domingo, 9 de marzo de 2014

ENNIO MOLTEDO [11.176]

    


Ennio Moltedo

Ennio Moltedo Ghio (Viña del Mar, Chile, 1931 - Ibídem, 14 de agosto de 2012) fue un poeta, articulista de prensa y editor chileno que trabajó en Valparaíso y Viña del Mar.

Toda su obra poética se realizó en Valparaíso, editada, preferentemente, por los sellos Editoriales Universitarios y Ediciones Altazor de Viña del Mar.
En el año 2005 el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes definió la publicación de su obra poética completa, al cuidado de los poetas y profesores Guillermo Rivera y Claudio Gaete.
Moltedo dirigió, entre otras, la Colección Universitaria “Breviarios del Valparaíso Regional”. Asímismo, durante años fue director de la Revista literaria “Libertad 250” de la Sociedad de Escritores de Chile, Filial Viña del Mar. Sus textos han sido recogidos en distintas antologías y ha sido reseñado ampliamente en publicaciones especializadas.
Perteneció a la Sociedad de Escritores de Chile, al informal grupo de los porteñistas  y a la Academia Chilena de la Lengua.
Su discurso de incorporación a la Academia abordó el paso de la lectura a la escritura y constituye una travesía por Valparaíso sobre los moldes de la palabra.
Ennio Moltedo declaró el 2002 que llevaba más de 27 años sin visitar Santiago, en silenciosa protesta contra el centralismo.
Poetas, profesores de literatura y artistas visuales de generaciones posteriores han dejado testimonio de sus conversaciones con Moltedo. Consta ello respecto de Eduardo Embry, Sergio Holas, Luis Andrés Figueroa, Andrés Fisher, Jorge Polanco Salinas, Ismael Gavilán Muñoz y Allan Browne.
En mayo de 2012, el poeta Gonzalo Villar intervino los recuerdos de Ennio Moltedo, visitando junto a él Villa Alemana y el desaparecido muelle de Caleta Abarca.
Falleció el 14 de agosto de 2012

Obra

Sergio Holas Véliz registra que a enero del año 2007 su obra comprendía las siguientes publicaciones: Cuidadores, Santiago, Editorial Universitaria, 1959; Nunca, Santiago, Editorial Universitaria, 1962; Concreto azul, Santiago, Editorial Universitaria, 1967; Mi tiempo, Valparaíso, Ediciones Universitarias, 1980; Playa de invierno, Valparaíso, Meridiana Editorial, 1985; Día a día, Valparaíso, Editorial Vertiente, 1990; Regreso al mar, Valparaíso, Ediciones Universitarias, 1994; La noche, Viña del Mar, Ediciones Altazor, 1999; y ha publicado, en colaboración con Pablo Neruda (traductor), 44 poetas rumanos, Buenos Aires, Editorial Losada, 1967. Recientemente ha sido publicada su Obra Poética, Valparaíso, Ediciones del Chivato, 2006. 
Posteriormente publicó Neruda: poeta del Cerro Florida (2007) y Las Cosas Nuevas (Ed. Altazor, 2011).
En Noviembre de 2011, Moltedo participó en una experiencia interdisciplinaria, uniendo su poesía a pinturas de Eduardo Mezquida y fotografías de Jorge Salomó, exponiendo en la Sala El Farol de la Universidad de Valparaíso bajo la etiqueta "Valparaíso, sueño y sentido futuro".

Muerte

El poeta Ennio Moltedo falleció la madrugada del 14 de agosto de 2012, a los 81 años. Sus restos descansan en el Cementerio N° 1 del cerro Cárcel de Valparaíso.

Premios

Ha recibido el Premio de la Sociedad de Escritores de Valparaíso en 1962, el Premio Regional de Literatura Joaquín Edwards Bello en 1981, el Premio Municipal de Literatura de Valparaíso en 1994 y el Premio Especial del Círculo de Críticos de Arte de Valparaíso en 1997.                                  




NOS FORMARON 
Nos formaron, numeraron, nos cortaron la cabeza, las piernas, las manos.
Nos están envasando y exportando con un éxito sorprendente.

***

CREPÚSCULO 
Ríete del crepúsculo.

***

GRAN HOY 
Se están volviendo locos.
Están pintando el cielo. Lo que ayer estaba arriba hoy yace a ras de tierra, para asombro de los humildes. Ahí van con sus tarros, silbando. Se venden canciones nuevas. Y el alimento luce y brilla en vitrinas armadas a prueba de niños y perros.
-¡Está cambiando todo! -grita la gente a nuestro paso, y prosigue su carrera.
No hay explicación para el fenómeno. Es indudable que el entendido -nunca entendió- no sabe operar la máquina. Por supuesto que unos pocos -irresponsables- se mantienen en su lugar. Pero también se dice que hay más gente abajo que arriba, más de salida que de entrada, más atrás que al frente. Más variedad de imbéciles que nunca.

***

Se hacen los santurrones junto al Papa.
¿Recuerdas? Y después cada domingo.
El tribunal competente los perdona por la constancia y el esfuerzo sobrehumanos.
El lunes es cosa distinta. Se hacen los santurrones durante todo un infierno y luego aterrizan temprano en la vida.

***

Hoy, hasta la hora del crepúsculo, para avizorar la costa y Valparaíso iluminado y opacar su espejo, hemos contabilizado -cuentas en mano- treinta y cinco mil quinientos treinta y cinco vehículos provenientes de la capital. ¡Desgraciados!

***

Protégeme, Dios mío, del sentido pedagógico y deja que cada día me sorprenda viendo pasar -sin estilo- el viento por la esquina.

***

¿Quiénes tragan la mugre que produce el modelo?
Los desgraciados de siempre.

***

A este precio y, además, en día de invierno, después de sumar durante cuarenta y cuatro años -no habiendo visto llover, como hoy, nunca-, no me dé salud al precio fijado por su mesón sucio y dependiente. ¿Vida? Muerte, por supuesto, señor ministro de salud.






El muelle

El muelle de Caleta Abarca, viejo,
herrumbroso, en verano se volví­a
invisible. Bajo el sol completo, hollado
por visitantes, por rondas musicales,
se volví­a invisible. Cubierto de colores,
de pañuelos, de ropa amplia, decorados
sus pies de plomo por gotas brillantes,
altas plumas, olas diferentes, el muelle
perdí­a su peso, cambiaba su color pardo
y se volví­a invisible.






Comunicaciones

No recibo órdenes de nadie. A pesar de ello,
gente no enterada insiste con instrucciones
tanto verbales como escritas. Cuando así­
sucede, acostumbro dirigir la vista hacia el
mar, hacia bosques y desiertos que se
extienden en paz sobre mi pequeño mapa.






Mudos

Y sabiéndolo todo, y estando de acuerdo en tantos
signos y colores, aún dudamos; nunca sabremos descifrar
estas mudas palabras:
Allá, en tu esfera, entre nubes, esperando, y yo
tendido, enredados mis dedos sobre esta máquina
brillante, y en medio del aire, el viento grueso que en
cualquier momento pasa invisible llevándose las hojas
y los pájaros.






Tal vez

Tal vez una mañana recién desembarcada
se atreva con todas las ventanas a un tiempo
y penetre por rejas, cortinas y plantas y
acaricie el lomo del gato y avance por
barandas, escaleras, cama dorada y siga las
ondas y tejidos alrededor de islas y platos
y fuentes cubiertos por pájaro niño y trepe
la guarda y camine sobre los cuerpos y hasta
los párpados llegue la luz de la mañana
o el doblez de este nuevo sol de sal y
esperanza.
Valparaí­so yace y se acoda en su ventana
y mira su propio ojo iluminado.





Tedio

Me atrajo el alero tan junto a la calle. Atrás. Jardines sin
bancos, sin paseos, sin piedras. Todo había ya dormido
bajo la tarde. Sólo las guías y las hojas nuevas manteníanse
alertas a los sonidos internos: cucharillas de blanco metal
sonaban contra los vidrios. Prisioneras, se rompían entre
los dedos las tazas de porcelana. Una niña movía una ban-
dera de ayuda sobre la terraza. Desesperado, tiré del cor-
dón y rompí la campana.






Cuidadores

Desde el bacón colgaremos los pies para contemplar me-
jor el brillo de los paraguas negros. Pequeños sombreros
de papel cubrirán pobremente nuestras cabezas. Sentados
sobre la baranda, con las manos cobijadas bajo los faldones,
vaciaremos a coro un hueco para que no se apague el buen
cirio. Seremos los primeros cuidadores del frío y del grani-
zo de Invierno.
resguardaremos los caminos hasta que se agote la enor-
me pena. A los necesitados les entregaremos ladrillos y
paracaídas. Los niños mojados podrán seguir navegando.
Al amanecer cambiaremos los sombreros por otros de plu-
más largas. Así, de vuelta a la ciudad, al mejor rincón de la
casa. Al comienzo nos preguntarán tantas cosas como al
volver por primera vez del trabajo. Ahora los pisos estarán
gastados y no gemirá la música en los molinos de antaño.
en torno al fuego iremos dejando las fábulas de nuestros
recientes quehaceres. Juntaremos los sombreros y canta-
remos acordes inéditos hasta la próxima caída del rayo.

(De “Cuidadores”, 1959)






Nunca

El niño pasea por prados lejanos y demoraría vidas esperar su arribo que se entretiene. Canta, salta y se moja en el agua desconocida de los animales. Penetra las tinieblas con preciosa bolsa y sonríe al junco que lo desliza seguro por la huella de pies grandes. Y como no conoce mercados ni luces enfermas, no visita las fiestas prisioneras de los pueblos.

Las madres prometen largos juegos cuando él llegue. Los hombres trepan, buscan, tallan alta silla, y se piensa en un futuro que asegure que esa cortina será la gracia de la calle. ¿Y el escudo? Ese ya está ocupado por el señor y la dama de colores.

Los hijos solitarios han elevado un mirador. Arriba, con sus primeros peinados, escudriñan con gestos y juegos el mismo racimo. Excitados por lo que suponen ya cerca, con gritos reclaman a los atrasados que corren portando sus ruedas y cañas.

Pero el niño pasea por prados lejanos y demoraría vidas esperar su arribo que se entretiene.







La ballena

La ballena había perdido un ojito el Invierno pasado, y nadaba de costado, perfectamente, escudriñando los pormenores que guarda el océano. Cuando se cansaba, volvíase sobre su perfil izquierdo y, así, quedábase adormida. Luego, aproximándose ya la tarde, hora en que la luz se extingue en las aguas, con ligero movimiento de su aleta hundíase en las profundidades y no precisaba nadar mucho para alcanzar la roca azul de su reposo, a la puerta de la cual se tendía llenando los corales de burbujas.


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Velero. 

¿Para qué, para quiénes? 
No obstante, una vez más,

para olvidarlo; 
última ocasión para ver sobre el mar un 
pétalo o un insecto sin carga ni destino 
-sin razón- que emula a la gaviota y 
arranca exclamaciones cuando va sostenido 
por el aire, como todo lo exiguo e inútil que 
impresiona por el campo en que se mueve 
cuando ya es tiempo de tocarlo con el dedo 
y que se hunda.







Valparaíso 

La estación Puerto ­Berlín- bajo 
bombardeo. Murallas agrietadas 
-albergaron grandes dirigibles- y 
terminal donde la espera juega ajedrez 
y un resto de olas tiñe un zócalo vacío 
junto al mar. 
Después del ataque sólo sueño entre 
latas y basuras a pesar del niquelado 
continuo de la Bauhaus que todavía 
lanza sus recuerdos por el ojo 
entrecerrado de buey. 
Judíos y bolsos y la solución final 
arriban del interior -creen ver el mar- 
y sus sombras desfilan a la par de los 
vagones de carga y van camino de la 
lluvia ­creen sentir el viento- 
flanqueadas por los últimos testigos: 
restos, chapas, manillas arrancadas
y el piso deja entrever la red de 
alambres y un panel de piedras 
relucientes por el paso de las botas 
de la muerte, hoy.








Antología del mar:

                                        Selección de poemas de Ennio Moltedo

                                                                                              por Gonzalo Gálvez E

Antología del mar y quizás también del horizonte. Es precisamente frente al mar donde Ennio Moltedo ha vivido anclado desde 1931, meneando su poesía al ritmo de olas, contemplando y vigilando; y es en ese aparente final del azul - el horizonte - donde ha cultivado una escritura de ardiente paciencia: horizonte como línea divisoria entre lo conocido a este lado del mar y lo desconocido al otro lado del mismo; y escritura como palabra vacilante en ese límite. Por eso el oleaje del mar es presencia en la obra de Moltedo, y por eso aquí, siendo fieles a esa vocación azul, compartimos, a modo de falible antología, una selección de poemas. Damos cuenta de ese espíritu marino que se extiende desde Cuidadores (1959) hasta La noche (1999), pero que es siempre capaz de articularse como palabra poética, palabra donde caben a un mismo tiempo la esperanza y el dolor. Así, siendo el mismo mar colocado frente al poeta, éste lo verbaliza de modo distinto a medida que otros son los tiempos y las circunstancias. Ya hacia los últimos libros, haciéndose cargo, claro está, de su responsabilidad ética y poética ante lo que Chile padecía, el mar de Moltedo empieza a insinuarnos otra cosa. En La noche hay un mar que tan tranquilo no nos baña, porque es un torbellino de dolores que, nuevamente desde la orilla, lo hace ver muy distinto. Descontado el mar, la tierra siempre la misma.
           

Pérdida
(De Cuidadores, 1959)

            Yo, que en estos momentos puedo inconmensurablemente todo, escojo pero no acierto entre veinte nombres. Más fácil hubiera sido consultar su destino o dejarle clavada una señal indicadora.
            Fueron la ascendencia especial de su piel azul y su cabellera recogida en Europa, lo que me hizo meditar lo necesario para permitir su desaparecimiento. Decepcionado después de un cambio de luna entero, no encuentro cómo llamarla. He buscado entre almohadas y coronas, he dormido en su cama, pero todo resulta una canción escolar o un pájaro de domingo.






Plaza
(De Nunca, 1962)

            He llegado a la plaza que carece de pintura y he sido ayudado por el sendero que quiso variar en mi pecho. No reía nadie en las orillas y en el lago las jóvenes tatuadas embarcaban su sangre en las hojas. Elevados, los instrumentos dirigían la numeración furiosa de las hélices; venas dilatadas expedían cabezas que quedaban encendidas en la tienda del crepúsculo.
            La cascada avisaba los cambios aéreos, los meses de cada nube; si eran, de pronto, abiertas sin cuidado; si la distancia podía deshojarse sin peligro; si la mano, aunque marina, penetraba sin oxígeno; si la proa no era solitaria como su nombre decía: llamadores para ser descifrados en el fondo que guardan nada más que los peces: hasta la lluvia que siempre se queda y donde se exponen, separadas, las escamas.
            Sí, amada sobre la mano, cuando me pregunten contestaré que allí el color ya no tiene recados, que derrotaron al prócer y, para alejarlos definitivamente, que nadie lee para ver si se acerca el mar.






Límite
(De Concreto azul, 1967)

            He aquí un simple tubo rojo o la baranda junto al mar. A tus espaldas el camino suave, limpio por la brisa de los vehículos; más atrás el sendero, la cortina de los árboles oscuros, la última guardia de flores, quizás la vida.
            He aquí el límite. A tu frente el desorden, la libertad del viento, la línea azul – que aún no es línea -, el agua que trepa y salpica cada vez en forma diferente. Se puede pasar tardes contemplando el escurrir siempre distinto de la espuma por las rocas.
            Frente a ti, el mar.







Me han robado
(De Mi tiempo, 1980)

            Me han robado, me están dejando nada más que la cáscara. Ése es el problema. Me cambiaron los azules y todo el orden de las olas. No he vuelto a caminar con el mismo paso. Yo mismo no me reconozco en los espejos. Y hay música hasta el fondo de los tarros.
            Cambian las formas y te extrañas del movimiento de tus dedos, de los viajes de tu cuerpo. Ya no escuchas. Las orejas son estructuras sin sentido. Los ojos van detrás de telas, carteles, objetos pintados y te detienes a descifrarlos y ella, ella se renueva a cada instante y la ves sacar la lengua entre los puntos de la gran fotografía.






Adiós
(De Playa de invierno, 1985)

            Me dibujo, me numero, escojo un nombre lejano y cambio de identidad. Debe hacerse así: qué bella postal con faro y gaviotas suspendidas – baten en distintas direcciones -, y tu nuevo perfil a lápiz y sin arrugas, y el viento y las nubes caminando hacia atrás.
            Ahora nadie te reconoce ni te espera; avanzas lento, corriendo o volado, giras la esquina, inclinas un dedo y te vas, y todo permanece aquí sin variación.






A pesar
(De Día a día, 1990)

            A pesar de diversas oportunidades y consejos, reconozco no haber ejercido otra actividad que esta pura contemplación aérea, de la que son testigos los vecinos del pueblo.     He permanecido siempre aquí, junto al mar, sin dejar de vigilar por un momento los cambios del cielo, el paso de las nubes, las formaciones de distintos pájaros – envergaduras, velocidades, conductas -, siguiendo las figuras del viento entre las plumas de las palmas y deletreando los giros solitarios de la veleta del cerro Castillo, hasta el día de su vuelo infinito*.



*”El haber nacido junto al mar me gusta; me ha parecido siempre como un augurio de libertad y de cambio”, Pío Baroja.

12
(De La noche, 1999)

            Me han enviado al fondo del mar. Sin oxígeno, por supuesto. En traje de calle y con sobre azul en mano.






95
(De La noche, 1999)
           
             Vista al mar. Al ocaso. Afortunadamente desierto. Acá giros y saludos. Manos en alto.
            Contestación inmediata. De resorte. Gatillo. Otro saludo y nuevo movimiento fuera de las olas para quedar de espaldas y avanzar una, dos, tres, tantas paladas, hasta besar el muelle y de allí, de pronto, una orden y esta vez perdemos por no presentación del enemigo – enemigo eterno e inventado al uso -, mientras el sol baja sin resistencia y se baña, como si nada, en el mar. 







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