lunes, 20 de octubre de 2014

JOSÉ FORNARIS [13.744]


José Fornaris

José Fornaris, nació en Bayamo, antigua provincia de Oriente, actualmente provincia Granma, CUBA el 18 de marzo de 1827. Cursó la enseñanza primaria en el Seminario de San Basilio el Magno, de Santiago de Cuba desde 1835. Estudió en La Habana a partir de 1840, en el Colegio de San Fernando y más tarde en la Universidad, donde se graduó de Bachiller en Leyes (1844) y de Licenciado en Leyes (1852). Entre esas dos fechas tomó posesión en Bayamo del cargo, heredado de su padre, de Regidor del Ayuntamiento. Publicó sus primeros ensayos literarios en La Prensa y participó en la conspiración de 1851. En 1852 fue encarcelado en Palma Soriano durante cinco meses con Carlos Manuel de Céspedes y Lucas del Castillo. Recibido de abogado en Puerto Príncipe (1853), regresó a Bayamo para ejercer. A partir de 1854 alterna su vida entre Bayamo y La Habana. En 1855 publicó sus Cantos del siboney, recogidos en Poesías de José Fornaris, con los cuales dio gran impulso al Siboneyismo. En 1859 recopiló con Joaquín Lorenzo Luaces Cuba poética; colección escogida de las composiciones en verso de los poetas cubanos desde Zequeira hasta ese momento. Fue codirector de Floresta Cubana (1855-1856), La Piragua (1856) y Cuba Literaria (1861-1862). Cuando su amigo Céspedes, a cuya solicitud escribiera los versos de La Bayamesa, pieza que está considerada como la primera de carácter patriótico del quehacer musical cubano, inició la Guerra de los Diez años, Fornaris no quiso comprometerse y permaneció en La Habana. En 1870 viajó por España, Francia e Italia.

En la larga lista de colaboraciones con revistas y publicaciones culturales aparecen: La Abeja, El Colibrí, El Almendares, Revista de La Habana, Civilización, El Siglo, La Prensa, Correo de la tarde, Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello, Aguinaldo Habanero, Camafeos, Revista Habanera, El País, Ateneo, La Aurora y Revista de Cuba. Consagró sus últimos años a la enseñanza y como siempre a las letras.

El 19 de septiembre de 1890 falleció en La Habana José Fornaris quién fue el más popular cantor de la vida de los indios. Sus versos alcanzaron notoriedad y muchos de ellos fueron musicalizados. Obtuvo gran popularidad no sólo por su calidad como versificador, sino de manera esencial por ser portavoz de los sentimientos patrióticos de los criollos. En sus versos él describió la vida y costumbres de los primitivos habitantes de Cuba de los que se tenían muy indirectas referencias, ya que los aborígenes antillanos desaparecieron casi totalmente durante el siglo XVI, debido a la cruel explotación a que fueron sometidos por los colonizadores españoles.

Valoraciones

José Fornaris, creador del Siboneísmo, de desafiante poética, llega en su exaltación por todo lo cubano, en su fijación patriótica necesaria, a clavarse en las entrañas del cielo de la Isla. Samuel Feijóo

Incorrectos hasta el ripio y el prosaísmo frecuentes, los poemas siboneístas de Fornaris describen una sociedad primitiva ideal, de pura ascendencia romántica. José Antonio Portuondo

Fornaris era un poeta afluente y superficial. Su rasgo más simpático, que a veces nos desarma, es el amor delirante y obsesivo por Cuba (...) Su relativos aciertos están en el tono blanco, suavemente voluptuoso y paradisíaco, de algunos pasajes de los Cantos del Siboney. Cintio Vitier



LA BAYAMESA

¿No recuerdas, gentil bayamesa
Que tú fuiste mi sol refulgente,
Y risueño en tu lánguida frente
Blando beso imprimí con ardor?
¿No recuerdas que en un tiempo dichosos
Me extasié con tu pura belleza,
Y en tu seno doblé mi cabeza
Moribundo de dicha y amor?
Ven, y asoma á tu reja sonriendo;
Ven, y escucha amorosa mi canto;
Ven no duermas, acude á mi llanto;
Pon alivio a mi duro dolor.
Recordando las glorias pasadas
Disipemos, mi bien, la tristeza;
Y doblemos los dos la cabeza
Moribundos de dicha y amor.




El arroyo en creciente

Ayer corrió el arroyo de linfa transparente 
en reducido lecho con lánguido rumor;
hoy surge caudaloso y arrastra en su creciente
los juncos de la orilla, las hojas de la flor.

Ayer perdió el arroyo sus olas y sus giros: 
vio pálido el nenúfar, marchito el alhelí;
hoy vuelven las palomas con férvidos suspiros,
y mojan en sus aguas su pico carmesí.

Hoy altos los retoños ostentan frentes blondas,
hoy pinos acopados agitan su dosel,
y alzando su cabeza, rompiendo por 1as ondas, 
hoy tiende relinchando sus crines el corcel.

¡Qué bello entre las güijas con tardo movimiento 
se arrastra en las arenas torcido caracol!
¡Qué cantos alza el ave! ¡Qué espumas riza el viento!
¡Qué cisne cruza el agua! ¡Qué flores dora el sol!

Sus límpidas espumas no encuentran un escollo,
da el alba con sus rayos esmaltes al cristal;
al borde las espigas despliegan su pimpollo,
al centro el lirio ofrece su seno virginal.

Aquí, preciosa Julia, bajo frondosa jagua
dichosos reposemos: no te detengas, no;
¡la sed me abrasa tanto! ¡Tan fresca corre el agua!
¡Haz copa de tus manos, y en ellas beba yo!


La madrugada en Cuba

I

¡Qué hermosos brillan los campos
de mi Cuba idolatrada,
coronados de rocío
y mecidos por las auras,
cuando la luna ilumina 
allá por la madrugada!
Alegres los estancieros
dejan sus pobres hamacas:
el uno el terreno siembra 
de plátanos y de caña,
el otro a sus mansos bueyes 
unce coyunda pesada,
y el sitiero enamorado, 
lleno de amorosas ansias,
con melancólico acento
así a su sitiera llama:
"La luna está como el día
y yo velando a tu puerta: 
despierta, mi amor, despierta,
ven, acude a mi agonía.
Salta del lecho, María,
que la luz brillante baña
desde la erguida montaña 
a la callada laguna: 
espléndida va la luna,
y el astro que la acompaña"


II

Y en tanto que al son del tiple 
de pie junto a su ventana,
el venturoso sitiero 
despierta así a su adorada, 
otra va por el camino
sobre un potro de crin blanca,
ojo vivo, casco duro,
y dobles y llenas ancas.
Él también su canto entona, 
que el sitiero que no canta, 
que no siente, ni se inspira,
no es hijo de estas comarcas.
Mira la luna, y doliente
un hondo suspiro exhala, 
al recordar que es su gloria
un corazón que lo engaña.
Y tras el hondo suspiro
quejumbrosa voz levanta;
y así revela su agravio
en canción apasionada: 
"Pálida luna que un día
en amoroso desmayo, 
alumbraste con tu rayo 
la frente que yo quería.
Aquella sitiera mía
me inmola con dura saña... 
¡Pérfida, mi nombre empaña!
¡Ella, toda mi fortuna!
¡Qué triste brilla la luna,
y el astro que la acompaña!"


III

¡Oh, qué magnífica escena!
¡Qué seductor panorama! 
¡Cómo reluce en las hojas
la luna de madrugada!
Sobre los verdes guayabos 
tiende el perico las alas, 
que parecen con la luna
abanicos de esmeralda;
de revoltosos totíes
las negras plumas resaltan, 
como ramas de azabache 
sobre los mangos y jaguas.
En el cafetal vecino
por todas las guardarrayas 
del africano guardiero 
suena la rústica flauta; 
tenor campestre el sinsonte
sus trinos de amor ensaya;
seduce con blando arrullo 
la tórtola enamorada; 
atados a sus cadenas
rabiosos los canes ladran;
el grillo chilla, el cordero
con tímido acento bala;
en el árbol duerme el ave, 
en el bosque el toro brama, 
y en el batey canta el gallo
precursor que anuncia el alba. 
Mas yo dejando la tierra
busco del cielo las galas,
y entre sus blancos celajes 
la luna de madrugada.
No hay duda que es este cielo
aún más bello que el de Italia,
pero si fuese tan triste
como es el de la Bretaña,
lo quisiera por ser mío,
por ser el de mis hermanas,
por ser el mismo que un tiempo
con mi madre contemplaba.
Aquí ardió en mi fantasía
del primer amor la llama,
y con lirios olorosos
ceñí la sien de mi amada. 
Bajo este cielo se mecen 
estas ceibas, esas palmas 
que me dieron sombra amiga
allá en mi risueña infancia. 
Bajo este cielo he crecido
en mis selvas y cañadas,
y va en mi sangre, en mis venas, 
y clavando en mis entrañas.
En fin sabed que lo adoro 
con todo el fuego del alma,
porque no hay cielo en el mundo
como el cielo de la patria.



LA SERRANA DE JIGUANÍ

En un sitio pintoresco
En el rigor del Estío,
A las orillas de un río
Una serrana encontré.
Llevaba un cántaro al hombro
Virgen tan cándida y bella;
Y bajo un cedro con ella
Oíd como platiqué:

Yo

Aproxímate y responde:
¿Tú eres india? ¿Todavía,
Ángel de la selva umbría,
Se esconde tu raza aquí?

Ella

Aquí, señor, esquivando
De los caribes las sañas,
Nos oculta en sus entrañas
La sierra de Jiguaní.

Yo

Refiere la santa Biblia
Que allá en época lejana,
Hubo, preciosa serrana,
Un diluvio universal.
Bajo las aguas inmensas
Todos los hombres lanzados,
Cedieron desesperados
A su destino fatal.

Mas flotó entonces un arca
Resbalando de ola en ola,
Y con su familia sola
Salvóse un patriarca allí,
Para ti, para los tuyos,
Ángel puro y escogido,
Arca salvadora ha sido
La sierra de Jiguaní.

Ella

Yo no sé de esas historias,
Mas es igual a la nuestra:
Es horrorosa, es siniestra,
Es toda una maldición.
Por eso tu grato acento
En mí tal eco produce,
Y es música que seduce
Mi afligido corazón.

Yo

Escúchame. Yo te adoro.
El fuego de tu puerta
En mi corazón destila
Hirviente lava de amor.
Esa vida que tú llevas
Sin ilusión ni ventura,
Simpatiza, virgen pura,
Con mi llanto y mi dolor.

Ella

¡Amarte! ¡nunca! Mi mano
A ti no te pertenece;
Ni tu queja me enternece,
Ni debo pensar en ti.
Nunca mi sangre a la tuya
He de unir en lazo odioso:
Yo amo ya; será mí esposo
Un indio de Jiguaní.

Pero sus ojos brillaron
Vivos, rutilantes, bellos;
Fijé la mirada en ellos,
Y enmudecimos los dos.
La voz de la simpatía
Con sus dulces vibraciones,
Llevó nuestros corazones
El uno del otro en pos.

Tembló el aire entre las hojas
Del cedro y de la macagua;
Ella su cántaro de agua
Llenó triste, y yo partí.
Seguí por extrañas rutas,
Y del alba a los reflejos,
Volví el rostro, y miré al lejos
La sierra de Jiguaní.




José Fornaris, más allá de La bayamesa

Resulta extraño que algún cubano no reconozca estos versos de José Fornaris:

¿No recuerdas gentil bayamesa
que tú fuiste mi sol refulgente,
y risueño en tu lánguida frente
blando beso imprimí con ardor…?
(La bayamesa, 1851)

Pero lo cierto es que Fornaris no es uno de esos autores que hoy conserven la preferencia del lector, pese a considerársele la figura más descollante de la corriente siboneyista, a la cual dio nombre al publicar en 1855 sus Cantos del Siboney, un cuaderno que por aquellos tiempos le ganó gran popularidad y mereció varias reediciones sucesivas: algo así como un best seller de la poseía cubana de mediados del siglo xix.

El siboneyismo utilizó en sus textos palabras y nombres del vocabulario autóctono pero, en opinión de los especialistas, no hubo una sincera profundización en un tema que pretendía rescatar escenas y costumbres de los habitantes naturales de la Isla.

Nacido en Bayamo el 18 de marzo de 1827, Fornaris falleció en La Habana el 19 de septiembre de 1890, hace pues 117 años. Hizo los estudios primarios en el Seminario de San Basilio el Magno, en Santiago de Cuba, y a partir de 1840 los completó en La Habana, donde se graduó de Bachiller en Leyes en 1844 y, ocho años después, de Licenciado.

Los primeros textos de Fornaris —ensayos literarios— aparecieron en La Prensa. Pero al autor le movía una evidente vocación independentista, que le envió a prisión por varios meses en la quinta década del siglo XIX. Sin embargo, vale apuntar que aunque los versos de La bayamesa se asociaron al movimiento insurreccional iniciado en 1868, Fornaris rehusó comprometerse en este y permaneció en La Habana.

Fornaris también cultivó el teatro y hasta estrenó dos dramas en versos: La hija del pueblo y Amor y sacrificio, y otro texto dramático: El toque de alarma, aunque ninguno de ellos le incorporó un ápice de renombre al autor. Hizo, además, varias traducciones de poetas europeos.

La relación de publicaciones en que aparecieron sus poemas es extensa, entre ellas: La Abeja, El Colibrí, El Almendares, Revista de La Habana, Civilización, La Prensa, Correo de La Tarde, Álbum cubano de lo bueno y lo bello, La Aurora… Entre sus libros se cuentan Poesías de José Fornaris, Flores y lágrimas, Cantos tropicales, El arpa del hogar… En 1951 la Dirección de Cultura publicó una antología con sus versos titulada Poesías de la patria.

Su lírica ha sido criticada por su tendencia al facilismo, un vicio o descuido que suele acompañar a quienes creen tener siempre de la mano a las Musas y pasan por alto el trabajo de taller. Sin embargo no falta en ella emoción, sinceridad y musicalidad.

Leonardo Depestre Catony




No hay comentarios:

Publicar un comentario