viernes, 11 de julio de 2014

ALEJANDRO TAPIA Y RIVERA [12.273]


Alejandro Tapia y Rivera 

Nació un 12 de noviembre de 1826 en la casa de San Francisco de la ciudad de San Juan, PUERTO RICO. Sus padres eran Alejandro de Tapia, Capitán del primer batallón del Regimiento de Infantería de Granada Expedicionario en España y Doña Catalina de Rivera, natural de Arecibo, Puerto Rico.

A la edad de 4 años ingresó Tapia en la escuela de la maestra Juana Torres, donde aprendió las primeras letras. Era una escuela para niñas ya que los padres de Tapias se vieron obligados a enviarlo a esa escuela por falta de escuela para varones en la capital y por carecer de medios para asignarle a su hijo un tutor especial. El 23 de febrero de 1831 su padre por motivos de salud, abandono a la isla de Puerto Rico sin su esposa e hijos. A pesar de su corta edad el pequeño Alejandro Tapia y Rivera notaba en su madre el dolor de la separación. Nunca más volvió el padre a ver las playas de la pequeña isla. Después de la partida de su padre la familia compuesta por Doña Catalina, Alejandro Tapia y Mercedes se trasladaron a la casa número 20 de la calle de la Cruz. Tapia no tiene gratos recuerdos de su experiencia en la nueva vivienda. No era la casa y sus alrededores del gusto de Tapia pero para su madre era un gran placer volver a habitar la casa pues en ella fue que se celebraron sus desposorios con el amado esposo ausente.

Tapia fue a tomar su primera enseñanza en la escuela don Juan Basilio Núñez, también asistió a la escuela de dibujo de don Juan Cleto Noa. En la escuela don Juan Basilio Núñez conoció a José Julián Acosta, amistad que se convirtió en hermandad y que duró toda la vida. En estas escuelas se leía la constitución del 1812, la cual fue jurada en Puerto Rico en 1837. En el año 1837 Tapia paso al liceo de San Juan, fundada hacía poco por los Padres Escolapios. Al Liceo solamente asistían los hijos de las familias ricas y pudientes de la capital. Tapia era un medico pensionista y pagaba diez pesos mensuales. A fines de 1838, o a principios de 1839, se formó en San Juan el Museo de la juventud en la cual Tapia y otros de sus compañeros ingresaron. En el año 1840-41 desapareció el Museo de la juventud y Tapia ingresó como estudiante en el Seminario Conciliar de San Ildefonso. Al terminar sus estudios en el Seminario e imposibilitado para seguir sus estudios universitarios, comenzó Tapia un curso de contabilidad con don Ramón Castans. En el año 1846, con otros jóvenes de la alta sociedad capitalina fundó la sociedad llamada La Filarmónica “con el propósito de dar bailes, tertulias y conciertos”. Por medio de esta agrupación logró reunir a los mejores músicos, dotando así a la isla de un nuevo factor de progresó y cultura.

El día 11 de septiembre de 1849 se celebró un duelo en Cataño entre Alejandro Tapia y un Capitán de Artillería. Las armas seleccionadas para el duelo fueron las pistolas, arma que nunca había manejado Tapia. Alejandro Tapia y Rivera salió herido en el brazo y costado derecho. Este acto le costó el destierro y tuvo que abandonar la isla el 17 de noviembre de 1849 para irse hacia España. Tapia en los años 1850-1852 se une a varios estudiantes puertorriqueños en España y funda la Sociedad Recolectora de Documentos Históricos. Es en ese momento en donde Tapia absorbe todo el furor del teatro romántico español. A fines del año 1852 pasó a ser gobernador don Fernando Norzagaray y por medio de un expediente de éste pudo Tapia volver a su patria. Después del destierro de Tapia regresa a Puerto Rico en 1862, fija su residencia en Ponce El motivo esencial de su regreso fue el estado de ruina y miseria que se encontraban su madre y su hermana a causa de una quiebra mercantil en que desapareció el pequeño capital que poseían. En el año 1863 muere su madre y su hermana se casa. Tapia trabajaba como profesor de varias asignaturas en el plantel de enseñanza llamado Museo de la Juventud, que dirigía Ramón Marín. Funda y dirige en Ponce el seminario literario La Azucena (1870-1871), en cuyas páginas Tapia demostró una asombrosa escritura. En el año 1876 publica su novela Cofresí. Funda junto a Manuel Elzaburu, Francisco de Paula Acuña y José Julián Acosta, el Ateneo Puertorriqueño, institución destinada a defender los valores puertorriqueños. En el año 1880 Tapia se convierte en el primer dramaturgo subvencionado de Puerto Rico.

El Poeta

Aunque no constituyó el verso lírico ni fue tan afortunado en este género como en otros, ha dejado un buen número de composiciones, principalmente romances históricos y seguidillas de relativo valor. Entre las más famosas de estas composiciones están las que tituló El último borincano, romance histórico que recuerda al Duque de Rivas, inspirado en la rebeldía y heroísmo de nuestros aborígenes frente a los conquistadores españoles, La hoja de yagrumo, A Goyita, La ninfa de Guamaní, poemas de sabor criollo escritos en seguidillas. Sus mejores versos sin embargo, se encuentran en el largo poema La Sataniada, grandiosa epopeya dedicada al Príncipe de las Tinieblas, publicado en Madrid en el año 1878 bajo el pseudónimo de Crisófilo Sardanápalo.

El Dramaturgo

Con mayores logros que en su poesía lírica cultivó Alejandro Tapia el teatro tanto en verso como en prosa. Acosado por la censura desde los comienzos de su carrera literaria, tuvo que protegerse distanciando su obra a otras épocas y a otros climas. El primero de sus dramas escritos fue Roberto D’ Eureux, escrito en 1848 inspirado en los amores de la reina Isabel I de Inglaterra con el conde de Essex. Publicación que fue prohibida porque en América no se debía presentar obras que humanizase a los reyes. Modificada esta pieza fue representada en 1856. Otras de sus obras fueron Vasco de Núñez de Balboa (1872), Camones (1876), La cuarterona (1867), La parte del león (1880) entre otros.

El Narrador

Tapia y Rivera, en su tiempo fue una figura de mayor relieve en el cultivo de los géneros narrativos. Las novelas, cuentos y leyendas de este autor, expresivas dentro de las tendencias Romanticismo de actitudes alegóricas, filosóficas y satíricas, surgen de sus lecturas, sus impresiones y recuerdos de viajero. Una de sus obras maestras fue Póstumo el transmigrado y en su segunda parte Póstumo el envirginiado, son unas obras singulares por su forma y mensaje en la época cuando surgen. Las obras tienen un sentido humorístico mañoso, ambiguos y a través de una trama de acción muy ágil. Tapia revisa y crítica a la sociedad de su tiempo, exhibiendo preocupaciones de orden filosófico y predicando ideas feminista.

El Feminista

Alejandro Tapia, mejor conocido como el padre de la literatura puertorriqueña, tenía un modo de pensar acerca de las mujeres y de su respectiva participación en una sociedad patriarcal, que no iba a tono con su actual tiempo y espacio. A esto, podemos que decir que Tapia se adelantó a su tiempo. Es decir, la forma en que se enfrentan a esta sociedad y cómo se rompe con ese esquema y limitaciones estrictas de aquel momento. Esto se muestra en su obra de “La parte del león”. Esta obra fue de gran importancia ya que se trata de una idea nueva, la visión feminista, buscando igualar la mujer en su ambiente y en sus relaciones. Tapia usó personajes femeninos atrevidos, desafiados, ingeniosos, y capaces de todo para lograr su objetivo. Hay un personaje que enseña una ideología activa, poniendo en práctica su pensamiento. Esto se ve cuando ella dice: “Una mujer que ha roto ya con ciertas trabas y conveniencias sociales, ¿Qué tiene que ocultar, que tiene que temer?” (Obras Completas, 233). Muestra una mujer con el deseo de continuar y romper del patrón opresor. Tapia demostró además mujeres en diferentes etapas del conocimiento feminista. Otro personaje tiene la capacidad y deseo de libertad pero no puede llegar a adquirirla. Además de usar personajes femeninos para demostrar características feministas, Tapia puso personajes masculinos con estas características. Muestra a un hombre completamente imparcial antes los sexos, que cuenta con una mentalidad de igualdad ante los géneros. Con esto Alejandro Tapia rompe con el esquema patriarcal y también representa una visión de igualdad desde la perspectiva de un hombre. Tapia uso su escritura para llegar a la mayor cantidad de mujeres posibles, con el propósito de trasmitir esta idea de igualdad entre los géneros y ayudarlas a combatir con los parámetros impuesto por una sociedad patriarcal.

El Ensayista

Después de Alonso, el ensayo en Puerto Rico prosigue su desenvolvimiento con Tapia. Con sus obras Vida del pintor puertorriqueño José Campeche (1855) y Noticia de Don Ramon Power (1873) marca la pluma de este literato capitalino el inicio relevante del ensayismo carácter biográfico. La prosa de este escritor sigue cauces de sencilla elegancia y cristalina exposición, sin concesiones indebidas al verbalismo retoricista, no empecé el empleo de alguna que otra frase de sello convencional asociable al discurso encendido de tono romántico.

El Historiógrafo

El primer libro publicado bajo su nombre fue la Biblioteca histórica de Puerto Rico (1854), obra cuya salida demuestra los esfuerzos de aquellos jóvenes amanuenses puertorriqueños, al cual perteneció Tapia, que se dio a la tarea de recopilar en Madrid fuentes de información procedentes de varias bibliotecas y colecciones, de utilidad para el estudio de la historia en la Isla. Dicho volumen fue el primero de su clase en el país y comprende fragmentos de los textos de diversos cronistas de Indias Fernández Oviedo, Herrera, Laet y una interesante colección de documentos misceláneos correspondientes a los siglos XV al XVIII.

Muerte

Alejandro Tapia fallece el 19 de julio de 1882, como consecuencia de un derrame cerebral que sufrió mientras dictaba una conferencia en el salón principal del Ateneo Puertorriqueño. Después de su muerte, se publicó su último libro, Mis memorias o Puerto Rico como lo encontré y como lo dejo (1928), en el que presenta aspectos característicos y costumbristas de la vida puertorriqueña del siglo XIX. Esta obra forma parte del currículo de Español del Departamento de Educación de Puerto Rico.

Obras destacadas

• El heliotropo (1848)
• The Palm of the Chief (1852)
• Guarionex (libretto, premiered in 1854)
• José Campeche: biography by Alejandro Tapia y Rivera (1854)
• Roberto D'Evreux (1856)
• Bernardo de Palyssy o El heroísmo del trabajo (1857)
• La antigua sirena (1862)
• La cuarterona (1867)
• Camoens (1868)
• Póstumo el transmigrado (1872)
• Vasco Núñez de Balboa: biography by Alejandro Tapia y Rivera (1872)
• Ramón Power: biography by Alejandro Tapia y Rivera (1873)
• La leyenda de los veinte años (1874)
• La Sataniada (1874)
• The Pirate Cofresi (1876)
• Misceláneas de Alejandro Tapia y Rivera (1880)
• Póstumo el envirginado (1882)
• Mis memorias por Alejandro Tapia y Rivera (1927)




«Adiós al buen tiempo»

Poesías y mesenianas

A mi querido amigo Frank


«Llega una edad sin nombre
que no es vejez, ni juventud, ni infancia».


Hernando                


«En que la flor y la ilusión del hombre
pierde el matiz y la sutil fragancia».


Jacobo                

Edad en que debiera permanecerse, porque es el punto de intercepción de maduras experiencias que van viniendo, con las ilusiones que se van marchando: encrucijada entre la cuna y la tumba, entre la fe y el desencanto.


El Bardo de Guamaní                

«La vida es el ruido que hace la muerte para que no se oigan sus pasos» ha dicho un célebre escritor. En la juventud el ruido es más intenso; aquellos se oyen menos aun, permítaseme esta adición. En esa edad dorada, el fuego de la vida, que Prometheo robó a los dioses, arde más activo en los corazones; la vida puede decirse que termina con aquella edad. Lo demás es existir en sombra y en recuerdo.

La juventud y el genio son mellizos; ambos viven del entusiasmo: la poesía es el entusiasmo sujeto a ritmo. ¿Qué tiene pues de extraña la afición que ella inspira a la juventud? Los que han recibido de la cuna el don de la forma, de la expresión, serán mejores poetas que esos genios misteriosos, almas poéticas privadas de manifestación, pero no más poetas: seres cuyo estro permanece subjetivo, que no han sabido formular sus vagas concepciones: palabra sin letras, armonía sin sonido, poesía en éxtasis o en acción. ¿Quién no ha hecho versos? exclamó Larra ¿quién no lo ha intentado? -Dígalo vuestra particular historia en este mundo, seres amigos que me leéis; preguntadlo a las sensaciones de vuestra infancia, a los primeros impulsos amorosos de vuestra juventud. El amor, que es la poesía en su más delicada forma, es la nodriza de los poetas; él es quien mueve por primera vez las cuerdas de sus liras. Si habéis amado, pues, ¿en qué libro hallasteis un idilio más bello que la sonrisa de vuestra hermosa? ¿dónde elegía más tierna que su mirada lacrimosa y expresiva? ¿qué arpa más dulce que su palabra de amor arrobadora? Si vuestro corazón se ha encendido en la noble hoguera de una patria, en el santo fuego de la humanidad, esa patria hoy de los altos espíritus, de los grandes corazones; ¿en dónde hallasteis poema tan divino? Formulad, rimad esos destellos de un don celeste, y tendréis creaciones tan placenteras como las campestres de Virgilio, tan amorosas como las de Tasso; tan heroicas como las de Quintana, tan celestiales como las de Milton; poesía misteriosa como lo íntimo del alma, aérea como la luz, vagarosa como el suspiro, muda como el pensamiento; poesía solitaria que, como el ave errante, se cierne en los aires, sin que el inhumano cazador que la persigue, alcance a escuchar la dolorida voz de su quebranto.

Yo también, amigo Frank, gracias sin duda a la dorada edad, he divagado en espíritu por esos mundos apocalípticos, ideales, heme mecido en las flotantes nubes del misterio, he llegado a llamar a las puertas de lo infinito, he vivido entre las visibles tinieblas, pálido crepúsculo que solo ha servido para mostrarme las sombras de mi alma; como Dante, he amado a Beatriz, he vivido con el espíritu en aquella Florencia que le dio el ser, y al lúgubre sonido de la campana de la tarde, he ido a llorar a un claustro las amarguras de una vida, que hacía más solitaria la triste y eterna ausencia de la hija de Portinari; hase paseado mi alma por las riberas del Arno, envuelto mi pensamiento en las brumas borrascosas de la edad media, suspendido entre Grecia y Roma, entre el Partenón y el Vaticano, teniendo siempre ante mis ojos la imagen triste, el fantasma de mi Florencia, de aquella «Serva, di dolore ostello» que se levantaba de vez en cuando en la oscuridad de mi destierro, para arrancarme una lágrima de piedad o el sarcasmo de la ironía:


nave seriza nochiero in gran tempesta
ne donne di provincie ma bordello!



He comido el lastimero pan de que habla el poeta, aquel «pane altrui qui sa da sale»; heme batido dudoso entre Güelfos y Gibelinos; por último, he llevado en mi corazón toda una cittá dolente, obligado a dejar ante sus terribles puertas ogni speranza. Y sin embargo, todo esto ha pasado en los abismos de mi yo latente y oscurecido, sin encontrar ni un arpa, ni un salterio melodioso capaz de expresar cuanto he alimentado en mi alma, sepulcro cubierto con la losa de un semblante con frecuencia risueño, pero risueño con esas guirnaldas con que se adornan las losas de los muertos. He pecado a mi vez, he escrito versos y heme arrepentido con propósito de una enmienda que ha sido ilusoria.

Tú y yo acabamos de dejar la primavera, ese «buen tiempo» para entrar en el abrasado estío; aun conservamos algunas ilusiones; treguas pues al completo desencanto a que nos va llevando la experiencia. Y cuando el encanecimiento, quizá prematuro, llegue para nosotros, sea la nieve de un Soratá que no podrá apagar en mucho tiempo  el fuego que arde en nuestras entrañas. Para esto me complazco en recoger algunos de los suspiros y pensamientos que, a manera de hojas secas, ha ido dejando mi alma en su mundana peregrinación. Con estas hojas secas podré atizar un tanto el mortecino hogar de las yertas estaciones, de la triste vejez, si allá se llega.

Lejos de mí creer que tengan alguna significación para el arte ni para el vasto mundo del pensamiento estos juguetes con que voy a formar una de tantas colecciones inútiles. Estas composiciones, que solo representan momentos de viveza juvenil, habrán de ser nada significativas para quien busque en ellas más que un frívolo pasatiempo; ellas solo serán de algún crédito para los amigos del poeta, cuyo indulgente cariño puede hacer, de una medianía, un genio Byroniano. Los ojos afectuosos sabrán leer en un alma tierna y vigorosa, y sabiendo leer en este poema ¿cuál les parecerá más grande? Ellos podrán tenerme presente en esas ausencias que a menudo dispone la rueda del mundo y que son ensayos de la eterna.

Por otra parte, las semblanzas y los retratos están en moda -si aceptamos los de los indiferentes, con más razón deberé yo procurarme el retrato de aquel «buen tiempo» que me es tan querido-. Lo pasado es una religión para los que no son felices, y el recuerdo es la rosa de la poesía. -Por lo que hace a ti, amigo mío, ¿podría mi buen tiempo aspirar a un espacio cariñoso en ese álbum reservado que se llama tu corazón?

Acoge pues esta fotografía de mi juventud; en ella figura, a manera de ameno paisaje, alguna memoria consagrada a la tierra en que nacimos, un recuerdo de aquellos campos y aquel cielo de nuestra Borinquen, risueños para nosotros a pesar de nuestra ausencia. Tu imaginación hermoseará mis pensamientos, y tu cariño de amigo de la infancia y de compatriota, serán para la palidez del cuadro una luz a que puedan contemplarse sin desagrado. Recuerda que la belleza está en los ojos del que mira.

Recibe con esta modesta colección de poesías que titulo mi «Adiós al buen tiempo» un apretón de manos y un abrazo de tu invariable

Alejandro.


Poesías



Una ausencia

¡Oh! ¡cuán triste se queja el alma mía!
      Si la mañana hermosa
      con su rosado velo,
      con plácida armonía
me saluda al subir al alto cielo,   
      por mi amante deliro
y saluda a la aurora mi suspiro.

      Si la tarde apacible
con su franjado cielo bonancible
      risueña me corona,   
      y si arrulla mi frente
con deleitoso y perfumado ambiente,
me contristo también, porque mi alma
no halla sin ella la apacible calma.

       ¡Si la noche serena,  
      de paz y encanto llena,
      me halaga cariñosa,
      si luz vierten radiosa
      los astros que se encumbran,
en vano piden luz mis tristes ojos,   
      sus ojos no me alumbran!

¡Cuán dichosos aquellos que en la ausencia
      del hado hallan clemencia
y ven do quiera la mujer querida;
en tanto que a mi queja dolorida  
responde soledad muda y eterna!
Su imagen pura, su memoria tierna
son recuerdo no más, ilusión vana...
      Deliciosa mañana,
encantadora tarde, noche fría,   
¡oh! ¡cuán triste se queja el alma mía!






A Elena
(Madrigal) 

Colúmpiase en el valle una azucena
      tan pura y tan galana
como de abril la cándida mañana.
El zumbador que la enamora tierno
de su pudor y su beldad celoso,  
no se atreve a libar en su corola
      el néctar delicioso;
       del sustento es priva
porque lozana y candorosa viva,
      y muriera contento  
gozando los perfumes de su aliento:
   encantadora Elena,
yo soy el zumbador, tú la azucena.





Un rayo del cielo

Tus ojos me miraron
   y en bello oriente,
un astro me mostraron
   resplandeciente.
Pagó tu labio bello  
   mi amor sumiso,
y el astro fue destello
   del paraíso.
Más en vano encendiste
   mi grato anhelo,   
y a la tierra trajiste
   la luz del cielo,
si en breve has apagado
   mi sol querido
y en sombras me ha dejado  
   tu yerto olvido.




Un ave errante

(Canción) 


¿Hacia dónde tu vuelo
diriges, ave triste?
¿Quizá, ay de ti, perdiste
la prenda de tu amor?
¿O acaso el árbol bello   
donde guardaste el nido,
el hacha ha destruido
o el fuego abrasador?

Tu canto que allá un día
sonaba placentero,   
su acento hoy lastimero
al bosque llevará;
que solo es el recuerdo
de dicha ya perdida,
que un eco a voz querida  
en vano pedirá.

Cual tú, también yo cruzo
los aires con mi vuelo,
cual tú también anhelo
e ignoro lo que soy;   
también ha muerto el árbol
de mis queridas glorias,
de lúgubres memorias
huyendo cual tú voy.

También lloran mis ojos,  
y mi palabra ansiosa
se pierde dolorosa
las nubes al cruzar,
mi mente en las tinieblas
se pierde del destino,   
cual tú, yo sin camino
me entrego al vago azar.

¡Ah! nuestra noche, oh ave,
es triste y solitaria,
¡cuán vaga es la plegaria  
de nuestra soledad!
¿Y qué será de entrambos
en nuestra marcha errante,
cuando su voz levante
la negra tempestad?   

  


la hoja del Yagrumo

(Trova puerto-riqueña) 

Yo vi los negros ojos
   de una trigueña,
cuando iba hacia los montes,
   a cortar leña:
   ¡ojos de fuego!  
Sentí que me dejaban
   de amores ciego.

Seguí triste y turbado
   por mi camino,
dejando a mis espaldas   
   perdido el tino;
   sin pensamiento,
como la hoja que lleva
   volando el viento.

Llegado que hube al monte  
   me eché en el suelo,
al pie de la arboleda
   que cubre el cielo,
   y allí en la calma
busqué paz y contento   
   para mi alma.

Y era la primer hora
   de hermoso día,
mil pájaros la daban
   su melodía,   
   y suspirando
vagaban por los aires
   su amor cantando.

A la par que un pintado
   bello sinsonte,  
risueña flor del aire,
   cantor del monte,
   con voz parlera
dio comienzo a su trova
   de esta manera:   

«Escuchad, pajarillos,
   que amáis cantando
de arbusto en arbusto
   cantáis saltando,
   no en el Yagrumo   
poséis el raudo vuelo:
   su amor es humo.

»Escuchad pues la historia
   que he de contaros,
y su ejemplo os enseñe   
   de él alejaros,
   y con cautela
a correr tras la dicha
   que el alma anhela.

»Aunque es bella y lozana   
   la flor de amores,
tiene crueles espinas
   cual otras flores;
   si tenéis dudas
probadlo y sentiréis  
   penas agudas.

»Que la hembra al varón dice
   y él a la hembra,
¡guay de aquel que en vosotros
   cariño siembra!-   
   ¡Pobres humanos!
¡se olvidan de que todos
   nacen hermanos!

»Hubo un tiempo, avecillas,
   que dos amantes   
en su amor se juraron
   vivir constantes
   y de sus almas
los votos presenciaron
   ceibas y palmas.   

»Poco tiempo vivieron
   los dos amados
sin que su ser turbasen
   fieros cuidados,
   porque la ausencia   
muy presto vino a herirles
   con su inclemencia.

»¡Contratiempo maldito!
   ¡ausencia cruda,
que pensar y aficiones   
   traidora muda!
   Los dos mudaron
y su amor y suspiros
   pronto olvidaron.

»Amor por castigarles   
   su falta insana,
convirtió en vanos leños
   su forma humana;
   y fue el Yagrumo
la forma que tomaron,  
   según presumo.

»Mirad cómo sus hojas
   el viento leve
sin cesar, de continuo
   las cambia en breve,   
   y el tronco ufano
un corazón encierra
   frágil y vano.

»Que en los campos reinaba
   perseverancia,  
y solo entre los hombres
   vivía inconstancia,
   y la trajeron
y las plantas y flores
   la conocieron.  

»Desconfiad del Yagrumo,
   que en los amores
la confianza muy ciega
   cuesta dolores;
   y al soplo leve,  
del Yagrumo la hoja
   se cambia en breve»-.

Terminó así el sinsonte
   la trova grata,
y alejose volando  
   de mata en mata;
   y pensativo
a cortar yo mi leña
   comencé activo.

Y a los golpes del hacha   
   -¡Ay! repetía,
guarda tus negros ojos,
   trigueña impía.
   ¡Ojos de fuego!
volvedme mis amores  
   que no estoy ciego.

Y a los golpes de mi hacha
   de esta manera
derramaba mis ayes
   en la pradera;   
   y así cantando
llegó la tardecita
   solaz brindando.

Puse al punto los haces
   sobre la espalda,   
y en pos de mi casita
   trepé una falda,
   do hallé muy luego
a la hermosa trigueña
   de ojos de fuego.  

«La mujer es Yagrumo
   cuya hoja aleve,
el más ligero soplo
   la cambia en breve»
   y así diciendo  145
yo pasé sin mirarla,
   de amor huyendo-.

EL BARDO

Mas luego pasó el tiempo
   y en cierto día
el leñador ¡incauto!  
   ya no la huía;
   y del sinsonte
por no oír los cantares,
   no volvió al monte.

La trigueña era hermosa,   
   de ojos de fuego,
y él con ciegos amores
   volvió a estar ciego:
   no vio que aleve
del Yagrumo la hoja  
   se cambia en breve.

  


A mi novia de año nuevo1

(1856) 

Romance 

Zagala de estos valles
nacida entre las flores,
el genio de año nuevo
amable sonriome.
Envidia os doy, campiñas,   
envidia os, doy, oh bosques,
que es mía vuestra reina,
la reina de las flores-.
Zagala venturosa,
si por el valle corres,  
creerán los pastorcillos
que tu beldad conocen,
que primavera grata
ogaño se dispone
a derramar festiva   
su encanto y sus primores.
Y ¿acaso no le prestan,
tu voz gratos rumores,
tus ojos luz hermosa,
tus labios arreboles?
Si en tu cabaña alegre
te guardas y te escondes
¿qué dejas a los campos
zagalas y pastores?
En vez de la zampoña  
que con festivos sones
alegra en las majadas
las campesinas noches;
tan solo habrá plañidos,
tristísimas canciones,   
veladas sin encantos
y ensueños turbadores.
¡Ah! que el Abril hermoso,
zagala, te corone,
graciosa novia mía   
nacida entre las flores.
Del prado los almendros
que tu morada esconden,
florezcan a tu vista,
risueño sol de soles.   
En su ramaje verde
las avecillas posen,
y el himno de tus gracias
con voz meliflua entonen;
y el viento entre sus hojas   
murmure dulce el nombre
del ser que venturoso
disfrute tus amores.
Yo, bardo de tus gracias,
seré feliz si entonces,   
en medio del encanto
de aquel amado nombre,
en tu amistoso pecho
benigna y dulce acoges
la voz que a ti consagra   
su cántiga harto pobre.
Envidia os doy, campiñas,
envidia os doy, oh bosques,
que es mía vuestra reina,
la reina de las flores.  

     



A Goyita

Enviándole una piña 

(Trova puerto-riqueña) 

Goyita de mi alma,
   de ti distante,
el dolor atormenta
   mi pecho amante.
¡Ah! ¡quién pudiera  
   recibir en tus brazos
   la muerte fiera!
Que para mí más grata
   ella sería,
que lo es de ti ausente   
   la vida mía.
   Es la ventura
el vivir y no verte,
   dulce hermosura!
Buscando aquí un presente   
   que consagrarte,
no encuentro nada propio
   que regalarte;
   que en mi pradera
todo muere Goyita   
   si tú estás fuera.
Hay una planta sola
   verde y lozana,
gracias a que la riego
   tarde y mañana;   
   yo la cultivo
porque es de ti memoria,
   retrato vivo.
Da una fruta más dulce
   que el pan de abejas,  
y en lo dulce parece
   de amor tus quejas;
   tu grato aliento
remeda su perfume
   que aroma al viento-.  
Goyita, es una sola
   la que te envío,
nacida en mis vergeles
   por el estío.
   El sol la dora  
que es de todas las frutas
   reina y señora.
Su verdor y dorado
   no es tan hermoso,
como aquel de tu labio   
   carmín precioso;
   y en la campiña
no hay fruta más sabrosa
   pues es... la piña.
¿Recuerdas aquel día
   Goya amorosa,
en que piña me daba
   tu boca hermosa;
   y sin tu agravio
tomaba yo la piña   
   que había en tu labio?
No sé si la que ahora
   mi amor te envía,
habrá de ser tan dulce
   cual la de un día.   
   ¡Ay! ¡si pudiera
tomarla de tus labios
   aunque muriera!




A mi madre

   Oh sol de mi niñez, madre querida,
que te ocultas en nubes de pesares,
los ecos de mi alma entristecida
lleve hacia ti la brisa de los mares.

   No muevo el arpa a melodioso canto  
por seguir el fantasma de la gloria,
cada son es la gota de este llanto
que consagro a tu plácida memoria.

   Si lleno de pesar mi triste pecho
su llanto no vertiera en este día,  
a mis penas el alma cauce estrecho
en mares de dolor se anegaría.

   Si yo culpable fui o si he sembrado
de crímenes la tierra que me abriga,
o al cielo en su justicia he provocado  
¿porqué, oh madre, porqué cruel te castiga?

    ¿Porqué sumida en la doliente ausencia
te erige sus cadalsos el dolor?
Tu delito fue darme la existencia,
¡fue tu delito tu materno amor!   

   ¿Quién de ti me apartara, madre mía?
¿Quién ha turbado tu felice anhelo?
el que trueca en desorden la armonía,
y la paz ahuyentó del triste suelo.

   El oro, sí, fue el oro mercenario   
que abrojos presta al cabezal del hombre,
el oro a la ventura necesario
hasta de aquel que aborreció su nombre.

   Lo buscaré, sí, madre, y la ventura
a vivir con nosotros volverá,   
su tiránica ley, de la natura
los vínculos de amor no romperá.

    En arras pues de bienhechores tratos
van con destino, madre, a tu sustento,
de mi primer afán los dones gratos,  
son muestras de esperanza y de contento.

    Que no la vanidad ni las grandezas,
ni codicias injustas, criminales,
me impulsan a soñar con las riquezas,
mis fines son, lo juro, celestiales.   

   La paz del corazón, el goce santo
de la familia en el honrado gremio,
el bien no individual, son el encanto
que busca el corazón cual grato premio.

   ¡Ah! ¡si cual ave que llevó ligera   
a sus hijos las presas inocentes,
en alas de mi amor volar pudiera
o darte mis abrazos elocuentes!

    Tú me diste tu sangre en alimento
en la risueña edad de mi lactancia,  
hoy mi sudor, mi ser, todo mi aliento
los cuidados te pagan de la infancia.

   Y aun yacen en mi pecho enrojecidas
por fuego de virtud, las bendiciones
que me diste al partir, no desoídas   
se pierdan tus maternas oraciones.

   Bendigo, sí, a mi vez, bendigo el oro
que así se presta a generoso empleo,
lo bendigo también si enjuga el lloro
o redimiendo al infeliz lo veo.   

   Mas, oh madre, ¿qué alcanzo con que vivas
si los aromas de tu amor no alcanzo?
¿qué te importan los dones que recibas
si en pos de tus caricias no me lanzo?

    Adiós, oh madre, pues, ruégale al cielo  
que luzca siempre su genial bonanza
y nunca el triste y nebuloso velo
nos encubra ¡ay! ¡el sol de la esperanza!

(Habana 24 Junio 1857.)





Málaga y Gibralfaro

Romance dedicado al Círculo científico, literario y artístico de Málaga 

    Un tiempo Granada bella
En pebeteros de plata,
Los perfumes deliciosos
Del oriente respiraba;
Una cristiana cautiva  
Tan hermosa como el alba,
Daba prez con sus hechizos
Al harem que la guardaba.
Granada, la gran señora,
Tuvo celos de sus gracias,  
Y del mar a las orillas
Confinola ¡pobre esclava!
Y con razón, que era bella
Como el cielo de la Arabia,
Y rendíansela esclavos  
Los que una vez la miraban.
Debió llamarse cadena
De los pechos y las almas;
Más sus padres caprichosos
La dieron por nombre... Málaga.   
La Sultana granadina,
De su corte al desterrarla,
A un noble adalid morisco
La confió para su guarda.
Era el morisco gallardo,   
De una tribu de gran fama.
Venturoso en los amores,
Vencedor en las batallas;
Y según las tradiciones
Que de aquel tiempo se narran,   
El mancebo granadino
«Gibralfaro» se llamaba.
No os admiréis ¡oh lectores!
Si hoy Gribralfaro y Málaga,
Una ciudad y un castillo  
Con tales nombres se llaman:
Que hay misterios en la historia
Que el hombre jamás alcanza,
Y hoy es piedra y aun es humo
Lo que antaño fue arrogancia,   
El mancebo vencedor
En las justas y batallas
Fue vencido por los ojos
De la cautiva cristiana;
De amor suspiró infelice,   
Dio sus quejas a las auras
Que impasibles, las llevaron
A do va todo: a la nada.
En vano llamola Hurí
Digna del cielo, de Arabia  
Perla, y luna y sol luciente
Y gacela y tigre hireana;
En vano la dio continuos
Testimonios de constancia;
En vano a la libertad   
Del desierto la invitaba;
En vano llamola flor
Por el profeta sembrada,
Oasis grato del desierto,
Mirra preciosa del alma;   
Ella insensible a la voz
Del mancebo se mostraba,
Y al moro trataba siempre
Como a un moro una cristiana
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Más llegaron otros tiempos   
Que el mundo todo es mudanzas,
Y el guardián y la cautiva
Tornaron a suerte varia.
Para mal del rey Boabdil,
Sus amores dio Granada
A Tendilla, bravo conde   
De la estirpe castellana,
Y el desdeñado Boabdil
Sin diadema y sin amada
Llevó su viudez y lloro
A las arenas del África-;
Bien que Granada la adúltera
Al hacerse castellana
Perdió su corona altiva
Y en vez de esposa fue dama.  
Castigola así la suerte
Y diole por reina a Mantua;
Pasando entonces de reina
A ser solo una vasalla;
Pero volvamos al hecho,  
Que al tratar cosas humanas
Nada tienen de extrañeza
Estos cambios y mudanzas.
El mancebo Gibralfaro
A fe renunció y a patria,   
(Que el amor hace traidores
A los que postra en sus aras)
Y recibiendo el bautismo
Tuvo el amor de su Málaga.
Celebraron su himeneo  
Las gentes de la comarca,
Dieron néctar sus viñedos
Y mil racimos sus parras
Y mil encantos sus flores
Y mil suspiros sus auras,  
Y un morisco hecho cristiano,
Gran prodigio en ciencia gaya,
Al son del cairel dio al viento
La canción epitalámica.
Sin duda como memoria  
Del convertido y la dama
Existen en aquel sitio
Un Gibralfaro y su Málaga
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Esto ha dicho un sabidor,
Moro insigne a quien las llamas  
Quemaron como tenaz,
Y yo ignoro si es patraña.

   ¡Oh! Málaga, en tus orillas
Discurrieron de mi infancia,
Algunas horas felices,   
Pedazos ¡ay! de mi alma,
Consérvolas, ciudad bella,
Por que el árbol de la infancia
Solo una vez reverdece,
Tan solo una flor da al aura.  





Al digno y sabio intendente Don Alejandro Ramírez

   Triste la hermosa Borinquen gemía
arrastrando la mísera pobreza,
ella que el don de perenal riqueza
en sus campos feraces contenía.
   El cielo que amoroso la quería   
no pudo consentir en su terneza
que sufriese tan bárbara dureza,
la que el yugo del mal no merecía;
   De Power escuchó la alta plegaria
(del patriótico amor grato suspiro)   
y ordenó que a cambiar la era precaria
   En rico bienestar, fuese Ramiro...
Ramiro bienhechor, tu noble historia
grabará Puerto-Rico en su memoria.

   




El ángel del amor

Dios hizo el mundo; con su voz divina
      del caos lo sacó,
y admirando su obra peregrina
      se dice que la amó.

Su grandioso querer cumplido estaba   
      magnífico, inmortal;
pero amante, colmar aun le faltaba
      su afecto celestial.

Y ante el dulce mirar de su ternura
      la esfera se extasió,  
y el ángel de la luz y la hermosura
      en luna se trocó.

Y el grato aroma de su noble aliento
      lanzó sobre el Abril,
y el ángel del perfume en el momento  
      fue rosa del pensil.

Y emanando su labio regalado
      al ángel de la miel,
fue emblema de su néctar delicado
      la dulce abeja fiel.   

Y formó de su voz la simpatía,
      un eco seductor,
y el ángel de la plácida armonía
      trocose en ruiseñor.

Empero deseaba el Dios potente   
      formar un nuevo ser;
y un ángel de su Edén trajo clemente
      y fuiste tú, mujer.

Y te ornó con diadema de hermosura,
      te alzó como deidad;   
dio a tus ojos mil perlas de ternura,
      de gozo y de piedad.

Y emblema, oh Celia, del amor divino
      te quiso el Hacedor
consagrar al benéfico destino   
      del ángel del amor.






Al insigne poeta bucólico Bernardo de Balbuena
Enterrado en la Catedral de la ciudad de Puerto-Rico


ROSANIO

   ¿Do yace aquel pastor, cara Belisa
que a los sones de agreste caramillo
cantó con tono que pasmó a la brisa
tu gracia y hermosura?
   ¿Aquel que celebró tierno y sencillo  
la campesina paz, cuya dulzura
los bosques y los prados dejó
de blanda música poblados?
   «Balbuena» se llamaba
y a una voz las zagalas y pastores  
que con ardor amaba,
su sien ornaron de laurel y flores.
   Respóndeme, Belisa; tú que fuiste
su amable confidenta
y afectos sin afrenta   
te prodigó mi bien...

BELISA

¡Ah! ¡ya no existe!
su cuerpo duerme en la tranquila fosa
de católico templo,
a Borinquen sirviendo de alto ejemplo.
Su tumba silenciosa  
con más gozo yo viera
que en los campos humilde se ofreciera.
   Entonces a la amada losa fría,
al trasmontar el día,
diéramos olorosas   
diademas de amarantos y de rosas.
   Sus flautas zalameras
que alegraron los valles y riberas,
yacen colgadas de mamey frondoso,
y al céfiro quejoso,  
los blandos ecos vagos
demandan aquel son que les dio halagos.

EL BARDO

   Vuestra voz escuché, pastores míos,
mis lágrimas cual ríos
de mis ojos cayeron,   
pero a la voz de la verdad cedieron.
   Pastores, no más lloro
si solo lamentamos su presencia;
aún nos vive su esencia
aún suena el eco de sus flautas de oro.  
   Por montes y por llanos
recuerdan sus cantares
el viento en los bananos,
el viento en los palmares,
la tórtola ligera,   
la voz de la calandria placentera.
   En ti, Rosanio, nos dejó aquel fino
y delicado amor del campesino
en la edad que da envidia
desque a la paz siguió la eterna lidia;   
y en tus ojos, Belisa, cariñosos
dos versos de los suyos
de amor tiernos arrullos,
dulcísimos y suaves y ardorosos.
   Borinquen lo inspiró; de sus acentos  
de sus nobles y gratos pensamientos
júzgase acreedora.
   Si Balbuena querido,
en Castilla nacido,
su nombre en sus anales atesora;   
su siglo aquel dorado
en la Riqueña paz vio realizado;
y al perder de la vida el dulce brillo
llena de gratitud su alma afectuosa,
a estas selvas dejó su caramillo  
y a Borinquen su tumba generosa.




Romance

Las lágrimas del Loisa 


I

   En la ribera de Himanio
que hoy se llama de Loisa,
con Imperio soberano
gobernaba una Cacica.
Cual la palma era su talle,
cual la luna, su sonrisa
sus ojos de amores perlas
y sus palabras delicias.
Basta decir que a una voz
los indios que allí vivían,   
la llamaban entusiastas
«La flor del Himanio viva».
   Era pasado el ardor
de la cristiana conquista
y moraban castellanos  
en las estancias vecinas.
Entre todos un mancebo
que apellidaban Mexía,
gallardo, bizarro y diestro
como el primero, en la liza,   
incienso en aras de amor
quemaba en la noche y día
lanzando suspiros tiernos
por la fermosa Cacica.
Declaróla sus afanes   
y más hermosa que esquiva,
dio en galardón sus amores
al mancebo de Castilla.


II

   Viviendo en amor unidos
dieron ayes a la brisa,  30
que gozosa al escucharlos
suspiraba con envidia.
¡Cuántas veces a la sombra
de alguna seiba contigua
esquivaron los ardores  
de la Borincana orilla!
¡Cuántas veces la calandria,
y otras dulces avecillas
saludaron con sus trinos
sus placenteras caricias!   
¡Cuántas veces las estrellas,
gratas chispas diamantinas,
fueron plácidos testigos
de su misteriosa dicha!
Empero el amante, digno  
de su creencia divina,
alcanzó que ella pidiese
el agua que cristianiza.
No narraré minucioso
la ceremonia de pila,   
solo diré que hubo fiestas
de mezcla asaz peregrina,
pues la justa castellana
mezclose al aréito indígena
y jugaron al batey
entrambas gentes unidas.
Fue Ponce, el gobernador
por las leyes de Castilla,
patrono del maridaje
de la indiana con Mexía.   
Tomó por nombre la indiana,
con la sal y agua benditas,
el de Luisa, más cual noble
de prosapia distinguida
entre los indios, tomó  
según la ley que regía,
el don que honraba a hijosdalgo
y llamose Doña Luisa.
Fue ciertamente el placer
el que reinó en las campiñas
cuando ante el ara se unieron
el Cristiano y la Cacica:
Él demostraba arrogancia,
ella inspiraba caricias,
y entrambos felices eran   
cuanto es posible en la vida.


III

   Más como el fiero dolor
se vela tras de la dicha,
muy presto clavó sus garras
en la pareja festiva.  
Llegó la noche traidora
que entre las sombras impías
lazos oculta y puñales
y acciones que son inicuas.
Estaban los dos consortes   
de gozo el alma cautiva,
sin curarse de los duelos
que a los mortales no olvidan;
cuando las voces de alarma
resonando repentinas,   
anunciaron que el Caribe
los contornos invadía.
Desprendiose el castellano
de los brazos de la india
y asiendo espadón y adarga  
fuese a la turba homicida.
Combatió como león,
más ¿quién de morir se libra
si despiden las aljabas
turba de flechas mortíferas?  
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Con el furor en el pecho
a manos de la perfidia
cayó como al rudo golpe
del hacha la fuerte encina;
y arrastrado moribundo
a las aguas cristalinas
del río undoso que allí cerca
espacioso se tendía;
fue el amante sin ventura
(que en vano venció en la liza)
llevado en fúnebre marcha
a la mar, tumba infinita.


IV

    La desposada llorosa
sentada en peña vecina,
las aguas, ¡ay! de sus ojos  
mezcló con las claras linfas.
Vistiose paños de luto
y mirando en triste guisa
la corriente, de allí a luego
fuese al mar con su Mexía.   
Desde entonces a aquel río
donde vertió la Cacica
tantas lágrimas de amor
llamaron todos «El Luisa».





A una señorita

(En su álbum) 

I

    El sol de la ventura
   no ha dado aún a mis ojos
   tu imagen; mis antojos
   perciben tu hermosura,
   perciben en la altura  
   de un ángel el destello,
   de un hada el rostro bello...
para llamar feliz mi triste suerte,
ángel, hada o mujer, anhelo verte.


II

   Amor me inspira el ave   
   del aire mensajera,
   que lleva al alta esfera
   como celeste nave
   de amor el canto suave;
   también amor me inspira  
   la flor que aroma espira,
y tal dicha en mi ser tu nombre vierte,
que flor, ave o mujer, muero por verte.


III

   No sé si eres lucero
   que anuncia alegre día,  
    o en tempestad umbría
   ofrece un derrotero
   al triste marinero;
   empero ángel o hada,
   o ave o flor preciada,   
   o mágico lucero;
para amar más la vida que la muerte,
es mi anhelo, señora, conocerte.









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