martes, 16 de diciembre de 2014

RICARDO DI MARIO [14.239] Poeta de Argentina


Ricardo Di Mario

Buenos Aires, Argentina  13 de septiembre 1959



La mujer que regresaba

Esa mujer se iba y volvía y en cada regreso era una nueva.
Me llevaba una vida reconocer su misterio, su claridad de amanecer, las sombras de su oscuridad. 

Esa mujer volvía y era un nuevo dilema del amor, de la vida, y de la muerte también.

Era hermoso interpretar su piel como intacta, su corazón de nube o cielo agitado de vientos,
su voz de hojas enardecidas, los tallos siempre de retoño.

Y ahí estuve detenido en el tiempo esperando y esperando su regreso; cada vez.





La noche por encargo

Pegada contra su espalda por el sudor,
la sábana, ya no la cubría,
la envolvía como un celofán dulce y adherido a la piel.
Descendió como pudo por la escalera empinada de la sala,
desnuda y tambaleante recorrió el ambiente al tacto,
la frescura del piso de mármol,
le sugirió apenas una calma,
todo su cuerpo ardía.
En la oscuridad de la noche se movía,
como el sueño de cualquier pincel del humanismo,
que confunde el alma,
con la belleza del talle.

Volvió a ducharse por tercera vez
y se recostó sobre el sillón de mimbre
a ordenar entre el mareo y la resaca, las ideas.

La imagen de la virgen pagana caminando por la sala,
le pareció tan cursi,
como los deseos que en él mismo despertaba,

Rompió el papel de la pequeña olivetti,
buscó la botella negra de ginebra,
picó un gran trozo de hielo y continuó escribiendo.
La bella mujer desnuda apareció otra vez.
Ahora, se quedó.
Un brazo largo levemente velludo recorrió su cuello.
Sintió que no podía escribir,
atinó a beber un trago, pero rodeándolo con el otro brazo,
la joven se le adelantó (tomó de su vaso).
Pensó, pero sus dedos no respondieron.
La noche se hace cargo de todo lo que ocurre,
toma de su mano lo que queda de él y
lo lleva al jardín,
para mostrarle que el silencio de las azucenas oscuras,
pueden decirle algo más sobre la eternidad,
sobre el amor y la soledad.

Bebe de un trago lo que queda en el vaso.
Un aquelarre entre las matas verdes,
le estremece los músculos del cuello.

La noche es el ámbito, un círculo mágico,
una reunión de brujas y demonios,
que traman la conspiración.
La toma de las almas, las aguas y los pueblos.
Intenta volver a la casa,
trastabilla con su propia sombra,
se cae el vaso esparciendo los vidrios en el césped oscuro que ahora es rojo.

Unas palabras que apenas puede pronunciar,
llegan flotando con el timbre de su voz,
rodean el aire que respira y
sobre el vidrio de la ventana las lee
Et era negro, un gran fraton vestito de negro, et era negro.
Antes de transponer el umbral,
su vieja máquina de escribir ya estaba sonando en el escritorio.
Los fantasmas de la noche debían quedarse,
(afuera)
alentando la iniciación de las nuevos espíritus,
(fijando cada detalle),
repasando una y otra vez los ingredientes de la pócima fatal.
Parece que rezaran por el murmullo que se filtra por las paredes,
como enredaderas voraces.
-Eh tu, escritor de la noche.
Esta vez no fue su imaginación,
claramente le hablaban desde el jardín oscuro de sus plantas.
Se convenció que nada había escuchado y entró.
Las horas pasaban en un abrir y cerrar de ojos, literalmente.
El escritor solo parecía vivir de noche.
Las sombras eran su compañía, sus interlocutoras,
tal vez la única razón por la que escribir,
por la que existir, al menos de la forma que él existía.
Ellas deberían sentir lo mismo,
eso explica las variadas formas que tomaban,
espanto diablesco que entre las matas murmuran,
mujer fatal y desvelada que acalora,
a la misma oscuridad del trópico.

El escritor y sus sueños estaban allí nuevamente compartiendo la nada,
el vacío, la soledad, las ideas no acudían como ahora mismo.
Los recuerdos eran del día y...
no parecía tener sentido en esta situación escribir sobre ellos.
La claridad no cabía en el papel,
ni en el viejo rodillo de la máquina,
esa vetusta y rala máquina negra como su entorno,
de teclas de chapa forjada,
esquelética de hierro y fundición.
No hay lugar allí para la vida, para la luz.

Sarcófago devorador de libros sin parir.
No hay posibilidades,
al menos de esta combinación de nocturna apariencia,
de huesos y chapón que se golpean mutuamente.
Se diría que nada puede haber entre ellos.
Pequeños brazos metálicos,
torcidos de cabeza achatada maniáticamente identificados,
que esperan inermes el martillazo que los hará nacer,
una y mil veces.

La noche hace crepitar al escritor,
y más que el pedido del cuento de la noche
el escritor encuentra su silencio,
sus propias palabras, (las de nadie)
muriendo sin sentido.
Ahí justo ahí, germina la principal inspiración,
el sin sentido del pedido.
- Escribe sobre la noche. Le pidió la voz,
que desde hace un tiempo es su propia voz
(la que lo hace volver una y otra vez a la palabra escrita)
- Escribe sobre la noche. Le insistió.
Y la noche es él mismo, escribiendo sobre la noche,
sus fantasmas, los siempre miedos de siempre
la intolerancia de las plantas, que murmuran
sus incoherencias nocturnas malhechoras

La noche es todo eso, eso mismo,
Yo soy la noche, ahí la tienes.



Huellas
                
Busca las voces de la lluvia y cada día, se lleva los suspiros del alba.
José Luis Colombini


¿Qué vino a buscar, esta noche, mi cabeza desterrada
Mientras vos dormías entre pájaros azules?

He vuelto a ver la lluvia tapar este y otros rastros
bajo una brizna suave de un viento sur que me atraviesa los silencios
y están mudas mi manos por querer hablarme en medio de la noche

aunque sé que estos suspiros se llevarán, al alba, todas las huellas.






Cóndor

A Ernesto Guevara Lynch


Era tan suave su vuelta que miré desde arriba a los cerros,
la vista me engañó de tan sincera,
y caí sobre la bendita realidad de las mareas,
de pastos secos del invierno y de otras sequedades.

Se quedó mi mirada prendida de otras aves,
más veloces, más fugaces.
Rapaz mi alma agorera se hizo canto,
primavera.

Como cortina blanca sobre el mundo se taparon  de sueños las ojeras
y andaban por picadas y caminos: la vergüenza y el hambre compañeras.
Ni harina, ni arroz en la rancheada, ni vainas de algarroba sobre los zarzos.

Pero el agua cristalina aun es mía y mi casa el mismo muro de las sierras.
Hay unos ecos de hombres que subieron aquel día
y replican en miles de almas todavía





Juego

Luces y sombras, algo más que un juego pictórico.
Un recuerdo de Tiziano en tus ojos.
Nada es tan frío como la noche cuando acabo de dejarte.
Veredas amarillas, árboles jóvenes de un pasado desconocido.
Sabores de un mar que no he probado.
Sucumbe la noche en un anuncio de corona.
Atalaya donde yace el silencio a borbotones.
Aquí, donde espero calmo el desnudo de las ropas que nos visten.
Aquí, donde no existen,
puntos cardinales,
señales, ni vitrinas.
Escaparates con flechas al futuro.
Aquí, donde se refugian palabras pasajeras.
Apenas una que otra eternidad.
Espero el juego.






La mujer de la que hablo

...un par de caballos poderosos retumbaba sobre el barro azul, blanco, negro en el compás de su galopé traían la libertad que tú llorabas... Gabriela I. Casella

Tiene abiertas las ventanas de la casa.
Tiembla.
Susurros, mar.
El mar se agiganta en dudas.
Llora sombras de acero.
Lágrimas sepia.
La pared se cuelga del clavo,
películas viejas. ¿Se colgaría otra cosa ayer?

No arde violenta en las veredas, recién
nace entre hombres desnudos que la miran.

Esta mujer es
liebre
poema
entrelineas con ausencia de
palabras erectas, nadie
se estremece al pronunciarla
Nadie atraviesa el muro que levanta en penas.
No hay caballos poderoso en el barro,
ni trenes azules, blancos, negros.








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