miércoles, 5 de febrero de 2014

JOSÉ BEN-KOTEL PAREDES [10.889]


José Ben-Kotel Paredes 

(Osorno, Chile, 1951). Reside en Estados Unidos. Profesor de Literatura Española e Hispanoamericana; poeta y narrador. Ha publicado los siguientes libros: en poesía, Autos de Fe (1983), La separación de los amantes (1990), Viaje a Ithaca (1993), Firmamento y olas (2008); en narrativa, Roja tus bocas (1982), Para nunca olvidar (1985; 2010, segunda edición), Los elegidos (1990), El toro y otros cuentos del sur (2001), Sacrilegios (2005). Actualmente está en el programa de doctorado en Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca, España. Su tesis doctoral es sobre la poesía del poeta chileno Jorge Teillier.






ACTO DE FE DE LUIS DE LEÓN

El martirio acepté, aunque injusto era; por el Libro
lo hice, y porque creo en Ti acepté la celda, pero no
la blasfemia y el delirio de los que tuviéronme en el ojo
de la hoguera. Para estar más cerca de ti, mi Cristo,
lo hice: De tu palabra y su sabor, su fervor y magisterio;
ascendí a ella para que me alumbrases de Fe y así, yo,
pudiese deslumbrar a los que no llegaban a tu Luz;
para hacerlos más tuyos, a tus feligreses, desde tu voz.

¿Sabes, mi Señor?: No tenían, aquellas almas, tu alfabeto.
Algo sabían de Ti por medio de los doctos; sólo algo, nada
más: Por eso los acerqué, con amor, al amor de tu palabra,
sin nadie de por medio. Por esa razón traduje tu Verbo
sabio, para acercarlo al todo de tus fieles, ignaros del decir
de la letra que contiene tu enseñanza: Por ello fue, mi Pastor,
el castigo abyecto que me dieron. ¡Yo no era sacrílego!
Sólo te acercaba a esas almas vivas, como llegaba yo a Ti.

Tú, eras vivo en mí porque era hombre docto, por herencia,
en la lengua prohibida: En ‘ellos’, mi pasado reciente
era una condena; esta fabla, ‘maldita’ según su decir,
estaba viva en mi sangre – algo tuvo que ver en mi caída.
Por eso, años de cilicio dimos a mi espalda; por expropiar   
tu palabra del poder de los letrados tuve el castigo, ¿por qué
más? Aquellos doctores practicaban la ‘doctrina de la fe’
¡sin piedad! e incendiaron, arteros, los campos de Castilla.

Tú me entiendes, lo sé; por esa ‘causa’ me dieron ‘auto de fe’.
¡Pero no fui cordero! Maestro aprendí a ser desde tu Luz; sí.
Más vivo en Ti estuve: Mi sala, mis alumnos y  los que no
me vendieron por unas monedas, me esperaron. Y os digo hoy,
con más fe, como lo dijimos ayer: ¡Todo en mí a su bosque iba!
Y a ‘mi’ Cantar de Cantares; ahora, nos pertenece a todos.







"Firmamento y olas"
Ed. El Juglar, Agosto 2008, 141 pp




La gente se sorprenderá cuando vea mis poemas
alzarse mientras yo desciendo a mi tumba.
Isaac ben Jalfón (España, Córdoba 960-1030)

1

Un fragmento, sí.

Un árbol abierto en brazos paralelos.
Ventana traslúcida, la del ahora
y la anterior.

Voz de negro que ilumina.

Afuera el sol, adentro la luz
-- lumbre y albur -- que viene de lejos,
de otros puertos y otras llegadas,
de otras partidas y misterios,
de otros martirios y magisterios.

Su voz no es la suya; es las otras,
las de ayer, las de hace un instante
que estuvo, que pertenece, que ya no es.

Desde su resonancia de alfa y omega o Aleph
llega el relámpago a la pequeña nave
donde aprenden a leer los navegantes
de otros cielos, de otras pasturas y esferas,
los de las estrellas fugaces
-- tan fugaces como una muerte temprana --
las coordenadas del tiempo y el espacio,
la velocidad de la luz,
que va a la par del pensamiento
en expansión
como el universo o las galaxias,
o la sabiduría de lo humano
más allá de la luz y su oscuro.

Éstos sabían al pie de la letra, o de la leche
de aurora, que también eran forasteros,
mas en otra arena, en otro paisaje.
Por eso medían el tiempo en el Libro
que les fue revelado en un lejano ayer,
o presente, el que algún día llegará a puerto:

es el sueño o la quimera que aún persigue
al pensador, al que sueña, a la poeta herida.

Las categorías en el Libro de Horas
estaban enunciadas en letras divinas:
eran las palabras del Dios que se hacían verbo
o poema, historia rediviva a través de su voz
de medium o de oráculo moderno y arcano
o un Tiresias de estas modernas edades.

Las palabras y su evidencia son las que acompañan
-- son el son, el sóngoro cosongo --
y no descuidan al Maestre de aqueste barco
que camina desde hará tanto con su proa
hermosa rompiendo el horizonte incierto,
dirigiendo el Arca de sus Libros
a través de mares, penumbras y desafíos,
con maestría de naviero insigne.


2

Tiempos felices y de horas duras;
de cilicio y recompensa; de rezos
y paz o pastoral de carne intranquila,
que perdura con su aciago.

Otro atravesar de aguas es aquel pasado
en expansión constante, desde el ayer,
más allá del ojo que otea desde lo alto y la sima,
que anuncia la palabra, su ardor y su silencio.

La visión de Ella es Carmen sublime y terrenal,
y placer de templos, para salvarse de la espina
que la arde y la parte y la conjura,
del naufragio y el aleluya,
del martirio y su incógnita.

No desesperes por la pérdida de los libros,
Yo Soy El Libro, le murmuró al oído y le hizo caso:
se hundió más en su carne,
en el placer de su misterio.


3

Desde ese instante o eclosión,
anduvo de claustro en claustro,
rodando y en rondas, buscando
al cuerpo Santo y el ardido:
la hostia era la carnalidad
por la que tentaban en las horas
del reposo y en lo súbito
de acusarse a los vicarios
que velaban por las leyes,
por el horno y la fragua
o el nido de las feligreses
para que no extravíen el camino
y pierdan el tesoro y los secretos
del tajo sublime y el Credo,
para que no hubiera desamor,
la impureza del asalto,
el quiebre de la memoria.



4

La luz de una mañana amable
rompe el vidrio, su límite
y su infinito memorable
y agrega más encanto al cautivo
aroma de la rosa
y a las pupilas gosozas
y alertas, prestas a surcar
melgas, olas, páramos y lejanías.

La luz cayendo a la mesa
antigua abre e ilumina
a las mentes prestas a saltar
al vacío o a la plenitud de la ola.

Cual aurora, o aureola,
sobre las tablas,

el saber

es ley inevitable.

Las palabras revolotean
sobre las cabezas,
y dominan:

son el conocimiento,
su luz y su inminente.



5

Se llevaron el oro
-- el arte y la memoria,
el metal precioso que hablaba --
y nos dejaron las palabras.

Vida y sepultura,
renacimiento, verbo y magisterio
son las estalactitas en el pliego,
en el papiro, en el amate,
en el papel de arroz
o en las pieles que hablan
de lo que estuvo
de lo que perece
de tierras baldías
de pasturas olvidadas.

Rústicas y preciosas:
perlas de perfección
y memorial de ínsulas estelares,

las palabras.

Con ellas llegamos de lejos
y atravesamos mares y lo incognoscible,
por más de cuarenta incendios.

Los libros de arena son las perlas
de perfección que vuelven a estar vivos
después de los variados viajes
hacia el firmamento y su mar áspera y voluble;
hacia los glaciares inmarcesibles:

el conocimiento y su derrota.




6

El orgasmo era la cercanía con Dios.

Para eso fue el rezo místico, o mítico.
Para poseerlo y liberarse
en su inmaterialidad que no dejaba culpa,
que no hacía cárcel y libertaba a la llaga,
que transformaba a la sangre en algo vibrante.

Los pies relajados de la Santa dan testimonio
de las pasiones, o posesiones divinas:

el placer de poseer el estro de su dedo.

Su savia era la salvación,
la manera de llegar a poseer su sabiduría
que estaba detrás de los altares
y bajo sus faldas,

o en sus idas al monte o a la ladera,
a pacer bajo las sábanas de la noche
en los tiempos del estío
o bajo la sombra de lo amado
desde el primer silencio.




La mística tenía otro sentir o gemir
en aquellos años de nebulosas
y el despertar.

Los cuerpos movíanse
alrededor de sí mismos:

eran el epicentro

del conocimiento, del placer y su riego
y a la vez cosmo o estrellas o astros
de el ser y la nada.

Un existencial sin timón, éramos
un embrujo, un ritual de la especie
predispuesta para crear y aventurarse
más allá del equinoccio,
del océano, del horizonte y su sinfín.

Parto, llanto, extrañamiento y sangre,
la felicidad de ser unánimes, somos.

Firmamento y olas y travesías,
cántico y estravagarios, fuimos
en las marejadas, buscándole sentido
a la lágrima y su incógnita reflejada
en el cosmos y su incierto.

Somos vía y final,
la solución y su fotograma,
la síntesis que viaja dispersa
hacia el ser, su albur y la nada.

Somos existencia sin retorno,
sin eternidad, pero sí perplejos.

Llegamos, germinamos
y volvemos al polvo celeste.

No hay más:
música del silencio,
o el ruido del silencio,
seremos.

Balbuceo. Habla. Enigma.
Rezo. Erial. Rastro. Paradoja.

Firmamento y olas.



8

El Maestro enseña a leer la arena,
y señala la ruta y el arte de amar
y del morir, que son y no son
el mismo son o puerto,
según sus coordenadas marinas,
y las existenciales.

Las amapolas son puro cuento,
decir piadoso, para ocultar
el verdadero llamado de la mística:

la verdad de la carne y su dominio.

Sin esa verdad, señala incierto,
no puede haber espíritu, ni trances,
porque materia somos, siempre listos
para un polvo y para el polvo,
mas no para el polvo enamorado.



9

En aquellos tiempos míticos
no andaban con rodeos las beatas
en sus amores y arrebatos que tenían
con Dios y con los bárbaros o entre ellas.

Ansiaban la llegada de los místicos
para hacerse presas de sus fuegos.
Sus ardores estaban lejos del pecado
original, porque se dejaban llevar
por el animal y por la conciencia
de ser almas para el amar y la muerte.

Pensaron ese acertijo sin pasado
conocido antes que el gran negador
escribiera en el humo su plegaria
que libertó al hombre de las amarras
divinas dejándolo en la intemperie

del firmamento y olas y su complejo

cuando oscureció su presencia de Sol
al negarle el hálito divino al profetizar
sin solemnidad al bajar de la montaña:

Dios ha muerto.



10

Las palabras, que son perlas,
aquel tiempo, aquellas horas
de papel piedra, por medio
del Maestre que guía su aula
como ninguno, vuelven a estar
vivas, retoman -- desde su voz
de Alfa, Omega y Aleph --
el camino de una perfección
que tal vez no perdieron a pesar
de tantos ritos y olas y brevajes.

Han sobrevivido y no, en las cuevas,
después de las idas y venidas;
de las travesías en el desierto
y en los océanos humanos y sus redes.
De estar en los odres que siguen
madurando ideas antiguas
y venideras, místicas y paganas,
las bendecidas y las malditas.

Ora pro nobis.
Arre y arreboles.











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