viernes, 28 de febrero de 2014

MATTHEW GREGORY LEWIS [11.107]


matthew lewis

Matthew Gregory Lewis

(Gran Bretaña, 1775-1818)
Novelista, dramaturgo y poeta inglés. Nació en Londres y estudió en la Universidad de Oxford. Recibió el apodo de Monk Lewis por su novela El monje (1796), una historia repleta de incidentes terribles y sobrenaturales que se ha convertido en un famoso ejemplo de novela gótica. En ella se observa la influencia de Ann Radcliffe, la principal novelista gótica. Lewis escribió la comedia musical titulada El castillo del espectro (1798), la colección de poesía Cuentos de terror (1799), y la balada Alonzo el valiente y la encantadora Imogen, que influyó en la poesía de sir Walter Scott.





Poema de Anacreonte y Cupido (diálogo del amor y la vejez):  

La noche era oscura; el viento, frío.
Anacreonte, malhumorado y viejo,
junto al fuego, alimentaba la alegre llama.
De pronto se abre la puerta de su choza
y he aquí a Cupido ante él,
que le mira benévolo y le saluda por su nombre.

Vaya ¿eres tú? -exclamó, en tono adusto el hombre temeroso, 
mientras la ira enrojecía sus arrugadas y pálidas mejillas-
¿Querrías otra vez, de amorosa furia
inflamar mi pecho? Endurecido por los años,
joven vanidoso, tus flechas son débiles para traspasarlo ya.

Vete, busca la florida morada
donde alguna virgen en sazón te solicite,
o envía sueños incitantes a rondar junto a su lecho.
Descansa sobre el amoroso pecho de Damon,
juega en los labios rosados de Cloe,
o haz de su mejilla ruborosa una almohada para ti.

¡Busca esas moradas; evita estas frías regiones!
No pienses que, prudente y vieja,
esta blanca cabeza podrá volver a soportar tu yugo.
Recordando que mis años más puros
los marcaste tú con suspiros y lágrimas,
tengo por falsa tu amistad, y evito la insidiosa trampa.

Aún no he olvidado los dolores
que sentí, entre las cadenas de Julia,
y las ardientes llamas que en mi pecho ardían;
las noches que pasé, privado de descanso,
el celoso dolor que torturó mi pecho;
mi esperanza perdida, y mi pasión desdeñada.

¡Huye, pues y no maldigas más mis ojos!
¡huye del umbral de mi apacible cabaña!
No te quiero un solo día, ni un instante, ni una hora.
Conozco tu falsedad, desprecio tus artes,
desconfío de tu sonrisa y temo tus dardos.
¡Ve, traidor, y busca a otro a quien traicionar!

¿Acaso la edad, anciano, confunde tu ingenio? 
-replicó el ofendido dios, y arrugó el ceño 
(su ceño dulce como una sonrisa de virgen!)-
¿A mí me diriges esas palabras?
¿A mí, que te amo tanto, aunque
desprecias mi amistad, e injurias pasados placeres?

Si diste con una ninfa orgullosa,
otras cien fueron amables;
bien pudieron compensar sus sonrisas el ceño de Julia.
¡Así es el hombre! Su mano parcial
escribe los innumerables favores en la arena,
y estampa en piedra la pequeña falta.

¡Ingrato! ¿Quién te llevó la onda,
a mediodía, donde Lesbia gustaba bañarse?
¿Quién te dijo el retiro donde Dafne descansaba?
¿Y quién cuando Celia pidió ayuda,
y pidió que la acallases con tus besos?
¡Di, oh falso Anacreonte! ¿no fue el amor?

Entonces me llamabas: 
¡Dulce joven! ¡Mi sola dicha! ¡Mi alegría!
¡Entonces me estimabas más que tu alma!
Podías besarme y tenerme en tus rodillas,
¡y jurar que ni el vino te gustaba
si antes no tocó los labios del Amor la copa!

No volverán ya esos duclces días.
¿Debo llorar para siempre tu pérdida,
desterrado de tu corazón y sin tus favores?
¡Ah, no! Esa sonrisa disipa mis temores;
ese pecho palpitante, esos brillantes ojos
proclamaban que quieres y perdonas mis defectos.......
  





Alonzo el bravo y la bella Imogina.

Un aguerrido soldado y una radiante doncella
Conversaban sentados en la hierba.
Con tierno gozo se miraban;
Alonso el Bravo se llamaba el caballero;
La doncella, la hermosa Imogina.

«¡Ay! –dice el joven–, mañana partiré
A luchar en lejanas tierras;
Pronto acabarán vuestros llantos por mi ausencia,
Otro os cortejará, y vos concederéis
A más rico pretendiente vuestra mano.»

«¡Oh, dejad esos recelos –dijo la hermosa Imogina–,
Que ofenden al amor y a mí!
Pues ya estéis vivo o muerto,
Os juro por la Virgen que nadie en vuestro lugar
Será esposo de Imogina.
«¡Si alguna vez, movida por el placer o la riqueza,
Olvidase a mi Alonso el Bravo,
Quiera Dios que para castigar mi orgullo,
Vuestro espectro en mis nupcias se presente
Y me acuse de perjurio, me reclame como esposa,
Y me arrastre con él a su tumba!»

A Palestina marchó el héroe esforzado;
Su amor lloró la doncella amargamente;
Pero apenas transcurridos doce meses,
Se vio a un barón cubierto de oro y joyas
Llegar a la puerta de la hermosa Imogina.

Su tesoro, sus regalos, su dilatado dominio
No tardaron en hacerla quebrar sus votos;
Le deslumbró los ojos, le ofuscó el cerebro;
Y conquistó su ligero y vano afecto,
Y la llevó a su casa como esposa.

Bendecido el matrimonio por la iglesia,
Ahora empezaba el festín.
Las mesas gemían con el peso de los manjares,
Aún no había cesado la diversión y la risa,
Cuando la campana del castillo dio la una.

Entonces vio la hermosa Imogina con asombro
A un extraño junto a ella;
Su gesto era terrible; no hizo ruido,
Ni habló, ni se movió, ni se volvió en torno suyo,
Sino que miró gravemente a la esposa.

Tenía la visera bajada, y era gigantesco;
Y su armadura parecía negra;
Toda risa y placer se acalló con su presencia,
Los perros retrocedieron al verle;
¡Las luces se volvieron azules!
Su presencia pareció paralizar todos los pechos.

Los invitados enmudecieron de terror.
Por último habló la esposa, temblando:
«¡Señor caballero, quitaos ya vuestro yelmo,
Y dignaos compartir nuestra alegría!».
La dama guarda silencio; el extraño obedece,
Y levanta lentamente su visera.

¡Oh, Dios! ¡Qué visión presenció la hermosa Imogina!
¡Cómo expresar su estupor y desmayo,
Al descubrir el cráneo de un esqueleto!
Todos los presentes gritaron aterrados.
Todos huyeron despavoridos. Los gusanos entraban y salían,
Y se agitaban en las cuencas y las sienes,
Mientras esto decía el espectro a Imogina:

«¡Mírame, perjura! ¡Mírame! –exclamó–,
¡Recuerda a Alonso el Bravo!
Dios permite castigar tu falsedad,
Mi espectro viene a ti en tu boda,
Te acusa de perjurio, te reclama como esposa,
¡Y va a llevarte a la sepultura!».

Dicho esto, rodeó a la dama con sus brazos,
Que profirió un grito al desmayarse,
Y se hundió con su presa en el suelo abierto.
Nunca volvieron a ver a la hermosa Imogina,
Ni al espectro que por ella vino.
No vivió mucho el barón, que desde entonces
No quiso habitar más el castillo.

Pues cuentan las crónicas que, por orden sublime,
Imogina sufre el dolor de su crimen
Y lamenta su destino deplorable.
A medianoche, cuatro veces al año, su espectro,
Cuando duermen los mortales,
Ataviada con su blanco vestido de esposa
Aparece en el castillo con el caballero–esqueleto
Y grita mientras él la acosa.

Mientras, bebiendo en los cráneos sacados de las tumbas,
Se ven danzar espectros en torno a ellos.
Sangre es su bebida, y este horrible canto entonan:
«¡A la salud de Alonso el Bravo,
Y su esposa la falsa Imogina!».





The Water-King (1800)

The Original is in Kiampe Viiser

With gentle murmur flow’d the tide,
While by the fragrant flowery side
The lovely maid with carols gay
To Mary’s church pursued her way.

The Water–Fiend’s malignant eye
Along the banks beheld her hie;
Straight to his mother-witch he sped,
And thus in suppliant accents said:

— “Oh! mother! mother! now advise,
“How I may yonder maid surprise:
“Oh! mother! mother! now explain,
“How I may yonder maid obtain.“—

The witch she gave him armour white;
She formed him like a gallant knight:
Of water clear next made her hand
A steed, whose housings were of sand.

The Water—King then swift he went;
To Mary’s church his steps he bent:
He bound his courser to the door,
And paced the church-yard three times four.


His courser to the door bound he,
And paced the church-yard four times three:
Then hasten’d up the aisle, where all
The people flocked, both great and small.

The priest said, as the knight drew near,
—“And wherefore comes the white chief here?“—
The lovely maid, she smiled aside;
—“Oh! would I were the white chief’s bride!“—

He stepp’d o’er benches one and two;
—“Oh! lovely maid, I die for You!“—
He stepp’d o’er benches two and three;
—“Oh! lovely maiden, go with me!“—

Then sweetly she smiled the lovely maid;
And while she gave her hand, she said,
—“Betide me joy, betide me woe,
O’er hill, o’er dale, with thee I go.“—

The priest their hands together joins:
They dance, while clear the moon-beam shines;
And little thinks the maiden bright
Her Partner is the Water-Spright.

Oh! had some spirit deigned to sing,
“Your bride-groom is the Water–King!“—
The maid had fear and hate confessed,
And cursed the hand which then she press’d

But nothing giving cause to think
How near she stray’d to danger’s brink,
Still on she went, and hand in hand
The lovers reached the yellow sand.

—“Ascend this Steed with me, my dear;
“We needs must cross the streamlet here;
“Ride boldly in: it is not deep;
“The winds are hush’d, the billows sleep.“—

Thus spoke the Water–King. The maid
Her traitor-bridegroom’s wish obey’d:
And soon she saw the courser lave
Delighted in his parent wave.

“Stop! stop! my love! The waters blue
“E’en now my shrinking foot bedew.“—
—“Oh! lay aside your fears, sweet heart!
“We now have reach’d the deepest part.“—

—“ Stop! Stop! my love! For oh!
“The waters rise above my knee.“—
—“Oh! lay aside your fears, sweet heart!
“We now have reach’d the deepest part.”

—“Stop! stop! for God’s sake, stop! for oh!
“The waters o’er my bosom flow!“ —
Scarce was the word pronounced, when knight
And courser vanish’d from her sight.

She shrieks, but shrieks in vain; for high
The wild winds rising dull the cry;
The fiend exults; the billows dash,
And o’er their hapless victim wash.

Three times while struggling with the stream,
The lovely maid was heard to scream;
But when the tempest’s rage was o’er,
The lovely maid was seen no more.

Warn’d by this tale, ye damsels fair,
To whom you give your love beware!
Believe not every handsome knight,
And dance not with the Water–Spright!

As I have taken great liberties with this Ballad, and have been such questioned as to my share in it, I shall here subjoin a literal translation. 





THE WATER-MAN.

—“Oh! mother, give me good counsel;
“How shall I obtain the lovely maid?“—

She form’d for him a horse of clear water,
With a bridle and saddle of sand.

She arm’d him like a gallant knight,
Then rode he into Mary’s churchyard.

He bound his horse to the church door,
And paced round the church three times and four.

The Waterman enter’d the church;
The people throng’d about him both great and small.

The priest was then standing at the altar.
—“Who can yonder white chieftain be?“—

The lovely maiden laugh’d aside —
—“Oh! would the white chieftain were for me!“—

He stepp’d over one stool, and over two;
—“Oh! maiden, give me thy faith and troth!“—

He stepp’d over stools three and four,
—“Oh! lovely maiden go with me!“

The lovely maid gave him her hand.
—“There haft thou my troth; I follow thee readily.“—

They went out with the wedding guests:
They danced gaily, and without thought of danger.

They danced on till they reached the strand:
And now they were alone hand in hand.

—“Lovely maiden, hold my horse:
“The prettied little vessel will I bring for you.“—

And when they came to the white hand,
All the ships made to land.

And when they came to deep water
The lovely maiden sank to the ground.

Long heard they who flood on the shore,
How the lovely maiden shriek’s among the waves.

I advise you, damsels, as earnestly as I can,
Dance not with the Water-man.

Source: Tales of Wonder, Collected by M. G. Lewis Esq. M.P. (Dublin: P. Wogan, 1805), 46–50.





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