jueves, 31 de julio de 2014

LILA DÍAZ CALDERÓN [12.593]


Lila Díaz Calderón 

Lila Díaz Calderón (Santiago de Chile 1975) poeta, artista plástica y Master en Edición literaria. En 1997 recibió la beca de "Creación literaria” de la Fundación Pablo Neruda y en 1999 la beca “Academia Literaria” a cargo del poeta Raúl Zurita. 

Posteriormente publicó los libros Cacería (Editorial Ril, Sgto., 1999) y Léxico Fuego (Ediciones del Temple, Sgto., 2001). En el 2003 la revista “Calabash” de la Universidad de Nueva York publicó sus poemas en edición bilingüe y su último poemario publicado es “Mansiones de Guerra” Ajiaco ediciones, 2013.

En el 2007 obtuvo la Beca del Fondo del Libro en la línea de Fomento al Perfeccionamiento y la Investigación. Su obra poética ha sido publicada en diversas antologías en Chile y el extranjero. Sus esculturas en vidrio han sido exhibidas en el Instituto Chileno Alemán de Cultura, en la galería de la Fundación Pablo Neruda, en la Universidad Diego Portales y en el Museo de Arte Contemporáneo. 




del libro “Mansiones de Guerra”
Ajiaco ediciones, 2013.

Mano armada

A una mujer se le humedecen las manos
y camina en círculos las calles de Chile, 
lleva un arma envuelta en pañales 
un no nato 
que disemina esporas y balas.
La mujer metralleta destella 
la pólvora de sus mejillas, 
cada latido de sus venas 
es un nuevo mantra, 
un zumbido que cae a gotas
un segundo antes de la emboscada.
A una mujer se le humedecen las manos
y tiembla el gatillo en el cielo que la acompaña.


Túnel en los ojos

Quizás hoy en Tel Aviv  
un niño lleve un túnel en los ojos.
Un túnel, pero no las flores
con que escribirán su nombre 
entre las piedras,
no el recuerdo de su rostro empapelando las calles.
Puede ser que detenga un bus 
como lo hacen todos al salir del colegio.
Con dedo nervioso recorra los cables alrededor de su cuerpo 
el chofer descubra en esos ojos paredes infinitas, 
y  a los dos algo les aplaste 
será el alma contra el pecho,
quizás el torso con los explosivos.


Figuras espías

Ojo con el ojo numeroso de la bomba.
Oscar Hahn.

Alerta los sentidos 
en el temblor de las manos,
figuras de cera en el filo de sus lanzas.

Aguda vista en la carencia 
en la frente expuesta del cíclope,
fauces en el engaste de su piedra.
Certero ojo de Medusa 
en piedra el cuerpo del enemigo,
visión estratega el ojo oculto de sirena.

Un ojo en el destino,
doble filo en el transcurso del tiempo
sentido abisal de las Moiras, 
perfecto corte en nuestra piel
y en el destello de sus tijeras.


Ejército de Xian

En formación de batalla 
seis mil guerreros
acompañan al emperador.
En el año 210 antes de Cristo
el Emperador Chino de la dinastía Qin 
alumbra un ejército de terracota, 
guerreros y caballos de barro
seis mil ojos armados 
en la entrada a la tumba
seis mil armas en la mano 
empuñadas
forzando la entrada del reino final.


Gas Sarín

Se aprietan, se ahogan
y estremecidos observan al otro. 
En los vagones, 
en el horizonte que dibujan mil cabezas
desaparece el aire.
En el reflejo, una densa conserva 
humana vocifera.

El pánico asfixia en el fondo del tren, 
se esparce, corre 
de mano en mano, 
en la tráquea palpita,
se dibuja en la frente, en el iris
en cada movimiento convulsa
y aún así invoca el habla
se nombra, ilumina, 
de Verdad Suprema destella
se deleita en lo que toca 
en lo que cruza su destino. 

Agoniza el imperio al romper el alba,
agoniza el sol naciente 
al momento exacto de despuntar el alma.


Día de caza

Inhala la muerte la bestia en su guarida
resplandece el ojo y el colmillo
tiembla, se estremece el cielo
el alma hunde en la tierra el aullido.

En el cuerpo a la deriva sopla el viento
se desgaja, despedaza en fauces enemigas
bulle la hierva en la raíz del campo
relumbra el acero, el pelaje  en el cuchillo.



Visión subterránea

En el primer carro del metro somos sangre en las venas
ojos equilibristas en las luces bajas de las tinieblas
Nos deslizamos veloces en el grito de rieles y durmientes
Y en sus engranajes furiosos despertamos a la ciudad

Desplegamos los brazos hacia el túnel
tambaleamos nuestro cuerpo
al esqueleto de ballena que nos engulle
sus fondos góticos son catedrales del abismo
paredes con bocas abiertas
dientes feroces en una garganta interminable
hacia el túnel, a la madrugada
de un saxo tenor
Coltrane o el Flautista de Hamelin York


Mesera de cócteles

La mesera lleva una cruz colgada al cuello
la mesera oriental tiene una cruz de oro y una falda pequeña
derrama los vasos mientras camina, se ríe
No, no soy católica y mete el dedo entre la cruz y la cadena
como quien estira un chicle entre los dedos

No, no soy católica, es solo un accesorio


Animales que rugen

La mala estrella duerme en sus ojos
resplandece en la fisura, en la grieta del alma
en la pared que invoca
y se ahoga en su propia sabia
traza el mapa, el tablero
alumbra en la mano la jugada

Así se pasa el tiempo entre paredes
entre machos y cabritos de batalla
avanzando juntos, jauría, manada hambrienta
animales que rugen en la conciencia
y no se puede añadir condena por esa causa


A media luz

Museo Vaticano

La luz se apaga
y otra moneda alumbra
Pequeñas maravillas de la muerte
reliquias del santo y su hueso desnudo
reliquias del cielo y su imperio minado



Mansiones de guerra o la deconstrucción de un templo
Presentación de Mansiones de Guerra, de Lila Díaz Calderón
Ajiaco ediciones, 2013

Por Pablo Lacroix



¿Qué necesidad tienen los hombres de atacar? 
¿Por qué a los hombres les emociona este espectáculo? 
¿Por qué participan tanto? ¿A qué viene este combate inútil? 
Barthes, Del deporte y los hombres, pág. 17.


Cuando se lee por primera vez Mansiones de guerra, el lector observa un espectáculo inagotable, donde cada fragmento es un campo minado. Cuando se lee por segunda, tercera, cuarta o las veces que sea necesario, el lector se siente partícipe del juego, parte del espectáculo o la situación de eventos desastrosos. Tal como enunció Barthes (2003) mientras explicaba la relación del deporte con la situación social del sujeto moderno; “todo lo que le sucede al jugador también le sucede al espectador” (pág. 71), al igual que en este libro, donde a medida que avanzamos y vamos construyendo este eclíptico rompecabezas retórico, nos volvemos espectadores y jugadores del crimen.

Lila Díaz trabaja un tema difícil, un tópico conflictivo, pero no por ello un asunto de escaso interés. Al contrario, Mansiones de guerra es un libro que desarticula los procesos recurrentes del combate, los despedaza, los disgrega, trabajando en cada poema diferentes percepciones, diferentes cuerpos, diferentes fragmentos que enuncian, en tanto denuncian un estado de crisis. La guerra, al igual que el deporte, como diría Barthes, no es la batalla del hombre contra el hombre, es la batalla del hombre contra la naturaleza, estableciendo así su dominio, magnificando su poder, doblegando al tiempo, “amansando” a la máquina, venciendo al espacio, sometiendo al entorno.


En los brazos cargamos misiles como hijos hambrientos
racimos jugosos, granadas
que se concentran en el pecho
en el ojo
que apunta el arma
en la mano
el brillo del puñal
la bala que espera el azar
el tiempo
su turno en el revólver
(De Instinto, pág. 28)


En el cortometraje de René Laloux, “Los tiempos muertos” (Les Temps Morts, 1964), el instinto del ser humano se entiende de la siguiente manera; “Hombre. Principal recurso: Muerte. Viven por eso. Incluso mueren por eso.” (Min. 1:01 – 1:09), apelando a esa esencia, a esa atracción tan poética por la muerte, apelando a esa bomba destructiva de su propia especie. Lila Díaz de la misma manera nos da a entender que el ser humano es el mayor aniquilador de su linaje, el mayor destructor de su historia, o como plantea Barthes, “aquí todo valor y toda la ciencia se aplican a una sola cosa: la máquina. Por ella el hombre vencerá, pero tal vez también por ella morirá” (pág. 27). La máquina es el utensilio destructor, pero también es el exterminio de la especie. La máquina, es el mejor amante, el mejor compañero en la ruta, esa dirección que nos acerca al fin. “Lo que ha hecho este hombre ha sido transportarse a sí mismo y a su máquina hasta el límite de lo posible. No ha conseguido su victoria sobre sus rivales, sino con ellos, sobre la gravedad obstinada de las cosas: el deporte más mortífero también es el más generoso”. (Barthes, pág. 39).

El poemario de Lila Díaz es imperioso al momento de exponer el sufrimiento humano, pero también es imperioso al invitarnos a la reflexión ¿Por qué motivo late en nuestra conducta la guerra? ¿De qué manera podemos extirpar la guerra de nuestro espíritu? ¿Cómo podemos volver a nuestro centro, situarnos nuevamente en nuestro origen? ¿Por qué occidente y oriente se reflejan en un campo de batalla? Mansiones de guerra es un libro que a veces parece un solo poema, como un cauce que nos acerca al caos y pendemos de un hilo, el que si soltamos, seremos consumidos por este mar dantesco, este círculo eterno de oscuridad.  


Nos han vuelto suicidas
clavadistas hacia el nuevo mar de los despojos
anclados por siempre
a los fondos de la ciudad
(De Toda isla es una jaula, pág. 13)


La guerra, al igual que el deporte, como el gran espectáculo de los últimos siglos, es algo que claramente preocupa a la autora. La caída de las torres gemelas, los conflictos en oriente, la noción de terrorismo, entre otros, son temas que no se trabajan en este libro de manera común, sino que más bien se reinsertan bajo un nuevo ángulo. Aquí se pronuncia el niño envuelto en dinamita, la mujer que observa la caída de las torres gemelas, el sujeto que grita y sentencia la guerra contra el mundo, o contra su vida, la mesera que reconoce el símbolo religioso como un método de camuflaje e integración. Aquí se pronuncian como una pregunta, como un ojo crítico, como una cacería que cuestiona nuestro sentido de vida. Aquí, las mansiones de guerra son los templos a destruir.


¿Qué necesidad tienen estos hombres de atacar?
¿Por qué se emocionan los hombres con este espectáculo?
¿Por qué se entregan totalmente a él?
¿Por qué este combate inútil? 
(Barthes, Del deporte y los hombres, pág. 77)



Lila Díaz lo sabe. La necesidad está en construir estructuras. Se emocionan porque observan cómo se eleva el templo. Se entregan porque se ven reflejados en la victoria. Combaten, para levantar estas mansiones de guerra.



La luz se apaga
y otra moneda alumbra
Pequeñas maravillas de la muerte
reliquias del santo y su hueco desnudo
reliquias del cielo y su imperio minado
(de A media Luz, pág. 37).

9 de Julio del 2013



selección de su libro Cacería

Los cuervos se harán planetas
en ellos olas de sonidos ahogarán mi cuerpo.
Despierto el fuego seducirá feroz
y nacerán explosiones de rocas
fauces eternas vomitarán mi alma del corazón del cuervo.
Los cuervos se harán planetas cuando se rompa el velorio
y crueles tus ruidos desafiarán el silencio.
Los planetas se harán cuervos y morirán.



Bailaría con todas las muertas que llevasen tu sangre
al fondo del túnel
al precipicio de la vida de tu cuerpo
labrado de helechos
a carcajadas del que cae
ese triángulo abierto el tercer ojo
Arcadia perdida en el centro
al costado del cielo
anunciando corazones abiertos
ojos de ciegos a las profundidades



Tu sabia corre despavorida
su corrosión me absorbe
pero no creas que iría por tu cuerpo como por el mundo
sumida bajo el aliento escamoso
recorriendo tu universo
agotada de oír tu respiración
de ahogarme en tu volcán
caigo a tus muslos
sumergida en tu pelvis.
Aún inerte mi cuerpo te destrozaría.



Del libro “Léxico fuego” 

Jaurías

Insidiosa intensidad del cuerpo
la presa y el cazador a la deriva 
jugueteando en el ojo
en el arma que es cuerpo- cuchillo.

No es necesario ocultar las armas
en el rastro, el deleite    
destella el ángulo 
el perfecto ritmo del ataque.

Solo se es fiel a la propia intensidad
no es la frente o el árbol
son jaurías avanzando desde adentro.
Mal de ojo es el brillo  
en la mira del arquero.


MECÁNICA

Nada hay en su arte 
nada en el  sable
o la mano abierta del guerrero
nada nuevo en la derrota
sólo mecánica del golpe
perfecto trazo del dibujo.


TRUENO

Débil la carne frente al fuego
débil la lengua en la palabra
nuestro templo
cargamos con todo consientes de la furia
del inagotable trueno que es léxico.
Furioso canto de sirenas
nuestra  lengua.


Poetizando con libertad

"Léxico de Fuego" de Lila Díaz. Ediciones del Temple 2001
El Mercurio, 29 de marzo de 2001 


Nieta, sobrina e hija de poetas, Lila Díaz trata de hacer un trabajo independiente pero sin jamás negar la importancia de su parentela literaria, que incluye las rotundas presencias de las poetas Teresa Calderón, Lila Calderón y, cómo no, de su abuelo. “Contrario a lo que muchos piensan, no siempre se tiene el camino pavimentado por pertenecer a una familia de escritores. Muchas veces hay que hacerse cargo de antipatías, prejuicios y agresiones que no tienen nada que ver con tu obra. Cuesta instalarse con una voz propia”, dice Lila.

Prolífica, a los 24 años publicó su primer libro, “Cacería” (RIL), donde desplegaba un imaginario vinculado a la experiencia femenina del erotismo. Este trabajo fue como su presentación en la sociedad literaria, por eso el lenguaje estaba rigurosamente vigilado. La actual obra, en cambio, corresponde a un periodo de relajación, de madurez y de mayor libertad en las formas: “En este libro, al fin me pude relajar, ya no me preocupa que dirá la gente acerca de lo que escribo, lo que es típico en el debutante. Ahora me siento con mayor libertad para decir y hacer”.

Parte de esa libertad poética es atribuible a sus desplazamientos interdisciplinarios. Diseñadora de profesión, Lila aprendió a hacer vitrales medievales, trabajo que ha desempeñado paralelamente al ejercicio poético desde hace años y que exhibió durante febrero en la Fundación Neruda.

“El trabajo de los vitrales esta íntimamente conectado con la poesía, porque son procesos creativos vinculados al desarrollo de las ideas. Al trabajar en un texto, las palabras gatillan una emoción, lo mismo sucede al armar el vitral. Cuando estoy cortando el vidrio y decidiendo con respecto a las formas, a los colores, a los volúmenes, siento lo mismo que cuando elijo las palabras o los silencios que van a ir en un poema. Muchas veces, a1 enfrentar un vitral estoy pensando en un verso”.

A la poesía llegó naturalmente, como se llega a una edad biológica. Lectora desde la infancia -“en mi casa hojeaba libros como quien hace zapping en la televisión”- comenzó escribiendo cuentos: "Me gustaba contar historias. Desde chica ese fue el pasatiempo de mi familia. Competíamos en quién contaba la historia más increíble, más macabra o mas absurda”.

Cuando salió del colegio, se acercó a los talleres de Teresa Calderón. Unas pocas sesiones bastaron para convencerla de que había llegado el momento de escribir poesía: “De pronto me di cuenta de que ése era el lenguaje que más me acomodaba para decir lo que tenía que decir. Conocí a los hoy llamados poetas jóvenes, y comenzó a resultar mucho mas fácil acercarse a la poesía”. Luego participó en otros talleres, en la Fundación Neruda y con Raúl Zurita en la Corporación Cultural de Las Condes. Este aprendizaje, más que para forjar identidades o consolidar influencias, le sirvió para madurar.

“Léxico de Fuego” (Ediciones del Temple) es -según su autora- un libro reflexivo, que si bien retoma en algunos pasajes el tópico de “Cacería”, se extiende sobre otras esferas, como el hacer poético propiamente tal.

“Creo que a estas alturas tengo más herramientas para la poesía. Frente a la tragedia de uno como creador, frente a otros creadores, estos versos logran hacer una reflexión más profunda acerca de la soledad, del abandono de sí mismo y de los artificios del lenguaje y de la poesía. Me interesó sobre todo este último tema, porque creo que es una cuestión muy macabra, en tanto presenta a los poetas como un producto casi de exportación. Hoy, los creadores jóvenes están como obligados a entrar a una carrera por el oficio, a una carrera atlética, muy agotadora. En este libro hay mucha reflexión sobre este asunto”.



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