lunes, 3 de febrero de 2014

CLAUDIO DE ALAS [10.873] Poeta de Colombia

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Claudio de Alas

1886-1919

Claudio de Alas: la verdadera historia del último y único poeta maldito colombiano 

Por Francis Oliverio Recúpero

“Aunque pueda parecer una paradoja (y las paradojas siempre son peligrosas), no por eso es menos cierto que la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida” Oscar Wilde, “La decadencia de la mentira”

Por esos pequeños milagros que la vida a veces nos regala, llegó a mis manos un libro llamado “El Cansancio de Claudio de Alas” 
Con suma atención me puse a leer sus poesías, y quedé subyugado, maravillado con este poeta colombiano que escribió, hace cien años, versos como éstos:

“Con la santa impudicia de una estatua desnuda 
este Libro sonoro, doy al vértigo humano: 
fue sentido en la Muerte, el Pecado y la Duda 
y con sangre del alma, lo escribí con mi mano”

¿Quién fue Claudio de Alas?

Juan José de Soiza Reilly, compilador testamentario de Jorge Escobar Uribe –tal era el nombre verdadero de de Alas- nos cuenta que el poeta nació a fines del siglo dieciocho, en Tunja, capital del Estado de Boyacá en Colombia,  en el seno de una familia de la élite colombiana; de adolescente se hizo revolucionario y luego de pelear en guerras civiles abandonó su patria, viviendo en Ecuador, Perú y Chile. Fue en este último país donde alcanzó la fama en los Juegos Florales que ganó Gabriela Mistral con los "Sonetos de la muerte" en 1914, donde obtuvo una mención con un "Salmo de amor" en castellano medieval. Pero él pensaba que “triunfar en Buenos Aires era la gloria más hermosa a que puede aspirar un poeta”, y vino.

“No leáis este libro! –que es satánico y triste- 
¡No leáis este Libro! Que el infierno en él zumba- 
No leáis este libro –que lloró lo que existe-“

Sin embargo, cuando el compilador conoció al poeta y éste le contó su deseo de triunfar en estas tierras, le advirtió:

- Vea amigo, si usted quiere triunfar, váyase hoy mismo. Huya. Vuele. Aquí nadie triunfa. Aquí sobrevivimos. Nada más.

No le hizo caso nuestro poeta y se dedicó al ejercicio del periodismo con discreto éxito. Un pintor inglés lo alojó en su casona de Bánfield “hasta que encuentres quien te pague mejor” Allí escribía, leía y traducía a su querido Oscar Wilde, y siempre lo acompañaba un viejo perro que vivía con el pintor.

El 5 de marzo de 1918 de Alas se suicidó en la casa de su amigo. Nos cuenta su compilador:

“Los 32 años de edad que tenía le pesaban como si hubiera vivido siempre en la opulencia…Atardecía…Encerróse en su habitación. Lloró sobre estos pobres papeles floridos de versos y escribió tres cartas” Una fue para su hermano, otra para el pintor que lo hospedaba y la última para un amigo a quien le cuenta ese “dolor enorme de sentirse solo ante la vida implacablemente hostil”

Como cumpliendo un extraño pacto de amistad, primero mató al viejo perro que lo había adoptado. Y el segundo balazo fue para él mismo.

Cuando todos pensaban que se había matado por no triunfar en Buenos Aires, su amigo pintor echó luz sobre el final de de Alas:

“¿Sabe usted por qué se mató Claudio?...porque sabía mucho….Se mató porque su cerebro había profundizado la vida y poseía tan hondos conocimientos psicológicos, que se aislaba de la multitud para no hacer notar su diferencia de estatura…Vivía con los libros. Como Oscar Wilde, Claudio no había nacido para las reglas. Había nacido para las excepciones…”

Por qué me gusta de Alas

• Porque vivió y murió como un auténtico poeta maldito
• Porque le gustaba comer, beber y el sexo en una época en que pecado y placer parecían sinónimos ("lo que es interesante no es nunca correcto"
• Porque escribió sobre temas escabrosos, desagradables cumpliendo la máxima baudeleriana de “no confundir las buenas costumbres con el arte”
• Porque era moreno
• Porque poca gente lo recuerda (ni siquiera Wikipedia)
• Porque era colombiano
• Porque el municipio de Lomas de Zamora (donde quedaba la casa del pintor) decidió homenajearlo poniendo su nombre a una calle oscura y peligrosa como él, detalle que hubiera sido genial de conocer los homenajeadores algo de la vida y la muerte del poeta, en lugar de dedicarle la única callejuela disponible...
• Porque nosotros también hemos sentido ese “dolor enorme de sentirse solo ante la vida implacablemente hostil”
• ¡Porque mezclaba el sexo y el amor con la religión!:
• Porque algunas de sus pinturas parecen tangos brutales:
• Porque Buenos Aires lo mató (conmigo no pudo, antes me refugié en Misiones)
• Porque no sé si tiene una tumba visitable.
• Por todo eso yo, Francis Oliverio Recúpero, el último poeta maldito y único argentino, he tenido el honor de presentarles a un grande verdadero y olvidado: Claudio de Alas

Referencias

http://francisoliveriorecupero.blogspot.com.es/2009/12/claudio-de-alas-la-verdadera-historia.html




Anatema

Las monjas desde entonces, refiere el pecado 
diciendo que el poeta era un endemoniado... 
¡Embajador del Diablo! ¡Espíritu del mal! 
Y agregan que Sor Lyrio se encuentra condenada... 
¡Pero en la faz de todas surge una llamarada 
si algún poeta enfermo penetra al hospital.





Carne viva

Es bella, es rubia, es turbadora, es alta: 
Bebe champagne y fuma cigarrillos; 
Y si del mórbido automóvil salta, 
La pantorrilla ostenta y sus anillos.

Al hablar del amor, vibra y se exalta; 
Cual si esgrimiera lúbricos cuchillos; 
Y es su marido un hombre que resalta 
Entre los vuejos castos y sencillos…

Al casarse con él, era una llama, 
Que encendida con vicios solitarios, 
Hizo del goce turbulento drama…

Y, hoy van unidos: como dos calvarios: 
Él un buey manso, que el placer no ama, 
Y ella, a su diestra, sin amor ni ovarios…




En voz baja

Qué garra de tristeza, la que a mi Ser tortura, 
Al verme cual un paria de todos olvidado… 
Sin unos dulces ojos que miren mi amargura, 
Ni besos que reanimen mi espíritu cansado.

La noche me hace muecas como de sepultura, 
Cuando me rindo al duelo del hogar alquidado: 
Todo es allí egoísta y encierra la pavura 
De lo que no nos ama, ni que nos es amado.

No encontrar unos brazos de mujer, que me ciñan, 
Ni una boca de fiebre, ni unas divinas ancas… 
No escuchar esas frases que arrullen o que riñan!...

¡Oh,Corazón, detente! Porque al latir arrancas 
Los hierros del suplicio, que anhelo te constriñan, 
Para que no solloces ante unas manos blancas.






Los espíritus de la noche

El sueño… 
el sueño es el hermano de la muerte. 
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba. 
Permite que el abrazo de sus muertos brazos 
te mantenga totalmente a salvo y dormido. 
Enterrado en un sueño… 
silenciosamente…. 
Para siempre bajo tierra





Poema negro

Cuando moría, me enlazó en su brazo 
cual un reptil de palpitante raso; 
y con voz afiebrada y lastimera, 
me dijo que cual última terneza, 
y en recuerdo de toda su belleza, 
me dejaba su blanca calavera...

Que robara a la hambrienta sepultura, 
ese último jirón de su hermosura, 
que una lívida amante me sería, 
y en mis horas, alegres o de duelo, 
su alma, descendiendo desde el cielo, 
al través de sus cuencas me vería...

Pasa el tiempo... El ave silenciosa 
del recuerdo voló sobre su fosa, 
llamándome a cumplir aquel pedido, 
que cual lúgubre flor de sus amores, 
me dejó en los postreros estertores, 
temerosa a los lutos del olvido.

Y era una noche. Oscuridad y viento; 
la lluvia desgarrando el firmamento; 
batida en sus ramajes la espesura; 
los jardines tronchados y barridos; 
y del mar, el estruendo y los rugidos, 
resonando a lo lejos con pavura...

Ardiente el corazón, los miembros yertos, 
escalé la muralla de los muertos; 
y pensando en la súplica postrera 
de esa lívida novia del Misterio, 
me perdí en el profundo cementerio, 
porque iba a robar su calavera.

Por las calles desiertas y medrosas, 
buscando en los letreros de las fosas, 
llegué hasta su sepulcro solitario. 
El viento en los cipreses sollozaba, 
y la lluvia, furiosa, me azotaba, 
cual queriendo arrojarme del osario.

De una lámpara sorda, bajo el brillo, 
su mármol quebranté con un martillo. 
Cual fatídico abismo, negro y hondo, 
de la tumba la puerta entenebrida 
abierta contemplé... De entre su fondo, 
brotó una bocanada corrompida!

Y en lo profundo de la negra caja, 
entre blancos jirones de mortaja, 
la miré desleída y pestilente: 
sepultadas sus formas y sus manos, 
entre olas hirvientes de gusanos 
que tragaban su carne lentamente.

En sus sienes, mechones de cabellos, 
sus ojos ¡ay! como ninguno bellos, 
convertidos en cuencas pavorosas; 
en su boca, que fue roja granada, 
una muda y horrible carcajada, 
y su pecho en piltrafas asquerosas...

De su belleza, que radió cual astro, 
no había allí tan siquiera un rastro. 
Era un informe y corrompido andrajo. 
La miré contristado, mudo, inerte: 
medité en los festines de la Muerte, 
y me hundí en el sepulcro abierto a tajo.

Temblorosas, tendiéronse mis manos 
al inmenso hervidero de gusanos. 
Busqué de la garganta las junturas: 
nervioso retorcí... Hubo traquidos 
de huesos arrancados y partidos... 
hasta que hollando vil las sepulturas.

Huí miedoso entre las sombras crueles, 
creyendo que los muertos en tropeles, 
levantaban su forma descarnada 
corriendo a rescatar su calavera, 
esa yerta y silente compañera 
de la lóbrega noche de la Nada...

Eso pasó... fue ayer... Hoy, en mi mesa, 
cual escombro final de su belleza, 
helada, muda, lívida e inerte, 
sobre mis libros en montón, reposa, 
cual una gigantesca y blanca rosa, 
_que ostentase la risa de la Muerte._

Sus grandes cuencas, como dos cavernas, 
me contemplan inmóviles y eternas. 
Atónito, al mirarlas, me figuro 
que su alma tal vez huya del Cielo, 
para triste, silente y con anhelo, 
mirarme allá, desde su fondo oscuro.

Entonces con amor llego hasta ella, 
y cual si fuera, cuando viva y bella, 
por sus huesos, mi mano se desliza: 
siento de ansia el corazón opreso, 
y en el instante en que le doy un beso, 
me encuentro ¡ay! con su macabra risa.

Y allá, de la alta noche, cuando escribo, 
ante su faz sintiéndome cautivo, 
me parece que se abren sus quijadas, 
y que en frases muy tiernas, temblorosas, 
me pide que le diga blandas cosas, 
como en noches amantes y borradas...

Y soñando, la veo transformarse 
en la bella de entonces, y acercarse... 
y sentirme yo suyo... y ella mía... 
Más, al instante mi pupila advierte, 
que no es sino la imagen de la Muerte, 
que me contempla extática y sombría.

Ya llevan mucho tiempo estos amores... 
Es ella quién conoce mis dolores, 
los sueños todos de mi vida entera... 
Ella me da la desnudez que viste, 
y yo el cariño de mi alma triste, 
teniéndola de novia hasta que muera.

Y cuando rompa de la Vida el lazo, 
cual ella a mí, la enlazará mi brazo, 
y antes que en mi redor todo sucumba, 
le diré como frase postrimera: 
-Acompáñame, pobre calavera, 
acompáñame, amada, hasta la tumba!...






Reflejos de un alma perturbada

Cuando moría me abrazó, y con voz quebrada y lastimera, me dijo que en recuerdo de este amor me dejaba su blanca calavera, que la robara de su propia tumba y que en mis horas alegres o de duelo, su espíritu vendría desde el cielo y a través de ella me vería. Y el tiempo pasó, siento su voz reclamándome "Cumple tu promesa!"

Y al fin llegó la noche, llena de oscuridad y viento, valiéndose la lluvia y los truenos el mar rugía a lo lejos, ardiente corazón y presa del terror escalé la muralla de los muertos, sentí de inmediato su presencia en aquel viejo cementerio, nada cambiará, siempre estarás allí, mirándome, aunque tus ojos ya, no me puedan ver.

Por las calles sombrías, del desierto campo santo, llegué así a mi destino, rodeado de coronas y de santos, una ráfaga me dio el brillo, rompí su mármol con un martillo, una ráfaga pestilente un fuerte olor a muerte.

Al fondo de la caja entre vendajes y mortajas, olas hirvientes de gusanos, se la tragan lentamente, de sus brillantes ojos quedan dos grandes huecos, y esa boca que era tan apasionada, una muda y terrible carcajada!!! noooo!!!!

Este amor es mi dolor, la locura contra la razón. 
De su belleza que radió cual astro, no había allí tan siquiera un rastro, era un informe y corrompido andrajo, la miré desconsolado, acongojado, mudo, medité en los festines de la muerte y me hundí en el sepulcro abierto a tajos, temblorosas tendieronse mis manos al inmenso hervidero de gusanos, busqué de la garganta la juntura, nervioso retorcí, hubo traquidos de huesos arrancados y partidos, hasta que hollando vi las sepulturas; huí miedoso entre las sombras crueles, creyendo que los muertos en tropeles, levantaban su forma descarnada corriendo a rescatar su calavera, esa yerta y silente compañera de la lóbrega noche de la nada.

Eso pasó, fue ayer, hoy en mi mesa, cual escombro final de su belleza, helada, muda, lívida e inerte sobre mis libros en montón reposa, cual una gigantesca y blanca rosa, que ostentase la risa de la muerte.

Sus grandes cuencas como dos cavernas me miran inmóviles y eternas; soñando la veo transformarse en lo que era y comienza a acercarse; me siento suyo la siento mía pero mis pupilas me despiertan, para mostrarme la imagen de la muerte que estática y sombría me contempla.

Cuando yo me muera, linda calavera, me acompañarás hasta la eternidad!.




Un suicida en Buenos Aires

 por Jorge Boccanera

Prácticamente hoy desconocido en su país y en el resto de América, el escritor colombiano Claudio de Alas –quien se quitó la vida en 1918 en la provincia de Buenos Aires- es rescatado por algunos medios, cuando se cumplen 90 años de la publicación de su novela La herencia de la sangre.

Entre esos medios, páginas virtuales como “El Aleph” y “Arquitrave”, se ocupan ahora de este personaje muerto a los 33 años, borrado de la historia literaria; y al tiempo que ofrecen la lectura de sus obras brindan un perfil del intelectual excéntrico y nómada; poeta, narrador, traductor y cronista.

En Argentina, entre los escasos intentos por sacar a la luz la figura del vate colombiano, el sello editorial Punto de Encuentro editó hace solo unos meses la antología El cansancio de Claudio de Alas.

De Alas (su nombre verdadero era Jorge Escobar Uribe), agobiado por la soledad y la indolencia (afirmaba no estar seducido por la fama, aunque dolido por la indiferencia, decía: “pretendo ser tenido en cuenta”), se suicidó de un disparo en la localidad de Banfield, donde residía, en casa de su amigo el pintor inglés Koec Koec.

De precoz espíritu aventurero, este poeta, nacido en la ciudad de Tunja en 1886 en el seno de una familia “de muy noble abolengo”, dejó a su hogar a los 13 años y dos años después participa en las guerras intestinas colombianas que le dejan visiones que no olvidará: soldados andrajosos y una “brutal carnicería” donde son “todos perdedores”.

Viajero por Centroamérica, México, Ecuador, Perú y Chile, De Alas recalará finalmente en Argentina donde hoy una calle de Lomas de Zamora lleva su nombre.

Aunque de formación autodidacta, De Alas fue un erudito en letras, conoció personalmente al peruano José Santos Chocano, leyó con fervor a los poetas Salvador Díaz Mirón, Giácomo Leopardi, Amado Nervo y Manuel Acuña, y se especializó en autores como Vargas Vila y José Asunción Silva.
De estirpe romántica, no dejó de expresar un ideario político crítico hacia la voracidad expansionista de Estados Unidos, que fragmentó el territorio colombiano para dar paso a un canal interoceánico en 1903, fecha que califica de “nefasta” y “humillante” – exclama- por la “villana usurpación de Panamá”.

Con más de una década residiendo en Chile -de 1906 a 1917- escribe allí casi toda su obra literaria, especialmente los libros: La herencia de la sangre, Salmos de muerte y pecado y Fuegos y tinieblas. Un dato de interés: De Alas resultó finalista en 1914 del certamen “Juegos Florales de Chile”, cuyo primer premio lo obtuvo la joven Lucila Godoy con su libro
Los sonetos de la muerte, firmado con el seudónimo que la acompañará toda la vida: Gabriela Mistral.

También será en Chile donde se prodigue en colaboraciones periodísticas para publicaciones como “Zigzag”, “El imparcial”, “El Mercurio”, “La Prensa” y “El Diario Ilustrado”.

El poeta colombiano, que se mata casi en simultáneo al pistoletazo con que se quitó la vida el poeta ecuatoriano Medardo Ángel Silva (1898-1919), integra junto a su coterráneo Carlos Obregón una estirpe de poetas suicidas. De Alas tenía 10 años cuando se pegó un tiro en el corazón el colombiano José Asunción Silva, poeta sobre el que dará una de sus más festejadas conferencias.

Si Silva –que en el poema “El mal del siglo”, donde dejó constancia de “un cansancio de todo… de la vil existencia”- se vio desconsolado por el fallecimiento de su hermana, Claudio de Alas no podía sobrellevar la muerte de su madre.

El capítulo de su estadía en Argentina es breve. Vagando, a ratos durmiendo en una plaza, se encuentra con el pintor londinense Koec Koec a quien había conocido en Valparaíso. Consciente de su situación, este artista también nómada, que había recorrido parte de América Latina y la Patagonia, le da cobijo en su casa de Banfield.

Koec Koec, que firmaba sus obras como J. Van Couver y fue posteriormente amigo de Parravicini y Pedro Figari ya gozaba por ese entonces de cierta fama –se dice que entre quienes iban a comprarle obra iba a figurar el general Juan Domingo Perón.

Al parecer, las expectativas de Claudio de Alas que había dejado Chile con una consigna de: “vencer o a perecer”, no se correspondieron con la realidad de lo que él denominó “la gran cosmópolis del sur”.

En un Buenos Aires próximo a la Semana Trágica, expresa su desconsuelo: “Esto es todo menos Suramérica. No hay indios, ni negros, no me siento entre mi gente: esto es Europa, pero no la rica y opulenta, sino la de los pobres inmigrantes”.

Un día de marzo de 1918, en una casa arbolada de la calle Manuel Castro de Banfield, interrumpió una traducción de Oscar Wilde y acompañado del perro de su amigo pintor, se disparó un balazo luego de matar al animal cuya alma, escribe, “me acompañará”.

De Alas dejó varias cartas. En la misiva dirigida a Koec Koec, expresa: “¡Salud, hermano único de mi corazón y mi cerebro!!! Es demasiado asquerosa la Vida para que pueda seguirla sufriendo… Me anticipo a mi destino”.

Le solicita se incinere su cadáver a la orilla del mar y se ubique al narrador y cronista Juan José de Soiza Reilly para la entrega de todos sus papeles inéditos. Que: “con ellos haga un libro, que lo llame así:

El cansancio de Claudio de Alas”.
Recuadro: La obra de un autor fantasma La obra del poeta colombiano Claudio de Alas (1886-1918), suma a los libros: La herencia de la sangre, Fuegos y tinieblas, Visiones y realidades, una biografía del dirigente político liberal chileno Arturo Alessandri (presidente en 1920) y el varias veces reeditado: El cansancio de Claudio de Alas.

Antes de tomar la fatal decisión de quitarse la vida, el poeta deja escrito su deseo de que sus papeles inéditos vayan a manos del periodista y narrador Juan José de Soiza Reilly, quien armará el libro póstumo “El cansancio de Claudio de Alas”, publicado en 1922.

Protector de Claudio de Alas, Soiza Reilly es también un escritor olvidado que según varios críticos fue la principal influencia de Roberto Arlt. Corresponsal de guerra, amigo de Rubén Darío y Héctor Pedro Blomberg, destacó con novelas como El alma de los perros, de gran éxito de venta.

Soiza Reilly, que conoce a Claudio de Alas en la calle Florida, justo cuando festejaba la aparición de su novela Carne de muñecas, expresa la desazón del colombiano deambulando por redacciones de diarios y editoriales sin hallar empleo.  Prologando El cansancio de Claudio de Alas, señala que el mejor libro de este colombiano “envenenado de libros y de amores”, es Salmos de muerte y pecado.

El cansancio de Claudio de Alas se reeditó en Buenos Aires en 1986, en ocasión del centenario del nacimiento del colombiano. La edición –que lleva un subtítulo que suena a reproche -“Un poeta colombiano que en su patria no conocen”- estuvo a cargo de un seguidor coterráneo del poeta, Mario Sarmiento Vargas.

Ese mismo año y también por medio de su ferviente admirador Sarmiento Vargas, aparecerá la Prosa poética de Claudio de Alas, que entre otros textos agrega un interesante “Apunte autobiográfico de Claudio de Alas”, escrito poco antes de quitarse la vida.

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Jorge Boccanera
Bahia Blanca, Argentina, 1952. Poeta y periodista, ha publicado ademas libros de cronica y de ensayo. Premio Casa de las Américas de Cuba, posteriormente el Premio Nacional de poesía joven en México y en 2008 VIII Premio Casa de América de Poesía Americana por su libro Palma real.








2 comentarios:

  1. Mi abuelo Mario Sarmiento Vargas escribió un libro sobre él!!!!

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    1. Cómo se llama el libro que escribió su abuelo? Dónde lo puedo conseguir?, riveraceballost@gmail.com

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