viernes, 26 de septiembre de 2014

LUCERO GARCÍA FLORES [13.467]


Lucero García Flores


Ciudad de México, 1988)
Licenciada en Relaciones Internacionales. Ha participado en talleres de creación literaria con los escritores Olivia de la Torre (poesía), Andrés González Pagés (poesía), Alejandra Atala (poesía), Jerónimo Gómez-Cuadra (poesía), Citlalli Ferrer (cuento erótico), Marco Fonz (poesía), Francisco Rebolledo (narrativa) y Daniel Zetina (minificción). Ha publicado ¿Por qué las aves pueden volar?, Mírate en mis ojos (Editorial Luna Roja, 2005 y 2007), Nueve estancias de mí misma (Ediciones Simiente, 2011), en medio queda el agua (Lengua de diablo, 2012). Ha participado en las antologías Ocho para escoger (cuento erótico, Cofradía de Coyotes, 2011), Mariposa insomne (invención varia, Cofradía de Coyotes, 2011), Moria, segundo aniversario (Habitantes de Moria, 2011), Carmina (Editorial Cacto, 2011) y 5 sentidos (libro-revista erótico, Ediciones Clandestino, 2012). Formará parte de la antología regional de poesía Somos poetas y, ¿qué? de la editorial (H)onda Nómada (2012). Ha colaborado con la revista Moria, Revista La Piedra y Distrito Global, y con los periódicos La Jornada de Morelos, el Caudillo de Morelos y el Diario de Morelos. Ha sido invitada a participar en el programa de televisión Vuelo entre líneas que conduce la escritora Alejandra Atala y el programa Mundo magazine de la emisora Mundo TV. Ha participado en el recital poético del evento Poesía y movimiento, en su tercera edición, dentro del programa El Metro es…  cultura del Sistema de Transporte Colectivo (2011); el festival de cuento corto Cuéntalo real del Tecnológico de Monterrey, Campus Cuernavaca (2011); el festival de poesía Bajo el volcán del Tecnológico de Monterrey, Campus Cuernavaca, en su segunda edición (2012); el festival de poesía y rock Sangre, sudor y cielo en la galería de arte Guernica (2012); y la Constelación poética: maratón poético organizado por el Colectivo Intransigente de Tijuana en Cuernavaca (2011). Creadora y organizadora, junto con la escritora Mónica Puyhol, del festival poético y cineclub erótico en el centro cultural El Manojo en Cuernavaca, Morelos, a partir de febrero de 2012. Creadora del blog literario Mis sábanas desnudas - www.missabanasdesnudas.blogspot.com (2009). Formó parte de Colectivo La Piedra, como coordinadora del departamento de redacción y convocatorias, y parte del equipo de producción de eventos y gestión cultural. Forma parte del acervo de artistas de Cultura Colectiva.

www.missabanasdesnudas.blogspot.com




A las dos de la mañana

Jóvenes poetas, para ustedes, para nosotros

Esto es lo que nos pasa todos los días a la una catorce de la madrugada:
recargamos la barbilla en la almohada, los ojos fijos en la pantalla que invita,
que tienta al insomnio a quedarse un rato más, a acompañarnos:
y entra el duende por la ventana, su piel de seda, sus desvelos que acarician nuestra espalda,
nos sopla al oído palabras de bronce, que no tienen sentido
y acaban siendo la obra magna de este siglo, o de la una diecisiete,
de la casa alta, de la alcoba rosada, de la cama doble,
del cuerpo que duerme a nuestro lado y descansa,
del nombre que se pone encima cuando se viste
y se quita entre sombras para no decirnos nada,
los días dorados del poeta que no tiene alma, tiene almas,
las tiene todas metidas en los dedos que aprietan las teclas indicadas,
las derrama en un papel ficticio, las borda, las acicala,
para darles una propia introducción a sociedad:
un baile de campanas que izan sus alas para salir de tarde a conquistar canarios,
a alcanzar manzanas de los árboles eternos que saben a las desgracias de los invidentes originales,
de los que vemos todo lo que pasa cuando la tinta se acaba
y tenemos entonces que escribir con las pestañas,
cuando se acaba el renglón y seguimos escribiendo
en el horizonte azul del silencio que nos queda después de la lluvia de mayo,
a la una veintidós del dieciocho de mayo de un año que no tiene apellido
ni identificación oficial, ni razones de ser al derecho, ni al revés;
y es que los pájaros nos han contado sus secretos, trovadores,
para que los sordos dejemos de serlo, para que prestemos atención a su cuento:
se acaba el mundo, este capullo de sonrisas de niños jugando,
este trompo que tiró dios un día y ha dejado olvidado,
se nos acaba el terreno del tiempo, su relieve en la palma de mi mano,
en las líneas de nuestras manos que nos cuentan la fortuna de las estrellas,
que se callan ante tal apremio, ante tal desparpajo de los hombres en la tierra,
de tanta mujer que busca luciérnagas de día montada en su caballo,
viendo al sol de frente, quemándose los ojos de tristeza almidonada, de relato de Borges,
de estar atrapada en el final de una mirada que no se termina ni en el filo de la daga que la mata,
de estar cautiva en este mal augurio del corte último del tiempo que rehúye una entrevista
con el loco de esta casa que pregunta cosas fundamentales como el color de su trenza,
y el sabor de la saliva del que ama en la boca del que ama,
de sus besos que se escapan sin paciencia, sin trayectoria fija, sin elegancia;
y todo sucede a la una y media de la mañana, o a cualquier otra hora,
porque es necesario traer la fe cosida en el revés de los bolsillos,
porque nuestras voces son las voces de los vivos, de los hambrientos,
porque el duende necio entra otra vez por la ventana
con la intención de no dejar dormir a todos los poetas del mundo, al unísono,
para ver si así se enciende la luz de nuestras esperanzas guardadas,
a ver si renace Sor Juana y se nos mete por la nariz
(una línea de Sor Juana, sobredosis de Sor Juana, abstinencia de Sor Juana),
a ver si así salvamos el mundo, la historia, la humanidad descarrilada:
esos pequeños proyectos que los dinosaurios añejos de las altas esferas nos han dejado encargados,
como si fuera nuestra culpa su estado, su cojera,
como si nosotros los hubiéramos escrito con tan poca gracia,
como si con su ortografía y su gramática, con sus billetes apretados contra las mañas
tuviera más sentido tanta mierda, tanta mierda, tanta y tanta mierda;
y es que los jóvenes somos la promesa del mañana,
qué promesa, qué mañana, qué boca tan llena de mariposas muertas de nostalgia,
los jóvenes vivimos hoy enraizados a las calles que nos miran sorprendidas
de reconocer nuestras suelas, nuestras pisadas,
respiramos el aire que pinta las calzadas de las nubes con estelas de plata,
y le escribimos a la luna una que otra estancia a la una cuarenta y dos,
una estancia descalza que con sus bordes ilumina el pronóstico del porvenir, de las bajas,
las posibilidades de encontrarnos con una taza de té que cambie el tono con que nos habla el destino,
porque hemos de encontrar toda pregunta acampando en los plantíos de cempaxúchitl,
saliendo a platicar con las banquetas, con las hormigas, con las distancias,
con las jacarandas que se guardan de noche para que no las hallemos atadas al alba,
para que no las veamos haciendo el amor con otras jacarandas,
porque toda respuesta estará en la siguiente pregunta que germine de un algodón con agua,
como una serpiente que se muerde la cola, ensimismada,
porque nos llenamos los vasos del aquí, del ahora
y con ese elíxir venenoso cantamos a las cosas que nos pasan:
la lengua del perro, la frente sudada, las entrañas transparentes cuando se aman,
los muertos que duelen en cada parte de cada plaza, en cada adoquín del alma,
los sinsentidos, las esperanzas,
las sábanas.

Y a la una cuarenta y tres se va el duende,
satisfecho de habernos regalado un mar de lágrimas perfectas,
un papalote nocturno para acariciar las piernas del cielo,
para irnos a parar un rato al firmamento, a eso negro que se ve a lo lejos;
el duende dichoso regresa a su cama de serpientes emplumadas,
a su cama de leyendas, de guerreros inmortales que no descansan,
a seguir sembrando sueños y alquimias y jacarandas,
para que florezcan jóvenes terrestres que escriban poemas
a las dos de la mañana.





Poesía

Quiero que mi nacionalidad sea la vida.
David Meza

Allí estaban, huéspedes nuestros, aceptados y conformes. Allí se sientan y nos observan y se deshacen en palabras que hieren la piel de las entrañas. Allí están y permanecen, a pesar del transcurrir de los años, de las generaciones que pisan las banquetas con afanes de borrarlos, de dejarlos atrás. Nos anclan. Todavía hoy soy poca cosa; todavía mi cabello largo, mis ojos de mujer morena, mi cuerpo que desea perderse en el vacío de encontrarse con el otro, son poca cosa. Todavía mis letras valen menos, mis versos pesan menos, mi locura requiere reprimenda. Mujer, joven, mexicana. Menos. Mujer, joven, mexicana. Loca. Mujer, joven, mexicana. Puta. No queda lugar para la poesía. Malditos sesgos epidémicos que enferman nuestras filas, nuestras casas, nuestro paso por el tiempo. Quiero ser sirena, decir las cosas en voz alta, seguir los puntos cardinales que me cimbran las pasiones, escribir con tinta sobre las playas del mundo, sin sentirme culpable, sin lupa ni reflector por la desgracia de mi sexo, de mi edad, de mi nacionalidad errante. Quiero errar a consciencia, a propósito, ser vagabunda, errar, perderme para hallarme detrás de la puerta de la rosaleda, ser la rosa, ser el estanque vacío, la nube que lo cubre, la luz del sol que abre vetas en nuestras ganas de estar vivos, de contarnos, de seguir. Aceptados y conformes, estaban, del pasado “ya no están”, del pretérito “jamás de nuevo”, del olvido y el repudio que nos queman los adentros. No más. Borrón y cuenta en blanco: nívea historia, nobel hoja de papel cristalizada en los deseos de aquellas almas que laten sin género, sin años encima, sin patria. La humanidad sin matices traicioneros, sin compartimentos lacerantes, sin miedo a habitarse. Utopía en pétalos posibles. Realidad que apremia. Levemos anclas, despeguemos. La “v” de nuestro vuelo será estela guía, será faro. Nuestras alas serán sendero, leyenda, serán recalcitrante hecho consumado. Seremos estrellas en fuga, explosiones astrales cumplidas, encuentros decisivos en el espiral de nuestros destinos. Seremos. Es inminente darse cuenta: los caducos, los añejos, los capataces, ellos intentarán privar a la pluma del andamiaje puntual que prestan los pliegos, alejar la piel de la piel otra, detener la luz que nace, sinapsis prodigiosa de imaginar un universo paralelo; intentarán cubrir las voces de los vivos, quemar las velas de nuestros navíos, secar nuestros oasis, cortar las enredaderas galopantes y floridas, ahogar los puntos sobre las íes. Intentarán quebrar nuestros puentes colgantes. Y no. Diremos que no. Lucharemos por el espacio que ocupa el libro en la almohada, el latido último del corazón del que suspira, la posibilidad que tenemos de hacernos niebla, de hacernos bosque, de navegar por el infinito auge que es la vida. Lucharemos. De pie sobre los juicios, los prejuicios, las leyes divinas que nos parten, que nos reducen a cenizas. No, no somos culpables, no nacimos criminales. No. Nacimos luminosos. La luz es nuestro arte. La luz es la poesía que nos invade, que nos domina, que nos atraviesa cual haz incandescente, para hacer garabatos que incendien los callejones desiertos, todas las salidas. Mujer, joven, mexicana. Poesía. Hombre, viejo, terrícola. Poesía. Ser humano, ser humano, ser humano. Poesía. Poesía, poesía, poesía. Poesía.




Si así fuera…

De pronto, en un rayo de sol, nos encontramos.       El haz de luz nos recorre la piel porque el tiempo avanza, porque la noche acecha, porque los cuerpos desnudos se trazan con partículas incandescentes.      La oscuridad entre dos amantes se termina.

Si así fuera...                        Pero te miro, frente a mí, con los ojos tostados, el cabello revuelto, con el amor ése que se escapa de tus dedos que no alcanzan a tocarme.                         Tal vez en otro universo esto fuera posible.     Y da miedo que el reloj marque la hora, fije el plazo, y esto se acabe y no alcance yo a decirte lo que me abrasa dentro cuando te pienso.             El sol camina.                      Nosotros sentados en cualquier banca, de cualquier parque, como piezas del aquel rompecabezas que se niega a completarse.                Es infame la desdicha del que encuentra lo que busca y debe perseguirlo hasta el horizonte, inaprensible.

De pronto, en un rayo de sol, nos congelamos.         La manecilla se detiene.          Convulsionan los sentidos que se mueven por instinto hacia el centímetro siguiente.   El centímetro que ocupas, el que ocupa tu materia, tu temblor.

Si así fuera...                        Pero te tengo, a mi lado, a una distancia prudente que cercena los deseos incompletos sin tu parte.               Y tú, con las palabras que se derraman, jacarandas dulces, buganvilias tiernas, por tu espalda.             Y da miedo que se termine el aliento de las cosas que nos pasan, los segundos compartidos sin sábanas, el pasto, el viento helado de diciembre que nos quema la gana de ser si fuéramos posibles.

De pronto, en un rayo de sol...

No hay nada.           Eres espejo que rechaza las caricias de mi alma.      
El tic-tac asesina.    Las letras asfixian.             
La posibilidad de evaporarnos, de ser nube constelada, atraviesa mis pupilas:
fantasía descontrolada, ilusión óptica vacía,
vida de mi vida desterrada.
Mata.

Así  suena  el  corazón  cuando  se  r o m p e.





El silencio

Ocurre que estamos solos
y esta soledad habla sólo un idioma.
Sucede que el barco avanza callado,
el mar que lo golpea no hace ruido
y aún así despierta a todos los inquilinos de sus orillas;
sucede que el barco avanza sobre el silencio:
lo tiñe, lo borda, lo parte en cuartos,
le siembra minúsculas palabras que germinan (gotitas):
nos narran el fondo:
las sirenas, 
las anémonas que bailan,
los tesoros que ansían mano,
beso, cuello de dama,
arena seca de penínsulas silentes.
Pasa que al parecer nada transcurre:
el silencio pinta oasis en los ojos cansados
de los peregrinos del desierto
—ilusiones ópticas finitas, traicioneras:
estática sin volumen aparente—.
Mentira: 
pasa todo, de todo:
nacen la ficción y las heridas, en silencio,
en silencio crece la piel de los amantes
—en extensión y dulzura—, 
en silencio dices mi nombre y tiembla mi alma,
los violonchelos sacian sus deseos, 
las caricias separan, en silencio, a Neptuno de Cibeles,
asoma Madrid en mi almohada al acostarme,
en silencio se hacen árboles los árboles
y beben agua los perros en el parque, 
en silencio, caen a veces las estrellas 
sobre el agua de tu espalda,
sobre nuestra cama, silenciosas,
sobre el espacio que ocupamos para hacernos,
se cuelan entre mi ombligo 
y la estela que deja cada palabra en la página blanca,
en las pupilas que las desentrañan:
en silencio, 
con la luz apagada, 
todo pasa.
Acontece que me encuentro,
nos creamos, 
construimos de vacíos la abundancia de este cuadro, 
de esta escena,
de estas personas que nos sentamos con Duras
y conversamos.
Nos encontramos: aquí, 
en el nítido alfiler azul que es el silencio.
Somos lo mismo: 
uno sólo,
uno.
Aquí existimos: 
precisamente en el magnífico paisaje de callarnos,
de prestar atención al universo, 
a sus suspiros galácticos,
sensuales, de antaño.
Así somos: 
la cinta celeste, sin ruido,
nos pega los pedazos, 
nos llena la garganta de luceros, 
nos proyecta en un espejo enmarcado con puntuales instrucciones: 
Veme de frente. Camina. Sigue caminando.
No te detengas. Penetra:
en silencio, aquí, 
encontrarás las respuestas.
Y es que todo brota del silencio:
las miradas transparentes que compartimos un día,
que hicieron girar mundos y lunas y astromelias;
los libros que las mariposas traen consigo,
esos que escribimos para ellas;
las palabras tensas que resuenan en las calles de los vivos, 
las que quedaron en las bocas de los muertos, para siempre,
las que aparecen a las dos de la mañana 
y es menester poner en una botella de vino tinto
y lanzar al agua, sin corcho,
para que salgan y contagien a las olas de poesía,
para que mojen los silencios, las mareas desconocidas,
para que bebamos, diariamente, 
versos náufragos, marinos.
Y es que el silencio es vientre y fertiliza,
procrea instantes sumamente luminosos,
nos cose la soledad a las orillas,
nos regala pupilas tornasoladas 
para vernos los rostros sin tener que decir nada
—sin juzgar,
sin jugar a matarnos—.
Lo que ahí ocurre es precisamente que así,
domando el ruido sináptico angustioso
—ese que ha encallado en las banquetas de la mente—,
suceden el sol y la mañana,
suceden el abecedario y los cuentos de Cortázar,
suceden los besos violetas de dos amantes anónimos que se encuentran, 
después de haberse desconocido tantas vidas,
suceden las caricias, los gemidos, los orgasmos,
las voces que se rozan y los cuerpos que se prenden a mordidas,
suceden dos milagros: 
el del tiempo y el del espacio:
estamos aquí y ahora, 
somos, y en silencio: conspiramos.





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