lunes, 18 de agosto de 2014

HERMINIO MARTÍNEZ [12.914]


Herminio Martínez

Herminio Martínez, poeta y narrador. Profesor jubilado de la Universidad de Guanajuato. Nació el 13 de marzo de 1949 en la Cañada de Caracheo, Cortazar, Gto; murió el 17 de agosto de 2014 en Celaya, Guanajuato.

Entre sus novelas más conocidas en la literatura de México destacan: Hombres de temporal, Diario maldito de Nuño de Guzmán, Las puertas del mundo, Invasores del paraíso y Lluvia para la tumba de un loco. Ha publicado también los libros de cuentos, impresos y audiolibro: La jaula del tordo, Los nardos del insomnio, Tan oscura noche de tormenta y Manantial de cuentos infantiles.

Entre sus premios de poesía, son de notarse el "Punto de Partida" de la Universidad Nacional Autónoma de México; el "Manuel Torre Iglesias", de la Paz, Baja California; el "Ramón López Velarde" (FONAPÁS), de Zacatecas; el "Pablo Neruda", de Buenos Aires, Argentina y el “Clemencia Isaura de la poesía”, del carnaval de Mazatlán, el cual obtuvo en 1985. Y el de las “Justas Poéticas Castellanas”, de Palencia, España, en 1995. En ese mismo año fue ganador del Premio "Lotería de Cuentos", de Editorial Planeta y la Lotería Nacional.

En 1996 obtuvo el Premio Nacional de Novela “José Rubén Romero”, otorgado por el Instituto Michoacano de Cultura y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de la república mexicana. Y en 1998 el Premio Internacional de Novela Corta “Ciudad de Barbastro”, en Aragón, España, con El regreso, novela histórica ambientada en la vida de Antonio Pigafetta, marino de Magallanes. Otros premios que ha ganado, son: El Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen, en Culiacán, Sinaloa, 1999. En el año 2000 fue distinguido con el Premio Internacional de Poesía "Hermanos Argensola", en España, por su poemario: Música para desventura y orquesta. En Argentina ganó el Premio Internacional de Poesía "La Poesía y el Mar" de la Biblioteca Popular de Monte Hermoso, Buenos, Aires. Y en 2001 recibió el Premio Internacional de Poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad, por su poemario Animales de amor, publicado por Editorial Algaida. En 2002, fue ganador del Premio Nacional de Poesía “Amado Nervo”, con Monólogo del habitante. En 2011 obtuvo el Premio de Novela “Valladolid a las Letras”.

Es autor también del libro Donde viven mis muertos, historia de la Cañada de Caracheo, una comunidad del municipio de Cortazar, estado de Guanajuato. Y Eterno esplendor, historia de Celaya la Puerta de Oro del Bajío.

Es miembro de la Academia de Artes y Ciencias de la UNAM –Enep Zaragoza-, de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), y, desde 1994, correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.

En 2013 La Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) , y la fundación cultural René Avilés Fabila, publicaron una selección de narraciones de este autor guanajuatense, bajo el título de La eternidad no tiene mirasoles. Y Ediciones Horson de México, en conjunto con el Sistema Educativo Valladolid, preparan el lanzamiento de la primera novela juvenil de Herminio Martínez, intitulada: El alma en la colina.



Octavio Paz y Herminio Martínez durante la cena que se les dio tras la recepción de los premios Mazatlán de literatura y Clemencia Isaura de Poesía, en 1985.



Octavio Paz y Heminio Martínez en Mazatlán, 29 de Marzo de 1985.


En la ceremonia del premio "Ciudad de la Paz" a Herminio Martínez, quien está acompañado de Juan Rulfo y Juan Bañuelos, 1982.


Herminio Martínez, autor de La jaula del Tordo y Juan Rulfo, Autor de El llano en llamas, en plena conversación sobre el lenguaje del Bajío.


HOGUERAS DEVASTADAS

1

Hoy no tengo palabras que decir,
sólo este lenguaje
que se me hinchó con la lluvia de anoche.
¿Anhelas una música maltrecha?
Entonces ven a oírme;
estrújame hasta empaparte de agujeros.
¿Quién no conoce aquí
que lloro hasta mancharme la ropa de tristeza?
¿Quién no sabe que busco
la gruta donde vaciar mi corazón
igual que un cántaro de escombros
allí donde se engendra la humedad
y la germinación
también es una criatura demacrada?
Una noche los árboles y los fantasmas
me gritaban bajo las ondulaciones de la nube caída;
un rechinar de hojas era el viento,
subía hacia la superficie como una piel de púas arropándome.
Toda la tierra me pareció entonces una serpiente deslizándose
en tanta migración que iba bebiendo gotas de mi mano.
Y al amanecer, cuando por fin aparecieron las primeras personas,
aún llevaba la pesantez como una corona de gusanos,
los pájaros no salían de su recogimiento;
yo tampoco hubiera querido abandonar el mío,
sólo que en ese instante, al correr la persiana,
sentí bajar al fondo del espanto.



2

No sé si acabo de venir
o si ya estaba aquí a la hora de tu parto
que me dolió igual que un picotón de buitre.
tampoco supe a qué hora se me dobló la vida,
ni en qué momento un ojo se me hizo casi oscuro
y el derecho lloró también ceniza.
El color de la tarde ha alcanzado su mayoría de edad
como para tomarme un té lleno de noche.
Los dos nos desangramos en las goteras del crepúsculo
pero lo tuyo a mi me duele más que mi propia llaga.
Hijo de una flor amarilla y un suspiro
caes como yo a una materia sin límites ni nombre.
¿Será que alguien no sabe cómo empezar una plegaria?
El hecho es que la oscuridad se sienta entre nosotros.
Poco a poco crecí
contando entre paredes;
hijo de pobres, junto a los alcatraces concurridos
por la blancura y el aroma que podaba el olfato.
Tuve hijos, a los que de tanto leerles el porvenir
vine a quedarme ciego.
¿Quién me hubiera tendido 
una mano para albergar mis heredades?
El olvido era la planta
que más se cultivaba en mis jardines;
peor que una rama que se quedó sin hojas,
y ruinas tan desoladas como cualquier otoño.
Por eso, a tantos días de no mirar
más que las hendiduras de mi cuarto,
salgo al campo a pregonar este propósito:
morirme yo también,
al fin que de todos modos al amanecer
tanto tú como yo seremos hogueras devastadas.

Tú sales del día como de un antro
donde la luz boquea en su lecho de muerta
y yo de esta casa a la que la ceniza
hizo zona de nadie.
Tú recoges la claridad de entre los muros
y mientras agoniza va tiñendo tus nubes
como si fuera un horno crematorio.
A mí me vuelve a atrapar este cansancio,
en su puño me lleva
y me suelta a vagar entre los sueños.





POBRES LENGUAS

Ahora cualquier cura apachurrado de odio
te va a querer juzgar.
Cualquier ratón
ha de querer morderte los testículos.
Ángeles que se sientan en su trono
anal de triduos y conceptos áridos
querrán crucificarte entre sus canas.
Pobres lenguas lamiéndole al vocablo
la sal de alguna fe que ya no existe.
Dibujos con los huesos de rodillas
y sotanas limítrofes del cuero
floreado por la sal que suda triste.
Y sin embargo a ti nadie te aparta,
nada mueve tu ser a ras del hombre,
de hablar, sin sucumbir, de las personas
que aran con llanto como quien escribe
en el libro del suelo sus congojas.
Echado al día como buey al pasto
el poeta conoce 
los pasos de la íntima hojarasca
pero también el animal terrible...
Hombre solar al fin elude ese contacto
con la cara de Dios que hay en su imagen
y prefiere el aliento de la vida
cuyo alfabeto muge en cada bestia.
Sabe del niño con su noche al hombro,
el cual de tanto ser ya se hizo anciano
sin hablar otra lengua
que el torrencial idioma de las lágrimas.
Voluntario de todo
porque para decir se viste el rayo
cuando medita al pie del individuo.
Él es el que le encuentra el oro al trigo
y musgos memorables a las ingles
de los libros cadáveres.
Es el que se honra con los deshonrados.
El que baja a los bordes y respira
a plena luz el mundo que hace grande
todas las veces que habla con el prójimo.





MAL DE AMORES 

Al hombre, apenas nace,
lo comparan, lo miden,
lo presumen,
se lo prestan al sueño,
se lo confían al talco,
lo bañan en la espuma del cariño,
le hacen su eternidad y se la ponen.
Hasta que llega el día
en que el bozal del alma lo estrangula
porque ya no le cabe la inocencia
en los espacios íntimos del cuerpo.
Entonces el amor lo echa a la calle.
Lo mete a las cantinas,
lo entretiene en los cines,
lo derrumba en el ocio,
lo arropa en la esperanza,
lo acuesta en camas públicas que hieden,
lo regala al rumor,
lo tira a que lo pise la llovizna,
lo avienta a que el ayuno lo triture,
lo sienta en el silencio hasta que llora
y en la tentación hasta que brama.
Lo mece en los columpios del ensueño,
lo refunde en las grietas de la lástima,
lo amarra al palo seco del insomnio,
lo encierra en los corrales del suspiro,
lo arrea hacia la avenida y el paisaje.
Así lo trae al pobre,
cabestreando
como a cualquier hijo de buey.




MONÓLOGO DEL HABITANTE

El día empieza a desenvolver su cola de botellas.
Abro la ventana que indiscretamente mira sobre el hombro de la ciudad
y veo las fábricas de papel, las panaderías, las bicicletas
y una anciana comiendo frutas podridas;
el hambre es una brasa en cada estómago.
El fragor de las máquinas escala las paredes.
Estoy casi desnudo, bebiéndome de codos un rayito de sol,
no soy nada romántico, sino un complicadísimo hombre
con los zapatos grandes y la frente estrellada.
Las calles, con sus lenguas de ladrillo,
sienten el despertar del peso de la tierra,
atropellada por los niños que marchan al colegio.
Un perro olfatea células de aceite negro,
son las manchas que dejó la noche adentro de un bote de basura.
Pienso en los dioses que hoy amanecieron
con todos los cántaros de su mal genio rotos.
No me he rasurado todavía, tengo en la cara la yerba dura
que crece con la llovizna de los sueños,
y hay en mi boca un desagradable sabor de metal oxidado.
Anoche, mientras la televisión me hacía gestos de colores,
me maldije.
Yo tengo algunos libros
en donde leo y aprendo lo que está prohibido;
los libros tienen sexo,
uno los viste con atención para que luzcan guapos,
les compra pantalones y corbatas,
camisas, calcetines y sombreros;
son hombres y mujeres, se emborrachan, se asean,
comen, les gusta ver llover
y hasta pueden parir de una leída
un hijo de metal con ojos de águila y relincho de potro.
Desde una ventana
cualquiera puede fotografiar los talones de la luna
olorosos a nardo,
sentir en las narices el talco azul de alguien que se recuerda,
los trenes y los aviones reventando
de tanto ir y venir por esta madre bolonda que es la vida.
Uno puede pensar en un grupo de poetas
que van saliendo de un cabaret en París,
o simplemente en la gente que camina.
Desde una ventana
el mundo es la fábrica de los pordioseros ambulantes,
pero también el trono desde donde la discordia
imparte sus lecciones
de burla, desigualdad y prepotencia.
Veo esta calle y otra que no es la mía.
Veo la casa que estamos pagando en abonos
y las demás con sus luces prendidas.
Pero miro también, oyendo su boruca,
a las señoras que se dan un beso
en los cachetes cuando se saludan.
Al que escribe su ira en las paredes,
al Papa muy feliz en su elefante,
al que en los restaurantes se detiene
a pedir una orden de basura.
Al que eructa el hígado en pedazos,
los talones del hijo del obrero,
la llaga multiforme del salario
y al que encontró los huesos de la lluvia
en un baldío que ahora nadie siembra.
Veo el mundo que es la casa de todos.
Desde aquí me doy cuenta de la vida:
el mismo navegar de taxi en taxi,
el largo escalofrío de las quincenas,
el rostro sin color de los que deben
y oigo el viento que no es la ira de Dios
escapada por la boca de un cura
sino la providencia que se extiende
a cada instante sobre todos los pueblos
y el que es, además, esa enorme alegría
que por las mañanas me persigue
hasta en los recipientes donde orino.
Veo al que sale a ver quién lo contrata
y lo encuentra la tarde cabizbajo.
Al que en rebanadas se come la amargura
y al que llega a los bares
pidiendo un seno en lugar de un trago.
A los que esperan la caída de un milagro
del árbol de las creencias.
A los que amasan el porvenir en la congoja
y al que silba al cruzar un sitio oscuro.
Veo al que llora por lo que le dan
por un mes de suspiros y trabajos.
El palacio al que no se llega nunca.
La baba del turista que se escurre
desde los monumentos hasta el mar.
Al que no va a hacer nada a la oficina.
Al locutor que a todos amenaza.
Al que finca su fe en los aguaceros.
A los que se dedican al descanso
y a los protervos de buena voluntad.
Pienso en los ríos donde alguna vez nos bañamos
y en las ciudades donde no fuimos nadie.
Veo la historia arreando personajes
bajo un sol que no piensa nada de ellos.
Veo la luna en las muletas de su luz,
la paloma del Diluvio Universal
y la chusma que huele a cualquier cosa.
Con ajetreo de bueyes se divisan
los funcionarios en sus trajes públicos.
Y los poetas que se desnocharon
buscando algún remedio en las cantinas.
Veo al que oye zarpazos de pelea
adentro de la jaula de su estómago
y veo brillar el vientre de la dicha
en los lugares donde se merienda.
Al que halla que sus muebles pesan mucho
cuando se muda de departamento.
Al que le salta lumbre cuando grita.
Al que se le hinca al viento cuando bebe.
Al que habla de sus deudas con los santos.
Al que se recibió de comerciante
pero hizo la carrera de abogado.
Al que pone el manojo de los hijos
delante de las tiendas.
Y al que ama según el Mandamiento
escrito en una piedra de la Biblia.
Veo al que pica y al que se deshace
en la sal granulada de su suerte.
Muchachos que en la escuela se fuman una viga.
Imbéciles que se hinchan si los toca
la alabanza que tiene muchas manos.
Varones que se venden al sistema
que es el mercado donde está la patria
colgada como res en una percha.
Y los que piden paz en los periódicos:
altos hombres sentados a dos nalgas
firmando cheques que les manda el cielo.
Al notario con mugre en las orejas,
al profesor con pelos en el alma.
al licenciado que anda de maestro,
al sacerdito que es ya sacerdote,
al psiquiatra que vuelve loco al mundo,
al albañil que atónito contempla
la punta de su esfuerzo ya sin punta;
la secretaria estúpida y pintada
de la piel y los pelos como un mono;
la religiosa cara de lechuza,
el caballero de barriga enhiesta,
la señorita que se mea de lado,
las actrices vendidas como cabras,
el escritor parido por decreto,
el presidente arreando su manada,
la república a bordo de su nube,
los industriales socios de los buitres,
la policía que roba la confianza,
la mujer con su hachazo entre las piernas
y todos cuantos corren
a consumir inútiles refrescos.

El día se amarra las agujetas,
abre el paraguas rojo que siempre trae consigo
para decirme que estúpidamente he perdido el tiempo
imaginando situaciones justas;
suda, le huelen los establos, el sol, la muchedumbre,
se va, sube de prisa;
me llaman por teléfono.




ESPERANDO A MI HERMANO

Esperando a mi hermano
veo el reloj,
me asomo hacia la calle
y tenso el músculo del alma.

El día se acoda sobre un inflado viento de tizones
y hay por toda la casa
un delicado aroma de visita.

Mi hermano es un hombre de huaraches
y camisa con manchas de trabajo.
Le voy a preguntar por nuestro pueblo
y él dirá con tristeza que todavía no llueve,
o que ya se murió don Juan el músico,
o que la viuda Elena anda penando.

La ciudad a estas horas
se refugia debajo de sus lozas de concreto,
entre ventiladores y cervezas.
Apesta a alcantarilla y combustible,
le encaja el sol su lanza a media nuca.

Mi hermano es enjuto de facciones
pero tiene la mirada de un ave solitaria.
Le ofreceré una silla junto a mí
para escuchar su plática de pobre;
me pedirá un cigarro y un refresco.
Pasaremos un largo rato juntos
como cuando de niños en el cerro
sembrábamos maíz,
hasta que el polvo de la tarde caiga,
nos irrite los ojos y nos haga llorar.


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