jueves, 28 de agosto de 2014

DOM MORAES [13.084]


Dom Moraes

Dom Moraes (Bombai, India  1938-2004) fue un poeta indio en inglés reconocido como uno de los más sobresalientes autores de su generación. Pasó varios años estudiando en Londres, Oxford, Nueva York y Hong Kong antes de regresar a la India. En la mayor parte de esos lugares participó en la creación de diversas revistas; también escribió guiones y dirigió documentales de la BBC. Como periodista fue uno de los primeros en entrevistar al Dalai Lama tras su exilio a la India. Fue corresponsal de guerra en Argelia, Israel y Vietnam, y en 1976 comenzó a trabajar para las naciones unidas. Enfermo de cáncer, murió de un ataque al corazón tras haber rechazado cualquier tratamiento. Su primer libro de poemas fue Un comienzo (1958), al que seguirían otros como Juan Nadie (1965), Ausencias (1983) o su poesía completa, recogida en 1987. También publicó diversos libros de viajes y memorias.




Teatro

El público parece hacer muerto; programas
caídos en los pasillos, funciones conclusas.
Acabadas de forma aburrida, pues el aplauso
aquí no está previsto.

Si hay conflictos en marcha, deja pasar el vaso.
Acaricia al compromiso mientras se va
al lugar de las confrontaciones, pues tus párpados
titilan por soles no perdidos.

Lealtades invocadas, incluso aquellas perdidas,
incluida cierta petulancia hacia los barcos que parten.
Si las analizas en función de las lágrimas, las lentes secas se mantienen
en una desesperación finigida, en un adiós no dicho.

Corregida la figura, los labios abandonados
flaquean en necesarios lugares comunes:
palabras deshidratadas, silencios abandonados.
Nunca antes una ternura semejante.

La colaboración triste de los amigos
en este teatro inacabado de vidas a retazos
perdidas, de las que no vuelves a saber.
Preámbulos larguísimos para finales absurdos.







Una vez

Te ocurre una vez y sólo una.
Te fijas en ti mismo durante años,
un hábito de la infancia que no has perdido después,
y de pronto casualmente aparece el rostro
que reconoces sin haberlo visto nunca antes.

Facciones delicadas de una raza antigua,
una belleza clásica tallada en roca negra
reclama la memoria de un lugar distinto
al que perteneciste en otro tiempo.

Su recuerdo trepa por tu memoria exhausta
igual que el agua se aclara tras arrojarle una piedra:
el mundo hecho carne, su cuerpo de bronce intenso
abandonado por fin a tus brazos después de tantos años.
Te ocurre una vez, y nunca más.







Encuentros en Bombay

Los domingos suelo encontrarme a mi fantasma
desaliñado y sin afeitar junto a mi cama.
Con un café bien cargado y tostadas ennegrecidas
intercambiamos los papeles, pero nunca hablamos.
Cualquier tipo de conversación sería grotesca.
Se me pega como ropa húmeda, se niega a irse.
No es culpa mía que se haya convertido en tan poca cosa,
ni sus blancos rizos, ni su rostro tan estropeado.
Los espejos no ayudan, convencen.
Con ojos inyectados en rojo me acusa.
Cuando dejamos Londres perdió su máscara,
y, algunos días después, su poesía.

Llorando, mi hermano en sombra no me dirá
de dónde o por qué razón viene a verme.
Intentó encontrar ataúdes sin compromiso,
e intentó, pasado su debido tiempo, alcanzar el infierno.
El precario armazón que contiene sus ojos
se vino abajo por culpa de erosivos sorbos de ron.
Está obligado a vestir su rostro, y cuando llora
se mueve nerviosamente, un húmedo caracol sacado de su concha
o las tripas rebosantes de un santo asesinado.
Mi fantasma le envidia, abandonado en el espasmo
por dios y sus amigos, pero preservado aún en forma de pintura
en el muro gris de alguna iglesia suburbial.

Una rima infantil repite su historia todo el tiempo:
la sinuosa milla que recorrió hasta donde está ahora;
la sinuosa moneda bajo el estilo.
Londres tras él, su máscara perdida,
lucha para mantenerse a flote en el calor, su jungla
siempre en sí, a quien miró por fin.

Ahora cuando observa, bajo millas azules,
el árbol cantarín, como un arpa
que respondiera al viento, los pájaros se amontonan.
Bajo aéreos arabescos se lanzan y pían.
No son originales en aquello que hacen,
pero le zarandean, pues él lo hizo antes.

El rostro de mi hermano me mira con lascivia, rendido, lánguido.
Mi sombra enemiga, mi fantasma que se lamenta
cada domingo por todo aquello que no ha hecho.
Y su boca seca se explica a sí misma ante mí,
sus frases caen sin sonido, como hojas
silenciosas en los parques, y arden: como poesía.

Traducción por Martín López-Vega






Absence

Smear out the last star.
No lights from the islands
Or hills. In the great square
The prolonged vowel of silence
Makes itself plainly heard
Round the ghost of a headland
Clouds, leaves, shreds of bird
Eddy, hindering the wind.

No vigils left to keep.
No enemies left to slaughter.
The rough roofs of the slopes,
Loosely thatched with splayed water,
Only shelter microliths and fossils.
Unwatched, the rainbows build
On the architraves of hills.
No wounds left to be healed.

Nobody left to be beautiful.
No polyp admiral to sip
Blood and whiskey from a skull
While fingering his warships.
Terrible relics, by tiderace
Untouched, the stromalites breathe.
Bubbles plop on the surface,
Disturbing the balance of death.

No sound would be heard if
So much silence was not heard.
Clouds scuff like sheep on the cliff.
The echoes of stones are restored.
No longer any foreshore
Or any abyss, this
World only held together
By its variety of absences. 






Key

Ground in the Victorian lock, stiff,
With difficulty screwed open,
To admit me to the seven mossed stairs
And the badly kept garden.

Who runs to me in memory
Through flowers destroyed by no love

But the child with brown hair and eyes,
Smudged all over with toffee?

I lick his cheeks. I bounce him in air.
Two bounces, he disappears.

Fifteen years later, he redescends,
Not as a postponed child, but a letter
Asking me for his father who now possesses
No garden, no home, not even any key. 






Architecture

The architecture of an aunt
Made the child dream of cupolas,
Domes, other smoothly rounded shapes.
Geometries troubled his sleep.

The architecture of young women
Mildly obsessed the young man:
Its globosity, firmness, texture,
Lace cobwebs for adornment and support.

Miles from his aunt, the old child
Watched domes and cupolas defaced
In a hundred countries, as time passed.

A thousand kilometres of lace defiled,
And much gleaming and perfect architecture
Flaming in the fields with no visible support. 




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