sábado, 17 de mayo de 2014

CARLOS ROBERTO MONDACA CORTÉS [11.712]



Carlos Roberto Mondaca Cortés

(Chile, 1881-1928)
Poeta chileno nacido en Vicuña. Espiritual y melancólico, con siete años ingresa en un seminario y en 1900 se traslada a Santiago donde estudia para profesor del Estado en Castellano y comienza a trabajar en la Universidad de Chile. Allí escribió sus primeros versos en el Ateneo de Santiago, cuyo fundador fue Samuel Lillo. Su primer libro de poesía, Por los caminos (1910), lo dedicó a su hijo y el segundo Recogimiento (1917) a su hija, nacidos ambos en las fechas que se editaron. Fue Secretario de Educación, Rector del Instituto Nacional y Vice-rector de la Universidad de Chile. Falleció en Santiago en 1928. En 1931 se editaron sus obras completas. En el pueblo de La Serena se creó en 1953 una Fundación que lleva su nombre.





LA LUNA ENTRE LOS ÁRBOLES

La luna entre los árboles
(un día apareciste en mi camino)
cierne su luz de nieve.
Cuando tus ojos me miraron, era
como si amaneciera.

Mi corazón siente la luna y llora.
Llora la brisa entre estas hojas mustias.
(¡Quién dirá las angustias
que se adueñaron de mi corazón!)

La luna tiembla ahora
en la desolación de la laguna.
(¿Qué pupilas recogen la emoción
de tus ojos profundos?)

Hace frío.
¿Cae del cielo, o sube del jardín?
Todo el mundo fue mío;
pero, ¿qué sombra me borró el camino?

La luna entre los árboles se esconde.
(Un día hicimos juntos la jornada).
Me clavan como dardos las estrellas.
(¿Sobre qué labios cantarán los besos?
¡Era bella!
¡Mañana,
no te podré olvidar!








Cansancio

Quién pudiera dormirse, como se duerme un niño; 
sonreirle al ensueño del goce y el dolor,
y soñar con amigos y soñar el cariño,
y hundirse , poco a poco , en un sueño mayor.

Y cruzar por la vida sonambulescamente,
los ojos muy abiertos sobre un mundo interior,
con los labios sellados, mudos eternamente,
atento sólo al ritmo del propio corazón...

Y pasar por la vida sin dejar una huella...
Ser el pobre arroyuelo que se evapora al sol...
Y perderse una noche, como muere una estrella
que ardió millares de años, y que nadie la vió. 







Amor

Yo quiero hacerte un don:
pondré en mi corazón tu corazón.

Quiero fundir tu vida con mi vida;
que haya en tus venas sangre de mis venas;
y agobie tus espaldas abatidas
la grave pesadumbre de mis penas.

Yo pondré mi conciencia en tu conciencia:
y por mis ojos mirarás la tierra;
y del bien y del mal tendrás la ciencia;
y vivirás contigo siempre en la guerra:

Será una guerra sin cuartel, eterna.
Se hará tu corazón como una fuente
inagotable y honda: y serás tierna,
y serás cruel, amable e indiferente.

Irás entre la gente, solitaria,
dantesca y sin amor, pero contigo
Y como una visión crepuscularia,
sólo en tu corazón tendrás abrigo.

Pero verás el resplandor terrible
de Dios, y el esplendor de la belleza,
y arderás en la hoguera inconsumible
......
Esto será tu orgullo y tu tristeza.

¿Soportarás la majestad del don?
Pon en mi corazón tu corazón.






El Reloj

Corazón del tiempo. Victima que cuenta
sus penas, y que tiene la voz de una gota;
monótona y fría, monótona y lenta:
vida que fluyera de una arteria rota...

Corazón- misterio. Como el alma nuestra.
Como nuestra vida. Corazón-misterio...
Pupila insondable, pálida y siniestra.
Claror de luna sobre un cementerio..

Corazón-misterio. Golpea, resuena
sordamente, como la caja postrera
con la mano trémula, como la cadena
 de un desesperado que se enloqueciera...

Latido, sollozo, queja de la hora.
Rabia de la ola que se yergue y muere.
Lamento de un río que la mar devora.
Puñal implacable que en el alma hiere.

Pájaro fatídico de rígidas alas.
Fantasma de brazos grotescos e inertes.
Sombría sibila que muda señala
todos los caminos que van ala muerte...






Revelación

La tarde iba muriendo lentamente,
en una melancólica agonía,
sobre aquel campo verde, que bañaban,
con reflejos violeta, las dolientes
luces crepusculares.
Y era pálido
suave el azul, tal como la mirada 
de un viejo venerable sobre un rostro
profundamente amado. Y en el fondo
 de aquella gran pupila, el inquietante
brillo como de lágrimas de un astro.

Callábamos. Pesaba en nuestras almas,
con una amable pesadumbre, el hondo
silencio de aquel valle.- ¿ Que palabra
no resonara extraña? - Ibamos lentos,
recogiendo en los ojos y en las almas
la gran quietud campestre.

Era el paisaje
como la página de un libro, lleno
de una bíblica paz, página santa
que brilla en el cerebro con albores 
de auroras o de luna...

Ibamos lentos,
y se tendía el valle mansamente,
como un regazo blando y amoroso,
como un regazo maternal, que invita
a descansar en él, eternamente...

Negros, dos viejos árboles se yerguen
en la llanura solitaria. Leo
no se que historia trágica en sus ramas,
que se tienden, se enroscan y amenazan
desesperadamente. Me imagino
dos ancianos de espaldas encorvadas,
de brazos retorcidos y de manos
crispadas por la angustia. Dos ancianos,
solos en la llanura solitaria,
como los moradores de una ruina.

-Se miran en la charca...
Hay tal pureza
en el ambiente, en  todo que hasta el fango
se purifica, y tiene en esta hora
la claridad divina de una fuente.

Sus ojos recogían el paisaje
en un lento mirar, casi piadoso.
Yo dijera que había una caricia
en sus miradas hondas, el devoto
acariciar de un alma, que ha sentido,
con un roce de seda, la infinita
quietud de aquel crepúsculo. Sus ojos
eran como los ojos de una niña
que van abriéndose a la vida, francos,
curiosos, buenos.

Yo sentía intensas, 
pasar sobre mi espíritu unas ondas
de amor hacia aquel campo silencioso
de adoración por Ella, por la que iba
llena de gracia, esbelta y vaporosa,
pasando en la pureza de aquella hora,
como la imagen de una vida nueva
que surgiera en el prado y en mi alma.

Yo la miraba, la miraba...Iba
pisando sobre el césped, deslizandose;
y todo se animaba en torno suyo,
todo resplandecía: desde el astro,
que fué más luminoso, hasta los árboles;
hasta los viejos árboles brillaron
como una nota de oro, y hasta el viento
tuvo para la charca una caricia.

Yo la miraba silenciosamente,
en un silencio místico, tan hondo
que se escuchara el salmo de la vida
por mis venas. Mi espíritu y mi cuerpo
fundíanse en un éxtasis de fuego;
y yo sentí que mi alma se perdía
en la infinita placidez del cielo,
en la serenidad de aquel crepúsculo,
en el campo sin límites, y entonces,
lo adoré todo en Ella, en la que iba,
llena de gracia, esbelta y vaporosa,
pasando en la pureza de aquella hora,
como la imagen de una vida nueva
que surgiera en el prado y en mi alma.







El Centro

Aquí, cuando la noche ya se escombra,
guarda el negro tesoro de su sombra.

Y en cada corazón y en cada vida
la fiera de la noche halla guarida.

Por aquí van en triunfo las mujeres,
como  una procesión rumbo a Citeres,

bajo la apoteósis de la lumbre
que aniquila las selvas y las cumbres.

Y los hombres en pos , torvos, ceñudos,
la caravana de los pies desnudos.

Como escuálida grey que el hambre azota, 
como un deshecho ejército en derrota.

Y el niño enamorado de las cosas,
con las pupilas francas y curiosas,

también entre la sombra mentirosa,
que le finje un misterio en cada cosa...

Aquí la noche, cuando el sol se escombra,
vuelca el ánfora negra de su sombra.

Por aquí va la humana caravana,
perdida en una noche sin mañana.

Por aquí, sin estrella y sobre el lodo,
vamos todos llorando el largo exodo,
con sed de azul, con hambre de infinito,
en este foso lóbrego y maldito.

Esclavos del dolor y la tristeza,
cuándo se acabará nuestra pobreza !

¡ Cuando será, Señor ! Cuando tus ojos
dejarán de mirarnos con enojos !

¡ Cuando será que tu celeste incendio
venga a purificar el vilipendio !

¡ Señor ! Y las trompetas formidables
que abatirán los muros miserables !

¡ No arderá nunca la sagrada hoguera
que en nuestra carne haga morir la fiera !

¡ Hasta cuando, Señor, has de tenernos,
frente a frente, mirandonos sion vernos !

Cuando la llama, que habla y no devora,
ponga en las almas claridad de aurora .

y se enciendan cual místicos carbones,
y agonicen de amor los corazones,

sólo entonces el sol esplendoroso 
consolará los ojos dolorosos,

y se calentarán nuestras arterias, 
y el lirio brotará de las miserias.

Será buena la ruta florecida,
e iremos como vivos por la vida !







La Maestra 
                                                                                        

He aquí la tierra prometida;
hé aquí la gloria de la vida;
la victoria sin combatir.
Hé aquí el alba que no muere;
hé aquí el hestío que no hiere;
la paz heroica del vivir.

Es la montaña espiritual
en fuego todo el corazón;
es la alta cumbre consagrada,
bajo la nieve no tocada,
vestida de luna y de sol.
Madre del río y del torrente,
atalaya sobre el mar;
que se está dando eternamente,
inagotable y siempre igual.

Hé aquí los valles encendidos,
en el alba de su corazón;
hé aquí los follajes floridos,
hé aquí en los valles escondidos,
el trino alegre de los nidos,
y la emoción de la canción.

Hé aquí la tierra áspera y dura,
que se hace suave y maternal;
hé aquí la mies que madura
por la piedad del manatial;
la mano hambrienta que recoge
bajo la enorme luz del sol;
y en la abundancia de la troje
el fuego de su corazón.

Hé aquí la ciudad sonora
en su febril actividad,
corazón de titán que llora
y que se quiere consolar;
y el perfil de chimenea
y el humo lento que se va,
fatigado como una idea
que no logramos realizar:;
y el palacio , todo belleza,
gentil como una mujer,
y el suburbio, todo tristeza,
y la fatiga del taller;

En los tumultos de las gentes,
en la lucha sin compasión,
puso una luz bajo las frentes
la hoguera de su corazón.

Hé aquí los mares infinitos,
abiertos a todos los vientos;
y los fantasmas de granito
sobre los golfos soñolientos;
la nave en que va ilusión,
la vela que tiembla en el mar,
la playa dormida en su paz...
y alta, en la inmensidad,
la estrella de su corazón.

Es la montaña espiritual,
en fuego todo el corazón,
es la alta cumbre consagrada,
bajo la nieve no tocada,
vestida de lona y de sol
Madre del río y del torrente,
atalaya sobre el mar;
que se está dando eternamente,
inagotable, y siempre igual.

Señora, hé aquí la ofrenda que ha venido a traeros
mi trémula canción de maestro y trovero.




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