viernes, 25 de abril de 2014

ANTONIO BUERO VALLEJO [11.578]


Antonio Buero Vallejo

(Guadalajara, 29 de septiembre de 1916 - Madrid, 29 de abril de 2000). Dramaturgo y pintor español.

Desde su infancia se interesa por la literatura, sobre todo por el teatro. Estudia en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y, acusado de "adhesión a la rebelión", permanece en prisión desde 1939 hasta 1946. Allí coincide con Miguel Hernández y entablan una fuerte amistad. Al ser puesto en libertad comienza a colaborar en diversas revistas como dibujante y escritor de pequeñas piezas de teatro.

Su debut se produce en 1949 con la publicación de Historia de una escalera, obra galardonada con el Premio Lope de Vega y que tuvo un gran éxito de público en el Teatro Español de Madrid. Durante la decada de los cincuenta escribe y estrena, en España y en el extranjero, obras tan significativas en su trayectoria literaria como La tejedora de sueños, La señal que se espera, Casi un cuento de hadas, Madrugada, Hoy es fiesta o Un soñador para un pueblo. A pesar de varios problemas con la censura vigente, en la década siguiente estrena títulos como El concierto de San Ovidio, Aventura en lo gris, El tragaluz -que se mantiene en cartel durante casi nueve meses- o Las Meninas, cuyo estreno en 1960 obtiene un éxito sin precedentes. Además, prepara versiones de Shakespeare -Hamlet, príncipe de Dinamarca- y Bertolt Brecht -Madre Coraje y sus hijos.

Posteriormente realiza un ciclo de conferencias en varias universidades estadounidenses. En 1971 ingresa en en la Real Academia Española, y más tarde es nombrado socio de honor del Círculo de Bellas Artes y del Ateneo de Madrid. Asimismo, pertenece a diversas academias, comités y sociedades de América, Portugal, Alemania y Francia. Durante los primeros años de democracia en España no cesa de estrenar obras: Jueces en la noche, Caimán y Diálogo secreto o su versión de El pato silvestre, de Henrik Ibsen, en 1982. En 1986 recibe del Premio Miguel de Cervantes por toda su trayectoria literaria. Compagina su éxito en el campo de la literatura con su otra gran pasión, la pintura. En 1993 publica Libro de estampas, donde se recogen pinturas acompañadas de textos inéditos del autor. En 1997 ve la luz su última obra, Misión al pueblo desierto, estrenada en Madrid dos años después. En 1998 es nombrado presidente de honor de la Fundación Fomento del Teatro.





Escenarios poéticos en Buero Vallejo

Por Francisco Javier Díez de Revenga
Universidad de Murcia





No es habitual en un encuentro en que se reúne a tantos especialistas en el teatro de un autor insigne como lo es Buero Vallejo, hablar de poesía y hablar de su poesía. Pero Antonio Buero Vallejo merece nuestra dedicación a su obra poética, que me consta que apreciaba, porque en ella expresó amor y amistad, virtudes que distinguieron a su persona y hoy permanecen indelebles cuando recordamos, ya sin él, su figura.

Era Buero Vallejo, como no podía ser de otra forma, un poeta muy original, singular en sus formas de construir un poema y clásico en sus aportaciones formales, clásico o neoclásico, excelente conjuntador de sonetos y, sobre todo, inspirado autor de estructuras sólidas y cohesionadas en las que nada falta ni sobra, que esto es muy importante en poesía, variado en cuanto a sus temas, y rico en matices que van desde la emoción a la ternura, desde el recuerdo sobrio del amigo a la estampa leve, irónica y sabia de intelectual riguroso y sencillo al mismo tiempo.

Uno de los territorios más inexplorados, consecuentemente, dentro de la amplísima obra literaria de Antonio Buero Vallejo lo constituye su poesía, publicada en muy diferentes ocasiones y medios impresos, fundamentalmente escrita para homenajes, conmemoraciones y otros requerimientos habituales en la vida de un gran escritor. Afortunadamente, al publicar Luis Iglesias Feijoo  y Mariano de Paco la Obra completa del dramaturgo tuvieron el gran acierto de dedicar todo un volumen a textos no dramáticos, bajo el título de Poesía, narrativa, ensayos y artículos. De esta forma los lectores de Buero pueden -podemos- disponer de 1333 páginas de magnífica literatura, que encabeza la reunión completa de todos sus poemas, la mayor parte de los cuales ya había aparecido reunida en libros previos.

Para los degustadores de la buena poesía, y sobre todo para aquellos que -como quien esto escribe- han valorado la calidad del lenguaje elegante y cuidado de las obras dramáticas de Buero Vallejo, de su equilibrado estilo de escritor, preciso y «clásico» en el sentido más noble del término, reencontrar tales cualidades en un buen número de poemas admirablemente construidos con sabiduría, riqueza conceptual y compensada y suave musicalidad, constituye una experiencia de lector, ineludible desde luego para quien conoce y admira al Buero Vallejo dramaturgo. La relación entre su obra dramática y su obra poética es desde luego un campo que merece detenimiento y reflexión, y un buen ejemplo lo constituiría el magnífico poema titulado «La Fundación». Como lo son también los retratos líricos de muchos contemporáneos, algunos de ellos los mejores poetas de nuestro siglo, o como pueden serlo también textos en los que comparece algún viejo conocido y admirado, como lo es el poema «Pinturas negras» o el espléndido soneto dedicado a «Velázquez»:



Palaciego de grises, gran torero
de las cornadas de la luz dorada. 
Displicente señor, lenta mirada 
del andaluz veraz, parco y entero.
Dinos: ¿dónde se encuentra el paradero
de tu arcana ternura? ¿Quedó anclada
en la humana miseria acariciada
por tu pincel de triste caballero?
La razón te defiende y se congela
-paleta de apretado silogismo-
sobre la infanta, el perro, el rey, la tela.
Alerta siempre ante el hispano abismo
de flema te disfrazas, de cautela.
Pero el amor te salva de ti mismo.



Completan la colección versos de solidaridad humanitaria y comparecencias líricas en momentos trascendentes. Ocasión habrá de hablar de muchos de estos poemas, que hemos de calificar, en su conjunto, con el término de excepcionales.

Sabemos que Buero Vallejo era un perenne y consciente lector de poesía y de poetas, que tuvo amistad honda con grandes poetas contemporáneos cuya obra leyó y asimiló. Por todo ello, en esta ocasión, y por preferencias personales que espero me sea permitido utilizar, me voy a referir a los que creo que son los maestros de Buero en el campo de la poesía, y si no sus maestros, por lo menos el conjunto de poetas más admirados por él, de los que aprendió y a los que tanto admiró: los poetas de la generación inmediatamente anterior a la suya, los poetas del 27.

En principio éstas son composiciones que podrían ser calificadas como poemas de circunstancias, porque surgen sugeridos por la necesidad de participar en un determinado homenaje al poeta amigo. Pero, indudablemente, su dimensión es mayor. Y no sólo porque, como hemos adelantado, están presididos por el signo de la amistad, sino además porque revelan ante todo una concepción de la poesía como creación artística y lugar de expresión como sentimiento y también com o comunicación. Concepción de la poesía compartida por Buero con todos los poetas evocados. Hay espacios en estos poemas que van aún más allá, porque dejan traslucir lo biográfico, la experiencia personal, y lo que es más, la reacción ante una realidad, el sentimiento personal del poeta y dramaturgo.

Es lo que ocurre con el primer poema de este tipo que encontramos en sus Obras completas, el dedicado a Vicente Aleixandre, con el título de «Aleluyas a Vicente», realizado, en 1964, para un homenaje al que más tarde sería Premio Nobel de Literatura de 1977:



Pídenme versos para Vicente.
Versos de ciego para el vidente.
El temblor de los dramas que viste
en mis versos es lógica triste.
Mal podré darte yo poesía.
Arte combinatoria es la mía.
Y digo: como labios de sombra
nuestra tierra de espadas te nombra.
Pasión de los encuentros creabais
Dámaso y tú, que juntos marchabais.
¡Tiempos del corazón inmaduro
que llenasteis los dos de futuro!
Al salir de tu ámbito, el mundo
se ha vuelto matinal y profundo.
Paraíso en silencio y a solas
despiertas con tu voz y consuelas.
La destrucción te ama y te acosa.
Tu amor colma y destruye la fosa.
Nacimiento postrero tendrás
y renacido nos vivirás.
¡Ya por el aire en que tu alma sueña
te canta el pueblo la malagueña!




Es un poema compuesto por once pareados de versos decasílabos. Es un verso éste muy extraño, pero no mal compuesto, sino todo lo contrario: muy adecuado para el tono de homenaje que quiere el poeta interpretar utilizando el esquema de la aleluya, que, de acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, se expresa en pareados octosílabos y es de carácter popular. Y lo más curioso es que el propio Vicente Aleixandre utilizó este mismo esquema de octosílabo en doce pareados (aunque asonantes) para alguno de sus retratos, como el que escribió en 1927, y publicó en la revista Verso y Prosa, titulado «Emilio Prados. Retrato en redondo», y que el poeta recogerá en su libro Nacimiento último.

Buero parte en el poema de la idea de que se ha visto obligado a hacer versos para homenajear a un gran poeta. La captatio benevolentiae de los primeros versos (con la alegoría «ciego» frente a «vidente», muy bueriana, por cierto) dará paso a una breve pero certera reflexión sobre los momentos estelares de la obra de Aleixandre, evidenciados en las alusiones a los títulos de sus mejores libros, que descubrimos entreverados en las palabras del poema y por este orden: Espadas como labios, Los encuentros, Pasión de la tierra, Historia del corazón, Ámbito, Mundo a solas, Sombra del paraíso, La destrucción o el amor y Nacimiento último. Sólo el pareado final se ajusta a un esquema métrico tradicional, al hacer bimembre el decasílabo undécimo y sugerir al oído un conjunto de cuatro pentasílabos, que es un verso de corte popular (el verso breve de la seguidilla por ejemplo). Y es muy adecuado porque alude, con el aire de la aleluya popular a la no menos popular «malagueña»:



¡Ya por el aire en que tu alma sueña
te canta el pueblo la malagueña!




El poema siguiente cronológicamente lo dedica «A Gerardo Diego». Ya hemos tratado en otro lugar de este espléndido poema, así como del que, con artículo de prensa además, dedicó Gerardo Diego al dramaturgo.

Pocas dudas nos pueden caber de que Gerardo Diego y Antonio Buero son escritores muy diferentes: por preferencias literarias en el cultivo de un determinado género, aunque como Buero ha escrito poesía, también Gerardo Diego escribió teatro. «Pero, en cualquier caso, el centro de su actividad literaria es muy diferente, como también es distinta la generación a la que han pertenecido, la época que les ha tocado vivir en su etapa de formación, y desde luego sus propias realidades y experiencias vitales. Tales hechos no han impedido, sin embargo, coincidencias notables, desde el punto de vista biográfico, fundamentalmente en la tertulia del Café Gijón, y ya al final de la vida de Gerardo Diego, en la Real Academia Española:



Te contaré, Gerardo,
cierta historia secreta.
Dentro de los pupitres
tu Antología brillaba.
Capturábamos versos cual luciérnagas
de Juan Ramón, Alberti, Lorca, Huidobro.
Y tuyos. El pocillo
de tinta violeta
aún competía con la estilográfica.
Albert Samain diría, Vallejo dice... 
Y yo, sin decir nada.
Yo no era aquel Vallejo.
(Pensando en otra cosa
cuarenta años más tarde
repito, sin embargo, esas palabras
como un raro estribillo esquizofrénico.)
Estalló la bombona
de sangre, frío, piojos.
Entre disparos, miles de estudiantes
musitaban aún cercanos versos.
Supervivientes joyas
contadas una a una
después, en grises celdas.
Nuestro pobre tesoro.
De tarde en tarde alguna gema nueva.
En un viejo envoltorio de sardinas
hallé la luz verdosa
de tu farol cantábrico
y nunca me abandona el reverbero
de su jugosa pulpa azucarada. 
Tu giratoria lluvia
robé más tarde
y en Mayo siempre es mía.
Ahora nos acompañas
en el café, a unos pocos que quedamos,
como si en vez de ser Gerardo Diego
un jubilado fueses.
El luminoso nácar
de una bella cercana nos ignora.
Aún no está dicha la palabra Dicha, 
piensas, y yo contigo.
Pero el verso la encierra
nombrada y poseída.
Otros adolescentes
(limpios o ensangrentados, no se sabe)
acopiarán, dichosos, el tesoro.
Renovados Quevedos
te han de oír con sus ojos.
Gracias, Gerardo, por tu centelleo
de claros rayos en mi vida oscura.
La astucia excusarás de estos renglones;
no ignoro, bien lo sabes, que son prosa.




El poema de Buero Vallejo, escrito en 1972 para un homenaje al poeta se halla presidido por un latido autobiográfico que dispensa a los versos una autenticidad verdaderamente lírica. Buero Vallejo recuerda sus lecturas de la Antología de 1932 y especialmente unos poetas y dos versos que quedan en la memoria con el nombre de Vallejo, que a Buero le hace relacionar con su propio apellido. La silva heptasílaba y endecasílaba libre utilizada por el dramaturgo, comenzada por unos heptasílabos que pronto se ampliarán o acortarán siguiendo la sintaxis del poema, muestra al lector el recuerdo de aquellos años de estudiante, que pronto se ven interrumpidos por la guerra y la cárcel, donde aquellos versos de la antología siguen vivos. El recuerdo de la vida escolar y los pupitres -«pocillo de tinta violeta»- sublimado por su conjunción con nombres de poetas dilectos antologados o no por Gerardo Diego -Juan Ramón, Alberti, Lorca, Huidobro- se completará con textos en cursivas recordados de algunos poemas. Pero ese proceso evocatorio tiene una dinamicidad diacrónica, porque de aquellos años escolares se pasa a los de guerra y prisión para terminar en el café compartido del Paseo de Recoletos, con simpáticas alusiones a la condición silenciosa de Gerardo y a su atención a las bellezas femeninas concurrentes al Café: un verso de Canciones a Violante alude con claridad a la poesía amorosa escrita en los años cincuenta por el poeta de Santander y a su posible trasfondo real. Mirada al futuro y despedida con excusa y captatio benevolentiae por parte del dramaturgo que escribe prosa en versos, cierra este entrañable poema, nutrido, como el del propio Gerardo Diego, de pertinentes alusiones y referencias dotadas de singular significación.

A Rafael Alberti dedicó Buero Vallejo dos poemas, los titulados «A Rafael Alberti, en su aniversario» y «Alas para Rafael». Ambos poemas, aunque publicados en los años ochenta, en España, en diferentes lugares, son, sin embargo, poemas escritos para Alberti, cuando éste estaba aún en el destierro. El primero está fechado en 1972 y el segundo en 1975, datos éstos que son fundamentales para entender algunas de las alusiones contenidas en ambos poemas. Ambos poemas son sonetos. He aquí el primero, el titulado «A Rafael Alberti en su aniversario»:



Estás. Nos hablas. Musical abeja
cuyo cristal de miel nos acompaña.
Sonata de agua pulsas. Y nos baña
mil pálidos silencios, tanta reja.
(Al huracán del tiempo lo refleja
verso tras verso, la serena hazaña
de un andaluz, de una gentil guadaña
que gaditanamente nunca ceja.)
Mortal el toro es y lo despeña
tu incesante capote, rauda enseña
del aire azul en duradera suerte.
Para arropar su noche se lo adueña
la Capital dormida, que te sueña
esperando que el alba la despierte.




Y este otro, el titulado «Alas para Rafael», ya de 1975:



Otra vez, Rafael, alzo la mano
que refresqué en las aguas de tu orilla
para ahuyentar la extraña pesadilla
del pasadizo interminable y vano.
Me veo en ese dueño por el llano
y árido laberinto de Castilla
en agónica lid, sobre la silla
de un Clavileño al que pudrió el gusano.
Un brusco sol entre el celaje asoma
y al inmóvil rocín que me soporta
le crecen alas, aura refulgente.
El vuelo emprendo y ya diviso Roma.
¿Sigo soñando o desperté? No importa.
Sube tú ahora al Clavileño y vente.




Y como era de esperar, ambos poemas, de altísimo contenido elegíaco, mantienen un diálogo continuo, en dos secuencias, del dramaturgo con el poeta desterrado. «Mientras en el primero, su autor, presente en Cádiz, añora al poeta y lo evoca en su paisaje, con su música, con el agua del mar de la bahía y con la imagen del toro (Cádiz es la capital dormida, que espera el alba en el que el poeta ha de regresar), en el segundo de los sonetos, de clara estirpe cervantina, partiendo del mismo motivo del agua (del mar), las alusiones al destierro son mucho más claras. Si en el primer soneto era la imagen de la reja la que bañaba los silencios, en el segundo el destierro se simboliza en un «pasadizo interminable y vano». Ahora el poeta-dramaturgo está situado en la estepa castellana, en la que el agua del mar es un recuerdo mantenido en la mano. Y es entonces la magia de Clavileño, rocín inmóvil, poblado de sueños, el que conduce por los aires al autor hasta Roma para recoger al poeta gaditano y traerlo a España.


Si en el primer soneto Buero escenificaba el canto de ausencia en el contexto real de la bahía de Cádiz, en el segundo el escenario es Castilla y el desarrollo del soneto se basa en una alucinación, en un sueño, en un viaje fantástico sobre, nada menos, que Clavileño, caballo de sueño. Realidad y sueño, tan presentes en el teatro de Buero Vallejo, se hacen patentes en este mundo bellísimo y alucinado del segundo soneto, coronado por el magnífico endecasílabo final:

Sube tú ahora al Clavileño y vente.


De todos los poemas que vamos a comentar en esta intervención, el más emocionante de todos ellos, es el titulado «De vivos y de muertos», que Buero compone, en 1976, para el primer homenaje que se hace en España a Federico García Lorca en una revista íntegramente dedicada a él: Trece de Nieve, cuyo número 1-2 de la segunda época lo recoge en sus páginas, en diciembre de aquel año. El poema se ha publicado posteriormente en otros homenajes al poeta granadino, de manera que esta extensa composición es una de las más conocidas de Buero, de las más difundidas, y razones hay para ello.


Se trata de una extensa silva libre (de 83 versos) formada por endecasílabos y heptasílabos blancos, en la que partiendo del motivo de una gavilla de tomillo, arrancada diecisiete años antes de escribir el poema en Víznar, que el dramaturgo conserva, reseca, en su estantería, evoca la vida y la muerte de Federico García Lorca, junto a la figura del propio padre, fusilado también durante la guerra civil:



En porcelana de apagados oros
por negro terciopelo agavilladas
custodio algunas briznas de tomillo.
Lo arranqué suavemente
diecisiete años hace
y era fragante como el pan más tierno. 




La visión de ese ramo de tomillo, recogido del lugar donde yace Federico, por el joven matrimonio recién formado por Antonio y Victoria

nuestros dos corazones desbocados
visitaron tu muerte

sirve de estímulo para desarrollar un alucinado encuentro con el alma de los dos muertos, presentes en su lugar de trabajo, en la casa, a través del tomillo y del retrato paterno. El espacio delirante desarrolla un proceso de autoinculpación en el poeta (estar vivo, cuando otros han muerto), en el que los vagos remordimientos desarrollan subjetivamente una evocación de los muertos, enfrentados a los que, aún vivos, perpetraron el crimen con proyectiles ciegos de muerte.

El poema es sobrecogedor, ya que Buero escenifica en su propia casa los espacios de alucinación, en un momento de insomnio y de sequía intelectual, para desarrollar en el breve espacio del poema una de sus constantes preocupaciones intelectuales, presente en su teatro. Están muertos los que hicieron el crimen, los que dispararon y los que ordenaron disparar, aunque, en el momento de escribir el poema, vivan. Y están vivos los que murieron, los que cayeron, víctimas del odio:




Y tú, ya sólo fósforo de huesos
o ennegrida hierba quebradiza,
tú, Federico, vives.
Y es inmenso el latido de la vida
que estalla en tus timbales.
Y eres la tempestad que anubla el cielo
de todos esos muertos que deambulan.



Muy extenso (80 versos) también es el poema que Buero dedica en 1978 «A Dámaso Alonso» y también la forma elegida es la  de la silva libre endecasílaba y heptasílaba. Y como en el caso anterior, se produce una confluencia entre el espíritu del poeta evocado y los propios sentimientos del dramaturgo. Aunque se parte de un preámbulo en el que se recuerdan las grandes aportaciones de Dámaso al conocimiento de la literatura española (San Juan de la Cruz, Góngora) el poema se centra en lo que la poesía de Dámaso nos ofrece a los lectores, y al dramaturgo, como testimonio de un tiempo y de una realidad de España, sobre todo al quedar prendidos los versos del poema a Hijos de la ira y a uno de sus poemas más preocupantes y enigmáticos como lo es «Mujer con alcuza»:



Sobrevienen tus versos.
¿Continúa el milagro?
¿Podrá el dolor transirme de armonía?
La evocación se nubla:
leo en la noche azul que la suplanta.
Percibo un tenue escalofrío. Espero
ante tu puerta abierta.
Veo salir a una mujer cansada:
no hay aceite en su alcuza sino llanto.
Con extraviados ojos
aúlla a los hogares demolidos,
llamándonos insomne
año y año tras año,
desde un mil novecientos treinta y nueve
que brama a sus espaldas.




Presentada la mujer con alcuza, Buero recibe su menaje y medita la lección de Dámaso:



Turbado por el goce
que me infunde su imagen lacerada,
la veo alejarse bajo las estrellas.
¡Ay! El dolor si puede
transirnos de armonía.
Pero no la rechazo. Solo siento
el terrible deleite
de comprender aún con más conciencia
por qué brotan las lágrimas.




Todo un símbolo, que Buero acepta y recibe espoleado por la lección de vida que el libro poético de Dámaso le transmite. Símbolo de una España eterna que el poeta-dramaturgo, en el envío final del poema, acoge como compromiso:



Recibe esta promesa:
El llanto de su alcuza
será enjugado un mediodía sonoro
entre todos los hijos de tu ira.




El último poema de la colección, escrito por Buero y dedicado a un poeta del 27, se publica en el homenaje que el poeta y profesor de la Universidad de Turín Pablo Luis Ávila dedicó en 1983 a Jorge Guillén, con el título de Sonreído va el sol. Poesíe e studi offerti a Jorge Guillen. La participación de Buero, junto a un nutrido grupo de poetas y escritores contemporáneos, entre los que se cuentan Gerardo Diego, Carmen Conde, Francisco Brines, José García Nieto, José Agustín Goytisolo, Leopoldo de Luis y otros muchos, consiste en un soneto lacónicamente titulado «A Jorge Guillén», en el que Buero define, en el breve espacio del poema, el estilo del poeta de Cántico y la impresión que sobre él, como lector, ejerce su lección de belleza y perfección. La luz, como máxima representación del arte guilleniano, y la solidez estética de la poesía de Guillén crean un estilo muy personal, que Buero resume en un neologismo, revelador de precisión y de cohesión interna del arte del poeta evocado. El verbo en forma personal «aguillena» que figura en el verso décimo lo dice todo:



Afiladas aristas de alegría
surcaban el metal centelleante,
los suaves poliedros, la incesante
congelación donde tu luz ardía.
Presencias eran del eterno día
de la canción, de la espiral constante
que subía del pozo originante
donde se esconde la melancolía.
¿Sonreíste o sonríes a las cosas
que abarcó y aguillena tu mirada
pródiga en precisiones misteriosas?
No lo sé. No lo sabes. Victoriosas
yo vi flotar tus rosas en la nada
y ser tú el mundo cuando el mundo glosas.




La geometría del espacio, las figuras imaginarias, la luz, el mundo (que está bien hecho o que no lo está) y las rosas forman victoria sobre la nada: prodigalidad y misterio hacen lo demás, mientras la sonrisa del poeta, la misma sonrisa que figura en el título del homenaje italiano, revela satisfacción ante el triunfo sobre la nada.

Con este bello soneto cerramos nuestro recorrido por la obra poética de Antonio Buero Vallejo, en busca de su devoción hacia los poetas de la generación inmediatamente anterior, a los que muestra amistad y admiración. En este último poema, como en tantos otros de Buero, dedicados a los poetas del 27, se advierten notas que lo alejan de la fácil clasificación de poema de circunstancias, ya que la subjetividad y el lirismo que estos poemas manifiestan, los individualiza y los hace originales, personales, únicos en definitiva. El poeta se hace presente en todos los poemas tanto como lector de los admirados creadores homenajeados, como ciudadano comprometido ante la injusticia y el terror, como intelectual que busca la verdad en el testimonio de los otros, como hombre que recuerda su propia vida: su infancia, su juventud, la guerra, la cárcel... Y de los otros, el destierro y la muerte. El permanente gesto esperanzado se advierte, del mismo modo, en estas lecturas homenaje, que no por ser positivas dejan en olvido la reconvención de la injusticia o la defensa de los más débiles.


Y una reflexión literaria para terminar, pensando en el género al que estos poemas pertenecen: elegía, homenaje, lectura, anotación al margen... Como los poetas que Buero evoca en estas composiciones recordadas, el dramaturgo realiza una serie de lecturas de sus poetas preferidos, tales como las muchas que Guillén integró en sus obras completas, tales como los muchos retratos líricos que Aleixandre o Alberti realizaron de sus escritores más admirados, tales como los poemas que Gerardo Diego escribió durante años para su Panorama poético español de Radio Nacional de España. Aproximaciones a un poeta con reflexión de sus versos, anotaciones «al margen de» como Jorge Guillén hiciera en su libro Homenaje y continuara en Y otros poemas y Final. Poemas al estilo de «Imagen primera de...» de Rafael Alberti que recogen lectura y personaje. En cierto modo, al seguir esta línea poética de literatura y vida, de lectura y reflexión personal, Buero se incorpora con sus versos a la espléndida tradición de los poetas del 27 como epígono y continuador de aquella indeleble estela lírica.




Francisco Javier Díez de Revenga
Escenarios poéticos en Buero Vallejo
Cajamurcia, obra social y cultural, 2001



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