lunes, 15 de septiembre de 2014

TOMÁS DE IRIARTE [13.327]


Tomás de Iriarte

Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo (Puerto de la Cruz, Tenerife, 18 de septiembre de 1750 - Madrid, 17 de septiembre de 1791), poeta español de la Ilustración y el Neoclasicismo, hermano de los diplomáticos Bernardo de Iriarte y Domingo de Iriarte y sobrino del humanista, bibliógrafo y poeta Juan de Iriarte.

Tomás de Iriarte nació el 18 de septiembre de 1750 en el Puerto de la Cruz, en la isla de Tenerife. Sus padres fueron Bernardo de Iriarte y Bárbara de las Nieves Hernández de Oropesa, y le dieron diecisiete hermanos. Iriarte provenía de una familia muy culta, varios de cuyos miembros se distinguieron como escritores y humanistas, conocidos aristócratas españoles, cuyo apellido surgió por dinastías austriacas y vascas [cita requerida]. Se trasladó a Madrid a los 14 años junto con su tío Juan de Iriarte.

Estudió bajo su dirección las lenguas griega y francesa y siendo ya conocedor del latín y estudioso de la literatura castellana, sucedió a su tío en su puesto de oficial traductor de la primera Secretaría de Estado, tras la muerte de éste, en 1771. A partir de ese año hasta 1774 fueron, para Iriarte, los más fatigosos de su vida, pues además de las tareas de su empleo, el arreglo de la biblioteca y papeles de su tío, la traducción o composición de los numerosos dramas que escribió, la traducción de aquellos apéndices y otras obritas (la mayor parte poéticas) que escribía por gusto propio, como fue un poemita latino y castellano que imprimió con ocasión del nacimiento del infante don Carlos III, en 1777, cuidó de las tres ediciones de la Gramática de su tío, que reconoció muy atentamente y de la recopilación y publicación de los dos tomos de obras sueltas de aquel literato, traduciendo muchos de los epigramas que allí se insertan, alguno de los poemas latinos y otros varios ensayos.

Su carrera literaria se inició como traductor de teatro francés. Tradujo además el Arte poética de Horacio.

Tomás de Iriarte fue el primer dramaturgo que consiguió dar con una fórmula que uniese las exigencias de los tratadistas del Neoclasicismo literario con los gustos del público. En 1770 había publicado su comedia Hacer que hacemos, comedia de carácter que retrata a un «fachenda», el perfecto atareado que nunca hace nada en realidad. La librería, escrita en 1780, no se estrenó hasta 1798: se trata de una comedia en un acto, con algo de sainete costumbrista pero con la peculiaridad de estar escrita en prosa, forma que no volverá a repetir su autor en las obras siguientes, que siguen el sistema de versificación típico de las comedias : romance octosílabo con una rima en cada acto. En 1788 estrenó El señorito mimado. Iriarte repitió la fórmula y el éxito con La señorita malcriada, escrita y publicada en 1788 y estrenada en 1791. Con Guzmán el Bueno (1791) introduce la forma del melólogo o escena dramática unipersonal con acompañamiento de orquesta, subgénero teatral creado por Jean Jacques Rousseau.

Como traductor no le acompañó la fortuna, pues fue muy discutida su versión (1777) del Arte poética de Horacio, de la que escribió Manuel José Quintana: "El texto está reproducido, la poesía no." Como satírico, compuso el opúsculo en prosa Los literatos en Cuaresma (1773).

Pero es más conocido por sus Fábulas literarias (1782), editadas como la «primera colección de fábulas enteramente originales» en cuyo prólogo reivindica ser el primer español en introducir el género, lo cual motivó una larga contienda con el que había sido amigo desde largo tiempo, Félix María Samaniego, ya que éste último había publicado su colección de fábulas en 1781, hecho de sobra conocido por Iriarte.1

Iriarte fue sobre todo el prototipo del cortesano dieciochesco, elegante, culto, cosmopolita y buen conversador; hizo en Madrid una intensa vida literaria y social. Fue uno de los más asiduos a la tertulia de la fonda de San Sebastián, amigo de Nicolás Fernández de Moratín y, sobre todo, de José Cadalso. Con este último mantuvo una larga correspondencia.

La literatura no era el único arte que Iriarte dominaba. También llegó a inclinarse hacia el ámbito musical, especializándose en tocar el violín y la viola. Fue también compositor de sinfonías (hoy perdidas) y de la música de su melólogo Guzmán el Bueno. Como consecuencia de esta afición escribió su poema didáctico La música (1779) en cinco cantos de silvas, traducido a varios idiomas y elogiado por el mismísimo Pietro Metastasio.

Su idea de la poesía era propia de la Ilustración: "Los pueblos que carecen de poetas carecen de heroísmo; la poesía conmemora perdurablemente los grandes hechos y las grandes virtudes."

Murió de gota en Madrid, el 17 de septiembre de 1791.




EL GALÁN Y LA DAMA

Cierto Galán a quien París aclama
Petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año,
y el oro y plata sin temor derrama,

celebrando los días de su Dama,
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.

"¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!
(dijo la Dama): ¡Viva el gusto y numen
del Petimetre, en todo primoroso!"

Y ahora digo yo: Llene un volumen
de disparates un Autor famoso
y si no le alabaren, que me emplumen





Del oro, como muchos, no dependo

Del oro, como muchos, no dependo,
 Fabio, pues ni le guardo ni codicio;
 ni dependo jamás del vulgar juicio,
 pues dar a luz mis obras no pretendo.   

 Del sexo mujeril casi no pendo,
 pues amo por placer, no por oficio;
 y aun menos de la corte y su bullicio,
 pues de fingir y de adular no entiendo.   

 Solamente dependo de la muerte,
 ya que discurso no hay ni diligencia
 que de su despotismo nos liberte.

 Mas la espero sin miedo y con paciencia,    
 vivo sin desearla; y de esta suerte,
 amigo, se acabó la dependencia.

   




FRESCA ARBOLEDA DEL JARDÍN SOMBRÍO

¡Fresca arboleda del jardín sombrío,
 clara fuente, sonoras avecillas,
 verde prado que esmaltas las orillas
 del celebrado y anchuroso río!

 ¡Grata aurora que viertes el rocío
 por entre nubes rojas y amarillas,
 bello horizonte de lejanas villas,
 aura blanca, que templas el estío!

 ¡Oh soledad!, quien puede te posea;
 que yo gozara en tu apacible seno
 el placer que otros ánimos recrea,

 si tu silencio y tu retiro ameno
 más viva no ofrecieran a mi idea
 la imagen de la ingrata por quien peno.






LA SEMANA ADELANTADA

Un tío enfermo y en edad anciana
casó con su sobrina (¡muy mal hecho!),
doncella alegre, joven y lozana,
pronta a cobrar el marital derecho.

Díjola el novio: "te prevengo, Juana,
pues vamos a estrenar el nupcial lecho,
que yo sólo una vez cada semana
podré servirte en algo de provecho"

Conformose la ninfa; y recibiendo
aquel tributo solitario y frío,
repetía entre sí: "peor es nada".

Mas, llamado el anciano reverendo,
le instaba humilde: "Vaya, tío mío,

siquiera una semana adelantada".





MIS DESEOS

Si Dios omnipotente me mandara
 de sus deseos tomar el que quisiera,
 ni el oro ni la plata le pidiera,
 ni imperios ni coronas deseara.

Si un sublime talento me bastara
 para vivir feliz, yo le eligiera;
 mas, ¡cuántos sabios referir pudiera
 a quien su misma ciencia costó cara!

Yo sólo pido al Todopoderoso
 propicios me conceda estos tres dones,
 con que vivir en paz y ser dichoso:

 un fiel amigo en todas ocasiones,
 un corazón sencillo y generoso
 y juicio que dirija mis acciones




TRES POTENCIAS BIEN EMPLEADAS

Levántome a las mil, como quien soy.
Me lavo. Que me vengan a afeitar.
Traigan el chocolate, y a peinar.
Un libro... ya leí. Basta por hoy.

Si me buscan, que digan que no estoy...
Polvos... Venga el vestido verdemar...
¿Si estará ya la misa en el altar..?
¿Han puesto la berlina? Pues me voy.

Hice ya tres visitas. A comer...
Traigan barajas. Ya jugué. Perdí...
Pongan el tiro. Al campo, y a correr...

Ya doña Eulalia esperará por mí...
Dio la una. A cenar, y a recoger..."
¿Y es éste un racional?" "Dicen que sí.




Ningún particular debe ofenderse de lo que se dice en común

Allá, en tiempo de entonces
y en tierras muy remotas,
cuando hablaban los brutos 
su cierta jerigonza, 
notó el sabio elefante
que entre ellos era moda 
incurrir en abusos 
dignos de gran reforma. 
Afeárselos quiere 
y a este fin los convoca.
Hace una reverencia 
a todos con la trompa 
y empieza a persuadirlos 
en una arenga docta 
que para aquel intento
estudió de memoria. 
Abominando estuvo, 
por más de un cuarto de hora, 
mil ridículas faltas, 
mil costumbres viciosas:
la nociva pereza, 
la afectada bambolla, 
la arrogante ignorancia, 
la envidia maliciosa. 
Gustosos en extremo
y abriendo tanta boca, 
sus consejos oían 
muchos de aquella tropa: 
el cordero inocente, 
la siempre fiel paloma,
el leal perdiguero, 
la abeja artificiosa, 
el caballo obediente, 
la hormiga afanadora, 
el hábil jilguerillo,
la simple mariposa. 
Pero del auditorio 
otra porción no corta, 
ofendida, no pudo 
sufrir tanta parola.
El tigre, el rapaz lobo 
contra el censor se enojan. 
¡Qué de injurias vomita 
la sierpe venenosa! 
Murmuran por lo bajo,
zumbando en voces roncas, 
el zángano, la avispa, 
el tábano y la mosca. 
Sálense del concurso, 
por no escuchar sus glorias,
el cigarrón dañino, 
la oruga y la langosta. 
La garduña se encoge, 
disimula la zorra, 
y el insolente mono
hace de todo mofa. 
Estaba el elefante 
viéndolo con pachorra, 
y su razonamiento 
concluyó en esta forma:
«A todos y a ninguno 
mis advertencias tocan: 
quien las siente, se culpa; 
el que no, que las oiga».
Quien mis fábulas lea,
sepa también que todas 
hablan a mil naciones, 
no sólo a la española. 
Ni de estos tiempos hablan, 
porque defectos notan
que hubo en el mundo siempre, 
como los hay ahora. 
Y, pues no vituperan 
señaladas personas, 
quien haga aplicaciones,
con su pan se lo coma. 




EL RATÓN Y EL GATO

Tuvo Esopo famosas ocurrencias. 
¡Qué invención tan sencilla! ¡Qué sentencias! 
He de poner, pues que la tengo a mano, 
una fábula suya en castellano. 
«Cierto -dijo un ratón en su agujero-:
no hay prenda más amable y estupenda 
que la fidelidad; por eso quiero 
tan de veras al perro perdiguero». 
Un gato replicó: «Pues esa prenda 
yo la tengo también...» Aquí se asusta
mi buen ratón, se esconde, 
y torciendo el hocico le responde: 
«¿Cómo? ¿La tienes tú?... Ya no me gusta». 
La alabanza que muchos creen justa, 
injusta les parece
si ven que su contrario la merece. 
«¿Qué tal, señor lector? La fabulilla 
puede ser que le agrade y que le instruya». 
«Es una maravilla; 
dijo Esopo una cosa como suya».
«Pues mire usted: Esopo no la ha escrito; 
salió de mi cabeza». «¿Conque es tuya?» 
«Sí, señor erudito; 
ya que antes tan feliz le parecía,
critíquemela ahora porque es mía».    





LA ORUGA Y LA ZORRA

Si se acuerda el lector de la tertulia 
en que, a presencia de animales varios, 
la zorra adivinó por qué se daban 
elogios avestruz y dromedario, 
sepa que en la mismísima tertulia
un día se trataba del gusano 
artífice ingenioso de la seda, 
y todos ponderaban su trabajo. 
Para muestra presentan un capullo; 
examínanle, crecen los aplausos,
y aun el topo, con todo que es un ciego, 
confesó que el capullo era un milagro. 
Desde un rincón la oruga murmuraba 
en ofensivos términos, llamando 
la labor admirable, friolera,
y a sus elogiadores, mentecatos. 
Preguntábanse, pues, unos a otros: 
«¿Por qué este miserable gusarapo 
el único ha de ser que vitupere 
lo que todos acordes alabamos?»
Saltó la zorra y dijo: «¡Pese a mi alma! 
El motivo no puede estar más claro. 
¿No sabéis, compañeros, que la oruga 
también labra capullos, aunque malos?»

¡Laboriosos ingenios perseguidos!
¿Queréis un buen consejo? Pues cuidado: 
cuando os provoquen ciertos envidiosos,
no hagáis más que contarles este caso.

   



EL RICOTE ERUDITO

Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era 
más necio que rico) 
cuya casa magnífica adornaban 
muebles exquisitos.

«¡Lástima que en vivienda tan preciosa
-le dijo un amigo- 
falte una librería, bello adorno, 
útil y preciso!»

«Cierto -responde el otro-. ¡Que esa idea 
no me haya ocurrido!...
A tiempo estamos: el salón del norte 
a este fin destino.

¡Que venga el ebanista y haga estantes 
capaces, pulidos, 
a toda costa! Luego trataremos
de comprar los libros.

Ya tenemos estantes. Pues ahora 
-el buen hombre dijo- 
¡echarme yo a buscar doce mil tomos! 
¡No es mal ejercicio!

Perderé la chaveta, saldrán caros, 
y es obra de un siglo... 
Pero ¿no era mejor ponerlos todos 
de cartón fingidos?

Ya se ve: ¿por qué no? Para estos casos
tengo un pintorcillo 
que escriba buenos rótulos e imite 
pasta y pergamino.

¡Manos a la labor!» Libros curiosos, 
modernos y antiguos,
mandó pintar y, a más de los impresos, 
varios manuscritos.

El bendito señor repasó tanto 
sus tomos postizos 
que, aprendiendo los rótulos de muchos,
se creyó erudito.

Pues ¿qué más quieren los que sólo estudian 
títulos de libros, 
si con fingirlos de cartón pintado
les sirven lo mismo?




LA HORMIGA Y LA PULGA

Tienen algunos un gracioso modo 
de aparentar que se lo saben todo, 
pues cuando oyen o ven cualquiera cosa, 
por más nueva que sea y primorosa, 
muy trivial y muy fácil la suponen,
y a tener que alabarla no se exponen. 
Esta casta de gente 
no se me ha de escapar, por vida mía, 
sin que lleve su fábula corriente, 
aunque gaste en hacerla todo un día.

A la pulga la hormiga refería 
lo mucho que se afana, 
y con qué industrias el sustento gana; 
de qué suerte fabrica el hormiguero, 
cuál es la habitación, cuál el granero,
cómo el grano acarrea, 
repartiendo entre todas la tarea; 
con otras menudencias muy curiosas 
que pudieran pasar por fabulosas, 
si diarias experiencias
no las acreditasen de evidencias.

A todas sus razones 
contestaba la pulga, no diciendo 
más que estas u otras tales expresiones: 
«Pues ya..., sí..., se supone, bien..., lo entiendo...,
ya lo decía yo..., sin duda..., es claro..., 
está visto: ¿tiene eso algo de raro?»

La hormiga, que salió de sus casillas 
al oír estas vanas respuestillas, 
dijo a la pulga: «Amiga, pues yo quiero
que venga usted conmigo al hormiguero. 
Ya que con ese tono de maestra 
todo lo facilita y da por hecho, 
siquiera para muestra, 
ayúdenos en algo de provecho».

La pulga, dando un brinco muy ligera, 
respondió con grandísimo desuello: 
«¡Miren qué friolera! 
Y ¿tanto piensas que me costaría? 
Todo es ponerse a ello...
pero... tengo que hacer... Hasta otro día».





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