martes, 13 de mayo de 2014

LOLA MASCARELL [11.669]



Lola Mascarell

Lola Mascarell (Valencia, 1979), es periodista y profesora de Lengua castellana y literatura.

De 2008 a 2012 dirige el Taller de Narrativa de la Universidad Politécnica de Valencia. En 2010 publica su primer poemario, Mecánica del prodigio (Pre-textos). Palabras en el yunque. Memorias de un taller de escritura (Cocó), un ensayo sobre su experiencia en talleres literarios, ve la luz en el año 2012.

Un año después obtiene el Premio Internacional de Poesía Emilio Prados, otorgado por la Diputación de Málaga y el Centro Cultural Generación del 27, con el libro de poemas Mientras la luz (Pre-textos, 2013). Algunos de sus poemas han sido recogidos en diversas antologías y revistas.

También ha publicado artículos críticos en distintos medios de comunicación y suplementos literarios.





VENCEJOS

Cuando volvéis a la ciudad, vencejos,
acaso regresáis como si nada
hubiera sucedido desde entonces,
como si este verano fuera el mismo
que dejasteis ayer flotando inmersos
en el giro sin fin de vuestro grito.

Pertinaces y aleves os he visto
volando en redondel sobre el asfalto,
dejando en el presente la sospecha
de un retorno falaz al tiempo antiguo.
¿Por qué nos engañáis con la esperanza
de habitar otra vez aquel instante
que el aire se ha llevado para siempre?

Unidos al misterio de la rueda
esta tarde, otra vez, habéis cruzado
las altas azoteas incendiadas.
Otra vez, obstinados, agoreros,
otra vez ululando en desbandada
otra vez, esta tarde, habéis trazado
un círculo sonoro que constela
el nítido crepúsculo de junio.

Y al cabo del estío que os regresa,
de nuevo os marcharéis mientras nosotros
tratamos de afrontar esa certeza
de ser como vosotros breve vuelo,
leve sombra fugaz sobre la tierra.







MADERA

Un estrépito sordo, un latigazo,
ha cruzado esta noche la penumbra
insomne de la casa,
como un quejido largo y sostenido
que llegara de lejos o quedase
atrapado en el eco sin retorno
de unos muros vacíos.

El ojo de madera de la puerta,
apenas dibujado por las luces
de la noche estrellada
parecía mirarme o estar viendo
ajeno a toda lógica, aterrado,
húmedo de resina.

He seguido durmiendo y en el sueño,
muy lejos de aquel cuarto,
un crujido de troncos derrumbados
ha quebrado el silencio
de mi bosque dormido.






TE LO HE DICHO MIL VECES

No huyas, no te marches con la brisa,
que tú tienes la culpa de este cielo
ingrávido y perplejo de septiembre,
esta luz en declive que atardece
por todas las esquinas.

Nada tienen que ver las estaciones
con este cielo claro que oscurece
con este cielo ingrávido y perplejo
pintado sobre el lienzo de la tarde
con un azul tan limpio que hasta duele.

No quieras evadir tu servidumbre,
autor irresponsable
de un cielo que parece de mentira
No eludas tu pecado, yo te nombro
culpable del instante prodigioso,
del índigo destello,
del mágico color de este crepúsculo.

No digas que este albor no es tu delito:
tú eres el artífice de un tiempo
bruñido de fulgores y sonrisas,
un tiempo en que rodando se suceden
las horas de la siesta y del paseo,
cerúleas e irreales como el cielo
que tiñes con el haz de tus pestañas.

Por todo, por la luz, por el invierno,
por esta apoteosis de la tarde,
por este cielo ingrávido y perplejo
manchado de un añil escandaloso,
por todo, te condeno:
vagarás sin descanso entre los versos
de esta oda celeste y desvelada,
cautivo del poema en que celebro
la azul impunidad de tu distancia.






AL PASAR LA BARCA

Qué lejos se oye hoy aquella letra,
qué distancia en el aire,
los frágiles compases,
la vieja cantinela de la comba.

Qué quieta permanece en el recuerdo
la niña de las trenzas,
qué inmóvil en su orilla va contando
las vueltas uniformes,
los giros casi mágicos del cabo.
Y el dulce cosquilleo que le sube
trepando por las tripas
apenas la arrebata de ese trance.
Muñeca embelesada, se ha lanzado
al eco persistente de la cinta,
al hueco que dibuja sobre el cielo
el ritmo sincopado de la cuerda.

Qué quieta permanece en el recuerdo
la niña de las trenzas,
sumida en ese círculo vacío
que juega a recogerla en sus entrañas:
el látigo del tiempo
que llega y que se marcha mientras ella
sortea los vaivenes de su envite
con técnica cadencia.

Y así pasa la tarde entre las brisas,
pretérita y absorta. Qué lejana
su voz y su distancia.
Qué inmóvil permanece en el recuerdo
su dicha sin objeto.
La barca impetuosa de las horas,
azota su minúscula alegría,
su cándida ignorancia
de niña tan bonita,
que salta y se detiene y va cantando
que no paga dinero todavía.






MIENTRAS LA LUZ

Todo está en la ventana
que reúne mi vida y me contiene
contra el marco vacío de lo eterno.
Un marco en el que yo soy el afuera
y el paisaje es mi centro más profundo.

Una rama de viento, los jirones
de nube en que se cierne
la noche del crepúsculo
y este agudo deseo
de encontrar entre ellos la palabra
que logre derribar esta frontera
entre afuera y adentro.

Todo está en la ventana, soy el marco
que reúne y contiene los compases
de este instante inmortal, de este intervalo.

Un recuadro de luz mientras la luz
cabalga en las cenizas de la tarde:
un mordisco de cobre en el cobalto.






AQUERONTE

Hay un niño aquí dentro, en lo más hondo,
aferrado a la entraña de mis días,
un niño agazapado que a la muerte
camina de mi mano.
Y no lo sabe.

No sabe que su voz es ya la mía,
que el tiempo ha de esfumarse,
no sabe que no es más que un fogonazo
brillando en la mañana de su historia,
una foto en un álbum desvaído,
la sombra de la sombra de un recuerdo.

No lo sabe y por eso se deshace
en limpia carcajada cuando rompe
una brizna de sol entre las hojas.

No lo sabe y por eso
se lanza cada día a las afueras,
sagrado en su ignorancia, en la deriva.

No lo sepa, mi niño, el desenlace,
que siga aquí cantando y cuando el río
feroz del Aqueronte nos transporte
de una orilla a la otra,
vaya él arrojando piedrecillas,
haciéndolas saltar entre las aguas,
que baile y que estremezca con su risa
el vaivén de nuestro último viaje.






PASAR

El alma de los días, la columna
vertebral que mantiene
encendido el afán de ir transitándolos
es que algo suceda, que algo pase
en la estanca quietud de su mudanza.

Cual si nada ocurriese cuando el trigo
que rodea las sendas del verano
se quiebra en una ráfaga de viento,
o esa torpe alegría
del agua cuando abren,
en la hora del riego,
las compuertas del mundo
y se escucha el rumor
de toda aquella sed que se termina,
o el giro de la luz, o el pentagrama
que las aves escriben en el cielo,
o una mesa tendida,
con el sol sobre el pan
y algún vaso de vino.

Es absurdo pensar lo que nos llena,
lo que colma los días,
lo que estalla cumpliendo ese deseo
de ser más, más intensos, más lejanos.

Quizás lo que nos salva
son los raros momentos
en que no pasa nada.





MAR INMÓVIL

La noche y el azar me han arrojado
en honda soledad frente a una playa,
no importa en qué ciudad, ni en qué momento,
ni importa ya que agosto se termine.

Se extiende ante mis ojos, taciturno,
un mar triste e inmóvil,
un mar que de tan calmo
confunde su horizonte con el cielo.

¿Quién se quiere hacer cargo de esta tumba,
de un mar que ni se mueve ni respira,
de una quietud tan vasta, quién podría
pararse frente a él y estar tranquilo?

La huella de otro mar lleno de espuma,
de un mar bramando en él se superpone,
repite su condena
perdida en otro agosto ya lejano.

No podrás ver el mar mientras no laves
la sal de aquel verano en tus pestañas.



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