miércoles, 16 de julio de 2014

RAMÓN SAMANIEGO PALACIO [12.335]


Ramón Samaniego Palacio

Ramón Samaniego Palacio fue un abogado, diputado y escritor ecuatoriano. Nació en la provincia de Loja en 1826; abogado de la Universidad Central de Quito, Diputado y Senador en varias Legislaturas; Suplente del coronel don Manuel Carrión y Pinzano, Jefe Civil y Militar de la República Federal de Loja en 1859, y Ministro Juez de la Corte Superior de Justicia como Tribunal al Supremo de Apelación establecido por dicho Gobierno Federal. Literato de reputación, cultivó la poesía en sus momentos de solaz y publicó en El Iris algunas de sus composiciones.


Elegía


Mon coeur lui doit ces soins pieux et tendres.
Béranger

      ¿Qué rayo viene a destrozar mi frente
 y abrir en mi alma una profunda herida?
 ¿Qué voz rasga mi oído de repente,

      al rebramar del trueno parecida?
 ¡Ay... abrumado estoy y sin aliento,
 y entre sombras mi mente confundida!...

     Me falta la razón, mi pensamiento
 se ofusca, se oscurece, pierde el brío,
 y se apodera de él delirio lento!...

     Y el eco se repite, el eco impío
 de esa insólita voz desgarradora
 que rauda el huracán lanzó bravío!

      ¡Murió!... ¡pronuncia cruel!... ¡asoladora!...
 ¡murió!... ¡repite con pujante estruendo!...
 ¡sin tregua resonando a toda hora!

      ¡Oh suplicio feroz, martirio horrendo
 que, eterno como el alma, nunca pasa
 y que va mi existencia destruyendo!

      ¡Una llama voraz mi pecho abrasa,
 fuego respiro que mis labios quema
 y son mis venas encendida brasa!

      Y en esa hora de horror, hora suprema
 de sombras, de tinieblas, de agonía,
 de la vida y la muerte lucha extrema,

     yo, lejos de su lecho, en paz dormía,
 ajeno a la tormenta que bramaba
 y en torno del hogar fúnebre ardía.

     ¡Ay infeliz, que el Cielo me negaba
 siquiera recoger su último aliento
 y probarle el ardor con que le amaba!

     ¡Muerte fatal, memoria de tormento,
 fuente copiosa de amargura y llanto
 y símbolo de luto y sentimiento!

      ¡Tú has causado, inhumana, mi quebranto,
 tú has vertido en mi pecho la amargura,
 tú me has sumido en infortunio tanto!

      De su vida inocente, recta y pura,
 manantial de virtud acrisolada,
 de caridad modelo y de ternura,

     ¡compasión no tuviste, y despiadada
 a tus furores la inmolaste, ansiosa
 de ostentar tu potencia malhadada!

     Ríe, pues, de tu triunfo; ya rebosa
 en mi pecho la hiel que tú has vertido...
 ¡la víctima que hiciste ya reposa!...

      Sí, mírala a tus pies... pero ¡ay! transido
 de angustia y de dolor, llevo los ojos
 al doméstico hogar, dulce y querido.

      Y sólo miro pálidos despojos
 que me dicen su nombre venerando
 para aumentar del alma los enojos;

      y huérfana, infeliz, allí llorando
 a la hija que él amó con tanto anhelo,
 miro su último aliento ya exhalando;

      y que en voz balbuciente eleva al cielo
 mil ayes de su pecho dolorido,
 y demanda en su angustia algún consuelo.

     Pero ¡ay! en vano... mas enardecido
 vuelve el recuerdo a destrozar el alma
 a cada queja de su pecho herido.

     ¿Adónde, adónde fue la dulce calma
 y la tranquila paz y la alegría?...
 ¡Mustio el hogar está, seca la palma

     que con su sombra cobijó algún día
 la fuente cristalina do apuramos
 las glorias que el vivir nos prometía!

     Ya todo se acabó... solos quedamos,
 huérfanos en la tierra, desvalidos
 sin luz que nos alumbre... ya cegamos,

     y entre luto y tinieblas confundidos
 en el mar de la vida proceloso,
 ¿qué haremos ¡ay! en su extensión perdidos?

     ¡Sin ti ya nadie, oh padre cariñoso,
 de justicia y bondad, de amor dechado,
 nos brindará su apoyo generoso!

      Mas, del hogar en torno, con cuidado
 guardaremos por siempre tu memoria,
 cual la vestal el fuego consagrado;

      Será tu vida la brillante historia
 en que honor y virtud aprenderemos
 y la fe en el Señor, y su alta gloria
 como tú sin descanso buscaremos.







En un cumpleaños

      Bien haya, niña, el hermoso,
 el claro y brillante día
 en que tu natal dichoso
 llenó el mundo de alegría.

     Como tan linda naciste,
 tan bella y seductora,
 mil coronas mereciste
 ¡oh niña! desde tu aurora.

     Las flores te saludaron
 al mirarte tan lozana;
 y a una voz proclamaron
 su digna y feliz hermana.

     Y la brisa blanda y pura
 jugueteando en tu redor,
 prendada de tu hermosura
 te rindió su tierno amor;

     y robando en ese instante
 mil perfumes a tu aliento
 fue a decir leda y triunfante
 al jardín tu nacimiento.

      Y la estrella esplendorosa,
 al contemplar tu mirada
 bella, purísima, hermosa,
 te dio su luz nacarada;

      y he ahí por qué tus ojos
 son dos brillantes luceros
 que del alma los enojos
 desvanecen hechiceros.

      Los ángeles en tu risa
 hicieron resplandecer
 de los cielos la sonrisa,
 viva imagen del placer.

      Y por eso tu reír
 da creces a tu beldad,
 y es el iris que al lucir
 serena la tempestad.

      ¡Oh niña!, que siempre sean
 felices tus claros días,
 y nunca en luto se vean
 cambiarse tus alegrías.

     Linda flor, siempre mecida
 por el aura placentera,
 que se conserve tu vida
 en eterna primavera.

      Bien haya, niña, el hermoso
 el claro y brillante día
 en que tu natal dichoso
 llenó al mundo de alegría.

Loja, marzo 20 de 1862.







Tu nombre

      No se engañó el alma mía,
 ni al decírtelo mentí
 que tu nombre es para mí
 nota de dulce armonía;

     música suave que encanta
 y que sorprende mi oído,
 como el melodioso ruido
 del ruiseñor cuando canta.

      Tu hermoso nombre me suena
 más dulce que los rumores
 de la brisa entre las flores
 soplando mansa y serena;

     más que el plácido murmullo
 del arroyo transparente,
 más que el gemir de la fuente
 de las auras el arrullo;

      más que el trino encantador
 del ave que en la enramada
 saluda de la alborada
 el prístino resplandor;

      más que el suspiro anhelante
 de la virgen pudorosa,
 cuando la pasión rebosa
 en su corazón amante.

      Es fuente de inspiración,
 señora, para tu amigo,
 y así el instante bendigo
 en que te alzo mi canción.

      Y aunque el cielo me negó
 del vate la luz divina
 con que esclarece e ilumina
 cuanto el hombre nunca vio;

     al nombrarte siento arder
 en mi interior una llama;
 un fuego vivaz me inflama
 que trasfigura mi ser.

      Me juzgo entonces poeta
 allá en mi loca ilusión,
 y bulle en mi mente inquieta
 del vate la inspiración.

      Y por eso yo he cantado
 de tu nombre los primores
 con los vívidos colores
 que en mi mente está grabado.

     Y aquestas trovas sentidas
 que me inspiran la amistad,
 son un tributo en verdad
 a tus virtudes cumplidas.

     Pero ¡pobres!... ¿qué serán
 ¡ay! señora, en tu presencia?...
 Mustias flores sin esencia
 que su vida perderán.

      Mas ¡qué bien tan soberano
 si acaso te dignas leerlas!...
 En tu boca serán perlas
 y diamantes en tu mano.

Loja, junio 2 de 1862.






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