martes, 1 de julio de 2014

JULIA PÉREZ MONTES DE OCA [12.116]


Julia Pérez Montes de Oca 

(11 de abril de 1839 - 25 de septiembre de 1875)
Escritora cubana que se distinguió por la serenidad de su poesía. Perteneció al Romanticismo.

Nació en la finca «Melgarejo», El Cobre, Oriente, CUBA el 11 de abril de 1839. Hermana de Luisa Pérez de Zambrana. Vivió algunos años en el lugar de nacimiento. En 1858 pasó a vivir a La Habana con su hermana al casarse ésta con Ramón Zambrana.

Trayectoria literaria

Muy joven aún colaboró en «El Redactor», de Santiago de Cuba. Colaboró en El Kaleidoscopio (1859) y en Álbum cubano de lo bueno y lo bello (1860), donde se publicaron tres poemas que no fueron incluidos en la edición de sus poesías. El Conde de Pozos Dulces publicó poemas suyos en «El Siglo». En La Moda Ilustrada, de Cádiz, también aparecieron sus poemas. En 1863 leyeron sus poesías en el Liceo de Guanabacoa.
Tiene una significación especial dentro del Romanticismo ya que persiguió lo mejor de las tradiciones.

A juicio de Cintio Vitier, el poema “La tarde”, alcanza “una serenidad radiante”:


¡Ay! ¡cómo los sentidos adormece
y llena el corazón de dulce encanto
este vago rumor! Allí do crece
el silencioso pino,
suspende el ruiseñor lloroso canto
mientras llega la noche misteriosa,
y tiende el ala suave y sigilosa
hacia el bosque vecino
donde se pierde el ruiseñor y el trino...


Frecuentó las tertulias de Nicolás Azcárate y tomó parte en algunas de sus representaciones teatrales como actriz. Uno de sus papeles lo representó en el proverbio dramático «Antes que te cases mira lo que haces», de Navarrete y Romay. Era aficionada a la Astronomía y cultivó la pintura.
Muerte

Falleció en Artemisa, Pinar del Río, el 25 de septiembre de 1875.

Publicaciones

Gran parte de su poesía se recoge en «Poesías». Barcelona, Gorgas, 1875. Poesías completas. La Habana, P. Fernández, 1957.




Al campo

                            Ahora que llega con alegre paso
la dulce primavera,
plegando al fin las perfumadas alas,
trayendo entre la rubia cabellera
del alba sonriente
los trémulos diamantes como galas,
y en la fresca mejilla
el tinte arrebolado y halagüeño,
más hermoso que el pétalo risueño
de la rosa gentil a quien humilla,
yo te contemplo con asombro grato,
¡oh, campo virginal! Aquí entusiasta
siempre palpita el corazón sencillo;
aquí todo le basta
para hacerle feliz; ya el pajarillo
que en la verde enramada
riza y compone la sedosa pluma;
o el delicado aroma del tomillo
en la brisa de otoño embalsamada;
ya la ligera bruma
que envuelve la campiña floreciente,
o ya el rayo de sol que da en la fuente,
iris formando en la nevada espuma.

   ¡Cómo tus melancólicos encantos
penetran en el alma enternecida,
y plácidos los ojos
anhelan contemplar tus verdes calles,
tus uvas de oro, tus capullos rojos,
y en tus risueños valles
la que resbala fuentecilla pura,
retratando a su paso
en su voluble fugitivo espejo
del tierno pajarillo el pico breve,
de la azucena la brillante nieve
y del clavel el pétalo bermejo!

   ¡Qué bellas tus ocultas soledades
si las alumbra la radiante llama
del sol del mediodía;
si las envuelve con su pardo velo
la tarde lenta, desmayada y fría;
o si la noche umbría
en el lejano oriente
despliega sus crespones enlutados,
y semejan los montes levantados,
gigantes que corona el occidente!
¡Ay, que en la sombra de la triste noche
y al tenue susurrar de blandas hojas
despierta el corazón al sentimiento,
y en trémulas congojas
brota abundoso el llanto,
el alma exhala querelloso acento,
y vuelan por las selvas con el viento
los hondos ayes del sentido canto!

¡Yo miro en esas horas misteriosas
las sombras de los bardos de otros tiempos
tus bosques visitar, la sien ceñida
de glorioso laurel, con eco blando
enterneciendo valles y montañas,
gemir en las cabañas,
vagar entre las yerbas y las flores
al lento suspirar de la laguna,
alzando el lamentar de sus amores
al callado reflejo de la Luna!

   ¿Quién de la inspiración sintió el halago
que no encontrara en ti dulce recreo?
¡Qué dolor o deseo
no templan tus flotantes arboledas,
en cuyas altas ramas olvidado
llora el amante ruiseñor? ¿Quién pudo
contemplar tu belleza,
que en sublime tristeza,
el pecho no sintiera enajenado,
y a qué sensible corazón no encanta
de tus rústicos templos
el mágico rumor que se levanta?






La tarde

                          Modesta diosa del final del día,
tarde consoladora, amiga grata;
tiende el velo de plata
por la llanura inmóvil y sombría;
que ya el soberbio sol, en su agonía,
hunde en el mar la frente de escarlata.
¡Qué murmullo tan suave
se oye en el bosque y en el verde soto!
Aquí levanta el ave
la querellosa voz, allá remoto
resuena por el valle, entristecido,
el lánguido balar de las ovejas,
y el viento, conmovido,
llora en las ramas sus dolientes quejas.

¡Ay! ¡cómo los sentidos adormece
y llena el corazón de dulce encanto
este vago rumor! Allí do crece
el silencioso pino,
suspende el ruiseñor lloroso canto
mientras llega la noche misteriosa,
y tiende el ala suave y sigilosa
hacia el bosque vecino
donde se pierden ruiseñor y trino.

Y allá distante, de la mar en calma
escucho el tenue murmurar; las olas
cuando se arrastran en la parda arena
exhalan un suspiro lastimero
como lo exhala el alma
que está abatida por doliente pena,
o cual de un arpa que en la noche suena
acento gemidor y plañidero.

Yo amo el tranquilo son de la floresta,
y en apartada selva
la voz de la calandria quejumbrosa,
el blando susurrar de palma enhiesta
que finge melancólica plegaria,
y el arrullo que tórtola medrosa
entona enamorada y solitaria.

¡Cuántas veces tus célicos rumores
buscó el amante Young en sus querellas!
y de tus tibias flores
el perfume aspiró; de tus estrellas
amó la luz benigna y azulada;
el ebúrneo laúd pulsó a tu sombra
que un eco eterno de dolor encierra,
y el gemido de su alma desgarrada
por largos años asombró a la tierra.

¡Cuánto tu lumbre pálida consuela
corazón que la congoja abruma,
tarde doliente, de la noche hermana!
Porque tu brisa, que amorosa vuela,
disipa del pesar la densa bruma,
como ahuyenta a la sombra la mañana;
y la nube liviana,
.y el agua que serpea,
y tu dormido rayo que flamea
en monte y en collado,
alivian el espíritu cansado,
y todo, ¡oh tarde!, al corazón recrea.





Abril

A mi amigo Anselmo Suárez y Romero
                         
   Coronado de flores aparece
por los campos Abril; el alba pura
en su lecho de nieve
abre la puerta al camarín de grana,
y el cielo se engalana
con un manto de espuma blanca y leve
y celajes dorados
que vagan esparcidos
en las alas del viento suspendidos.
   
   Tu seno inextinguible
abre, fecunda tierra, que Abril llega:
mira ya cómo riega
con manos generosas
llovizna, de diamantes sobre rosas;
mira aquí cómo crecen
y estrellados de nácar se levantan
tus bosques de fragantes limoneros,
y en los aires ligeros
con el sol y el rocío
diáfana y móvil red se está formando,
que va de perlas y oro salpicando
el risueño vergel y el soto umbrío.
   
   La brisa juguetona,
fingiendo quejas y soñando amores,
impele con sus alas
un escuadrón de abejas, que a las flores
el néctar roban con la antena breve,
para labrar en su apartado asilo
bajo el ramaje mórbido y tranquilo
la rubia miel en el panal de nieve.
   
   Ya de las selvas el verdor sombrío,
ya el húmedo matiz de los collados,
ya en grato desvarío
las anchas cimas y los verdes prados
adorna Abril de mágico atavío;
y la mirada ansiosa
yerra del monte al llano,
del alto cerro a la enramada hojosa,
del rosado botón al verde grano,
de la nevada rosa
al cuajado racimo
que en claustro de esmeralda se estremece
cuando despide el sol temblante flecha,
que brilla cual relámpago deshecha
o en lluvia de topacio resplandece.
   
   ¡Cuál miro de los valles levantarse
tornasolada nube de avecillas,
el vuelo dirigiendo a la montaña
en confusión extraña!
Al ruido de sus alas temblorosas,
sorprendidas las tenues mariposas
se internan con recelo
por las selvas oscuras,
do en medio de quebradas espesuras
viene un delgado y límpido arroyuelo
entre las florecillas murmurando;
en su cristal, do el cielo
temblando se retrata,
luce espuma fugaz que el viento riza;
y en la arena pajiza
menudas conchas de bruñida plata.
   
   ¡Oh! ¡soledad al corazón amable!
¡Oh, campo venturoso y floreciente!
¿Quién por tus dulces sotos
y por tu cielo que el Abril colora
con suaves gasas de purpúreas tintas,
no cambia los tesoros de la tierra?
   
   ¡Cuán varias y distintas
ruedan aquí las horas y los años
sin locas vanidades,
cual suele acontecer en las ciudades!
Aquí el susurro del undoso bosque
es dulce y fraternal, la fuente leda
corre entre surcos de carmín y seda
sin envidiar el terso y desprendido
raudal de la cascada esplendorosa:
no está sobre una peña entristecido
el pájaro desnudo de belleza
fijando con enojos
y empeño temerario
en otras aves de plumaje vario
con torpe sana los lucientes ojos.
   
   ¡Oh! ¡cómo el alma triste se recrea
con las sonrisas del Abril risueño!
Que el dolor como el sueño
sacude el ala entorpecida, y torna
sus sombras enlutadas
en nubes apacibles y azuladas,
que esparcen en la vida dulce encanto,
como esparce la tarde lisonjera
el undívago manto
por la argentada cumbre de la esfera.





A un árbol

                            Pasó el otoño y se llevó arrastrando
de tus ramajes el verdor divino;
siguió el helado invierno su camino
tus amarillas hojas arrancando.
   
   El tallo altivo y el capullo blando
volaron con el loco torbellino,
y sólo el dulce fruto purpurino
en la alta rama se quedó temblando.
   
   Pero al fresco batir de la sonora lluvia,
tus hojas juveniles crecen,
y un ancho y verde manto te decora.
   
   No así las ilusiones que fenecen
en el alma del hombre, aunque las llora,
con su frescura ¡ah árbol! reaparecen.





El islote

A mi hermana Luisa
                         
   Mientras mundano estruendo
crece y se eleva en la ciudad orillante,
y la dama arrogante
y el mancebo gallardo, recorriendo
van las abiertas calles
que ávida multitud invade ufana;
vengo, olvidando su altivez liviana,
a la verde extensión del bosque umbrío,
do encuentra dulce paz el pecho mío.

   Aquí, do del Islote,
que surge de las aguas cristalinas
como nieve de jaspe y esmeralda,
miro las peregrinas
conchas de nieve que cuajó de llanto
el alba candorosa;
el caracol que hurtó para su seno
pétalo suave de purpúrea rosa,
y entre el oro cernido
el alga jugueteando cariñosa;
y contempla el indómito océano
tornarse en mar serena,
que ciñe franja de menuda arena
y riza perlas en el borde cano.

   ¡Oh, cara hermana mía!
¡Cuán bella perspectiva se despliega
desde este montecillo circundado
por diáfanos cristales!
En el verde collado
la oveja inofensiva
trisca a la sombra de pequeño arbusto
y en el tendido valle el buey adusto
con perezoso andar la yerba alcanza;
la cabra trepadora
por el pendiente risco se abalanza;
se oye la tortolilla gemidora
huyendo del ardor del rayo estivo,
y en el llano de césped alfombrado
muestra la talla esbelta el ciervo esquivo,
la cenicienta piel de terciopelo,
abiertos ojos de mirar vehemente,
piernas flexibles, y en la erguida frente
corona duradera,
que no depone el tiempo en su carrera.

   ¡Cuán deleitosa paz, qué grato arrobo
brindan al corazón estos lugares!
Él, triste como tú, busca consuelo
en la callada soledad del bosque,
en la argentada brillantez del cielo,
en la sedosa flor que se desprende
como lágrima azul del arbolillo,
cayendo en el arroyo que se tiende
entre selvas de juncos y tomillo.

   ¡Qué distinto recreo
al de los cultos pueblos, Luisa amada!
Cuando llega la tarde,
hora de meditar entre la sombra,
con alma triste y corazón herido
miro una nube nívea, otra bordada
de coral encendido,
otra cual vela de oro
en nave silenciosa,
que lenta se sumerge en occidente,
y cual hoz diamantina,
en el opuesto lado de la esfera
guardada por la estrella vespertina,
la luna comenzando su carrera.

   ¡Oh, qué grata emoción! Ya se alboroza
encarnada avecilla en el ramaje
donde gravita la amarilla fruta;
ora el aura solloza
en el cóncavo oscuro de la gruta;
ya la garza de nítido plumaje
se eleva sin rumor sobre los pinos
que asoman levantados
en el centro de fértiles montañas,
y ya en hondos quebrados
mecidas por el viento,
se doblan con sonoro movimiento
altas hileras de sonantes cañas.

   Tú, cuyo pecho oprime
recóndito dolor, ven a la selva;
que, tal vez, Luisa mía,
este dulce retiro te devuelva
la deseada paz y la alegría.
Ven, hermana, aunque hiel tu seno vierte
herido por la daga de la muerte.
Pues al menos aquí, no tus querellas
irán al aire solas;
que te harán compañía
llorando las estrellas,
gimiendo tristes las hinchadas olas;
sus abiertas corolas
las flores cerrarán al contemplarte;
el manantial del prado,
con giro cariñoso y delicado,
irá a besar tu planta entristecida,
y el pescador junto a la red sentado,
un bálsamo, un consuelo
pedirá para ti, Luisa querida,
al regio Padre del benigno cielo.








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