrero de 2015.

El venezolano Carlos Noguera, presidente desde 2003 de la editorial estatal Monte Ávila Editores Latinoamericana y autor de la novela La flor escrita y otros títulos, murió este martes 3 de febrero de 2015 a las 7:42 de la mañana, según informa un reporte del Ministerio de Comunicación e Información de Venezuela.

Novelista, poeta, docente y psicólogo egresado de la UCV, Noguera había nacido en Tinaquillo, Cojedes, el 28 de octubre de 1943. En 1979 y 1980 residió en Londres por motivos de estudios. Se desempeñó como profesor en las escuelas de psicología, de letras y de artes de la Universidad Central de Venezuela (UCV).

Publicó las novelas Inventando los días, Historias de la calle Lincoln, Juegos bajo la luna —llevada al cine por Mauricio Walerstein—, La flor escrita y Los cristales de la noche. Dirigió diversas publicaciones literarias, entre ellas la Revista Nacional de Cultura, y se dedicó durante muchos años a la formación de nuevos autores.

“Si alguien quiere escribir debe tener talento, inteligencia, imaginación para urdir la historia, pero más que todo, si no hay dedicación, tenacidad, trabajo, nadie va a escribir esa obra por ti, para ser novelista hay que escribir todos los días”, dijo en 2012 durante el II Encuentro Internacional de Narradores, celebrado en Caracas.

Obtuvo en 1969 el primer premio del Concurso Anual de Cuentos del diario El Nacional, el Premio Nacional de Literatura en 1969 y 2003, el Premio Internacional de Novela de Monte Ávila en 1971 y el Premio Conac de Narrativa en 1994. Además, recibió múltiples homenajes, como los del II Congreso Crítico de Narrativa Venezolana (Porlamar, Nueva Esparta, 2012) y la X Feria Internacional del Libro de Caracas (2013).





Un poema de Carlos Noguera, de su libro ‘Laberintos’

CADA CLAVIJA, cada bisagra, cada secreto, no es lo mismo; uno cree haber realizado la aprehensión, luego todo se desliza y se transforma y uno sabe que no ha sido sólo el tiempo: a veces basta el propio peso del hallazgo para que la retención vire. No es misterioso el recuerdo, sólo lo es su mecanismo.

Después de esto (y a pesar) que restará. Seguiré arrastrándome; delineándome, en otra historia volveré a ocupar lugares, prisiones y tronos imaginarios. Me cubriré de hazañas oscuras y mis amigos me proveerán de títulos. Repetiré el ciclo, agotándome en cada persona, “utilizar y luego huir”, como dice J.

Después siempre un tecleo parejo, rostros, repetir el sitio. Volver a ser brillante, recluirme, no abrir un libro, no despojarme, asomar apenas la cerradura y ocultarme.

Algo amargo hay en este juego. Algo que no puedo operar por un pequeño estancamiento, un descuido infinitesimal.

Cada gesto nuevo me deteriora. Hundir. Tratar. Oso un intento iluminador y cada vez soy aplastado; “aquel que ama, molesta”, me dice. Y a veces creo que ella será, u otra. Cualquiera alucinante.

Me desenvuelvo en la imaginación, a tantos años de un rostro: salí apresurado y abandoné mi cuerpo, cuando volví estaba multiplicado, sin memoria, elegí al azar y fui deshecho.

Ahora, a horcajadas en el temor, me apresto a sonreír cada vez que lo exigen. Vago. Disciplino cada convulsión. Estoy atento. De cualquier forma me aceptarán. Sé de antemano que nada servirá de explicación: selecciono factores, los cambio, una amalgama introduce nueva incertidumbre, golpeo el pasado, me pongo recto y relajo la musculatura para volar más raudo, vigilo y reelaboro tres días antes. “Voy a cambiar mi modo de ser”, digo, recostándome en las de mimbre del café. Un amigo escucha. Intento explicarme, pero veo que sonríe y me detengo. También comprende. No es ajeno.

En ocasiones me indican lo que debo y yo respeto. Pero de nada.

Y después de esto, qué quedará.

Sólo la imaginación: la crueldad cotidiana. Nada que no aparezca en premoniciones, que no esté contemplado, que no haya sido siquiera parcialmente inferido, nada que me aleje del vector y me disuelva de verdad y reelabore. Nada que no nos haya sido revelado en la infancia o no lo hayamos encontrado en el río o en el solar del fondo, mientras nos ocultábamos. Nada que cada noche yo no vuelva a temer y trate de alejarlo. Nada que no sea rescatado de un sueño anterior o bien (más raramente) que no hayamos vivido entre un acto y otro, mientras ajustábamos los zapatos o servíamos la cerveza. Cada sueño se reencuentra a sí mismo constantemente, cada acción se extravía. Ésa es mi dimensión.

No me resiento, pero a veces me torno griego y me discuto, discierno que me manejan, que no puedo ayudarme. O bien que soy volátil, constituido así y no precisamente en la realidad.

*

Este poema fue publicado en la edición número 9 de la Revista de Poesía El Salmón, extraido del libro Laberintos, editado en Caracas por Ediciones En Haa en 1965.




Carlos Noguera

de Dos libros, 1995.

1

No es aquello que intuías
ni la desconocida.
Imaginaria. Forma que desaparece antes. Sombra.
Está allí y en otro tiempo:
no sabes dónde buscarla
porque ella es la otra
y ésta, otra del pasado. Y así.



11

Si tu amada enloquece
eres el sanatorio donde ella pasea,
envuelta en trajes blancos, despeinada.
Si resuelve amarte,
eres la habitación,
la ventana por donde penetra el sol
y el lecho donde te abraza.











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